DIARIO DEL ENTRESUEÑO
Los delirios del búho devoran las
aguas de los astros, arrasan con la carne desnuda de la noche, escriben páginas
destinadas al bosque. Hablan los espectros en el fluir de sus atormentados
sexos; incomodan las lámparas al pie de la nostalgia: cada bruma se vuelve
flama ensangrentada, pedazos de memoria toman las formas de los epitafios.
Después de contar mis pocas pertenencias que no llegan a ser más que tiliches,
quemo los insectos en derredor de mis vestimentas; es extraño caminar largas
distancias y encontrarme con las mismas fotografías, las libélulas en columnas,
las arañas hundidas en su propio placer de tejedoras, el Bicentenario que
parece un retablo de suplicios. Hacia la ventana de los pensamientos, Lautréamont
dentro de un pájaro de ceniza, degollado y turbulento en un abismo de
conjeturas; luego es preciso embriagarse para soportar la atalaya de los pasos
gigantes del descaro y la destrucción. He pensado muchas veces en la Rue
Edgard-Poe: sólo me quedaré con los deseos infortunados de caminar en los
alrededores de Montparnasse, como en otro tiempo lo hicieron algunos
compatriotas. Por ahora, me toca desafiar las fotografías, ver lo desconocido
desde el abismo y reírme de las consecuencias de mis propias maldiciones,
reírme de un réquiem de bisagras, reírme de las profecías carbonizadas de los
agujeros, reírme junto a los cachivaches de un espantapájaros.
Del libro:
«El búho de Lautréamont», Barataria, 2008-2011
©André
Cruchaga
Imagen tomada
de Pinterest
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