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VENTANAS DESHOJADAS
Los meses, apenas nos dejan los recuerdos de las
ventanas
deshojadas entre la última fatiga y los años póstumos
de la memoria.
En el fondo, uno no sabe qué es lo que incuba el humo,
el horizonte escondido del fermentado, los vacíos del
pecho
después de las mareas.
Uno siempre es fuente y almácigo para muchos
desasimientos.
El hueco hurtado por la flama, la oscuridad adentro.
El tiempo se nos acaba en las hélices del otoño.
Antes fue la inocencia en los travesaños del
metabolismo;
ahora es la fosa y el grafiti sobre la pared, el bello
cuento
de los parpadeos, el caballo de bastos
de lo audible cuando la memoria se rebela contra la
fatalidad.
(Yo siempre tengo sueños
extraños, muy extraños,
como la aparición de conejos
blancos corriendo a mucha prisa,
tal Alicia, la Alicia de Jorge Carroll.
También tengo puchitos de
orugas azules en mi bolsillo,
por si acaso. Uno nunca lo
sabe después de los tantos vaivenes
del mercado: aun el mercado
de las periferias o la aparente
desviación de los relámpagos.
También pienso en la «Rapsodia
en una noche brumosa» de T.
S. Eliot).
—Ahora necesito que me dejes olvidarte.
No solo alzando la palabra, sino de raíz. Quiero
olvidarlo todo.
El olvido quizás sea la mejor cura frente a lo
sórdido,
frente a las tantas ausencias, a las dudas,
a los imposibles. «Los años pasaron. Las tormentas
murieron.
El mundo se marchó. Yo tenía dolor de sentir
que tu corazón justamente no me percibía más».
Ya no quiero que haya disfraz. Así podré tocar cualquier puerta.
De pronto se bifurcan las cárceles como caminos de un
lenguaje
siniestro, nuestro tiempo es también un ghetto, no una
ficción
de Kafka, ni una paradoja de Zenón,
salvo las aporías de Baudelaire.
El invierno es nuestra condición de vida, una
mitología de piedras
y vitrales, lo más parecido a la comedia de Pierre
Corneille.
A menudo me pierdo en la
noción de pasado, presente y futuro,
como Platón hay tiempo
imaginarios e inexistentes,
enrejados donde solo caben
funerarias y no amantes devotos.
La epilepsia de los
deshojamientos nos consume y pierde,
Se escuchan canciones en
semanas de esqueletos, fúnebres
ventanas sostenidas con
cera de parafina.
(Al trasluz de las tantas
conspiraciones, el retablo de la tristeza.
A la noche, los mercaderes de
la bruma en medio del horizonte.
siempre los falsos estupores
y las monstruosidades nos acechan
es terrible despertar entre
insomnes derrumbamientos justo
en los costados de lo
implacable: todavía laten alrededor
de los párpados las pestañas
ciegas de los objetos
y el porvenir sin ninguna
garantía desde su cabeza de hambre
escucho las colmenas ahora
intermitentes sobre el alacrán de sed
del cuerpo en el murmullo de
los fósforos todo el castillo de naipes
de los ríos proféticos y ese
abandono sin reserva de los jardines).
Del libro: «Ámbito del náufrago», 2015
©André Cruchaga
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