Imagen cogida de la red
SOLO MUNDO, NADIE
Uno se
acostumbra a caminar entre aceras de dientes y líquidas alfombras.
Siempre “Los
aires y las formas muriendo...”, tal las palabras de Rimbaud.
El hilván
abstracto de los vocablos, el arqueado aliento de los pespuntes,
los platos
desechables en la amarilla boca de los fósiles,
las
gargantas estranguladas por la insidia y las oscuras promesas
de la
locuacidad: solo mundo, nadie que pinte los sueños de blanco,
de risa y no
de tiempo desabrido y agrio.
Uno camina y
de pronto descubre los rincones de la avidez, el juego macabro
de las
sombras, los coágulos de promesas que de pronto uno recoge
para
guardarlas en el morral desteñido de alguna gota.
Al borde de
la tarde, se cosen las uñas de los cadáveres, la desmedida
herida de
los pañuelos, aquellas distancias que esconden tantas ausencias.
Nunca hay
retorno sin que la agitación transporte lo indefinible.
Los ardores
de la historia traspasan esas huellas sin interruptores
de los
alfileres: cada quien recoge los maullidos de la noche y sus quemados
surcos de
caspa y liendres y piojos.
(En los más remotos sofocos de la memoria siempre
la piedra de la parálisis;
a veces la asfixia crecida de las párpados, el
condón roto de lo amorfo,
las pérdidas que nos deja la tormenta, la risa de
los otros, mientras suceden
pesadillas tan ciertas como la nubosidad y su
indiferencia.)
En el camino
de los recuerdos, de pronto solo la indolencia de ataúdes.
Tantos ojos
y manos salpicados de sangre o sumergidos en ella…
Barataria,
07.VI.2016
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