Imagen cogida de la red
VERJAS AFILADAS
¿Existe otra
intensidad para colgar mi entusiasmo? Florece el filo como flor
del
infierno, como tantas dentaduras al
encuentro con la ceniza.
Calan los
coágulos de herrumbre en los poros.
A menudo uno
degüella luciérnagas postizas y hostias incineradas.
Pródigas en
abismos nos arrebatan los delirios, remontan cualquier mutilación
al grafiti y
a la obstrucción del alfabeto.
Un día
saltaremos sobre su memoria de vagas intemperies, lejos de algunas monedas
gastadas, como la fiebre provocada por ciertos espejismos.
(A ratos me desviste un sueño de ausencias, una
vida de saltos entre agujeros;
los miedos y las paranoias petrifican la garganta,
duele el árbol de ceniza
en las sienes y los huesos del cansancio.
En el ojo irreconocible del hierro cada nudo nos
devuelve el golpe
de la intemperie: ninguna vehemencia es posible
ante estos desencuentros.
Uno, de pronto, quiere acomodar sobre las piedras,
todo este dolor pútrido
que se lleva en los ijares y el aliento y en cada
rincón de los imaginarios;
“la sombra de los gusanos” corroe sin reparo, cualquier
respiración y ungüento.
El filo sólo nos deja de herencia un montón de
mutilados.
En la agenda de los políticos, recién se inaugura
el catecismo de lo impalpable
y la
pesadilla de los cerrojos y la descapitalización de la claridad.)
La
deshumanización es tal que nos coagula las mandíbulas con sus paranoias.
Como la
lengua ebria del viento, la otra parte con su granito de súplicas.
Un día
burlaré los ojos anulando las rúbricas del filo.
No existe un
alfabeto cierto en las cuatro esquinas del zumbido…
Barataria,
11.IV.2016.
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