Imagen cogida de la red
PALABRAS CON AGUJEROS
¿Hasta dónde
llega el agujero de las palabras, ese hueco con múltiples aglomeraciones, honda
calle de los hacinamientos del cansancio, pútrida saliva
sobre los
huesos negros de los murciélagos?
Dejo que
todo el luto atraviese mi angustia; escupo sobre la opacidad
de la
intemperie; sangran las rodillas quebradas de las aceras: rota la sed,
nos muerden
los sopores y la orina oscura de la pólvora.
(En el cansancio uno pierde los ojos viendo
catálogos de psiquiatras, cebollas
al por menor, lámparas de noche. Me imagino un
montón de cosas pegajosas.
Cada vez me despiertan menos las atrocidades: las
palabras enajenadas colgando
de caballetes, trípodes que de pronto desaparecen
de la vista.
Todas las
palabras se desmoronan en mi cabeza, algo así como la piedra pómez.
Algo así
como objetos lanzados al vacío.)
Avanzo, sí,
pero no puedo entender el pétalo roto de las palabras: su gran lengua
de olfato
roto, los fósforos de la ira detrás de la ropa, el semen en la boca de la
ceniza,
las ratas mordiendo la ternura. Ícaro me cosquillea.
Invernan en
el ahogo los tobillos.
No es
ventisca este largo túnel de dolencias, sino la puerta al vómito.
Siempre es
un día como todos los días: de bruces las palabras, arraigada
la
violencia, enmudecidas siempre las infancias.
En el
tropezón de los lenguajes cotidianos, es casi certero el exterminio.
A la altura
de la noche, abierto el río disímil de los zapatos y las cobijas…
Barataria,
08.IV.2016.
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