Imagen cogida de la red
AUSENCIAS
Me sangran todos los pájaros
acuáticos de la ausencia: sobre el paisaje ardiente
del pantano del pecho, este
invierno a borbotones de peces.
Nada hay, también en mis
bolsillos, salvo la brutalidad de tantas carencias.
Sobrevivimos al ojo montado en el
paraíso, o a la caries del vejamen;
abajo, siempre de bruces la
condición de herradura.
(Me faltas cuando la pesadez del murmullo sangra los jardines y la
eternidad
se torna un drama; aquí nos entregamos a la frialdad de los
huesos,
a la madera sorda del falso estupor, a bocas enlutadas que brotan
de la ruina.
Me faltas en esta melancolía de girasoles desvaídos y
desmemoriados.)
Cada espacio encorva nuestra
esperanza, nos empuja hacia la sombra del grito,
a la piedra oscura donde no se
permea la respiración,
ni se alzan diáfanos los espejos.
Uno aprende a caminar diluyendo
todas las extrañezas ante las verjas curvas
del aullido: no es extraño el
país de largas horas de tristeza; no lo es, también,
la turbia hazaña del granizo, la
ternura que queda desnuda frente al horror,
la pesadilla del sudor de los
prostíbulos,
los estornudos amarillentos de
las tardes sobre la ventisca del calendario.
—En cada niño, cuelgan a menudo
otras infancias, interminables lutos,
y silencios que solo se entienden
en el silencio.
Dentro de los dominios de la
herrumbre, (vos) desprendida de los moscardones
de mis costillas, como una
campana sorda en mi sangre, muertos mis ojos
y dispersa la palpitación de los
vacíos…
Barataria, 21.VIII.2015
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