pero siempre están en mi memoria atravesando la llama de los sueños.
Debo suponer que nunca dejarán de ser parte de mí, de los días
que amanecieron obedientes en el dintel de la puerta.
La mansedumbre no es una tapicería de entrañas desgastadas,
ni la obediencia un labio mustio.
Fotografía André Cruchaga
MORTAJA CON PELDAÑOS
A veces los empujan el ruido de las caracolas y los falsos rumores del mundo
pasan sobre sus gentes
aunque las amistades más particulares (como la de Rimbaud y Verlaine mi buen Cernuda)
sean ejemplares amargos…
ALFREDO VEIRAVÉ
He cambiado mis vestimentas y tantos amores compartidos:
pero siempre están en mi memoria atravesando la llama de los sueños.
Debo suponer que nunca dejarán de ser parte de mí, de los días
que amanecieron obedientes en el dintel de la puerta.
La mansedumbre no es una tapicería de entrañas desgastadas,
ni la obediencia un labio mustio.
En las noches bebo el sudor de los sombreros. A menudo la intemperie
es un trofeo para los que nos cegamos en las alegorías.
(De pronto me sumerjo en el mundo de mis pies,
en la lengua vacilante del espejo, en la sombra que muerde
las costumbre de este abismo irremediable.
Cuando el reloj se vuelve negro, olvido también el alfabeto;
vos no sabes de las señales del pájaro en su propia jaula,
ni de vaciar el silbido en el golpe de los tejados. Hay días que simplemente
cuelgan de la carne como fetiches quebrados en los labios.
En la memoria, sin embargo, van muriendo todas las ternuras:
—la mudanza es evidente a través de siniestros tragaluces.
Y sin embargo hay momentos para nombrar el cielo y el mar;
tu cuerpo arrancado de la luz; el musgo espeso de la miel, arqueado
en mis dedos o en la taza del parpadeo que se vierte sobre las sábanas.)
A veces quiero que sólo el olvido tenga presencia exhausta
y no esta sed en el vaso agrio del desvelo.
Nada me asegura la humedad de las estatuas, ni los panales
de los falsos rumores, ni el filo suicida de la lengua.
Hay un rosario de peces latiendo sobre las piedras cotidianas;
allí me lleno de sombras, de fogatas hundidas en los amarillos.
Pasada la transparencia, se pierden las formas,
el pezón de la fragancia, la embarcación de los poros,
la carpintería de las emociones, el guacal del cielo.
Acepto la ebriedad de mis torpezas y lo sombrío de mis aguas:
pero es que sólo busco recogerme en el silencio,
masticar el oficio de lo oscuro,
subirme a una escalera para alcanzar las ventanas de las campanas,
aunque parezca una paradoja.
Quiero ser transitorio como el arrebato. Quiero ser inservible.
Quiero los juguetes de la soledad, las gotas de agonía del hollín,
quiero el violín del abandono sobre begonias sin zapatos,
quiero la sombra rota de cada minuto,
quiero triturarme en los kilómetros de ternura…
Barataria, 19.XII.2010
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