miércoles, 4 de noviembre de 2009

El hombre de grises-André Cruchaga

Olvido los colores en la lámpara de los grises. La sangre vivida
De los caminos, el grito amargo de las bocas en los jardines,
La primavera de ceniza en la lluvia de mis ojos.
Ilustración: Rene Magritte

El hombre de grises





A veces en las tardes una cara
nos mira desde el fondo de un espejo;…
JORGE LUIS BORGES


y en las migajas de un viejo lecho calcinado mezcladas con el
serrín gris de un armario volatilizado
la carne humana se incorporaba al asado de carne comestible
JACQUES PRÉVERT





Olvido los colores en la lámpara de los grises. La sangre vivida
De los caminos, el grito amargo de las bocas en los jardines,
La primavera de ceniza en la lluvia de mis ojos.
La estrella de huesos en el pan robado de mis pantalones solos.
Le pido una sortija de espectros a esta tradición del polvo.
Un día menos material para hacer convulsionar mis pesadillas,
Una calle sin niebla mientras camino a la deriva.
Padezco la deshora natural de los cuchillos, la tristeza amarilla
Arrancada a las funerarias, los parajes miserables de los ahogados,
El tedio ahogado en el sollozo,
La lluvia sin pasto herida en el espejo,
Y los juros amasados con muros y metales sediciosos.
Desde siempre la puerta de osamentas de esta embriaguez plena.
Desde siempre pedazos de luz en la espalda, brizna consumida en el rostro.
Desde siempre la miseria de las piedras, las playas golpeando las fronteras
Del cuerpo, las uñas indóciles del crepúsculo, los retratos anclados
En la conversación imposible de los pájaros.
Junto a la niebla amarilla de la hojarasca, los bueyes cansados de los labios,
Los meses mordidos por la oquedad, el humo acumulado sin condones,
La sal bajo el filo de las palabras, el látigo cegado de la sangre.
La tristeza suele ser un camino sin luces. Una lámpara sin azúcar.
Días engrapados en la colilla de mis cigarros. Servilletas sin postdata.
A la deriva y al delirio esta tierra gris de mi carne que muerde el dolor
De ser, de estar en la mordida del náufrago, arrodillado mar de la Esperanza.
—Un día es menos cierto que los perfumes desfallecidos;
Que los barcos de nubes sin gaviotas, que los viajeros sin ruta,
Ni dinero, que los heridos adivinando la sed del universo.
Que las palabras guardas en cobijas húmedas donde los perros lamen
Su pelaje. —La memoria siempre resulta inolvidable como las lágrimas.
Tras los amargos plumajes del frío, la madrugada de los barrios desanda
Su lascivia, sus horrores sin túnica.
Hay palabras que me sirven de trinchera para soportar la manía
De los fósforos, aún así, los acantilados son la prueba de este sentirse
En la ruina de un rompecabezas.
Debajo de la mesa he ahogado las madrugadas; las aguas pesan
En las campanas del desamparo; —la casa enloquece de ser isla.
La inclemencia se ha vuelto una ciudad de sobresaltos.
Un antes y un después siempre en vigilia, en la opacidad del fuego,
En la novena de mariposas mortuorias sin rehabilitación alguna.
La piel es imprecisa cubriendo los cabellos. La esquizofrenia
De los astilleros en domingo, en vaho de garabatos en las ventanas.
Toda la sed en la placenta de lasa criptas. Todos los cipreses atónitos
De las aves de rapiña, todo el aire ausente en las raíces.
Sé de este cansado morir en las begonias y en los lirios.
Sé de la claridad amarga de los trapiches, del misticismo del rocío,
Del desvelo de las semillas, del barco que espera sin patria y sin mujer.
Quien haya padecido de somnolencia, sabrá lo que digo:
—Arde el cúmulo de ceniza en la boca. No hay fortaleza en las cicatrices.
Ho hay luz mientras el sudor torne vulnerable la hora.
No hay campanas en la madera de los ataúdes, ni luciérnagas en este bosque
De grises, catacumba del pecho en las sombras.
No hay música en esta pista del polvo, salvo la telaraña extraña
De los viajes, salvo el instante trágico de las sienes…
Barataria, 01.XI.2009

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