Imagen cogida de la red
FUGA DE LA VOZ
Inerme la boca como el hierro en
la sombra; irreal toda la sal de la garganta.
Despeinados ojo y día y mutilada
la voz: nada en el sendero que no sea la mosca
o el moscardón, los chiriviscos
de luz en medio del polvo,
o la penumbra como un hierro
antiguo,
o la voz invisible en el saco de
yute, suplantada la identidad, esta historia
disfrazada, apenas audible en las
esquinas de las herrerías.
(En la piel, todas las flechas de las profecías bíblicas: a veces
de rodillas
la lección en la penumbra, todo el matorral ahumado, el puño de
vocales
en el cuerpo sin ojos; roto el pabilo sobre el puchito de
esquirlas.
Cabalga la ráfaga hacia las partituras de las campanas: apenas las
relojerías
como cuchillos afilados en aquellos párpados silenciados del
presente.)
En las esquinas del cordel, el
hollín muerde las solapas del ave herida
y en tránsito. Se fuga la noche y
mi voz y mi cuerpo y la respiración soterrada.
¿Qué nos queda después de sentir
el látigo de la ansiedad?
¿Quién modula estos feroces
insomnios de ceniza?
En la boca, los escalofríos de la
herrumbre, el cuervo gangoso que crece
en el imán de los escombros. El
esplendor oscuro de la muerte y su séquito.
Cuando la voz ha consumido todos
los sopores, —vos, sólo la mudez atosigada
de los eslabones del rostro en el
charco.
Después de los desmembramientos
del cuerpo, quizá las manos se dispersen
como simples sombras a través de
la ventana. Quizá, anochecido, la gota de hiel,
sea el único consuelo para esta
fuga de acendrada mercadería.
Barataria, 08.VI.2015
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