Imagen cogida de la red
PÁJAROS
A partir del alba las ramas del
viento sobre el rostro del infinito. El abanico
terrestre del ala con sus ataúdes
prostituidos: calles, callejuelas irresistibles,
caminos alimentados por el sueño
de los zapatos,
sueño y destrucciones desde la
altura de los candiles del sinfín.
En la navaja masticada de los
dientes, las altas criptas de los desencuentros,
y el golpeteo indescifrable de la
lejanía.
(Sólo son pájaros estas pesadumbres coaguladas en los años
permanentes
del miedo; sólo son arlequines que juegan a mansalva frente al
olvido.
Pájaros solamente con vestidos funerarios, pájaros entre escarcha
de hollín.
El ojo consume el ronco aleteo…)
En la consumación del vuelo, pululan los peligros de siempre. Siempre es
así,
cuando el aliento no cabe en los
bolsillos, cuando se muerden los diluvios.
Otros, nunca entenderán el
anticipo al nido y al sustento.
Parto siempre desde la rama de la
memoria; en el camino voy numerando
los adioses, la sal fúnebre de
los desvanes,
hasta disfrazar el insomnio,
hasta alcanzar el tren de las reverberaciones.
Nadie puede negarme las
distancias: exhausto pasto en su herradura.
Para cada abismo y eternidad hay
una escalera, justo así fundo mis puertos.
Donde el ave brota, surge la
brasa y la audacia del viento.
En la rosa del pálpito, el tránsito
y los desvelos del rastrojo y la luz.
Barataria, 29.III.2015
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