viernes, 16 de diciembre de 2016

HUMANIDAD DE LA PALABRA (MONÓLO)

André Cruchaga





HUMANIDAD DE LA PALABRA
(MONÓLO)



Sueña la noche con los enseres del día,
y el sueño del hombre se puebla de seres de la noche,
vagos, monstruosos; dulcísimas palomas de lenguas largas y serpiformes.
La noche duerme tendida sobre la superficie de media Tierra
y sus bordes tiemblan como corolas de humo,
como flcos de niebla movidos por las manos y las patas de los seres que
 [despiertan restregándose los párpados,
temblorosos en la angustiosa incertidumbre de su suerte.
Eduardo Chicharro




Uno no se pertenece desde el punto de vista del poema. Se es ahí y no se es al mismo al tiempo. La función vital está suscrita al poema, al tiempo en que se desfallece o se muere.  Es a través del mundo de lo vívido que se conquista lo inefable, o se goza en todo caso. Quizá no haya algo nuevo, ni novedoso, en este desengañarse uno, o metaforizarse.  Cierto es que uno trasciende toda realidad, porque ésta y la poesía es comunión vital. Nadie excepto el poeta entiende de este viaje supremo, de este conocimiento sensible que entrelaza conocimiento y emociones. Tal como dicen los dos últimos versos del poema “Marea creciente”, “En lo posible trato de desahogarme y olvidarme de las proclamas./ En medio de tantos juegos miserables, la mejor fragancia la tiene la ceniza.” Durante el acto de escribir uno vive sensaciones diversas, seguidas de confluencias, contradicciones; con todo, siempre queda ahí la imaginación que constituye la verdadera revelación. Sólo en el poema el poeta se aproxima a él y a los demás (al lector) y al mismo tiempo resuelve todo eso que le aqueja y quiere transmitir. A cuántos Don Quijotes debemos leer y así comprender las rupturas del mundo; qué sed o qué cruz, para explorar los sueños. Me viene a la mente don Francisco de Quevedo, San Juan de la Cruz, Santa Teresa, Whitman,… La divinidad como el poema totalizador de la vida y ello conlleva afrontar todos los males presentes en nuestro mundo. “En los cascos del hedor, se allega el cráter del despojo, y a la forma áspera, extraña, del silencio fulminante en los goznes. / Nadie está eximido de las tantas roturas que sufren los caminos y las aceras./ También en el rostro hay desusos que no pueden sostenerse./ (Por cuestiones de sensatez, uno pervive en los espacios confinados a la soledad; / quien sabe de extravíos, de pronto, desea claudicar en todo.” Lo primordial a mi modesto entender es tocar aun los tiempos inasibles y verlos materializados en el poema; exorcizar cada palabra con todas sus impurezas, renovar la realidad, darle sentido al desencanto. El universo del poema es la suma creativa de un sinnúmero de instantes. Si algo he aprendido es a deliberar con mis sueños, con mis miedos, angustias, pentagramas, testamentos vacíos sobre la mesa, de las sillas avergonzadas por el hambre.  Los escepticismos forman parte de este universo de desencantos, Albert Camus, prolonga mi fuego, lo mismo Joyce, Perse, Novo, Lezama, Carpentier. El poema, entonces, es la conciencia del que además de sufrir, goza la esencia de su propia temporalidad. Si algo me conmueve siempre es mi niñez. La niñez biológica y la del poema o la escritura, esas infancias entrelazadas de grotescas presencias y formas. En medio del aguacero de las palabras uno debe divertirse, hay que relamer cada significado hasta darle sentido al oficio. Mantener en firme la aventura es primordial como también consumar el motivo que incita a esa especie de desdoblamiento. Ahora estoy seguro de todas mis alucinaciones y de mis caminos. Al final, la luz lo convoca a uno, pero antes ha habido perdidas, silencios, como los que todavía hoy en día uno debe aprender a asimilar. A través de mi propia sensibilidad, despliego mi visión de mundo y, en consecuencia de la realidad. Claro que para otras personas será diferente, porque cada quien vive y asume ciertos valores que le dan sentido a la vida. En la palabra encarnada está nuestra propia humanidad. No existen los imposibles, sino circunstancias que son las que matizan la existencia. Justo cuando pienso en el fuego, humea indefensa la taza de café junto al apagado apetito de las colillas. 

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