sábado, 3 de diciembre de 2016

DESAPEGOS

Imagen cogida de la red




DESAPEGOS




Transcurre el tiempo mientras los atrios decrecen en delirios.
Los mercados, las sastrerías: ahora se cultiva el ocio con cierta hidalguía.
Ya nadie excava en los túneles de la congoja, a no ser por la muerte,
y la carcoma del País, o por lo ricos frutos que se obtienen de la usura.
Me da igual soplar el fuego o la oscuridad. (Hoy lo entiendo: ninguna herida
es tan concluyente. A veces sólo es cuestión de imposturas.)
Después de conjurar contra la proximidad de la sordera y la ciénaga
del exabrupto, vienen los trapos del desapego y los zapatos limpios del traspiés.
El afán ha sido, ir arrancándole el hollín a los precipicios y al presente.
Ya me he alejado lo suficiente de lo salobre.
En las calles empedradas de velorios, bajan ataúdes de lenta ceguera.
(Todo esto lo reclino en el olvido.)
Cada vez me son indiferentes los desencantos, los peces desolados del espejo,
aquel tiempo donde le quitamos las rodillas dobladas al miedo:
hoy veo más imperfecto el drama de los minutos y pleno el olor de las ingles.
En los últimos días del desvarío se vive en la opulencia de palpitaciones.
Cada quien, entonces, fortalece o empequeñece sus propios símbolos.
(A menudo lo infrecuente resulta inútil en la boca.)
⎼⎼Uno debe continuar, sin embargo, con esta vocecilla del desapego
por largo rato, hasta desechar todo lo abominable.
(Vos también lo sabés porque has llevado en tu cuello ese crucifijo afilado
de agonías. Claro que todavía me enrosco en el recuerdo que tengo de tu cuerpo.)
Barataria, 31.IX.2016


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