domingo, 29 de mayo de 2011

ÁVIDA EVOCACIÓN


Sin hurgar en la demencia de estos días, traigo a cuentas los muslos
desvestidos del hambre, el monte de Venus de las cantigas,
los días desmedidos del miedo. En mi avidez, enjugo el pantalón
guardado de los años idos, el atajo que siempre tomé
para los pañuelos, los ojos por fin que midieron las pulgadas...
Pintura de Carlos Díaz, El Salvador




ÁVIDA EVOCACIÓN




…y este cilicio atroz del pensamiento
no halla un linde entre el genio y la locura.
RAMÓN DE CAMPOAMOR




Sin hurgar en la demencia de estos días, traigo a cuentas los muslos
desvestidos del hambre, el monte de Venus de las cantigas,
los días desmedidos del miedo. En mi avidez, enjugo el pantalón
guardado de los años idos, el atajo que siempre tomé
para los pañuelos, los ojos por fin que midieron las pulgadas
de distancia entre el polvo y los girasoles de las nubes.
Nada es más cierto y contundente que dormir en el filo de los durmientes;
los poros agitan la espuma de los litorales:
las señales son de aguas, —aguas partidas por la dentellada del espejo.

Cuando evoco la antorcha de los fósforos o las luciérnagas,
reviven las rimas del aliento, los ayes de la farsa, el pasmo verdinegro
de las begonias atrapadas por secos matorrales de saliva.
En la silla del fuego, la brasa encendida de aguas torrenciales,
la oscuridad al trasluz de los jazmines. En la cascada de los brazos,
los dedos invocan el pez de las palabras, la luz del mediodía en el pino
ensortijado de las sienes. Siempre resplandecen mis pupilas
cuando recuerdos nombres, ciertos nombres que he ido acumulando
en las vigas, escritas con el azúcar de los jardines.

Claro está que cuando lavo el tejado, saltan los ojos sobre el musgo
acumulado en las costaneras, en el peine crecido del césped.
Cuando las abejas suspiran, sobrevuelan sueños y pensamientos:
todo el color canta en el aire, aún el trozo de gramática en mis manos,
el estertor de tantos caminos aledaños a la herida que la luz
ha hecho en el cuaderno del bosque.

Ahora escucho mejor el silencio que desprenden las ventanas,
la edad mía que cada vez necesita de sabanas.
Esta marcha, que pese a todo, nunca cesa en so oficio descreído.
Creo, a fin de cuentas, que es bueno llegar a estos momentos:
vestir las sombras con aquellos rostros nuevos que rasgaron los poros
con tantos crespones, vados, olvidos e indiferencias,
pues que no todo fue carne a la parilla, sino alegoría de besos entre tabaco, calles y antros.

También los recuerdos nos traen diversos surtidores: han madurado
las alas de la conciencia; los días liberan sepultadas telarañas,
movidos por ese ardor de los pies sobre el asfalto caminado.

Siempre hay sombras, desde luego, que la memoria discrimina,
aparta, aleja: al final del día, todo es vago resplandor; lo vivo queda
en el cuaderno de la escritura, en ese otro tiempo paralelo
que vivimos, en el follaje blindado de la aritmética, en la querencia
que se volvió vestigio de candiles. Al final del día,
sumo rigurosamente las palabras: es probable que en las cornisas
quedan algunas boca abajo, para emprender nuevas aventuras,
el lago de la desnudez en el balde de arrayanes,
el ojo puesto en la sartén, a lo mejor la llave que cierre el costado.

Barataria, mayo de 2011

jueves, 26 de mayo de 2011

ARS MORIENDI


Lento el cántaro de la noche que voy descubriendo en mis pupilas:
el destino del tacto es así, quema secreta o inhóspita, oscuros
 almadanazos de la muerte, respirando en mi puño. Para entender
el tamaño de esta lluvia, desnudo por completo las oscuridades,
me purifico en los caballos de la sal, le pongo condimento a los zapatos.
Imagen de André Cruchaga





ARS MORIENDI




So is the time that keeps you as my chest,
Or as the wardrobe which the robe doth hide,…
WILLIAM SHAKESPEARE




Lento el cántaro de la noche que voy descubriendo en mis pupilas:
el destino del tacto es así, quema secreta o inhóspita, oscuros
 almadanazos de la muerte, respirando en mi puño. Para entender
el tamaño de esta lluvia, desnudo por completo las oscuridades,
me purifico en los caballos de la sal, le pongo condimento a los zapatos.
He aprendido que se pueden cruzar las aguas sin cortarlas;
sepultar antes del final, todos los demonios que transitan
en medio de la náusea, la brillantez, inclusive de la urbanidad,
la infancia sombría de los amores, la respiración a cuentagotas
del miedo sobre calles desiertas. Entre tantos desperdicios,
uno aprende a morir, a inhabitar la sal de las entrañas,
y terminar con el perro flaco, moribundo en el traspatio de la conciencia.

Nunca ha sido fácil morder el sosiego de las habitaciones:
aquí, a destiempo las ventanas cerradas , la noche ensimismada,
las carretas pasmosas de la zarza, las multitudes colgadas de las sienes.
He tenido lo necesario en la alacena para emprender el viaje cotidiano;
luego he repartido las hojas de mis cuadernos,
con rostros y tinta, con incendios que la boca ha sosegado.
No sé si sirven de algo las conversaciones guardadas en la memoria,
los chiltepes y el orégano para esta ensalada de pulsos,
no siempre gratificantes, no siempre domésticos en el pudor
de las sábanas. Ciertas oscuridades me roban el sosiego,
la sal se ha vuelto galope del viento.

Procuro saldar las deudas con el eco de los platos.
Sé que no es fácil renunciar a las veraneras, aunque sólo sean fachadas
 de tapiales y no verdaderos jardines para el desayuno.
En este trance uno desanda las sombras andadas, y el granero
de los senos, y el yo que aún existe en medio de alambradas,
en las hojas abiertas de las hortalizas. Uno aprende a verse en el espejo:
se aprende que ellos no contienen cántaros, ni brazos,
sino simples páginas que terminan goteando en los ojos,
cuando ya se ha hecho tarde y hay que convertir la paciencia en espejo.
En ese talismán que destila inviernos, —o, acaso, el despojo
de todos los gusanos incubados en la carne.

En cada itinerario naciente, me armo de la armonía necesaria,
procuro no caer en el desvelo, ni en la paranoia que salpica
la deformidad del mundo. Un día de estos, pues, me llevará el tiempo
a cumplir otros deberes: tocar de nuevo el firmamento con los colores
 tapados del cielo, en un domingo donde se abren aromas y liturgias.
Ayer firme mis certidumbres en el pergamino del invierno.
La luz respira en el aliento, las luciérnagas sudan en la conciencia,
el apetito es frugal sobre la mesa amanecida del cierzo.

Pero quedo en deuda, sin duda, con las ventanas, con la mecedora
donde lavan su soledad las hormigas…

Barataria, mayo de 2011

martes, 24 de mayo de 2011

ÚLTIMO PABILO


En los reductos del cieno, los últimos pabilos de la noche,
los candados, las calles palpitantes de hormigas,
la sangre girando en la oscuridad de las tumbas, las aguas negras
en la neblina del humo. Hay gritos como alambradas por doquier,
sustancias disfrazadas de sombrillas, imágenes etiquetadas...
Imagen de André Cruchaga





ÚLTIMO PABILO




…y una luna sulfúrica y tremenda
toda bañada en sangre.
LUIS PALÉS MATOS




En los reductos del cieno, los últimos pabilos de la noche,
los candados, las calles palpitantes de hormigas,
la sangre girando en la oscuridad de las tumbas, las aguas negras
en la neblina del humo. Hay gritos como alambradas por doquier,
 sustancias disfrazadas de sombrillas, imágenes etiquetadas
con esparadrapos, niños comiendo en el tiesto efímero del aire:
para algunos este día quizá sea el último, entre hilachas y desnudez,
vamos mordiendo las palabras, los anónimos suicidios del jengibre,
la memoria sobre la breña secreta de tanta oscuridad.
Es cierto, este es el último pabilo del calendario;
los otros fueron gastados en el frío, durante las mercancías
de cada absurdo, en los lugares más sórdidos donde el hombre
ha caminado, días, semanas, décadas. Ahora resulta que el delirio
contribuye al calentamiento global, cuando la madera humana,
es abatida por la polilla y la muerte no distingue entre inocentes
y culpables, entre desvelo e insomnio.

La crueldad ha llegado a su punto más álgido:
deshoras purulentas del barniz en la cara, no hay límites
para esta sustancia de la impunidad que arrecia con crueldad
de alfileres, zánganos que van dejando demacrado el sudor,
las vísceras, la lengua cortada hasta la garganta,
los brazos de la fiebre en su desorbitada moribundia;
hay días donde se gastan los ojos con tanta fábrica de muerte,
con tantas camisas sin cuerpo, con tantos vestidos sin cuerpo,
senos colgando del cansancio, hijos del escombro en obstinados
 vendavales de hojarasca. No hay un día que no nos sacudan
las semillas de la muerte, el silencio adolorido,
el viaje indecible del júbilo. Aún enfrente del espejo no somos inmunes:
una ráfaga puede romper nuestras arterias, ni con abstinencias
se puede contener el gemido, la piedra inconciliable de la noche
en el taburete de las ansias. Vivimos dentro de las aguas
inminentes del delito, el grito es el último pabilo para pedir auxilio
ante la muerte, anochecemos en el ahogo de cada mañana,
cada forma humana es sólo instrumento de la bestialidad de estos días.
(Lo cierto es que la calle se ha vuelto sonambulismo de espejos:
el delirio recorre las lecciones descarnadas del alfabeto;
la lucidez es un artículo innombrable que no se puede comprar
en ninguna market, en las abarrotería o en los frigoríficos.
Lo cierto es que cruzamos la canícula con un chorro de supersticiones,
el diente de ajo, la ruda en las encías, la sal en el ombligo,
el ojo de venado colgado de la puerta;
mientras todo sigue igual por más puertas abiertas de iglesias
cobrando el diezmo para la salvación eterna.
Y sin embargo, nos muerde la indiferencia, el río de la fe apesta a monedas,
 a solitarios horcones de ceniza.)

Barataria, mayo de 2011

domingo, 22 de mayo de 2011

CLAVES DEL DESÁNIMO


Ando en este viaje, sin hospedajes, ni itinerario, sin provisiones
y sin aliento: qué clave tiene la puerta de los invitados para caminar
 alrededor del fuego, sin pensar en el desvarío de los pañuelos;
en el cenicero donde ya no caben las colillas del desánimo,
ni es posible subir al palo encebado de las escaleras en pleno invierno...
Imagen de André Cruchaga





CLAVES DEL DESÁNIMO




…y cuando la peste hacía los más terribles estragos,
el príncipe Próspero ofreció a sus mil amigos un baile de máscaras
de la más insólita magnificencia.
EDGAR ALLAN POE




Ando en este viaje, sin hospedajes, ni itinerario, sin provisiones
y sin aliento: qué clave tiene la puerta de los invitados para caminar
 alrededor del fuego, sin pensar en el desvarío de los pañuelos;
en el cenicero donde ya no caben las colillas del desánimo,
ni es posible subir al palo encebado de las escaleras en pleno invierno
 galopante, cubierto de arañas el horizonte, campos, tumbas,
muebles desvencijados, niños justo en el límite de las hormigas,
con candados la campana del bosque,
el hacha dejando sorda la sangre, la fronda de los ojos en las alambradas,
 el futuro en los libros de la duda, los peligros que acechan
la casa con centímetros de huesos. Hay por lo tanto,
un mundo incierto que veneramos en las postrera sustancia
de las quebradas; noticias inservibles, pañuelos rotos,
rutina de sombrillas negras, alcantarillas en las hortalizas,
viejos puentes de sal, merodeando el taburete donde la impudicia
hace de las suyas, como la simetría caótica de los vendavales.

En la lección de matemática, nunca aprendí la duración del semen
en un planeta de banderas inciertas; de hecho lo descubro
cuando el País se baña con sangre de chamanes,
mazmorras de implacables noticias, mostaza al gusto para darle color
a la alegría, dildos para hacer más duradera la penetración,
imágenes obedientes del pueblo de Dios, con el diezmo efímero
de la gloria, hasta enervar la calvicie del calendario,
cualquier conciencia que habite en los espejos hasta quebrarlos
con la breña de las muecas.

( A menudo es solo cuestión de tiempo para conocer los otros misterios
de la caja de Pandora; el vaso vehemente de esquirlas,
el deslumbramiento de los cuchillos en el justo camino de los desafíos:
a mitad de la embriaguez, se siente la tirantez de las enredaderas,
los libros que nunca llegan con aire fresco a sus destinatarios,
el polvo andado al filo del pozo macabro donde escala la alegría
embozada de pira u hormiguero. )

Tampoco se puede distinguir el color de las paredes,
cuando éstas son abigarrado bagazo de la caligrafía; cuando la saliva
ha aflorado desde la entraña y el cuerpo queda como un litoral
desafinado por la arena. Témpano de voces en aguas negras.
El País, es una vitrina de espinas: a más días y calles,
mayor la indiferencia; relucen los afluentes de los vertederos,
el despojo asimila nuestra sangre, intactos pasamos a la recámara
del hambre, a la oscuridad sin vados de la piedra;
nos es propicio amanecer en medio del humo con una demencia
que sólo es posible descifrarla con las claves del psicoanálisis:
la paranoia nos come en sus alterados balcones de invernadero.

De seguro en los próximos días, la lluvia de escapularios será agobiante:
tanto como las salas de pornografía de la mendicidad.

Barataria, mayo de 2011

jueves, 19 de mayo de 2011

ARS MORIENDI


La edad, sin duda, va estrangulando la garganta en el espejo;
cantos de intensas aguas, encienden la sed puntual de los días
venideros. Muero escribiendo la rotunda flor que se posa
en el cuaderno: mi monólogo ya es de ecos atardecidos,
tímidos pasos que gastan el cuerpo,
llagas crecidas por cada minuto de la brasa en las manos;...
Imagen tomada de la red




ARS MORIENDI




Apaciento mi sombra en los lugares más inseguros del pensamiento.
Oigo crecer mi osamenta cada día, mi infancia no ha terminado.
JULIA OTXOA




La edad, sin duda, va estrangulando la garganta en el espejo;
cantos de intensas aguas, encienden la sed puntual de los días
venideros. Muero escribiendo la rotunda flor que se posa
en el cuaderno: mi monólogo ya es de ecos atardecidos,
tímidos pasos que gastan el cuerpo,
llagas crecidas por cada minuto de la brasa en las manos;
he repasado las lecciones del insomnio con denodada madurez:
nada es más cierto que todo lo aprendido en el silabario
de la muerte, en el propio calendario del afán cotidiano.

Me he preparado con cierta ingenuidad de niño para ese gran día:
por supuesto, no tengo nada más que mi alegría,
el follaje de la austeridad, y la mirada tendida, clara,
sobre el Océano Pacífico. No tengo interés en otros vuelos que no sea éste:
 empezar mi viaje alrededor de la lluvia,
sepultar las uñas de la oscuridad,
ver por fin la luz para olvidarme en el oficio
de buscarla. Después de tanta noche de caballos,
la sal en los herrajes, el humo en la carne,
las ansiedades mordiendo la conciencia, uno anda leve,
el pulso quieto sin los analgésicos de la urbanidad.
He aprendido este oficio hasta quemar mis hombros
y espalda; la pasión me llevó por substancias ajenas, me hundió
en miedos, amarró ciertos parajes al patio de los demonios
que me hicieron respirar, después, en el abandono.

En cada puerta he clavado ceremonias lunares de escapularios, calles,
y remedios para apaciguar las pústulas que siempre me vinieron
en racimos de sediciosa hojarasca.
He olvidado el cactus inhabitable de los arneses, la antigüedad solar
de la zarza, el tumor de las etereidades, por la hamaca concreta
del desprendimiento: la sangre, por fin, que encarna peces
y copos de fiebre benigna.

Después de tanto sudor de alfileres, me encuentro con el acto inminente,
este paso firme que en modo alguno es cansancio, sino sobrado
rocío, llama profunda, para iluminar mi propio camino: este que,
ha tomado, la perennidad de las palabras, y el hervor tallado
de las esculturas. (La verdad me recorre de los pies a la cabeza;
por tanto, no duele este enamoramiento que me aprisiona, estoy por fin,
conforme con el pedacito de sol que llegó a mis pupilas.)
Ahora que se sirva el pan necesario en la mesa:
las ventanas ya no se disgregan, sino que son una sola profundidad,
calles y tiempo, semillas angélicas de la materia,
devotos eslabones de lo pétreo, intensa unidad del crepúsculo.
Ahora todo vuelve ya a lo doméstico: el silencio se hace inminente
en los jardines; y los sueños, una tierra de sabores
donde se bebe sin facciones el espejo…

Barataria, mayo de 2011

martes, 17 de mayo de 2011

LETANÍA DEL VÉRTIGO


En el escalón del frío, los espasmos; entre borbotones derramados
de cielo, las túnicas largas de las puertas, el murmullo atascado
en la garganta, la linterna en el atrio del suspiro, el portal del suspiro
con aire de huida; debajo de la lengua, juega el aire a silbidos,
tiemblan los caminos quebrados de las ventanas, la luz me pierde...
Imagen de André Cruchaga ( Redondel 25 Av. Norte, San Salvador)




LETANÍA DEL VÉRTIGO




abro los ojos, para no ver reseco el árbol de mis sueños,
y bajo él, la muerte que me tiende la mano.
JORGE TEILLIER




En el escalón del frío, los espasmos; entre borbotones derramados
de cielo, las túnicas largas de las puertas, el murmullo atascado
en la garganta, la linterna en el atrio del suspiro, el portal del suspiro
con aire de huida; debajo de la lengua, juega el aire a silbidos,
tiemblan los caminos quebrados de las ventanas, la luz me pierde
en el reflejo del peltre, en las manos no caben las sonrisas dibujadas,
ni los sentimientos amargos que juegan a alacena, capaces
de cambiar mis ojos. De rodillas frente al mundo, la lengua cansada
en la ciénaga del cielo, una letanía de puños que alguien colecciona
con cierta ansiedad. La oscuridad onírica de la razón suelta recetas
 ineludibles, y fantasías de arcaicos equinoccios.

Camino, hoy, entre depredadores de cuerpos y mentes:
todo el corpus del viento, hace su periplo de río remoto, de riguroso
 escenario para las negaciones, hurga la esquirla, la oscuridad
del insomnio en el alma, las páginas de la ciudadanía disueltas
en la caverna, en cada desaliento que trasnocha en su circular oleaje.
Me atrevo a desafiar el vértigo cada noche
Sobre la página acumulada en la memoria: hay ruidos de vehemente
 letanía, ilegibles cadáveres, ambigüedades que me dan la sensación
de una letanía interminable. Este tiempo ha metido muchas aguas
en mi bolsillo, que de pronto pesa cada odre, como una piedra postrera
 amarrada al pliego de mis poros.

Suelo contar las palabras de los periódicos
como quien cuenta las canicas tiradas sobre las losas:
siempre hay razones para jugar o para llenar pañuelos en medio
de la incertidumbre; vivo en esta Patria efímera de mis propias
resistencias, aquí, hasta el caos muerde mis testículos,
la cotidianidad de cada fisura, los instantes que giran reiteradamente
sin decir nunca adiós, porque siempre se quedan en el oído
como hojarasca penitente.

(El polvo que atiza mis pupilas es fiel reflejo de la desnudez
abierta de la respiración: desvive la sombra en su tinaja de huesos,
la falta de luz para mirar las calles, las largas sábanas
de luciérnagas opacas, la medianoche coronando los tejados
entre paredes de hambriento escalofrío.
Aquí siempre el vértigo y la náusea, las fosas disfrazadas de garganta,
los mendigos esperando un milagro,
los sueños florecientes del vinagre, el purgante de la embriaguez
mordiendo el grito en los ceniceros. Se hunden mis ojos en la campana
ciega de la sordidez: cada vez se acentúa el atrio de las letanías,
cada vez, --vos y yo--, en medio de la manteca de cuche de la noche,
en la ceremonia cuesta abajo de las almádanas,
en esta carne de las semanas sin posibilidades de respiro.)

Barataria, mayo de 2011

lunes, 16 de mayo de 2011

ARS MORIENDI


Lenta la ola de cipreses que se cierne sobre las sienes. Rachas
de silencio que se asumen, cuando el sueño real golpea las rendijas.
Tras años de esperar que venga, hoy se hace visible en las calles
pálidas del aliento, en cada atajo que toman las vestimentas,
en el polvo de los cirios que traen las reminiscencias.
Imagen: Redondel 25 Av. Nte. San Salvador, de André Cruchaga




ARS MORIENDI




Will this ever end?
Will this house be a home again?
FABER DRIVE




Lenta la ola de cipreses que se cierne sobre las sienes. Rachas
de silencio que se asumen, cuando el sueño real golpea las rendijas.
Tras años de esperar que venga, hoy se hace visible en las calles
pálidas del aliento, en cada atajo que toman las vestimentas,
en el polvo de los cirios que traen las reminiscencias.
No sé si es la última palabra que cae sobre las aceras, la última
saliva en la expiración de la oscuridad,
la trama hacia otras rebeliones insaciables.

Siempre afino mis oídos para el día que me troque adentrarme
en lo inexplicable, aunque de antemano tenga noción de los senderos,
de ese instante donde cierro las pupilas al mundo;
siempre es un andar preparatorio de barcos: anhelos, noches,
gargantas en la sombra,
furtivos jarros de madera donde bebe el crepúsculo cada presente
consumado, ojos donde los pasos se aligeran.
Dentro de la maleza hay sombras profundamente vivas, palabras
que escarban tantas ausencias, ventanas desahuciadas,
paredes sin puertas donde zumban los sombreros del espíritu.
Voy muriendo en cada fósforo que se cae de las manos, en los gajos
de neblina al borde de los espejos,
gotas de luto en cada minuto de la carne, desatinos
mordiendo la delgadez de los brazos del fuego: cada día aprendo
a morir en el azúcar de los ataúdes; hay de vez en cuando pájaros
que me ayudan a sobrellevar la carga, la alta hora sumida
en la alberca de mi propia conciencia.
Sé que no es fácil tomar la espada como pétalos. Sé que hay páginas
Todavía no escritas sobre la madera, huesos que roer al pie de la tierra.

(Me apresuro a caminar lentamente, en sigilo, en las aceras;
así me apropio de los rescoldos,
de la fogata ofrecida por el arcano, de los encajes del sexo derramado,
de la fruncida piel de la claridad, del devaneo del agua en mis poros.
A menudo siento extraña la cercanía de los adoquines en mi respiración:
siento los cascos desplomarse en el pecho,
el saque del aire,
los pinos llorando en el crespúsculo. Se muere tantas veces,
que la propia muerte resulta irreal, advenedizas estampillas sin Lázaro,
rostros que al desplomarse laceran la cama donde las sábanas
palpitan abanicos de convulsos pólipos.)

y sin embargo, veo fijamente los muebles del paisaje: las sillas
desvencijadas y el mantel hecho trizas por la lluvia;
En este aposento sentimental de las palabras, le doy vuelta
a las campanas, y atizo el desalojo del calendario, y finjo pañuelos
con mis manos y entonces, también, un río irrenunciable se aproxima
al pulso del día, a ese día madura del despeñadero.
Lo demás es ganancia para un rostro que ya no mira: el viento
Es una sombra en mis pulmones…

Barataria, mayo de 2011

domingo, 15 de mayo de 2011

CANCELACIÓN DE LA FOSFORESCENCIA


En la oscuridad, es la oscuridad la que se expone en mis pupilas;
quizá nada pueda verse después de todo el latido y la avidez
luminosa del aliento. Los sueños de la audacia al desnudo,
la tierra que se vuelve frágil al acecho del invierno: hemos cancelado
mesa y sobremesa y puertas y techos y balcones.
Imagen tomada de la red





CANCELACIÓN DE LA FOSFORESCENCIA




To the outside, the dead leaves, they all blow (alive is very poetic)
For'e (before) they died had trees to hang their hope…
BAND OF HORSES




En la oscuridad, es la oscuridad la que se expone en mis pupilas;
quizá nada pueda verse después de todo el latido y la avidez
luminosa del aliento. Los sueños de la audacia al desnudo,
la tierra que se vuelve frágil al acecho del invierno: hemos cancelado
mesa y sobremesa y puertas y techos y balcones. No sé si hay en algún
 lugar del mundo empréstitos para la luz, inventariar los relojes
en la imaginación, quitarle el monopolio a la libélulas,
surtir el pecho de palabras diáfanas después de deambular a oscuras
en la ciudad después que ha perdido sus faroles y ahora sus calles
están proscritas, tomadas por catres desvencijados.

Resulta temerario el alfabeto subterráneo de las criptas en plena ciudad,
 sobre todo cuando a la par de la violencia está el catecismo,
los salmos, los aforismos nacidos de los burdeles, los incontables
 machetes en medio de la oscuridad. La noche es la noche
en el petate de las aceras, donde nadie camina sin tropezar con tanto
 tiliche; de pronto se aspiran navajas de sigilosa pandemia,
pasiones de nudosos pies, huéspedes emergidos de los insólito,
—hoy la boca tiene fatiga de regazos.

De cierto caminamos diariamente a la par de nuestro enemigo;
es interminable el río de ceniza, las monedas pululando
en los tragantes, la brusca fragancia de las aguas negras, el frasco
de píldoras de felicidad que nos ofrece el silencio, la brasa gris de la Patria
 en el cieno: (amo sus cansadas escaleras, la altivez proscrita de la luz,
la cancelación de la alegría, pues ahora, nos acompaña la plaza
con su esbelto caos: opacos atuendos de la llaga, carcomas, pasamontañas,
 llantas incendiadas al pie de las ventanas de este tiempo maloliente.)
Amo este suelo de dura Babilonia. Amo este hierro de tristeza
Apostado en el suspiro, —ahí, en lo que puede ser fosforescencia,
está la oscuridad como verdad inapelable.

Algo se quebró en esta Tierra, que ahora se desdibuja si se toca;
algo ya no es que duele su imagen diminuta, la luz tarda, abierta
a la noche. Miramos la ropa del horizonte arder en llamas. En realidad,
si no lo es, se insinúa la ceniza, apoteósica, hiriente de dientes
y archivos secretos.
—¿Cuándo sabremos que en las esquinas no nos vigila el hampa,
ni las paredes sean inquisidores cuchillos, ni la mano cierra el puño
de las sombras, la gota de sal sobre la piedra o el cemento
o el asfalto? Cancelamos, por cierto, la fraternidad para darle paso
al solitario candil del duelo, al tufo que se expande como ráfaga
en toda la ciudad.

(Todo se apoya en códigos siniestros: ningún mensaje es halagüeño
entre bambalinas; ningún grito puede volverse apócrifo.
Habrá, entonces, que reinventar las semillas, y hacer de la luz
un camino de alegría y no un invernadero para escribir epitafios.
Habrá que reescribirse el día y la Patria con luciérnagas.)

Barataria, mayo de 2011

viernes, 13 de mayo de 2011

ARS MORIENDI


Sobre la intensidad del mundo, el escalofrío del animal solitario:
el alimento de sombra y memoria, la sombra sin reparo jugando
desde los pies hasta las sienes, decreciendo en el desparpajo
de la respiración: empiezo a duplicar las ausencias en el espejo
de la noche, a quitarme los excesos que ocupan mis huesos,...
Imagen tomada de la red





ARS MORIENDI




¿Por qué buscan tus ojos colmados
ausentes?
¿Por qué duermen hurañas gaviotas
bajo tus sienes?
CLAUDIA LARS, [en FÁBULA DE UNA VERDAD]




Sobre la intensidad del mundo, el escalofrío del animal solitario:
el alimento de sombra y memoria, la sombra sin reparo jugando
desde los pies hasta las sienes, decreciendo en el desparpajo
de la respiración: empiezo a duplicar las ausencias en el espejo
de la noche, a quitarme los excesos que ocupan mis huesos, las calles,
las palabras inmóviles. El tul de la materia se deja poco a poco.

La utopía obediente gira en las palabras, —aguas que cruzan fervientes
surtidores, fuga sin abrigos en este viaje de polifonías interiores:
aguzo los sentidos; aquí reinvento la crin de los jardines,
voy con el pabilo de los muertos a otro asilo de esperanza sosegada;
día a día he leído las parábolas, he esculpido cada destello
en la conciencia: “ahora estoy en el camino” que advirtieron
los relojes, el fluir germinativo del viento.

(Poco a poco he ido entendiendo las claves del viaje:
la sombra de mi madre, en los difusos manteles de los árboles,
toda la intimidad que traspasa los caminos, el río de la sangre
como un vitral de inminencias. Hay un resplandor de claridades
desveladas, manos de atardecidos navíos,
cierta quietud del pájaro en la penumbra, consciente del desvelo
el sol poniente del infinito que me espera, que toca los pañuelos
del zodíaco y torna sutil el apetito a esta obediencia de la vida:
morir en la alegría del incienso, solo en el ala que anticipan las semillas.)

El rumbo ya está dado. Hay en la alforja, brújula y reloj,
puertas oferentes que van a dar al mar,
y anclas para cuando llegue el silencio y almohadas donde está
el sigilo y el aprendizaje de todo el calendario.
Al otro lado de la ciudad, tienen epígrafes los cementerios: leyendas,
trozos de soledad, latidos tocados por el ocaso, racimos de luz,
ansias de misteriosa metamorfosis.
Sobre la ropa cuando la hora se acerca al espejo, cuando las gradas
están próximas para descender, sin consideraciones, a la noche;
los ojos han ido moldeando todas estas claridades, (no hay penas,
ni tribulaciones, ni zozobra: es sólo, ahora, la ebriedad para cual
he caminado largos senderos, y revalidado mi sed de vuelo.)

Lo demás, lo que queda, ya no me pertenece: la lección de la semilla
y la madera es ésta: la muerte no necesita de alforjas ni alacenas;
aprendí la levedad de equipajes, el latido austero del sonido,
la historia sedosa de los poros.

Para este camino, nunca necesité de amigos: uno aprende a morir
solo, dentro de ese taller cercado de la fe. He esperado tantos años
para esta simplicidad de calles: en cada estación, sangraron
las yemas de mis dedos, en cada caída me alivió el rocío, en cada
cautiverio hubo cándidas luciérnagas, en cada latido, intuición
de mapas, a tal grado que siempre en medio del teatro, encontré
el alfabeto con aire de imaginable pan.

Consciente del viaje, he confiado en mi laboriosidad de hormiga:
Pronto será temprano para habitar la tierra…

Barataria, mayo de 2011

miércoles, 11 de mayo de 2011

ALEGRÍA OLVIDADA


Es piedra, hoy, el cuerpo certero de la alegría: adusta forma
de la trama, hilacha del aire rodando en los brazos. Olvidamos
la piel del cierzo y calcinamos los puntos cardinales hasta que la luz
dejó de ser hacendosa fogata.
Quemamos la diurna hora de los caminos; ahora la ceniza hace
lo suyo: al perder la alegría, la medianoche nos cae como agua fría,...
Fotografía Lázaro Aguirre





ALEGRÍA OLVIDADA




I'm getting buried in this place
I got no room, you're in my face
Don't say anything, just go away…
APOCALYPTICA




Es piedra, hoy, el cuerpo certero de la alegría: adusta forma
de la trama, hilacha del aire rodando en los brazos. Olvidamos
la piel del cierzo y calcinamos los puntos cardinales hasta que la luz
dejó de ser hacendosa fogata.
Quemamos la diurna hora de los caminos; ahora la ceniza hace
lo suyo: al perder la alegría, la medianoche nos cae como agua fría,
sin la posibilidad de volver a los jardines absolutos
a los diáfanos nidos del respiro, a los secretos que da la claridad.
Hoy que la tormenta ha revelado su presencia triste, los pañuelos
afirman sus faenas, dan forma al facsímil de la sal, transcriben
las mayúsculas desordenadas de las palabras,
salta el estertor como un Lázaro entre nublados tiestos;
el embudo de los encajes desgarra las miradas, oscuras risas
de piedras astilladas como espuelas de un jardín de ixcanales.

En el trajín de los fermentos cotidianos perdimos la alegría:
hay vinagre en la boca como relojes desvencijados, memoria de días
inválidos, ventanas de ahorcadas faenas,
campanas de sosegada sospecha. Ahora sólo el rumor aflora
de manera insoportable, múltiples monotonías líquidas, dan paso
al rastro de las paredes pintadas con antorchas.

Ahora la travesía ofrece personajes mortuorios y lecciones de páginas
inciertas; nos sorprende el universo con su bruma convertida
en cancionero, con toda su arqueología de puerta olvidada.
(Ahora daré a los pájaros mi aliento: el aire donde empiezan
los secretos y recuerdos, a ser luz. Suben las ramas del sonido,
rauda la montaña de la clarividencia, instante donde mayo se pronuncia
hondo, la Siempreviva del calor en las palabras,
los brazos fatigados dejan su crepúsculo: suenan sobre las aceras
los pasos de los transeúntes,
la luz es blanca en el aliento, la luz es pasión del parpadeo.)

—Indudable fue la noche entre matorrales.
Maderas ciegas, insaciables de oscuridad, ríos de ardorosa espuma,
cayeron en las manos como arena desmoronada,
agujeros con destapado hollín, espejos de lentos suspiros,
ceniceros grises donde jugaron las libélulas sus últimas alas.
En qué momento la sombra del olvido, perdió la alegría, la escalera
de la risa, la puerta confiada de azules,
la apetecida ola, mar verde del aire en la ropa?

—Simplemente, la sed perdió su plenitud de extensión pura.
Y la verdad, no quedan ojos para sostenerlos en las manos; no quedan
no quedan manos para amasar la frescura, ni sazones de condimentos,
acaso, sólo lenguas envejecidas por el tráfico,
honduras que la noche subleva a fuerza de memoria.
olvidamos cuanto los brazos tienen de follaje: y hemos comprobado
que sobre la piedra, hay fugacidades como el instante de las pupilas,
como la tarde breve de las acuarelas…

Barataria, mayo de 2011

martes, 10 de mayo de 2011

INVENTARIO


Cada quien, entonces, a través del camino inminente de la bruma,
la piel en los caballos de la ausencia, buscando el hambre
en la salmuera de la flama, inventariando los caminos del sollozo,
mudando la piel de la muerte. (Siempre es así cuando se persigue
la sombra de los recuerdos en las repisas de la alacena,
palabras insoportables, dislocados poros de la arquitectura.)




INVENTARIO




You used to say live and let live
(You know you did, you know you did, you know you did)
But if this ever changin' world
In which we live in
Makes you give in and cry…
WINGS




Cada quien, entonces, a través del camino inminente de la bruma,
la piel en los caballos de la ausencia, buscando el hambre
en la salmuera de la flama, inventariando los caminos del sollozo,
mudando la piel de la muerte. (Siempre es así cuando se persigue
la sombra de los recuerdos en las repisas de la alacena,
palabras insoportables, dislocados poros de la arquitectura.)

En los terrones de la noche escarban doblemente las sombras;
el andar sin palparse, casi contando la dentadura inexistente,
los ojales del escalofrío,
todos los juegos del desparpajo sin reparo,
la temperatura a Celsius en cada uno de los poros, uno a uno
hasta contar espejos de sal, noches con nombres de ensimismada
indiferencia, hojarasca en la recta final de las calles.
Es como haber permanecido inmóvil tanto tiempo en el ojo fijo
del páramo, en el costado de la sospecha de la arena;
quizá el juego era una carrera de relevos y había que olvidar,
pronto, los dedos alargados de la historia.

—Algo es cierto: el esmalte lo borra el sudor de los zapatos; algo dice
adiós a la ropa agotada,
al ala oscura del filo del horizonte, al nudo que sostuvo la boca
del sol mientras llegó la noche, el puño del calendario rompiendo
las palabras: ese juego de doble cara de las inquisiciones corporeizadas
en la lengua, en cada juguete brusco del invernadero.
Inventariar nombres y ausencias, quizá agudice el otro yo ensimismado
provisto de recuerdos: calles subiendo a la memoria,
alforjas con palabras nocturnas,
manteles y otros tiliches del invierno.

El pensamiento es así y no cabe, por supuesto, en los dientes,
en cada imagen íntima de los frutos caídos, a veces tetelques,
en la raíz herida de la desnudez decadente del aire: aún así, el ojo
transita sobre la piel del pájaro,—en algún momento cuento
los días festivos del calendario, los asuetos,
los panales de labioso alfabeto: hago recuento de todo. De todo.
Es seguro que algo quede olvidado: adónde ir, después de todo,
con tanta ausencia, agotados dioses en la saliva;
adónde quedarme, consumida la fogata y la brasa,
el imaginario derrumbado a almadanazos, la piedra sobre la tiza
puesta en el labio tartajo del desplome.

He inventariado, también, los crepúsculos, por si acaso.
El portal de los labios, las páginas espesas de la trementina,
las paredes de adobe del pecho, tanta mirada desvencijada
en los parques, junto al pino dislocado de la claridad.
(En otro lugar ordeno las fotografías de las pupilas, los pómulos
Del susurro, el arpa de los dedos, el termómetro del cierzo.
Y en otro lugar las estatuas para que las cubra la intemperie.)

Barataria, mayo de 2011

lunes, 9 de mayo de 2011

Y ASÍ LA TARDE HUYE FRENTE AL ESPEJO


Y así, la tarde, —inhóspito huésped—, huye de su propio espejo:
la campana de la respiración tiene otros albores; es otra la palpitación
sin los asedios cotidianos, sin el ojo despiadado del tizne.
Sólo quedan los rasguños de la emboscada, el yeso negro
de las carcajadas, las tablas desclavadas de los carruseles,...
Fotografía de André Cruchaga





Y ASÍ LA TARDE HUYE FRENTE AL ESPEJO




Y así, la tarde, —inhóspito huésped—, huye de su propio espejo:
la campana de la respiración tiene otros albores; es otra la palpitación
sin los asedios cotidianos, sin el ojo despiadado del tizne.
Sólo quedan los rasguños de la emboscada, el yeso negro
de las carcajadas, las tablas desclavadas de los carruseles,
y ese camino en zigzag que impide ver las líneas rectas de la luz.

Alguien deberá hacer la rendición de cuentas
con su propio subconsciente; desmontar los pertrechos de guerra,
asir el bálsamo sin alfileres,
planear los nuevos instrumentos de labranza.
De pronto salgo de los estándares de la palpitación: quedan pájaros
en la retina, pero no el adusto ceño del insomnio,
ni la porfía incierta de la oscuridad.

El espejo desvela los propios matorrales, las uñas del búho
en su pabilo de imágenes fijas, colores escindidos en la desazón.
En el fruto efímero de las semillas, la conciencia revela su tiempo:
los aromas desgastados del viento,
el rito de la cocina, los maquillajes en sobres de especias,
y hasta el cuaderno de los ojos con la dimensión adusta de la sal.
En la otra vida habrá que darle cuentas al aliento:
morder el paraguas de los girasoles, sacudir el talpetate de los poros,
recortarle las uñas al horizonte,
sumar sin lenguas aviesas, lavar los lavatorios, el mingitorio
del desierto de la moribundia, evangelizar los espejismos,
acercar la brújula a los litorales del amanecer que no son pocos.

La misma orfandad tiende a robarle los sueños a uno. —apesta el aire
de los rincones, la celebridad virtual del universo,
los contrastes de la risa, el paseo por las estaciones del chat,
la piedra que está ahí, incólume, en los sueños,
el umbral de rodillas como el vuelo de la ceniza, —No sé qué más trae
el ancla de los paralelismos, lo vacuo, el humo que de pronto
se yergue en catedral de feligreses radicales, inconclusas valijas
del asedio, sombras que, a fin de cuentas consumen los cirios.

(Me despido formalmente de la otra cara de la moneda:
dejo las carnicerías agazapadas de los meses pretéritos,
el trueno encamado de la alevosía,
aquellos cristales que ondearon un día como banderas verdes,
el parpadeo de porcelana en la pulsión de los cementerios.
Dejo el falso jardín, erigido en el estío: la inflación de los panales,
el despojo que produjo el rapeo,
y hasta el paladar hendido de los sexos en las veraneras.
No hay victorias en la noche, salvo la albarda de las sombras;
el espolón de las cobijas
una ciudad abrazada por los siete círculos del silencio…)

Barataria, mayo de 2011

domingo, 8 de mayo de 2011

DESCALZA, LA VENA DE LA AURORA


Hacia el día, la aurora dibuja manojos de imágenes:
esas que asaltan, de pronto, nuestros ojos, y se vuelven íntimo
paisaje del aliento. Sí, vuelven trapecio el viento que cala en las sienes,
surten la filial raíz de lo humano.
Fotografía de André Cruchaga




DESCALZA, LA VENA DE LA AURORA




Hacia el día, la aurora dibuja manojos de imágenes:
esas que asaltan, de pronto, nuestros ojos, y se vuelven íntimo
paisaje del aliento. Sí, vuelven trapecio el viento que cala en las sienes,
surten la filial raíz de lo humano.
(Siempre hace bien la mudanza de los días, desbrozar la puerta
y los sentidos; caminar bajo el esplendor de los senderos,
oler la claridad desde la tierra misma.)

Siempre reconfortan, desde luego, algunas horas de silencio:
cuando la maleza llega hasta el cuello, hay que sacudir la viga,
y buscar otras veredas sin pasamontañas.
La vida requiere de sutiles orfebrerías para que el aire no despunte
en espuma: cada hora hay necesidad de asumir los riesgos
del camino, limpiando primero las sábanas del día anterior.
Como el árbol, la luz retenida en las raíces de mi respiración,
el ojo poseso de colores,
a solas las palabras, sin el candelabro ensimismado,
las flores de mayo con su dicción de invierno,
la jícara amanecida en los párpados como dos senos, fresco sexo
del viento a manos llenas, en las ventanas sucesivas, instaladas
en el pecho, descalzos caballos del cielo en el latido secular
de las paternas, dulzainas en ráfagas del pulso,
despojada carne en el aceite de oliva.

Siempre he vivido la vastedad de los caminos, cada hipotenusa
suspendida en la polea de los relojes, en la explosión de mi propia
quietud, en el terciopelo del pezón de las glorietas,
la caja del tórax con élitros: siempre, cuando camino descalzo,
la voz salta las líneas del ala,
llueve en la herida cárdena de los alelíes, en la solapa de la saliva,
en el azahar de las aguas del cuerpo,
en el deseo mismo de los lóbulos, —vivimos consumiéndonos
en claridades, en la ventana amanecida del cierzo,
y hasta en la llaga de amor pintada en las mochetas de la piel,
en los horcones del combate, en el convulso aire del despeñadero,
hasta llegar al alambique huracanado del muelle derrumbado
por la lengua. (Así de simple y sencillo es todo. No hay imposturas
al caer en nuestras manos el horizonte,
salvo los azúcares del rasguñeo, la refracción de la sal en su obstinado
empeño, el tiempo mismo asido cómo túnica,
el pergamino líquido, total de la piel en el trance de los pesos
desvividos, rapto de la vida, más tarde restañado.)

Hacia el día, la aurora dibuja manojos de imágenes: el propio
desván de las miradas, los esteros respirados del alba,
la alegoría del fuego fundida en los cuerpos, descalzos límites
en el cedazo del paisaje, fósforos a quemarropa de los muelles,
cavilando la próxima estación: la aurora, en todo caso, es la ilusión
del minuto, en el cuaderno resumido del deseo.

Barataria, mayo de 2011

sábado, 7 de mayo de 2011

DESNUDEZ DE LA MEMORIA


Todo el tiempo recordamos, acaso, el conocimiento de la ráfaga,
la danza del río reflejada en la memoria, las diferentes formas
del destino en el aliento. La vida es ese abatimiento de conjuros
que autoexpulsamos o consagramos, antes o después,
en los recuerdos marginales de las semillas.
Fotografía de André Cruchaga





DESNUDEZ DE LA MEMORIA




Todo el tiempo recordamos, acaso, el conocimiento de la ráfaga,
la danza del río reflejada en la memoria, las diferentes formas
del destino en el aliento. La vida es ese abatimiento de conjuros
que autoexpulsamos o consagramos, antes o después,
en los recuerdos marginales de las semillas.

Nos niega la perpetuidad conclusiva: somos a fuerza, seres efímeros;
y por tanto, caminamos sosteniendo todo lo que nos niega,
la película lineal de la esgrima,
los miedos paralelos a la bruma, el sudor que extenúa las costillas:
nunca se agotan los pretextos para conjurar la habitación
exacta de los abatimientos,
la presencia expansiva del libro de la memoria,
el bien y el mal en las contradicciones manifiestas de la piel:
vivir cada día recobrando la conciencia de los unitivo, a veces, la fe
desfallecida, las nostalgias atesoradas en el aliento,
la orfandad que nos obliga a nombrar ciudades extrañas,
vientos que nos acerquen las distancias, y surcos donde quepa el sosiego.

La niebla pasa persuasiva sobre las sienes;
los días de páramo hacen lo suyo en el dintel, el espacio
de la respiración con sus árboles crecidos: avanza el tiempo,
los recuerdos como una atalaya de sábanas.
En un momento esta faena se vuelve amplio camino, luz creciente,
fermento del tacto asumido, y hasta fruición de los tiempos
clandestinos en donde la intimidad fue intensa estrella,
cipreses de ofrecida trementina,
blancos pechos en racimos, alacenas de germinal poderío.

Hay tanto que recordar, después de todo: el asalto a las calles,
los muertos que nunca faltaron a la luz del sol,
los charcos de la esperanza alumbrando el sigilo, la noche que elevó
las propias plegarias, amar la metamorfosis de uno mismo,
los cuentos de hadas que ahora parecen estados sobrenaturales;
pero también en los recuerdos hay caballos cenagosos,
memoria de oscuros remiendos, aquí que se ha vuelto noche
el camino, las escaleras de la brisa en ramas,
el destino en una sombra desconocida, las formas, simples formas
de la escoria, antorchas de nocturnas saetas, días con espuelas,
hangares de girasoles caídos en los párpados,
aceras sometidas al anonimato, bocas de pálida espuma.
—Desnuda la memoria, se clarifican los anteojos: todos los paisajes
quemados en la voz,
los silencios creados en torno al tapete del sexo: no sé si puedo
afirmar que he vivido. Alguna vez tuve que romper los embudos
del entrecejo y caminar quemadas las ventanas,
y sobrevivir sorteando acertijos, reconociendo en los pañuelos,
la conspiración del reloj y las tijeras…

Barataria, mayo de 2011

viernes, 6 de mayo de 2011

ABISMO INFINITO


La eternidad deja de existir cuando la vida se vuelve escombro.
No existen, hasta donde sé, absoluciones para el gemido:
desnudarse es entrar descalzo a las aguas del cielo, ver la claridad
anticipada, morder los calcetines de la noche,...




ABISMO INFINITO




Step right up and see the man who taught the truth
Swing the noose again
Pierce the apple skin
You bit more than you need
Now you're choking on the bad seed…
METALLICA




La eternidad deja de existir cuando la vida se vuelve escombro.
No existen, hasta donde sé, absoluciones para el gemido:
desnudarse es entrar descalzo a las aguas del cielo, ver la claridad
anticipada, morder los calcetines de la noche,
imaginar pasajeros con arco iris indelebles, masticar los insectos
del acantilado, lamer las urgencias de los tobillos,
sudar la mano en medio del musco hasta encontrar la sintaxis
de los ríos desvelados.

Claro que hay velámenes halados por caballos de nocturno
escapulario, mares ignotos en el tinta del cuaderno, y demonios,
de pronto, convertidos en héroes.
a menudo me resisto a la hora cero de las tejas: siempre la paradoja
de las puertas es un dardo en las sienes,
la hoguera me consume en su anónimo espejo,
el resuello hondo de quien nunca regresa, después de de caminar
sobre los rieles de la saliva, en el último suspiro de los espejos,
la promesa difusa del invierno que nunca se cumplió,
pese a los ayunos
y al libro blanco del sobrevuelo de los ángeles.

(Al final, la vida es así: el tiempo también cambia las palabras;
el hollín, se ha vuelto la madera en desuso,
las aguas de los genitales un día serán cenizas y no habrá quién
las reconozca sobre la mano deshojada, —no habrá quien reconozca
la fantasía, si acaso, la fatalidad desterrada, hecha crepúsculo.)
jamás me he fiado de la proeza del gotero, ni siquiera del extravío
que de pronto nos puede parecer un manantial:
de un día a otro, la alegría se convierte en pañuelos noctámbulos;
y la cocina, en mueca de afinidades,
en oculto cofre para hacer de cada página una lápida de oprobio.

Hay abismos superficiales como la rama seca que cuelga de los párpados;
sin cábalas, se perdió el misterio,
el infinito espacio de los encajes, el despertador de medianoche,
el sueño respirado bajo la sábana, el aliento de la lluvia.
Hay días donde las cebollas hacen lo suyo: días de muertas escamas,
paisajes sin alcoba y ventanas, arroyos de cipreses caídos,
bocas de intrusos ajos,
hamacas rotas del reloj innombrable, sótanos donde se consumen
las antorchas, —el yo y el otro yo, escuálidas imágenes de ataúdes
a dos manos con el follaje.

(Cuando invocamos el desayuno, se cierran las persianas de las palabras:
salta el túnel de las paradojas como un campo de batalla;
desde luego, el eco de los andamios socava las funerarias,
este no llegar nunca a puerto, por más que se sude y s enciendan
las lámparas del gozo: así recuerdo que mesa es una paradoja,
y la sombra, la brasa que nos quema.)

Barataria, mayo de 2011

jueves, 5 de mayo de 2011

PUERTA AMANECIDA


Crucé el umbral de la hipotenusa en el abril en llamas de la puerta
 amanecida, luz derramada en el hilo de la ternura, filo memorioso
de la luz hacia el ombligo, campanario reptando hacia el eco
del parto: sed infinita, el alba del horizonte.
—Vos, desde la ventana imaginaria de mis poros, desde la hoja
del sueño, aurora del mar sobre la espuma;...





PUERTA AMANECIDA




In the dark, for a while now
I can't stay, so far
I can't stay, much longer
Riding my decision home…
KILLERS




Crucé el umbral de la hipotenusa en el abril en llamas de la puerta
 amanecida, luz derramada en el hilo de la ternura, filo memorioso
de la luz hacia el ombligo, campanario reptando hacia el eco
del parto: sed infinita, el alba del horizonte.
—Vos, desde la ventana imaginaria de mis poros, desde la hoja
del sueño, aurora del mar sobre la espuma;
ahí el sol del vuelo, no la vigilia; ahí el aire transpirado,
de los velámenes en cada óleo del azúcar, en cada péndulo que amanece
en el deseo como el espejo limpio que revienta el cierzo:
(no sé si el fuego llenó de riesgos nuestro desafío,
extraños altares se yerguen en este arrebato donde nadie rehúsa
a la súbita emoción del bosque.

Se muere una vez. Y se muere tantas veces que uno pierde la cuenta.
El latido, quieto, es la otra forma del vuelo sumido:
quedan los pretéritos anticipados, el otro espejo en la balanza
de los muertos, la poesía que queda, pues, como un templo,
desnuda voz en la respiración marginal de las aguas.
La muerte es otro de los tantos caprichos del respiro: despertamos
para morir, ciertamente, en este planeta de efímera rosa;
quedan cuadernos y sábanas y silencios de sabia tormenta.)

La huella digital seca sus andamios, salvo la crepitación de las aguas,
las alacenas amanecidas junto a las claridades,
la intimidad clandestina que se pierde en los fermentos,
la rosa que atardece en los navíos del crepúsculo.
¿Dónde están, después de todo, los caminos asumidos de la semilla,
el equilibrio de la ruda,
ese largo silencio anticipado del cuerpo? —El pájaro emigra hacia
las lejanías del bosque, contando las horas del granizo,
los días que confundieron la boca, el dolor de ser siempre ceniza
giratoria: las realidades resultan ser la propia huida,
el cortejo fúnebre del ala, la certeza de las aguas en abandono.

Entran los balcones en el rito fraternal del espejo:
¿Cómo se llama el camino de las altas esferas, la invisible danza
de la piedra en la voz vital de las escaleras?
—Hay nombres diversos para caminar en medio de las aguas partidas,
nombres diferentes de la misma ebriedad,
estaciones que caben en el espacio de la lengua,
riesgos de no dispersarse en el aire, noches de inmensos granos,
ciegos altares que el pecho ya no siente, porque todo ha sido honda
noche, sobre la bruma del camino.

Uno termina siendo lo que es desde el principio: escombro
De paraguas en el aliento, esa eternidad de girasoles que no existe
Y que sin embargo, anda con nosotros todos los días como los dedos
De las manos, inseparable atalaya de las libélulas…

Barataria, mayo de 2011

miércoles, 4 de mayo de 2011

DESTINO DE TRENES


Cuando el tren me regrese a casa, habrán escapado las ventanas:
la fuga siempre ha sido un remedio de almohadas.
El olvido es un tren donde fluye el abandono: partes de uno,
substancias, epitafios, largas abstracciones de rieles, líquidos
itinerarios donde juegan los vagones su desgaste natural.
FOTOGRAFÍA TOMADA DE TEMUCHO-CHILE-TREN DE LA ARAUCANÍA




DESTINO DE TRENES




I'm coming up only to hold you under
I'm coming up only to show you wrong
And to know you is hard and we wonder
To know you all wrong,…
BAND OF HORSES




Cuando el tren me regrese a casa, habrán escapado las ventanas:
la fuga siempre ha sido un remedio de almohadas.
El olvido es un tren donde fluye el abandono: partes de uno,
substancias, epitafios, largas abstracciones de rieles, líquidos
itinerarios donde juegan los vagones su desgaste natural.
En cada tren, los vagones comparan la brújula del paisaje:
de cara a los recuerdos, me resisto a cambiar el rostro del espejo.

Siempre estoy de paso respirando las palabras que van conmigo:
rieles, calles, adioses, duelos, es lo mismo,
sobre todo cuando no hay razones para quedarse,
salvo el sótano, el asedio de los ataúdes, el límite total del aire
en la boca, todo lo más próximo a los epitafios.
¿Es posible quemar el destino de las palabras, los archivos del hombre,
la miseria del parpadeo con su argamasa de sal,
la topografía del itinerario,
todos los nombres que condujeron a la soledad?

—En el sueño hay distancias de polvo sin alternancias, sentidos
adversos de la dulzura, resúmenes gratuitos de silencio, rostros
demasiado adustos para trepar escaleras;
cuando amanece el sueño ha transpirado todos los maleficios,
la quimera pendular de la ceniza, el sigilo intrépido de los vagones,
las calles líquidas del próximo deseo,
el espejo que siempre me acompaña desde la equidad de la balanza.

(En las estaciones hay otros ojos moribundos iguales a los míos:
negras bodegas de párpados, celdas opacas,
cablegramas que nunca llegaron a sus destinatarios,
dedos amontonados en el esqueleto de las aguas, distancias
del arrepentimiento, indigestiones de una ciudad que ya no existe.)

Siempre hay desesperación en esta fuga permanente:
es un ir incesante hacia los retratos, hacia donde el pájaro
se pierde en el dolor, insectos disecados en los jardines,
alfileres de quemadas ansias, ojales parcialmente cerrados,
caminos duros de todos los días, noches lentas debajo del harapo.
Siempre es una fuga el parpadeo del calendario:
el estrépito de las tijeras, esta condición de peregrino,
la migración irrestañable de los vitrales, —el respiro que cambia
tras los nudos de la ansiedad,
el candil efímero de la llama: los trenes gritan al anochecer,
arrastran cuadernos consumidos, beben los brazos del latido,
endosan los folios de la noche y el día.

Hay un relámpago de silencios en la marcha, los alfileres del frío
desnudan el paisaje, la consigna es ir atardeciendo en los adioses,
como lo hacen los rieles en la hoguera del retumbo,
labios diseminados en la respiración del viento…

Barataria, 04.V.2011

martes, 3 de mayo de 2011

ÁLBUM DEL VIENTO


De pronto se hace necesario guardar en el álbum del viento,
todas las hojas de otoño, los distintos destinos del rocío, la linterna
de la aurora en la almohada, cuando la oscuridad, toda,
se ha vuelto País. A menudo es necesario, para seguir viviendo,
inventar fotografías, ilustrar las palabras al óleo,...
Flor de Mayo, imagen tomada de la red




ÁLBUM DEL VIENTO




Take a walk with me
And everything will work out fine…
THE DOORS




De pronto se hace necesario guardar en el álbum del viento,
todas las hojas de otoño, los distintos destinos del rocío, la linterna
de la aurora en la almohada, cuando la oscuridad, toda,
se ha vuelto País. A menudo es necesario, para seguir viviendo,
inventar fotografías, ilustrar las palabras al óleo, leer en clave
pendular el sigilo, hasta anticiparnos al caos que vendrá después.

Ninguno está ileso por más amor que se le tenga a este País:
los tizones son de muerte y también de olvido,
desgarramiento de calcañales en la calle, fuegos no tan artificiales,
noches con el sentido único del disfraz,
largos ojos quedados en el rectángulo verosímil del espejo:
(sólo así perviven los recuerdos, aunque haya tiempos de sepia
que consuman cada bodega del firmamento;
al final, lo único que preservo es mi propia memoria, sin olvidar claro,
toda la herrumbre que cayó en mis calcetines,
todas las puertas que cerró el tiempo, todas las mesas sin manteles,
las calles solitarias, los andenes amotinados de sombras,
el aliento que se volvió una moneda de peces muertos,
las baratijas que arrojó en mi rostro la indigencia)
por lo demás, sigo aferrado buscando ventanas.

De pronto hay en el viento cierta religiosidad, entusiastas mendigos
de la fantasía, nostalgias como campanas resguardadas:
la habitación de cada fotografía me devuelve otros instantes idos;
el viento que no descree el pino de mi hálito, la antigua obsesión
por los mediodías, la íntima libertad sin los escombros de siempre.
El viento es una historia de metáforas,
por ahí, cabalga el caballo de los balcones, la fronda del recuerdo,
los rastros del vuelo que hendieron el pecho, las acrobacias
del lenguaje en la tormenta, la hipérbole de la querencia que luego,
volvió carbón toda la sintaxis, la luna colgada del arnés,
la alegoría en la onomatopeya, espuela impávida en el rostro:
en cada atardecer, procuro vivir lo que muere, desnudar el vinagre
de la olla de barro, pestañear frente al zumo de la cebolla,
el limón mordiendo el paladar,
los días contados de la albahaca en la sábana de la mordida,
porque, cierto, el viento no da tregua con su cuerpo de metal
transparente, la preterición que no atenúa las ironías, la fosa
común de todos los santos: me quedo estupefacto frente al templete
del sexo, sin conminaciones ni reticencias, ni la oblicuidad
de las deprecaciones. Así armo el álbum del viento, son mis anteojos,
los peones de poner la piedra en su lugar, —el martillo y los clavos
del acertijo, la abadía del aire en el ombligo,
el color a prueba del tiempo, los peces desvelados de la linterna,
y esta rigurosa construcción del susurro…

Barataria, 02.V.2011

lunes, 2 de mayo de 2011

HONDONADA


 Dejo caer los dedos en la glorieta de la ceniza, como el agua
visitada en las pupilas, —dormidos élitros que bajan, al encaje
más adusto de la noche, donde la oscuridad plena es cuchillo,
y los labios, solapa de desfiladeros.
Fotografía de André Cruchaga




HONDONADA




Tonight's the night
To come in out of the cold,
I've waited such a long, long time
I'm getting out of control…
WHITESNAKE




Dejo caer los dedos en la glorieta de la ceniza, como el agua
visitada en las pupilas, —dormidos élitros que bajan, al encaje
más adusto de la noche, donde la oscuridad plena es cuchillo,
y los labios, solapa de desfiladeros.
Hay cárcavas donde agonizan mis retinas: donde la piedra
hiende los relámpagos, y cada polifonía muerde balcones oscuros.
La caligrafía hace sus argucias, pero no calla el murmullo,
las recetas de la breña, las aguas negras del subsuelo,
los días escurridizos en el hacha de la trastienda de las máscaras;
a ratos me entrego a la piel ciega del hollín,
al árbol subterráneo que me respira con su guante de granito,
arde la catástrofe en el matorral del crepúsculo, —llueven días
de inciertas veraneras, muslos de emboscadas pantimedias,
y amuletos de enroscados azacuanes.

Cierto es que cada latido es una ráfaga donde gobierna el desasosiego,
y la vastedad de relojes desfondados por el óxido;
cierto es el resuello en las aldabas de las puertas, en la lección
de cada paradoja, en el espejo etéreo de la ironía; hay jardines
incorporados a los desiertos,
promesas incumplidas en la fábrica de los sueños, habitaciones
de olvidados libros, meses sin respiración, profetas con una grey
de esquirlas, sueños que los devoró el caballo de la ausencia.
Siempre existe la posibilidad de extraviarse en medio de los enjambres,
entre la purulencia del aceite quemado de los automotores,
aun en el propio latido aglomerado en el vestigio,
en aquellos aserraderos donde vuelan los pañuelos a la deriva,
quizá en el humo habitual del cenicero con colillas de perpetuo
responso: siempre me toca buscar la siguiente página del pulso,
el agua azucarada en el refresco de carao,
un día cualquiera a la orden de las peluquerías,
el sastre que arregle los ojales de la cábala descreída,
el ardimiento del poyetón para la lección diaria del orgasmo.

De pronto, despertar no es la mejor ganancia en este siglo de patetismos,
ni caminar sobre las aguas, sin las armas del ilusionismo:
ni saltar sobre el muro íngrimo de los sueños,
—ahora es crucial la devoción por la cruz, aunque nadie tenga
certeza de su misal redimido. (Hoy en día, abundan las mentes
iluminadas, el tráfico pesado de los suicidios; incluso la impunidad,
que siempre ha estado a la orden del día y tiene hasta gastos
de representación en el extranjero. Debo confesar que tengo cierta
obsesión por la intimidad de la penumbra: el escombro es mi lámpara;
las ventanas, un espejo del follaje; las distancias, la maroma
de mis invocaciones perversas y obscenas.
En todo caso, sigo aquí, hundido en el velero de mi aliento.)

Barataria, 01.V.2011