viernes, 29 de abril de 2016

EN EL MARGEN DE LA SOMBRA

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EN EL MARGEN DE LA SOMBRA




Embozados los ojos en la úlcera negra de las sombras, el candil atraviesa
ese margen de sal que grita en los andenes.
Cada remolino de furias despliega su propio paraguas, allí, en el inacabado mundillo 
de los alfileres, sobre los sueños cautivos que no alcanzan a mutilar
los relámpagos. (Uno siempre se aferra al asa de las linternas, o a la queja mortal, 
invisible de la arcilla. Al mal de ojo de los dobleces en plena calle,
a la incineración del azúcar en la resaca de saliva de los periódicos.
─Éramos jóvenes, entonces, volaba en el eco de las lejanías; nosotros pródigos
en las líneas del resplandor; vos, en la risa íntima del pájaro de la caricia;
todavía, en los márgenes del pecho subían vilanos y sonidos.
La mañana y la noche eran el mismo cuerpo, el mismo tiempo leído en los brazos, 
el mismo fuego con historia propia.)
Luego, uno amanece sólo con los meses como si se tratase de la cobija única.
Existe un fuego entre las ruinas de cuerpos que recuerdan las ascuas del agua
o la luz, o ambos mundos mágicos para crecer en desvelos.
Aquellas fogatas descomunales de la duna incorruptible.
Aquella sombra hirviente y su letanía de oleaje: en el viejo rincón de las voces,
las esquinas seculares de los imaginarios, lo insospechado del eco, o del disfraz,
las dos almohadas demoradas en las vísceras.
En el margen del desván, el latigazo de la noche y su roja melena.
Nunca hubo un argumento a propósito de la fatiga desabrida de la memoria.
Barataria, 30.III.2016

miércoles, 27 de abril de 2016

ALERO DE LA NOCHE

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ALERO DE LA NOCHE




Ladra la noche de los aleros sobre el poyetón de la luna. Camina el aura
de la oscuridad sobre mi pecho. (El vértigo replica su camisa.)
En el acantilado de los párpados, la naturaleza muerta de las mortajas;
el cuchillo gris de la nicotina, o el candil sorbido del musgo por mis ojos  
de amortajadas úlceras: siempre deambulan con sus afonías
los depredadores de alas, el cuentagotas de las linternas de ocote sobre el ojal
descalzo de los espejismos. (Nunca la luz se hizo frotándose uno las manos.)
En los aleros inconclusos de la noche, el mar amarillo del escombro, lento,
como el cuerpo denso de la hojarasca, como la sospecha de un pájaro tragado
por los sueños: vos en la escritura de este río líquido de ojos y memoria.
Salta a la palestra la gramática de la piedra pómez.
En la saliva ahuecada del insomnio, el taller unánime de la yugular y la llovizna
repentina de alfileres. En la reverberación de las cerraduras nada es restañable.
La cobija oscila en medio de las confusiones del sueño.
Quiero un respiro para darle viento a los genitales del zodíaco.
A veces no es sólo la tribu la que aúlla, sino también la grieta del amor póstumo,
la boca en los coágulos del granito, los rieles de fuego que ahogan el aliento.
Uno, ─a fin de cuentas─, se puede hacer tantas preguntas, como caricias hace una 
mosca sobre una cópula muerta.
Pero nadie, nadie,  puede entender este hueco hondo de las ausencias.
En el libro de la tormenta, uno aprende todas las vicisitudes de la noche.
Quien ha caminado lo necesario, sabe dónde está el próximo oasis…
Barataria, 28.III.2016 

lunes, 25 de abril de 2016

ANTIHUÉSPED

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ANTIHUÉSPED




En el tugurio de la deriva, los cristales del frío se funden con el grito.
Cuando uno es huésped permanente de ciertas calles como el gato del vecino,
o el chucho acostumbrado a los desperdicios tirados a los andenes,
el plato lo constituye cualquier vacío enraizado en las aceras sin ningún pudor.
En la boca las arrugas sordas de la nubes.
Alrededor de mis bolsillos los tiliches de la tormenta: una sonrisa imaginaria.
En los zapatos muerdo los jardines yuxtapuestos de las palabras caídas:
en este infierno del pavimento, los ápices de nariz del payaso con lengua
de trampolín y bajorrelieve de almohadas.
Sin duda, el tintineo de algún tatuaje como follaje de bacinicas curtidas.
En el tabanco de la madurez, los toldos transfigurados de la historia, hirsutas
llaves de páramo y tedio, desahuciados los ecos de la levitación.
Juego a quien juega a la dicción de los funerales en ciertos suburbios.
Caen senos encalados a manera de zigzag en el chorro de saliva de los caracoles,
vos y la afición de bragas negras en el ápice de mi lengua: viva el delirio
en el pez oxidado con pubis de un cuadrilátero.
De pronto bebo mi propia orina como el vino de consagrar: me seduce el cáliz
donde beben los buhoneros sus puchitos de letanías a favor de la patria.
Ante la fiereza de lo recóndito, el placer de un orgasmo sin que el semen caiga
en los tobillos: (al final la  apuesta es quien de todos lanza a mayor distancia
dicho escupitajo, no importa si cae sobre piedra, o en el agua.)
Líquidamente uno puede quedar castrado y oler el galope de un verso
en la boca de una muchacha hermosa en cuya altivez uno se asfixia.
Barataria, 25.III.2016

jueves, 21 de abril de 2016

TREN EN VILO

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TREN EN VILO




Los rieles hechos de aliento, de olvido, de  recuerdo, de lluvia, de infancia.
Hechos de fuego, de ramas, de chiriviscos. También de abanicos e infinito.
También de relámpagos entre la niebla tallada por el humo.
A través de los sueños, esta voz vieja de la madera de los durmientes.
Salta a la vista, el gemido de la luna entre los cuartones de la melancolía.
El tiempo está enrollado en los innumerables ladrillos del absurdo.
El candil de ayer hace su trabajo de recuerdos: vivo, claro, como un escarabajo polvoriento, especulando sobre los fríos de la noche,
o derritiendo los deseos a la hora del desayuno.
Entreabierto el balcón de los ahogos, el fuego que todavía no entiendo
de la levadura, o la deriva en el cruce de calles de las estaciones.
Frente al espejo pasa la claridad, el viento del tren entre mis dedos…
¿Es demencia cada objeto que salta en el techo de las antípodas?  Zarpa
la mosca implacable sobre los amuletos: esta suerte de tránsito hace más hondo
el vilo de estar aquí, a expensas de tantos imaginarios.
Uno no sabe, por cierto, cuántas mendicidades vacían el tórax.
Hay lugares donde son remotas las gaviotas.
Hay territorios como el de la memoria, de inasibles almohadas y litorales.
Cada quien palpita según la intensidad del paisaje que le rodea.
(Me confieso cómplice de platicar con mis sueños, quizá por los sofocos íntimos 
que auspicia, quizá porque son los que habitan mis espejos.)
Barataria, 24.III.2016

lunes, 18 de abril de 2016

FALSOS EQUILIBRIOS

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FALSOS EQUILIBRIOS




Todo el tiempo allí, el ojo y sus falsos equilibrios: uno no sabe en qué filos 
de ásperos durmientes, guarda el aliento su entero destello.
Alrededor envejecen los vacíos seculares de los espejos y sus sombras.
En una geografía indefensa, las alucinaciones son parte del festín de las aceras.
El país cruje con toda la ropa de sal y cementerios con que se viste.
En cada discurso o noticia uno anticipa ardientes cópulas de ceniza: las grietas 
son hondas a tal punto que las cárcavas naturales resultan inexplicables.
Frente a nuestros ojos, se desploman cada día los durmientes de la muerte,
y la gangrena que ha tatuado la noche.
Todas las semanas olemos a ijillo con los cadáveres desconocidos ante los ojos 
nuestros, tallados en la cocina doméstica de nuestra ritualidad.
Esta lluvia fúnebre nos lleva por caminos más distantes al pálpito: agrios 
candelabros, reverberan en el salmo, o en la parábola de la memoria.
La esperanza a ciegas hace comestible cualquier patraña: veo los muñones 
erguidos en los muros, la tinta hirviente como siniestra carcajada.
Sobre la mesa, masticamos ─por supuesto─, esos rayitos de luz que escapan
de la publicidad con cierta voracidad inextinguible.
(Uno sabe, al escarbar, que hay manos en otras manos; y que frente al desalojo,
no existen explicaciones sobrenaturales, sino máscaras, y convidados para castrar desvanes, y espíritus animosos que les gusta vivir de la oscuridad.)
Las doctrinas que explican la desnudez nuestra, por cierto, han fracasado…
Barataria, 21.III.2016

viernes, 15 de abril de 2016

BOSQUE INDEFENSO

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BOSQUE INDEFENSO




Como hundir las manos en el río, esta suerte de la noche y sus plegarias reveladas: 
ante lo inminente ni siquiera la piedad asoma sus esquinas.
Nunca existe un buen aposento para la tortura.
Vivo en medio  de la plaga del siglo: no tiene límites, sino boca insaciable.
Hay lugares tan absurdos como los candelabros haciendo penitencia
en parques; a lo largo de esta ferocidad del desvarío, la desgracia nunca expira,
ni siquiera el reverbero de la mueca.
Alrededor de mis zapatos, el anzuelo de la violencia ha encontrado sus propios peces: cada vez, más grande la grieta y menos los lugares libres.
Uno de lava la cara con los tantos muertos y tumbas a cielorraso: aprendemos
a fenecer en cada ropa amarilla que queda en las cunetas.
Me miro y me miran frente al miedo: todos los días se han tornado en bancos
de cadáveres. No hay espacio vacío sin dolor, ni otro país con moscas
que sangre a deshoras, ni otro galope más quemante en los aperitivos
de la ceniza, ni otros cansancios en la rosa desnuda de la respiración y el jadeo.
En un solo día la mesa se llena de piedras y moscardones.
Nadie se cansa, ni el que mata ni el que muere.
El país es un río o una boca con una sola estación: dentro de poco, tampoco 
tendremos sueños, sólo un puñado de sombras como camino.
Es dura la tierra calcinado el aliento.
Arden, después de todo, las palabras y ese pájaro en dirección a la boca
de la muerte, y esa muerte rota de la entraña…
Barataria, 20.III.2016

miércoles, 13 de abril de 2016

NINGÚN CATECISMO

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NINGÚN CATECISMO




De rodillas nadie puede cruzar los albañales, ni siquiera asirse de los viejos 
catecismos del dogma. Cada desvelo engendra sombras: en los puntos
cardinales de la zozobra, esta suerte del tiempo con muletas.
Nadie se libera de nadie, ni de nada en este desandar las trampas de la fábula,
ni siquiera de las epístolas de la melancolía.
Uno apenas es visible a través de las regiones del deseo.
En el diluvio del aliento, los exilios con su gangrena de pájaros y el duro diente 
de la luz en las cucharas.
Cada quien busca la explicación del júbilo arrancado al zodíaco.
(Yo busco la mía ─la más íntima─ haciendo la necesaria transfusión del arco iris 
para no olvidar la sed, ni la alianza que tengo con el jardín del horizonte
y las ventanas y la hoja verde del aliento.)
Desde el olvido y los durmientes desabridos del delirio, los pórticos del sueño,
o la tarde y sus vastas cenizas sagradas.
Alrededor de los cataclismos de la herrumbre, los fundadores del miedo rodando 
como un calendario de monedas rotas.
Todo catecismo nos sobrecoge en ese ciego harapo del conformismo.
(Uno sabe que del grito se desprenden múltiples alientos de fuego, distintas calles 
desnudas y violadas, martirizadas sombras a la luz de lo intangible.
A veces cruzan sobre nuestros ojos las arrugas densas de la pesadumbre.
Supongo que el vacío es sólo este quejido tórrido, mientras se abren las ramas
del cierzo, escucho al duro pájaro, desnudo, del tórax cayendo
en un despeñadero. Cayendo en la sombra de la tumba.)
—Sofoco y estruendo, muerden esta memoria fúnebre de las cobijas…
Barataria, 2016

domingo, 10 de abril de 2016

RINCÓN DEL HUMO

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RINCÓN DEL HUMO




Aquí no hay ningún lugar cierto para que la infancia se amarre los zapatos.
Sólo brilla en las aceras la flor descalza del asfalto y las uñas sucias
de la pobreza, los chorritos de orina maldiciendo a la ropa usada del presente,
a las manos en la bandera atroz que no existe.
En la sombra ciega de la mesa, esta demencia en trocitos sin que se olviden
las catástrofes, esas piedras en el corazón de la geografía.
Humo denso con aceites embriagantes y altares con plegarias de fuego.
El calendario arde con un grito de resplandecientes moscardones.
Palpita la inocencia imposible con sus ojos abiertos como puerta de par en par.
¿Quién, en realidad tiene tiempo para soñar al borde del tejado?
El que quiera salvarse que esté siempre en tránsito. (La herida es demencial
como un desierto de gritos. No hay rieles limpios en trenes de oscuros alaridos,
ni tantos durmientes que sostengan la oscuridad.)
Alguien deberá cultivar sanguijuelas para curar su propio delirio.
Desde mi infancia he visto destierros y alfileres de ennegrecidos abrazos.
El país siempre ha sido un incendio de pulsaciones siniestras. (Es una confitura 
que no alcanza para tanto delirio y sin embargo muchos se aferran a su plato.)
Muchos sufren estremecimientos orgásmicos.
Muchos cuentan historias divertidas de cadáveres en las cunetas.
Muchos dejaron de amanecer con saldos en rojo.
Ante mi presencia, un niño se aferra a sus zapatos, por si acaso…
Barataria, 2016

viernes, 8 de abril de 2016

SUDARIO DEL GRITO

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SUDARIO DEL GRITO




Mientras siga toda esta desfachatez de buscar quién es el culpable
de los sudarios rotos del grito en pleno movimiento de la historia, volará
la cabeza de alguien, o resoplarán los fieros trotes del aliento: ¿A quién creerle
después de todo, si cada cual juega a los desaparecidos,
—entre el vaho, los tahúres del erario nacional, las multitudes degolladas aprendiendo 
a ser cirujanos en medio de mortajas decadentes.
(Hay ojos y compra de voluntades en todas partes; hace frío dondequiera que uno pone 
los pies; usted ya conoce la doctrina con la que nos gobiernan, el laissez faire, 
es otra cosa, aunque se parece bastante a tantas conspiraciones.
Si usted opina de tal manera caerá bien a algunos y mal con otros.
En realidad apasiona toda esta realidad: la danza del dinero, el dinero a oscuras,
las hermandades secretas que fundan las buenas frazadas.
Perdón por lo que digo. Uno no puede dejar de pensar en la falsa abulia sobre nuestras sienes, reforzada por descoloridos arco iris. En la vía dolorosa
del bahareque, alquilen limpia los dientes asalariados del hambre.
Supongo que son mucho más decentes los harapos que me visten todos los días.)
Sobre el surco severo del tiempo, el disfraz y las mamposterías nos harán libres.
Empiezo a creer en el deleite de la cópula a la hora del crepúsculo.
Hay endemoniados corteses como tantos apostatas de saco y corbata.
Me quito el sombrero y acurruco mi soledad en los absurdos del sistema.
—El día de la reconciliación, todos habrán de ir donde el dentista
y cerrarán sus ojos ante el espasmo de las braguetas…
Barataria, 14.III.2016

martes, 5 de abril de 2016

SOBRESALTOS

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SOBRESALTOS




En la lectura de los portones el termómetro de la conciencia igual que la lluvia.
Caen en trace los paraguas de las letras y el hierro petrificado de la intemperie,
y el gris mojado del ala del pájaro entre las manos.
(Uno sabe hacia dónde van las súplicas y las linternas, la piel de la noche,
el embudo arrugado de tantos náufragos. Claro, uno no se toma el atol
con el dedo, aunque la otra orilla de la garganta esté sitiada. Cualquiera puede creer 
que son meras sospechas. Y no, tras el último golpe uno se hace del ojo
pacho, porque si no, le derriban a uno la puerta.)
El arte de la política es una miserable ensalada, el mismo cuento con diferentes
francotiradores: la misma sed en nuestra apiñada geografía.
Cada quien anuda una piedra en el cuello.
En el coro infinito de la expiación, persevera el vacío de escaleras
para encontrar cobija. A menudo es inútil ser sólo sombra el paladar cuando duele 
la boca del estómago. Y no hay esparadrapos para cubrir la herida.
En los andenes de la congoja, la condena propia y ese más acá del ojo sumido
en el abrevadero de sal de las tapicerías.
Sobre las lápidas derruidas de la trama, las continuas hipotecas de la esperanza.
(No es rumor ni simple percepción la marea rota de la tormenta
que nos arrastra hacia las oxidadas vigilias del lucro.)
Sufrimos el aullido irremediable de los tantos vinagres del fuego.
Estamos entre secretas carpinterías cortando el sonido de la madera…
(Ignoro si en los costados se pueden leer los remordimientos, o al menos el viento
con sus ojos expansivos. Al menos el aliento y su posible polilla.)
Barataria, 2016

domingo, 3 de abril de 2016

OSCURIDADES DESÉRTICAS

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OSCURIDADES DESÉRTICAS




En el fondo de la brasa, las etimologías oscuras de la ceniza y su disfraz
de solapa anarquista: en cada época fulguran, supongo, las migajas
de la sobremesa, y esa costumbre de hacerle ojitos —sin cerrar la puerta—,
a la sordidez y a las falsas disidencias. (Uno sabe que ningún rezo es inocente.)
De pronto, erramos en la cópula póstuma de los horcones y la indignidad.
Allí, no importa la eternidad ni este horror redondo como un círculo de atrios
y mendigos, de pañuelos, brazos y viajes sin equipaje.
Un muerto nos aqueja infectado de tiempo: el delirio salta sobre esta locura,
de cosidos cadáveres. ¿Quién sobrevive a esta retorcida miseria del tiempo?
¿Quién nos salva de este diario goteo de albas y calles con pañuelos?
Una esquirla ladra en el dolor y la muerte.
En todas esas oscuridades desérticas la modorra de las sombras en las pupilas,
y el recuerdo envejecido de las horquetas y los ahogos con el consecuente cansancio 
de promesas. Duele la oscuridad al filo del aliento.
En el desierto de los conjuros, alguien lanza dunas al lagrimal del cielo.
Ignoro si toda la vida tendremos este pantano de ignominias, si la deriva
es una arista de la solemnidad, o las tumbas otro planeta de pájaros en desuso.
Uno se consuela por costumbre con las migajitas del más allá; aunque uno esté lejos 
de la luz, o fuera de nuestro alcance: uno ríe y llora y reza la rosa
irrreparable del escapulario. Tanta soledad es ya armadura.
Tanta oscuridad escapa de las mortajas. También el ijillo disfrazado de alma.
Barataria, 2016

viernes, 1 de abril de 2016

RAZÓN DE LA MEMORIA

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RAZÓN DE LA MEMORIA




Juego a los espejos y a perseguir rostros entre las sombras abisales
de la memoria: no existe otra razón sino la del olvido, consumar la lengua derruida 
de los ecos, saltar sobre el vacío.
La muerte del tiempo nos amenaza con todos los desamparos y suicidios
en las calles. (Se pudre el pétalo de sueño sobre la mesa.)
Sobre los ojos petrificados de los paraguas, el vuelo oscuro de las moscas
y el cielo de ceniza sobre las pestañas. (Si existen más razones, lo desconozco.)
A veces, lentamente, nos amordaza el horizonte.
En el jardín deshecho de los embarcaderos, cada quien y a su manera
es náufrago. Los bolsillos picotean silenciosos ataúdes, a la hora de lavar
los pies y la conciencia: uno sabe cuándo han sido violentados los grifos…
Todo es irreparable después de que han sucumbido las lejanías, y el olvido
ha cerrado la garganta de los muros y la niebla.
Existen razones para limpiar la oscuridad de las tapicerías.
Dondequiera hay jaulas y huesecillos para distraer a perros. (Voy a donde nadie 
me contagie de nostalgias, para no sentarme junto al coágulo de la pesadumbre.)  
En cada almohada tirita el reloj del pálpito.
Mañana, —por cierto—, será sombra el vegetal del alfabeto.
Cada vez vacío mi memoria para que pesen menos las banderas.
En ese afán de recordar u olvidar, se desmiente el hilo afiebrado del humo:
en los costados, los vagones desnudos de los trenes y el ala del calendario.
Barataria, 2016