domingo, 30 de octubre de 2016

LETARGO DEL INFINITO


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LETARGO DEL INFINITO




Invoco todos los días ese viejo letargo de la ternura: en las paredes
de la garganta, de una en una la amputación de las palabras.
Al cabo, sólo me toca lamer la urgencia descreída del infinito y los adustos rostros 
de la calle y los relojes extraviados en las aceras y la hostilidad viscosa de la escritura junto con el hilván de las goteras.
Todo es como si de pronto el letargo invernal se apoderara del sexo
y la memoria, de los lenguajes inexpresados de los poros hasta morder
el sollozo y el tumulto de fríos que arropan a los cementerios.
Uno no puede menos que dolerse de la demora, de ser víctima   o parte de esta tortura, acaso una condena rígida como los ahogos.
He vivido hasta hoy, el largo desvelo de los ojos.
Hay una sed profunda solo explicable en el guacal donde habita la pira.
Según reacomodo los días, el absurdo es más creíble que un respiradero normal
en tiempos donde el equívoco es mayor a la fatiga: (aquí hay actores y actrices
que han aprendido muy bien el mimetismo de los espejismos.
Ahora es cierto todo lo que aprendí de la inmovilidad de las doctrinas.
Sobre qué techos de ilegible caligrafía debo transitar, no lo sé.
Esas reiteraciones se tornan inequívocas en la geografía de la memoria.
Uno vive en pos de una realidad desgastada cada día: ahora leo mucho mejor
los amarillos resortes del tiempo, hay fauces llenas de arrugas,
pero no enflaquecidas, mas bien sordas de aldabas y desnudas de gula.)
Los tiempos han llegado a una furia desacostumbrada, espero arrebatarle
los ahogos a las manos, o babear el candil sin pena ni gloria…
Barataria, 28.VIII.2016


viernes, 28 de octubre de 2016

CLAROS ABISMOS

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CLAROS ABISMOS




Frente a la oscuridad, la macolla de abismos y esa oscuridad de tizne.
Sueltas, en las mochetas de las ventanas, las cortinas de indiferencia y ese añico 
de vientos en medio del entrecejo. En la distancia, baúles de tempestad.
Almanaques de ahogados puertos, desvalidos relojes en el aliento.
En el margen de cada vacío, cavilan los truenos y la presencia de monólogos:
de pronto todos somos víctimas de tanta espina sobre las escrituras;
asfixian los vahos amarillos de los espejos,
la esperanza a la hora de cruzar el río de la vida real, reiterar las dudas,
naufragar en el braceo de los heridos de sombras y nubes.
Imposible no ver la noche entre todos los comensales de los relojes: próximos 
los objetos y los secuaces de morder las luciérnagas
Hacia los escalones de la respiración, lo único viable quizá sea la lejanía,
o esos candelabros donde uno, sin más, refresque el aliento.
Ignoro si se gana o se pierde cuando todo el matorral crece en la boca:
a intervalos esta imagen sin ojos, atravesando alfileres oxidados,
el indemne harapo sobre el galope moribundo del viento.
Desde la superficie acurrucada de la intemperie, las iglesias mortuorias
y las migajas de luto como una pluma indomable.
Allí el rostro mínimo como otra sombra envuelta en el tizne de la noche.
Ninguno de estos abismos se puede explicar desde la metafísica, o la inocencia,
quizá desde el cuervo de los retortijones, del acecho de los güishtes.
Debo suponer que no hay tiempo ya para abrir los brazos, ni sacudir el polvo.
Acudo como es costumbre a las incandescencias. Al juego de los ojos…
Barataria, 2016

miércoles, 26 de octubre de 2016

RASTRO DE LA MEDIANOCHE

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RASTRO DE LA MEDIANOCHE




Sobre las manos, el rincón febril de la medianoche y su flama de opacidad.
Se ven helados los pedazos de sombras alrededor del filo de las aceras.
Cada cercanía está llena de ruidos, entre una vida y otra vida, las formas invisibles 
de la complicidad, los zapatos debajo del subsuelo del crimen:
en las ojeras grises de la gente, los ruiditos del estrépito de la piel,
la hamaca de ojales, arriba y en el horizonte.

Tiritan frente a mis ojos las camisas oscuras de la muerte. (Nada se borra
en lo alto de los párpados; en las afueras, hay aldabas y cipreses y sombras,
y una luna enloquecida en medio de las ramas. Y una cruz de fatigas.
Nada transcurre sin que se hunda el aliento en los candeleros.
En los ojos, el cúmulo aguacalado de los miedos, la lluvia como un grito sordo,
aquellos bultos descendiendo hasta la herrumbre en los dominios del abandono.
A veces es solo una piedra la que abre con ímpetu las persianas del pecho.)

Yo siempre me quedo cavilando en cada una de las lecturas que le hago
al envejecimiento: algo queda de uno después de la escritura, quizá las espinas,
quizá la tinta y su crueldad de palabras, lo inútil de escribir en un país
que no tiene existencia real, cada quien bracea en los insomnios de su abismo,
y hasta percibe a sus semejantes en medio de los espejos rotos del vecindario.
En el sentido del sollozo, no se explican todas las mordeduras
que nos deja la realidad, ni el frío de dientes que dentellea al silencio.
Temporalmente uno puede girar alrededor de las rodillas, sin el pánico,
que provocan las brumas de lo imposible, sin presagios funestos.
Barataria, 2016

lunes, 24 de octubre de 2016

ESPEJOS DE LA DESHORA

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ESPEJOS DE LA DESHORA




Hay ciertos espejos que envejecen como la deshora en el vientre negro
del papel quemado: ni siquiera los convalecientes gozan de buena luz cuando
la ceguera arrecia como una rabiosa tormenta de deshielos.
Sobre algunos ruiditos de esperma el piojillo inerme de los trastos viejos.
Frente al frío tirita la humedad de las habitaciones, los pensamientos íntimos deshaciéndose en la nada. Las equivocaciones y sus ansias de verdad.
Pienso en la rueda de los relojes y si un día tendrán alas inocentes.
Las ruedas de prensa son otra cosa: nunca tienen sentido, o el sentido está
en lo estático, en ese decir tanto y agravar las horas en menoscabo de aquéllos 
que ya se lavaron las manos, en la antigua sombra de una bacinica.
Otros jadean en la penumbra del vaticano.
Otros y otros y otros y otros ensayan su vida después de la muerte.
Otros y otros y otros y otros duermen invocando las enseñanzas de Zaratrusta.
Y otros cierran los ojos para ver los imposibles.
Quizá un día canten su esencia en el subsuelo todos los ataúdes.
Antes de absorber todas las deshoras, es preciso contabilizar los ojos ciegos
y la saliva que fluctúa como mercancía para infancias tristes.
Desde el telar interior, uno sabe por dónde flamean las costuras y las viejas mañas 
de desenredar el pecho con un poquito de espera o paciencia.
Todo zumba debajo de las aceras y el asfalto: las voces de unos y otros,
la neblina de sed que arrecia sobre la garganta de las palabras, la soledad
alargada con aplausos, el dolor siempre que nos desvive en su roto invernadero: 
invoco por un segundo la obviedad de las cosas…
Barataria, 2016

sábado, 22 de octubre de 2016

SOBERANÍA DE LA CARCOMA

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SOBERANÍA DE LA CARCOMA




La palpitación de las cornisas es así: de a poco la polilla carcome el resplandor
y solo queda la escupida de saliva sobre el tráfico.
Es tal la soberanía de la carcoma que no hay árbol ileso, ni alma sin sombra.
Muchos se ufanan del ceño fruncido de la historia y de sus comensales voluntarios 
y de sus menudas exquisiteces.
Ya hemos hablado de cuánta  dignidad tienen las monedas, de cuántos fuegos
la mano invisible del viento, los pétalos amarillos de las sombras,
las aguas escondidas del aliento y su cancionero de torcida herrumbre.
A menudo solo hay que aceptar esa voz negra que sube desde el subsuelo
a los lóbulos, del estiércol a la calle, de las raíces acurrucadas hasta el pájaro.
(Uno sabe de ese juego de aves de rapiña: afuera están todos los peligros,
el miedo al golpe en la otra mejilla, los pormenores del frío escarbando
en las cuatro paredes de las cicatrices, o en las lavanderías de la intemperie.
Desde siempre, entonces, nos embarcamos en esta turbiedad tratando
de convencernos de que no pasa nada, de que el vómito no infesta las ventanas,
y que a los genitales nunca les llega la desesperanza.
Es terrible huir. Siempre estoy huyendo de la hospitalidad de los periódicos.
Comprendo la ansiedad que se posesiona de uno en los puertos.
En un día de vértigos el infinito resulta deplorable como el sol muerto de la sed.)
La lluvia es innecesaria cuando llueve en demasía en el cuerpo: la desnudez,
⎼⎼ Dímelo a mí⎼⎼, es historia balsámica en el éxtasis redondo de la carcoma.
Debajo de cada calendario pantanoso, una viga de moscas cohabita
en la cajita de fotografías de la memoria: a veces se impone la locura…
Barataria, 20.VIII.2016

viernes, 21 de octubre de 2016

MONÓLOGO (FERVOR DE LAS PALABRAS)

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MONÓLOGO (FERVOR DE LAS PALABRAS)




La mirada que te mira contempla el crecimiento del naufragio y su sombra
empezada ante tus ojos sin saber nunca en donde y cuando termina la
profunda latitud inferior de su ceniza contempla los sonidos vagabundos
de los hombres los caminos en fias de sonámbulos los pájaros en fistas de
mirajes o en tumores del aire la mujer que lava la vidriera de los pulpos y
mañana las cascadas en magnífio estado y el oso como regalo de miel.
Vicente Huidobro




Señales hay muchas para leer la realidad. Cualquier puede ver el  horizonte. No hay nada sobrenatural en escribir poesía: el poeta es alguien sí, que a mi modesto entender sabe leer e interpretar su tiempo. No es un adivino en la acepción clásica del concepto. Padece igual o más al resto de seres humanos. Pero también es cierto que la poesía tiene mucho que ver con la filosofía. (Esto lo digo como mera digresión. Seguramente los expertos, los estudiosos, los especialistas, sabrán explicar mejor esta situación.) Yo sólo aspiro a escribir todos los días. Trato de platicar con el candil o con los relámpagos, procura sentar a la mesa, mi voluntad, mi deseo de explicarme, dispersar la niebla, morderle los calcetines al reloj, buscar la verdad en la boca, evitar el viaje enmarañado de las telarañas. Nada nuevo y sin embargo, leo los años cumplidos de los laberintos, los dientes postizos de las calles, la vieja aritmética de la transparencia, quizá el bien que nunca es del todo visible y de pronto es hasta huidizo. El poema es la humanidad, es decir, retrata esos conglomerados, medita, los humaniza. “No me sirve el espantapájaros disperso de la saliva, ni siquiera este mundo/ con la sombra de tu nombre: sigo aquí extendiendo esa sombra de la espera,/ hecha opacidad mi dignidad, hundida en el vacío tantas madrugadas./ Cada vez me resulta inmensa y distante la estrella de la buena suerte.” Hay una hoguera de alas en la memoria, a menudo, difícil de controlar por parte del poeta; uno busca espacios iluminados, en modo alguno ser Nostradamus. Yo juego en las calles desde mi infancia con la infancia: escribir es recobrar esa conciencia con el conocimiento de la adultez. Si alguien levanta polvo con su escritura es otra cosa. Durante las mañanas, me congrego con mi conciencia, más allá de todas las alimañas que merodean la vida cotidiana. Es probable que uno escriba desde lo maloliente hasta la alegoría. Uno se acostumbra a caminar entre vehemencias sordas, entre los absurdos de la sordidez, desde la amargura o embriaguez de la ternura. Desde mi sombra el esbozo de luz de los espejos, los callejones al costado de la memoria, los riesgos siempre de la escritura y el bagazo a deshora de los ruidos. Un poeta hasta donde sé no es un ser sobrenatural, bíblico, etéreo. Vive continuamente en medio del fuego, y niega los trapos de la indiferencia, camina sin tener excedentes pecuniarios. Un poeta es alguien que tiene a la diestra la palabra y humedece las calles de significados. Digamos que uno le abre la compuerta al subconsciente y que es el ojo quien advierte los almácigos. La respiración sin duda es un destino: la polución de los escapularios también es un destino, lo es esta terca manía de las palabras, el fuego orgánico del aliento o la herida. Alguien lo toca a uno desde cierta otredad, alguien en lo indispensable para transitar las calles, este avispero que necesita respuestas. Nunca he tenido nada que no sea voluntad. Uno a veces es objeto de risa, y también desespera en lo interminable, en lo perfectamente inmóvil, frente a cada extravío: al final es el poema quien constituye el juicio final, las marcas que nos deja la intemperie. No, yo labro la tierra con mis propias manos y hay noches y días con bocas y manos. Nunca me sentado en mesa que no sea la de la esperanza. Procura trabajar con las palabras, eso es todo, porque las palabras lo nombran todo, porque las palabras trajinan, porque las palabras viven, porque las usan los desconocidos, los enemigos, los limpiabotas, los cortavidrios, las putas, los ladrones. Las palabras escarban en medio de las ciénagas y establecen su propio reino. Aun en la máxima sordidez o exabrupto, el fervor de ellas: huelen siempre a tiempo y a balanza, la eternidad quizá las petrifique, les dé siempre un valor de videncia, una inocencia de remanso, la luz siempre de los sueños, no de mercancía. 

jueves, 20 de octubre de 2016

REPLICA DE LO IRREMEDIABLE

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REPLICA DE LO IRREMEDIABLE




Las horas repiten los aires de la muerte. La posteridad quizá también
tenga que hacer sus propias hazañas: en el ojo nunca se acaban los olvidos,
ni esa vivificación de la tormenta.
Como ayer, hemos heredado huesos y espacios de adustos guijarros.
Babea el pájaro antiguo en el dintel de las ventanas.
Sobre la impaciencia, la fila de voces secas, la respiración de ataúdes
y nunca el aliento redimido de las palabras,
retorna el invierno de las heridas y sus declives, los caminos son más hostiles
en los calendarios sucios de las paredes, en la línea húmeda que desciende
de la voz, o del puñado de polvo que acumulan los dinteles.
Los abismos de hoy crujen igual que las tormentas del ayer, igual que las jaulas 
del fuego, bocas con ojeras en el pantano de la memoria.
La misma oscuridad se arrastra en las sábanas, destila aguas como lluvia
en gotero, respira justo en la orilla de los hilvanes.
De cada penumbra de espinas, el musgo subterráneo de los relojes,
almácigo de alientos soterrados, cuerpos que nunca vuelven a la luz.
Alguien tiene que arrodillarse siempre frente a sus pesadillas: los miedos
al parecer poseen esa lógica irreversible: son ciertos como los ahogos.
Uno puede, mientras tanto, seguir sangrando toda la locura
de los coros del púlpito, y morder su propia tristeza.
Cada cierto tiempo se abren los mismos abismos del alma, germina
lo inenarrable, el dorso empuñado de los rincones, los ayunos a ciegas.
Barataria, 18.VIII.2016

martes, 18 de octubre de 2016

CONSTANCIA DE LOS OJOS

Fotografía de Sergio Larraín, cogida de galaxiaup.com





CONSTANCIA  DE LOS OJOS




Siempre así los ojos en la redonda sed de ver el calendario, claridad cuya esencia 
se quema en las calles con todo ese fluir de sombras mortales.
Imagino, los rojos paisajes de la claridad, a veces muecas sofocantes, fosas
donde nadie descifra la oscuridad.
Transito solo con esa intimidad fiel de mis palabras, entreabierto el instinto,
siempre como una manera de descifrar el mundo.
Vedme calentando mis manos en el fogón de los deseos, en los escupitajos
reiterados de las aceras, en la caminata sobre aguas disgregadas.
Lo corpóreo es una sombra que suaviza la brisa: sólo me limito a los pájaros,
y a esos lugares necesarios como los burdeles, imponentes, con telepates
y apoyados en horquetas de lejanía.
Desde este gozo de estrépitos, retengo mis ojos allí donde no mirarían
los ángeles: azules los relentes próximos a los encajes,
peces de espuma en la lucidez de la linterna, quebrado el semen de la prisa,
desembocan los perros callejeros de la locura, sin que agonice la luna del cielo.
¿Y qué decir de todo este contubernio de estaciones, de burdeles
peligrosamente iluminados y pintados de arcoíris?
Hay constantes reinos de culpas y tumbas. La historia como cualquier 
desdoblamiento acaba siendo pesadilla, o reliquia de adustas armaduras.
He aprendido de las alas estropeadas de los amantes hasta con cuatro parejas.
Hay tantos vicios, ⎼figúrese usté⎼ que uno ya ni siquiera puede
con los propios calcañales, ni con ese circo de cámaras y divanes…
Barataria, 16.VIII.2016

lunes, 17 de octubre de 2016

MONÓLOGO (FUERZA AUGURAL)

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MONÓLOGO (FUERZA AUGURAL)




Ojos que no me atrevo a encontrar
En el otro reino del sueño de la muerte
Estos no aparecen
Allí, los ojos son
Luz de sol sobre una columna rota
Allí, está un árbol balanceándose.
y voces están
En el viento cantando
Más distantes y más solemnes
Que una estrella desfalleciente.
T. S. Eliot




Nunca ha sido fácil tener como abrigo las palabras, tampoco lo ha sido caminar, pestañear, caminar, correr, alzar la cabeza sin analgésicos. Uno siempre camina en la cuerda floja del aliento, cargando sobre la espalda los tantos chunches que se encuentran o necesitan para la vida ciudadana. “Hay ojos extendidos hasta donde el cuerpo batalla con los peces./ Nos golpea la linterna de las palabras, esa luz cumplida que nos sostiene./ Siempre resulta extraño el vaciadero de sonidos de las campanas.” A veces lloramos colmillos de lejanías, lloramos en los agujeros del combate, sea fingida o no la lágrima que emerge de lo recóndito. Nuestros ojos desenredan los bejucos del día a día, hasta morder el hollín que nos deja la oscuridad. Más allá de los caminos está el camino: a veces hecho de golpes y abolladuras, a veces de neblina envolvente como las armaduras, a veces de herraduras o escarcha.  Nos ultraja la lisonja y la avalancha de tropeles sobre el aliento. También existen senderos ocultos y héroes perfumados y auxiliares de lluvias y vacíos y estruendo haciendo fila para interrumpir los sueños. Hay caminos donde nunca encontramos oscuridad, el ojo sabe enderezar las aguas del mar y arrancarle el secreto a la espuma. “A veces ⎼⎼como lo dice el poema en cuestión⎼⎼, es plomizo el último aliento de los caminos horizontales del contagio./ Uno siempre quiere desatornillar el sinfín de lo interminable, quitarle el luto/  a la carcoma, morder el aguacero que cruza los párpados.” Hablo de planicies, aunque existan las hondonadas, hablo de luz aunque nunca encuentre el atajo, hablo de caminar siempre pese a los bostezos y a la hipnosis colectiva. Cada quien, a fin de cuentas, interpreta, traduce, los fríos del país, los calores del país, la menopausia del país, la verborrea del país, la artritis del país, la falta de bálsamo en la microeconomía,  los tahúres que nunca se exterminan. Nos empapamos de las densidades de humo de cigarrillos. El tul del silencio aunque hablemos, inunda la boca: ¿para qué agujereamos el vacío, y las jaquecas almidonadas de cadáveres, para que materializamos el puercoespín de los abrazos, el balido lagrimoide de los golpes? Sí, hay tantas fogatas como declives. Pero también hay celajes salpicados de sinfín. El poema está hecho de todas estas avalanchas: de piedras, golpes bajos, mansas palomas, encumbrados seres humanos como seguramente se ven las estribaciones. De alguna manera, o a mi manera, estas carpinterías del pensamiento, este campo de concentración rodante convertido en Universo. Uno hace palabras del conjuro, y de tripas largos poemas, poemas de huesos o ceniza. Yo no subo las escalinatas del poder, no las conozco, si acaso la escalerita de niño travieso del alfabeto. Conozco allá abajo como la palma de mis manos; conozco los estertores de la velocidad de la liebre y el de la mariposa junto a la piedra. Siempre hago lo que debo hacer: escribo. Para cada quien hay una luz que lo oscurece o lo alumbra. Yo no me detengo a pensar en esos pormenores, porque delante de mí está el tiempo, como una pirámide solar, la huella pintada de arco iris. Por supuesto que no dejan de existir los senderos y caminos envenenados. Por supuesto que nunca dejarán de existir las abrazaderas para avasallar, para tejer de sombras el viaje. En el poema también hay olvidos y lejanos botines de pájaros y días cerrados como un cofre. Después de todo me limito a escribir sobre la piel aplastada de mis vestimentas;  a veces procuro hacerme invisible como mis nahuales. Toda escritura, sin más explicaciones, es una fuerza augural insoslayable e impostergable. 

domingo, 16 de octubre de 2016

ARDIDA DESNUDEZ

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ARDIDA DESNUDEZ




Hay calles donde crece como el césped, la desnudez sinuosa del vómito
y el semen: esqueletos donde se fermentan las eyaculaciones,
y bisuterías, al decir de la gente de todo tipo, relojes, falos, caracoles.
Uno aprende a sacarle provecho a las indiscreciones, a las asfixias propias
del  asfalto, al muñón de los disimulos en los retretes públicos.
Cualquier obscenidad uno la puede lavar con jabón de cuche, o espantar
los mosquitos con las bolsitas de plástico de la perversión.
Todo mundo disimula los oídos de la noche.
Las historias anónimas maduran en aquellos lugares abisales propios
de los reclusorios: en el flujo de las horas, la escarcha de las ráfagas, el deletreo
de las infamias junto con el rastro negro de la miseria.
Vos sabés de todas estas oscuridades. La ira resuella al igual que la pestilencia,
y esos alientos mortales de víctimas y victimarios, de extremo aferramiento
a los matices y al silencio sin deletreo de la memoria.
A menudo la usura invade los sudores del cuerpo.
Nunca es aleatorio este duelo gutural o de dientes para morder la solapa
de los encajes, el consagrado verde del ombligo, o el azul de un mundo voyerista 
hecho para flotar en la herrumbre de los juegos de la barbarie.
Vos siempre alcanzaste la ventana mojada de la desnudez;
yo aprendí a leer los caudales de desesperación, el tiempo infiltrado pareciendo 
una eternidad, cuando en realidad es un solo instante, un horroroso espejo
de oscuridades, un momento de posteridad para volar vilanos.
Por desgracia, la muerte, no es simple orgasmo, sino también un desafuero.
Barataria, 14.VIII.2016

viernes, 14 de octubre de 2016

FLUIR DEL ENTRESUEÑO

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FLUIR DEL ENTRESUEÑO




En medio de los médanos del paladar, la conciencia anulada por el desvelo.
¿Qué árbol de polvo se enreda en el aliento?
¿Qué herrumbres nos amanecen en el matorral de la salmuera, en el golpe inasible 
que nos da el tiempo?
Durante todos estos años, la penuria, los silogismos caducos de la sed,
los colores invertidos de la respiración, el grito de soledad de los proverbios,
esa siempre explosiva fugacidad de las mañanas.
Nadie duerme sin embargo con tantas grietas en la conciencia:
nadie cuando uno anticipa la noche y sus adustos huéspedes, la sombra
y el desvelo del granito, la humareda de mortajas y sus respetivos agobios.
Una mano invisible nos revela la rebelión de la oscuridad.
La ceniza nos recuerda el entresueño del hervor, la oscura llama del soplo,
algunos espejos colmados de bruma,
o tal vez aquella lejanía junto a los matorrales de la infancia.
Desde siempre hay extravíos en el pez de los relojes y su teoría de rotaciones.
Quemo el eco de caballos al galope para quedarme en un resquicio.
Existe una edad anónima, ésa de la sangre sin horarios.
En un punto de las humedades furtivas, alguien tiñe de ansias la desnudez.
(En momentos furtivos son abundantes las monedas de la obstinación;
recuerdo el roce del petate en el frío, las lluvias quemadas en la boca,
los ruidos fingidos que emergen de la oscuridad, la rosa de piedra del abandono,
o acaso la brizna sobre las criptas huecas del murmullo)…
Barataria, 12.VIII.2016