martes, 31 de enero de 2017

ANILLOS DEL HUMO

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ANILLOS DEL HUMO




En las sombras encaramadas en las sienes, el matorral y los sótanos negros
del humo, los élitros gastados en la lengua de polvo
de los sombreros colgados de los armarios como pacíficos guijarros.
Con frecuencia uno se reduce a lápida mortuoria, a ese mudo hueco que dejan 
los gritos a flor de piel, a esa oscuridad que hurga en el poyetón de los ojos.
Nos sacuden las fisuras que producen los martillos en las paredes.

El país ha aprendido a hacerle costuras a las sombras, a morder la corteza
del óxido, y a asomarse entre huesos a las quemaduras.

Uno va indagando entre las tantas arqueologías de las telarañas.

En el humo encorvado de lo improbable, las austeras inclinaciones
de la descomposición, y los pequeños caminos que levanta el follaje de cipreses.
Sobre el pavimento las grietas mudas de los ojos.

Oigo el fuego y enmudezco de ojos: la calle nos consume con su deriva;
después, ni siquiera he podido recuperar todos los cadáveres, las nostalgias,
ni una sola piel de todas las que poblaron mi tugurio.
Uno es, después de todo, las tantas formas en que se enrolla el hilo del tiempo,
el anillo de humo enrollado en las pupilas como lo haría el búho
con la niebla difusa de las anguilas.

En suma, se vacían aquí todos los murmullos. Tal vez mañana sea diferente
la geografía y, la conciencia, tenga los contrapesos necesarios.
El hastío nos ata al punto de llevarnos al límite hasta de lo más diminuto.
Barataria, 06.XII.2016

domingo, 29 de enero de 2017

ESCEPTICISMO


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ESCEPTICISMO




Alguna vez, en lo descampado del escalofrío, el sentido del amanecer:
la mística gris de los caminos es el oráculo de mi entraña.

En la ilusión, el mundo y sus infinitas encarnaciones, el universo secreto
del dolor, sus torbellinos de olvidada quietud.
A través de la mirada van diciendo adiós todos los nombres que he conocido.

Hundido en los vacíos de los atrios, las manos nubladas de los cadáveres,
oscura la mugre de los gemidos,
escéptico frente a las longitudes del abandono. El ojo ilustra las paradojas
de la oferta y la demanda, de cuanto el ala lo es en el viento.

De pronto, soy solo tierra y angustia, miedo omnipotente a las sombras
del desgarro, miedo a esta vieja lluvia del exilio.

Las calles guardan todas las sombras desatadas de la ironía. Los espejos
de polvo y sus falsos estupores. Los ocasos y la perennidad irremediable.
Quiero una sola palabra que no sea olvido.

Ya no sé si puedo interpretar el ahora, y abrigar el lenguaje de mi desnudez.
A veces ya no quiero sentirme ahogado por las enredaderas de la tierra,
ni sobreviviente de la labor de los crepúsculos.

Yo camino hasta allá donde están los pequeños caminos olvidados.
(Vivo en la palabra real, univoca, unitaria, sin ningún juego de purismos;
entiendo la oscuridad y sus catástrofes y su alma ininteligible.
Lo único que me salva es no tener respuestas para el absoluto)…
Barataria, 03.XII.2016


sábado, 28 de enero de 2017

LOS VACÍOS DEL TEXTO

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LOS VACÍOS DEL TEXTO




A mis espaldas
tiembla la intensidad de sus desnudos Beso a beso la crueldad
multiplica los incestuosos arcángeles
¿Para atemorizar el placer? Para ocultar con lienzos enlutados
su delicada impudicia?
Aullemos como malditos cerdos con las patas en alto
La sudestada avanza Mi lengua, seduce los oscuros entre soles eróticos
Maria   Meleck  Vivanco




Importa lo que escribe el poeta  en el quehacer de escritura, pero interesa más el lector porque a fin de cuentas es la persona que desde su experiencia de contacto con el texto hace sus propios correlatos. Las relaciones que mantiene el poeta con el lector son de suyo importantes dado que el texto, cualquier texto constituye un acto de comunicación.  Lo dicho nos lleva a un escenario particular: los vacíos que deja el escritor en el texto y que el lector debe llenar, las expectativas y conexiones que debe hacer y la indeterminación de lo definido e indefinido. El comentario resulta de esas inferencias a los vacíos, a lo no dicho, pero que, al entrar al poema y desmenuzarlo adquiere las múltiples posibilidades de explicación. Otro elemento que cobra vida es la remisión a la extra-textualidad que se concreta en lo no escrito pero que subyace en los interiores del texto. El acto de lectura crítico, por lo demás, son ocupados por ese lector que opera desde el lenguaje. Agreguemos a ello lo que está allí: una realidad informe y experimental, agazapada del mundo, referencial. Todo se complementa con las perspectivas del lector. No podemos negar que existe otro elemento vital, el poema como provocación de la historia real respecto de la historia ficticia. Quien en realidad tiene la fuerza creadora para dinamizar el texto es el lector, aunque con ello se caiga en interpretaciones relativizantes, es decir, elaboraciones que hace el propio sujeto lector y que pueden no coincidir con el común. Tomemos el caso del contrapunto de “PREHISTORIA DE LOS PÁJAROS”, texto al cual nos referimos: “(En las larvas del picotazo, el tiritar avasallante de los pájaros, el país/ rupestre de las pupilas en la intemperie, las hechicerías alrededor/ de las grutas, la obsidiana reducida a ceniza./ En las cercanías del aliento, nos indigna el moho, las promesas de ceniza,/ la escarcha quemada de las alas. A menudo hay silencios profundos/ en los ojos, silencios reducidos al sigilo, silencios inmóviles./ Sobre los cipreses huyen los vuelos, antes que se congelen las jaulas./ En los colmillos del ruido, feroces las bocanadas de desaparecidos./ Se amarillean los agujeros de mi respiración./ Estornudo todo el polvillo del miedo y la oscuridad; golpeo las cáscaras/ del miedo, cortejo las tenazas de los alacranes, veo el cortejo/ de las tarántulas y los espejos pulverizados de lo inefable./ En el trueno de la embriaguez, los nahuales palabrean el fuego./ Cerca de los tijerazos de las sombras, es bueno cortar los reumatismos.)” “Los pájaros” no son los pájaros que estamos acostumbrados a ver; lo “rupestre”, no es en el sentido estricto de lo rupestre, el concepto nos conduce a la revisión del significado con ciertas prácticas sociales, al igual que el sintagma, “promesas de ceniza”, etc. La tesis, entonces, es otra y no la del texto poético como objeto clásico. Está el horizonte del poeta y el horizonte del que recepciona la obra (lector). Así, el poema, es materia modificable por cuanto el lector lo hace a partir de su navegación por el interior de las aguas del poema. El acto de leer nos lleva a una reconstrucción del sentido de la obra, por lo que la misma puede tener varios sentidos y varias reconstrucciones según sean los lectores. No sólo es la poiesis en el sentido aristotélico como gozo estético, es una provocación y liberación de las fuerzas u horizontes que emanan del poema. El lector es quien se desplaza indeterminablemente en el texto (sea poema, narración); supone, por lo demás, una constante búsqueda. La escritura apelativa y polifónica lleva implícito un receptor que debe participar de su acto creativo. Los conceptos o realidades tienen sentido en la medida que configuran lo extraño, lo distinto, lo otro. En cierto modo, todo acto creador pasa por una vía purgativa, otra iluminativa, y, la iluminativa, tal San Juan de la Cruz, con su Noche oscura. En mi calidad de poeta me corresponde derramar los céspedes desnudos de la flama y morder el río de los astros, desterrarme de mis propias realidades, pero al final, son quienes me leen los que diseccionen todos los silencios en mi poema.
Barataria, 28.01.2017

viernes, 27 de enero de 2017

ESTRECHAS ABERTURAS

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ESTRECHAS ABERTURAS




Entre la niebla pálida de las semanas, el caracol de los sueños y su estrecho 
margen de maniobras: desde las ventanas, la carpa desnuda del delirio,
y las infancias abriéndose camino sobre el asfalto o el cemento.
Es dura la simulación de la risa, o la mueca de la boca, añeja de mundos
y basureros. (Uno lleva el luto como un candil perenne de tumbas);
no se necesita de mucho para saber de dónde emergen las cucarachas,
los alaridos, esta historia que arranca las frondas del regazo
y nos deja en abandono e intemperies.

Igual que los espejos rotos estos fragmentos de escamas prendidas en alfileres,
igual que las lecciones de las alcantarillas los gusanos blancuzcos
de los cuchillos, la risa confeccionada para complacencias, o el cuervo suicida
afilando las estrías del entrecejo, los cielos oscuros cuando cruzan las arañas
todo el azul pedregoso de los párpados.

(Uno se harta de tantos apiñamientos y del zorro subterráneo que aparenta 
distancias con los cadáveres. Duelen las mordidas de las bóvedas
y esa naturaleza de hojas amarillas en el camino.
Siempre resultan difíciles los caminos de la neutralidad, el sacacorchos
de la furia para golpear el infinito, esta batalla de piel donde solo hay granito.
El reino nuestro está ciego de esparadrapos, ciego de neblinas y calvicies.)

Aquí, abajo, es estrecho el sendero. No descomunal como suele ser la barbarie.
Hay hartura siempre que la oscuridad permanece como apéndice de puertas.
Es fácil perder el aliento cuando el musgo se apodera de los huesos.
Barataria, 2016

miércoles, 25 de enero de 2017

REMOTO HORIZONTE

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REMOTO HORIZONTE




Sofocadas las bisagras del tiempo, nos queda sin duda, la tenacidad del granito,
y sus largas columnas de puertas.
¿Cuánto verdor se apaga en nuestras pupilas? ¿Cuánta luz oscurece en el ala?
En el promontorio del oleaje, las alambradas como lengua de acantilados,
como charcos de difuntos abrigos y comensales.

Todo el horizonte aglutinado en el asilo hecho añicos de mis sienes.
Nada está próximo, ni siquiera las paredes cuyos ataúdes me han velado.

Sobre el esqueleto del camino, los dominios amarillos de la mueca, o el óxido
del búho, tras la exhalación de rincones de la embriaguez.
En los oscuros ámbitos del umbral, la prisa repartida de las palpitaciones,
y esta terca manía de golpear los retumbos y sacudirle las hojas al infinito.
Ahora es como querer poner las manos sobre la corrosión.

Sí, juntar los cuatro brazos del vacío y expirar en los tambores de la duda.

(La realidad acaba por ser otra cosa. Nunca son livianas las estatuas
en las rodillas. Ignoro si hoy es más sencillo saltar sobre los lugares del fracaso,
o regresar a la mueca para armar otra comedia.
Uno puede hablar de todos los jadeos pronominales sin aspavientos;
Quizá darle coherencia a los esfínteres y a esa larga letanía de desgracias.
Jamás he podido entender la boca afilada de los ecos, el estado febril, múltiple,
de todas las estampidas del arrebato.)

Ante lo distante ya del más alto calor del aliento, cabe entonces, abrir
la ventana sólo para que no muera el olfato, ni el tiempo.
Barataria, 28.XI.2016

lunes, 23 de enero de 2017

FLUIR DE LA CORRIENTE

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FLUIR DE LA CORRIENTE




Todo embiste como el fluir de la corriente de agua durante toda la noche.
Ni siquiera la oscuridad queda ilesa de sus aleteos, ni la fiebre de pájaro alucinado, 
ni la polilla con todo y sus musarañas.
Las bayas cimbran sus indolencias igual que el cuchillo del viento sobre piel
y ojos: a lo largo del camino, las sombras frías de los pinos.

(Hay amantes que se pierden en el resuello de sus costillas; el tiempo masculla
sus propias cucharas, la luz y su inventario de túnicas, el sorbo de luz a punto
casi de calcinarse. En aquellos despojos, ahora el vinagre.)

En el caracol de la melancolía, las escenas ciegas de la desnudez.
Los que nunca han agonizado ignoran el vigor de una mordida, el clavo absoluto 
que se clava en la garganta.
Camino habitado por demasiados andenes, esquinas, húmedas intimidades
y muertes; el lenguaje sufre de extravíos en la vía pública.
Siempre estuvieron allí las esperas, en ese galope apuñalado de las esquinas.
Siempre al filo de la búsqueda adelantándome a la indiferencia.

Aun así, supongo que fluyen los tiempos detenidos,
los suicidios y salpicaduras del aire, las infancias que lloran en la marejada
de tatuajes, el zumbido abovedado de las moscas sobre los retretes.

(Nada me resulta extraño. Salvo las gaviotas, siempre me asombran.)

Todo instante se fuga en la corrosión de mi aliento.
Adentro del agua de mis olvidos, esos ojos indecibles y amoratados del gemido.
Barataria, 26.XI.2016

domingo, 22 de enero de 2017

FIEBRE DEL SUEÑO

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FIEBRE DEL SUEÑO




El soñador embalsamado en su camisa de fuerza
Rodeado de utensilios efímeros
Figuras que se desvanecen apenas formadas
Su revolución celebra la apoteosis de la vida que declina
La desaparición progresiva de las partes lamidas
La caída de los torrentes en la opacidad de las tumbas
Los sudores y malestares que anuncian el fuego central
Y finalmente el universo con todo su pecho atlético
Necrópolis fluvial
Después del diluvio de los rabdomantes
René Char




En el oficio de la palabra, a menudo casi todo tiende a ser metáfora. En “Espesura del ocaso” no sucede lo contrario. El poema se ajusta a tu símil, “como un bostezo”. Siempre está presente la realidad del país, realidad que para otros posiblemente no lo sea.  Si sé que a través de la palabra poetizada, se pueden abordar grandes ficciones, la ficción de la patria, por ejemplo. Es el Vía crucis permanente y sin linternas, el más sepulcral de los atropellos. Y no siempre se ven. No siempre se leen. A veces son sólo instantes de tempestad, pero ahí hay gritos y lapidaciones. Sí que las hay. La opacidad del esplendor nos acompaña, nos alfabetiza el polvo, el hollín de la historia. Hay menudencias que se tornan negocios de bajas raleas, vallas publicitarias que ignoro si aguantarán el paso de los años, la saliva de amarillas linternas, las tenazas para golpear las palabras. En el común de la hojarasca, hay presencia de sombras, que son las verdaderas sombras del “bosque” aludido por Perrault, las verdaderas trampas que muerden la boca. Algunos ríen con generosidad genuflexa; a nadie se le ocurre pensar todos los combustibles y salvajadas que hay allí, antes y después de tantos sepelios. Antes y después de anunciar los estornudos, antes y después de empeñar el alma. Digo que hay un clientelismo en la trastienda de las campanas, de los candiles: siempre hay una sensación de ahogo cuando la duda o la mentira nos ahogan. “En el aliento helado de la niebla, las ventanas todavía persiguiéndome:/ la historia allí, habituada a la barbarie. Y los intrincados brazos/ de las estatuas. La noche es pétrea en su rodaja de cielo. / Los ojos de las lápidas y los sarcófagos, murmuran frente al nudo del vaho./ Tal como son las cosas, la oscuridad es densa en cada ahogo, en el pez / de las manos, en la semilla que da pie al árbol./ Uno, de a poco, va como el símil que parpadea cuesta abajo, clamando/ por los recuerdos, o por otros imaginarios./ Ahora están concentradas en la conciencia todas las dilapidaciones./ Hartas son las palabras oscuras y cansadas de todos los fantasmas condensados/ en las luciérnagas: duelen los ojos de tanto expatriarse.” Uno enronquece de arrugas y de adioses. Siempre lo supe, desde luego. Claro que se vive encadenado sin cadenas, entre sordos pudiendo oír, sin boca habiendo tantas bocas, sin muertos cuando todos los días están presentes y nada cambia. Uno vive entre vivos cuando en realidad todos estamos condenados a la muerte. Uno cree que al amanecer también se transparentará el espíritu, pero no es cierto. Sucede que uno indaga en las pulsaciones de la ceniza, sucede que uno vive en el envoltorio de féretros que construye el país. Sucede que la luz nos llega en pedacitos de pánico. Aquí toda la existencia y sus contradicciones posibles, aquí lo incomprensible que resulta la inhumanidad. Aquí se legitima lo ilegítimo, “la racionalidad” es mueca del absurdo; resultan inmorales los malabarismos y esa sensación de pretender que veamos la lucidez desde un quinqué. La fiebre del sueño, no el sueño que otros sueñan desde la embriaguez del poder. Los mecanismos de sobrevivencia ocultan a menudo los desequilibrios, porque hay una experiencia humana de por medio que desea, pese a todo, seguir no en los absolutos, sino en ese camino de la claridad, sin escamoteo alguno. Con la palabra, entonces, acudimos a la alegría, pero también a la tristeza, no lejos de aquel poema de Garcilaso en el que el sujeto se queda rememorando las prendas de la amada, no sin cuestionarse al final, si sólo fue treta. En cierta forma, la esperanza que se nos ofrece es una treta, mientras se consolida lo aparentemente beneficioso. A uno lo sorprenden esos rostros diarios de los absurdos y la sospecha. A la desnudez le damos brochazos de migajas. Desespera el enanismo de las enredaderas y los brazos que no alcanzan a abrir las braguetas. Hay anteojos terribles sobre los espejos. Quizá la deshora sea la maravilla de este mundo.

sábado, 21 de enero de 2017

PLENITUD INACABADA

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PLENITUD INACABADA




No hay vino más ebrio que el secreto
No hay mayor maravilla que la de saberlo no compartido
Y aquel que hace morir su vida tras
Su víspera sin remordimiento con consciencia plena
Yo te envidio asesino hermano mío de sangre
Por todo este tiempo mudo reviviendo tu crimen
Por ese refugio en ti de escarlata y de gritos
Ahogados
Por ese teatro palpitante en que toda casa se transforma si tú
En ella te encierras
Louis Aragón




Todo es extraño: la realidad que no es la realidad aunque se nos presente como tal. No es real el sendero que tomamos para caminar por los ríos líquidos de la historia. No es real, por cierto, el trajín en el cual nos vemos envueltos en el día a día. No lo son los pensamientos que emanan de esa cotidianidad cuando la misma está contaminada de posturas, imposturas, muecas y simulaciones. Salvo la voluntad del inconsciente todo es dudoso. ¿Quién se fía de quién? ¿A quién creerle?  Ante cada situación, nos encontramos con el ladrillo, la pared, o el muro y, a veces, ese muro es toda potestad la potestad que nos sostiene del poder omnímodo. Aquí no funciona la omnisciencia, si acaso el yo inmerso en la genuflexión. Sólo soy mínimamente libre cuando escribo, cuando le sonrío a los gusanos del ombligo, cuando del golpe hago mis propias deducciones. En la profundidad viscosa de las escaleras no se ve el infinito de una lágrima, ni la felicidad, ni la costra que recubre los incisivos, ni las consignas patrióticas que atraviesan el pecho. Siempre estamos crecidos de alfileres y hedores. Nunca los pies y las manos nos alcanzan para tocar el mundo. Siempre hay distancias más densas que las sombras y las osamentas, éstas se han erigido como templos, como basílicas de felicidad, lo cual tampoco es real. Siempre es extraño reír en medio de la zarza, abrir las aldabas de alguna lencería, darle golpecitos a la neblina, escribir de rodillas en los capiteles de unos senos núbiles, acariciar la mansedumbre del cierzo, atisbar el peligro en cada ronquido de tísico de los trenes, comer hasta morir de palabras. Siempre río a las pijamas irreales. Sufro duplicando mi sombra de demencias. Me afeito de bostezos, allí, donde el pódium, el atril, quieren urdir otros desatinos, no menos irreales que los deudos con chaleco antibalas. Es enorme la barriga de los sueños y todos los peldaños que hay que subir hasta llegar al ojo, o a ciertos esqueletos que cuelgan de las pestañas. Pareciera que todo está encallado. Salvo los guantes aglutinados del yugo. El drama de hoy será el de mañana: rehusarse a darle vida a la escena y a toda una maquinaria. Hay necesidad de endemoniarse. De desconocer el cáliz a la hora de las alianzas, de decir: do re mi fa so la…Igual, hay que caminar a la inversa para encontrar el camino. Hay necesidad de leer los pésames que dejan los huecos, la sed de la edad, el enceguecido réptil de las pulsiones hasta ya no sentir nostalgia por los orgasmos. Hay que subrayar las gotas de saliva retorcidas que quedan en el aire, los dispositivos para validar los sepulcros. Lo real, siempre es el barniz y no lo que está detrás de él. Lo real es jugar a lo real, desde la bestialidad hasta que la nostalgia se convierta en vértigo. Lo único real e importante es escribir las menudencias de este mundo: pensar el edén sin solapas, aspirar por Dios, a la amnesia y desacralizar la propia escritura. Así de real es todo. Uno enmudece en la taberna de la eucaristía. Uno enmudece de ceniza haciendo alarde de la flama. ¿Huye el cuerpo de los pensamientos, o los pensamientos son los que se engusanan en una tarjeta postal?  —Usted puede decir cualquier cosa, por ejemplo que estoy loco. Lo horrible no tiene nada que ver con los embudos, ni con los murciélagos. Hay allí una melodía de tragaluces, un sol de granito, un rincón paralítico de humedades, una embriaguez de ruiditos del tamaño de los dedos del crepúsculo. De todos los encallamientos, prefiero la fealdad de las murmuraciones, quizá cerrarle los ojos a las vestimentas, atrapar con mis manos toda la gruta de los desasosiegos hasta reclamarle al espejo su cobardía. Inmóvil de horas, me quedo en una migaja de renacuajos, a golpe de sonambulismo. Alguien estará queriendo huir de sus cansancios, dejemos que el tiempo nos alcance con su gran silencio de tosca modorra…

viernes, 20 de enero de 2017

MOVIMIENTOS INVERSOS

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MOVIMIENTOS INVERSOS




La luz de seguro debe ser la paja en el ojo ajeno. El cielo, la rama escarpada
de las indolencias. ¿A quién fía uno los espejos hechos añicos, a quién Midas 
revela sus pedernales, los roedores de los cuentos de hadas?
La hostilidad no es extraña para oídos toscos.
Bajo la penumbra amenazante de las piedras, las hojas calcinadas, nudos
de hogueras muerden las sombras del arco iris, todas esas formas
del movimiento del ocaso, toda la intensidad avivada de medianoche.

A menudo los imposibles cambian para convertirse en escharcha, caldean
sus embates climáticos, beben la sed del lecho hasta escarpar el suburbio.
En los anillos arbóreos de los maniquíes, los sótanos profundos del búho,
y el gris sobrio de las paredes. Y lo vulgar que tienen los entonces.

Hoy en día se puede alquilar la sobriedad sin ninguna timidez. Se le puede colocar 
techo a la tozudez, quitarle el musgo a la mala fe de los golpes.
Uno puede hacer que fluyan los estribos de las encrucijadas, los decoros
del tráfico, quizá los nombres de los pescuezos subyugados.

Nada es extraño frente a los cascos del azar. El movimiento es el mismo 
a pesar de todo: la fábula, las tijeras, el muro de contención de los sentidos.

Toda rosa en mis manos acaba por romper mi olfato. ¿Qué rescato del amarillo 
de los eclipses, de los crujidos de la poesía? Quizá nada.

Sobre este espasmo de miradas no pasa absolutamente nada. Cortejan
los cuchillos su afilado aliento; aterran los objetos en plena oscuridad.

Ninguna excusa puede justificar los desastres de la memoria, ni embellecer
con remedos la boca, ni dramatizar todo lo hostil que posee la miseria.
Barataria, 2016

TODAS LAS ASFIXIAS REPRIMIDAS

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TODAS LAS ASFIXIAS REPRIMIDAS




Sueño de la siesta: un lento éxodo de nubes bajo el tejado. Y el instinto
de conservación, mis dedos crispados en una cuerda.
Vacilante, descubierto… Como si ya no hubiera necesidad de un nombre
para estar perdido. Escucha la luz pacientemente reunírsele. La luz,
pacientemente, le absuelve.
Tú, inmóvil en el puente de hierro. Mirando otro relato. Mirando con
mis ojos. Inmóvil. Mirando el tiempo inmóvil.
Me crucé por la calle con la risa de un ciego. Las nubes, los acantilados,
el mar: apretados contra su pecho. La música comienza en las ventanas…
…Y retrocediendo sobre el tablero infantil. La ausencia de sujeto rasga
el sueño de todos. Perder terreno. Cazar un pájaro en vuelo.
Jacques Dupin




Hay dolores reverenciables y estremecedores de principio a fin. Dolores como las circunstancias históricas del tiempo en el ser humano. No siempre la palabra cubre la ignominia; no siempre la palabra es humanidad plena; no siempre uno alcanza a desmenuzar el aliento y enrollarlo después en las concavidades arrebatadoras del grito. Cada descenso constituye una hazaña, cada cueva es un sopor entre la vegetación de la piel. Sólo toca descreer y arrimar las sombras a los sombreros; solo queda apoyarse en las mochetas de las ventanas. Los ahogos vienen drenados por los espejismos y por esas realidades oscuras de los túneles, los aposentos, la ceniza sobrante de las colillas, los bolsillos ciegos de la miopía, los rostros amortajados de grises inclinaciones. Procuro recordar aquellas aceras cercanas a mis sienes, amarillos insectos mordiendo los calcañales, paraísos disecados o deshechos en el hocico de alguna alcantarilla. Quiero retornar a mi alma sin los golpes del gusano de la muerte, allí donde también Dios muere, descalzo y sin abrevaderos. Duele por lo demás toda la cabalgadura y la temeridad de sentir que Dios es profundo en mis costillas, que vos, (quien seás), recóndita trepás al árbol y luego bajás en la soledad petrificada del granito. Yo también desciendo al hirsuto corazón de la ficción, al bebedero del cuerpo, al lecho donde ahogo mis ojos. “Pasados los bostezos vienen los horrores irrestañables de la castración. / Llaman las culpas y los carros fúnebres: uno apoya el desánimo/ en los dedos de la saliva, en los codos del pulso, en el polvillo / de la temperatura: las alas o el reloj siempre están en mis desencuentros,/ desperezan los demonios mientras estiro mis canillas./ En el suburbio de mis calcetines, las roturas todas del aprendizaje./ Me harto como toda la gente de los ojos, me harto de las costumbres/ y sus paredes aledañas; el caos no es mi único recuerdo,/ sino el chillido de los acantilados, las fotografías de familia, el rostro/ que me roba los suspiros: yo, náufrago con mis juguetes.” Es cuestión de morirme en la lucidez de los espectros, supongo. Profanar tiene sentido cuando jugamos a los cementerios, cuando la parodia o la lujuria nos piden el falaz engrudo de la esperma, los posibles abandonos del poeta, esa jerga penosa de morder los pezones, bajar a ritmo del odio o de un violín, del bien decir sin fracasar. Escribo desde el moho de los naufragios: un poema es el arrebato de esas horas, constituye el paréntesis pornográfico de la memoria, todas las asfixias reprimidas, las indigestiones que provoca la tristeza. Quizá el poema sea la dignidad materializa, la máscara con la que se desvelan los amaestramientos, o todas las deudas que nos deja la orfandad, o toda la alegría suplicante. Frente al poema desciende el tiempo, es probable que sea la mesa ilusoria, o la radiografía que patalea en su vergüenza. También allí chamusco mis pálpitos, muero herido de Dios, muero de furia, muero de vagina y pesadillas, muero de aleteos, muero de caras, muero de despeinados orgasmos, muero de espinas y muertos, muero de anulaciones, muero de fuego y luz. El vacío es el último descenso de las hondonadas. Me seducen los matorrales de saliva y espuma, el cuchillo de los cuerpos contritos. Debo entender que en el camino fundo abandonos y oscuridades y rasguños. Nunca sé después qué pasará con el poema. Nunca sé qué utilidad tiene lo bestialmente amoroso, ni el fondo de mi garganta, ni los sostenes vinculados a mis obsesiones. Escribir implica alguna especie de corcoveo con los propios demonios. Ya me he acostumbrado a las huidas, pero también a las manotadas de ceniza que me deja el firmamento de las palabras. No sólo quemo aquí todas las sombras, sino también entiendo mis andanzas. Todo el idioma se convierte en tendedero de carcajadas y martirios. Hagámosle también, un monumento a la agonía.