sábado, 8 de febrero de 2025

VIAJE INÚTIL

 

Imagen pintura de André Masson


VIAJE INÚTIL

 

 

sur la table de travail dans un vague désert muet

je deviens fou de rage, d’humeu noire…

ÁLVARO MIRANDA

 

 

Las distancias existen.  ¿Dónde queda la tinta del poeta

cuando la voz se extingue? Mi viaje jamás tuvo odio, solamente sequía,

hambre por el mar de los velámenes.

¿Fueron los torvos bolsillos del crepúsculo los que me volvieron

apátrida, y tránsfuga del azúcar?

Hubo paredes que solo rumiaban resentimiento, agua hervida

en la boca, entre vigilia y sueño demasiadas tumbas para llevarlas

en mi barca de mis luchas desnudas.

 

Soy hombre y no pertenezco a marcas ni patentes: tengo la verdad

por horizonte y las manos limpias de limosnas.

A nadie insulto, ni al guitarrón que zumba como duro presagio

entre el tragaluz de los aleros.

Ahora sé que fue inútil aquel viaje sin luna el césped.

Soy esas extrañas palabras inabarcables en medio de la noche,

la palabra que por costumbre habita la nostalgia, la palabra

inventario en las esculturas de la lluvia, la pared oscura

en los anillos grises de la tarde, el paladar que adivina los estatutos

del vinagre y el jengibre.

 

Siempre he sido esa rara avis dibujada en el cuaderno de la ceniza.

La noche desnuda todos mis inviernos y es triste, es triste

como todos los fantasmas que llevas en tu propio vuelo.

«Y fui... y estuve... pero nada traje.»

Sereno, sin embargo, en la humedad de mi cobertizo, tengo aún

en las palabras «lo que pudo caber entre tus manos.»

Es triste ver los ojos fuera de su órbita, en las fauces atropelladas

del pañuelo, en las alas un viaje de heridas invernal.

 

(Las distancias existen, como existen desorbitadas las cuerdas del reloj, como la marea del eco en el aullido de los coyotes. ¿Adónde va la muerte prematura y el bregar dentro del canasto del arcoíris? —Sólo fue noche el lamparazo del rocío, la hoja verde del temblor de los peces, el sol que se perdió en la sombra del deletreo, días y días en el pasto de un pasamontaña, fósforos grises al borde la noche. Las distancias existen. Existe la muerte prematura. En medio de los cáñamos de las sombras, la difícil tarea de salir ileso. Ya me he ido con la furia de las cruces en un campanario de niebla. Se oye el estrépito cuando cae la escalera y se rompen las llagas del alfabeto).

 

 

Del libro: «Incendios giratorios», Barataria, 2013

©André Cruchaga

Imagen pintura de André Masson


domingo, 2 de febrero de 2025

DESDE LO MÁS PROFUNDO DE LA OSCURIDAD

 

Imagen pintura de André Masson


DESDE LO MÁS PROFUNDO DE LA OSCURIDAD

 

 

(Esta voz y esta sombra que no entiendo, los días oscuros, lentos, encorvados sobre la lengua negra de los muros; en el umbral de la línea de la espuma, el corazón de la noche con su presentida herida. La rosa del pájaro que bulle en los sueños inclinados de la sombra sumergida en la garganta: —habrá, un después, me digo —mientras paso la mirada sobre la ceniza y las colillas—; en la humedad del césped, borrón y cuenta nueva).

 

En el río que duerme en las venas, la luna de piedra hacia la noche,

las aguas consagradas al silencio de lo profundo, el interior

navegando como un cristal derretido.

Nada más oscuro que el grito de la piedra en el inminente abismo

Donde los sepultureros acoplan y revuelven la bruma de polvo

de las contradicciones históricas, materia para discutir el drama

de los amedrentamientos o solo la tuberculosis amontonada

del otoño como fruto de la caducidad de la hoguera.

Desde la emoción pretérita de un hospicio maduran y enmohecen

los cementerios y ciertamente también los sueños.

Sobre el candil de las sienes, el espejo siempre de la penumbra,

pétreo, bestial en su danza de pared derruida, justo en la esquina

doliente del viento; en lo profundo de la oscuridad el despojo pierde

su identidad para convertirse en estupefaciente.

—Vamos, digo, que con la simplicidad de la madera: las sombras

descubren el rumbo de la luz y las campanas.

En los versículos de la tortilla, salir del hambre es una epopeya,

sube al patio trasero una constelación de langostas.

 

Del libro: «Incendios giratorios», Barataria, 2013

©André Cruchaga

Imagen pintura de André Masson


jueves, 23 de enero de 2025

AL BORDE, LAS LÁMPARAS

 

Imagen pintura de André Masson


AL BORDE, LAS LÁMPARAS

 

 

(Al borde de las lámparas, el aullido de sangre sobre el cuaderno, las sombras ciegas de la tinta, y hasta los duelos de mis pesadillas. En esta mezcla de escaleras todo es confuso: desesperan los agujeros del aliento, los tantos clavos que sostienen las funerarias, aquel nombre que golpea los platos vacíos sobre la mesa. Arde la opacidad de la tristeza alrededor de esta luz sombría, dentro de la boca de los abanicos).

 

Como ayer, ahora, estoy deshabitado de otros tiempos y lugares.

Debajo del fuego, las baldosas con fervor de moho y recuerdos,

la arcilla con rasguños de quimera, el tallo de la espuma en el ojo

de la sombra ruidos trizados en el bostezo de las puertas.

La luz tiene infinitas formas para desvelarse en los inmóvil

de candados que el tiempo pinta de temblorosos pájaros;

lo sé ahora cuando la vigilia se yergue sobre mi esqueleto rural.

Sólo espero que la luz esté allí mientras tenga sueños, sueños

mientras el tiempo no desdiga el olvido.

Al cabo, estar aquí, es la naturaleza de mi propia caligrafía.

Mi propio reino. Mu reino propio, aunque se destiña con los días.

Nunca supe de otro desde las primeras palabras sembradas,

desde aquella totalidad de surco que abrí junto al postigo de sangre:

si algo ha de vivir siempre es el árbol de la muerte.

Si algo perecerá es la alegría con sus manuscritos de porcelana.

 

 

Del libro: «Incendios giratorios», Barataria, 2013

©André Cruchaga

Imagen pintura de André Masson


sábado, 18 de enero de 2025

FLAMA

 

André Cruchaga

FLAMA

 

 

Mar de ansia y del delirio —he aquí…

SAINT-JOHN PERSE

 

 

en la estancia de madera el fuego hecho de contagiosa religión: dentro del pabilo el papel lacrado en las manos el metalenguaje como un vitral inefable en la redondez de la gota de tinta que quiere convertirse en poema y luego marchar a través de la inmaterialidad del aliento entre esa luz y las reminiscencias del crepúsculo la persiana de los sentidos pronuncian la claridad una y otra vez respiro en el ciego plato de la sombra que me alimenta no importan las semanas y los meses toda la pesadumbre de mi memoria colgando de todos los crímenes del sueño —a menudo me ata la pobreza de mi risa los túneles impasibles de la garganta la mano confundida de la polilla agazapada en la fábula de los tiempos: me sigue sucediendo el tiempo con cierta demencia ¿qué abrigos invento para mis huesos? ¿ qué imágenes dejan de ser voraces en los ojos allí donde cruje el sexo desangrado? vivo en esta suerte de préstamo del calendario y su ataúd en la fila residual de los tragantes ahí donde el alba es trágico azogue mínima ternura en la jerarquía de las cucharas ya no sé si por costumbre reincido en el mismo velorio de mis pensamientos casi a punto de ser extraña criatura en medio de la luz nazco y muero en la mueca de la pesadumbre: mi demencia engendró espejos de tedio y fábulas de nocturnos pómulos quizá la lluvia o el fuego lo resuman todo: las manos sobre la mesa sólo fue un sueño de proporciones iguales al vacío —cuando fui consciente de la pobreza opté por el sacramento de la intemperie y por la lluvia interminable de la avidez olvidado de todo paraíso la acumulación de calles y portales los sonidos huecos cruzando la conciencia hasta colmar de angustia las aceras si hay algo que aja la noción del poema es este folio de hollín mordiendo el entrecejo la meditación sobre las armónicas sepultadas y esa tinta negra que sale de la boca con afasia de migajas me duele el trasluz de las vigas que danza como un fantasma equilibrista en medio de los sonidos de la resina del eucaliptus a veces es la escarcha del crepúsculo la que está sobre el plato: la boca atardece en la taza de café luego los ronquidos de la noche como el aguijón de los nombres agudos los trenes líquidos del suspiro en el largometraje del pie forzado de la décima me quedo así donde («hierven las cosas consumidas por una llama hambrienta que ya alcanzó mi calcañal y muerde me está doliendo el mundo revienta como pústula me duele en mí como un templo destruido») atrás de las puertas la rugosidad de los tapiales y el polvo temible que colma mis poros es aquí donde invoco el arca aunque sólo sea para que mis ojos se salven una sombra tras otras en los sonidos del lenguaje…

 

 

Del libro: «Incendios giratorios», Barataria, 2013

©André Cruchaga

Imagen André Cruchaga


lunes, 13 de enero de 2025

JARDINES YUXTAPUESTOS

 

Imagen pintura de Roberto Matta – Chile


JARDINES YUXTAPUESTOS

 

 

Unimos los jardines de la claridad, al petate difuso de la noche:

altas esferas devoradas en la proporción de la garganta;

a quemarropa el caracol del averno en el ojal amurallado del pétalo,

el ápice de la úvula en la garganta ahumada del filo,

sobre la catacumba del abanico de los charcos:

—cada uno perdió su propia andadura, el año bisiesto del tallo,

¿es cíclico este afán de rasguñar la esperanza,

o apenas una mueca tardía de los jardines malogrados del hambre?

El hambre, digo, junta, allegada con sus cascos de vaguada,

sobre lechos frescos, sobre lechos adustos donde asusta una jarra

perfumada de culatas y aturdimientos.

 

(A menudo hay que reír sosteniendo entre las manos lo deleznable:

la solemnidad y los paréntesis siempre gozan de buena salud).

 

Hay que unir los eslabones del hambre alisando el piso de los ojos.

No sé si en los péndulos hay derecho a vía,

o es mera rotación el movimiento de las aspas del aliento,

la niebla orgásmica del éter, la elipsis del ombligo, la metástasis

de la taxonomía de la cólera, la dulzura unánime del parpadeo.

 

Juro que el escalpelo y la miseria son el mejor verso que se ha escrito

en la historia, digamos Dios y las langostas, silva el viento.

 

 

Del libro: «Incendios giratorios», Barataria, 2013

©André Cruchaga

Imagen pintura de Roberto Matta – Chile