lunes, 22 de septiembre de 2008

Don de la luz_André Cruchaga

Fotografía: Ana María Veas González





Don de la luz



Desde el origen del mundo
La sed transforma; la luz permanece.
Toda luz enciende las mañanas
Y expande sus hilos alados:
Sus ojos claros sobre los pájaros,
El fruto, la hoja, la rama,
La mazorca y quien la trabaja.
Por esos gestos de la aurora,
Que entran como alas por las ventanas,
El árbol de la vida sigue
Junto a la savia del agua.
© André Cruchaga
El Salvador, Agosto de 2003
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lunes, 8 de septiembre de 2008

En qué tierra, Dios...André Cruchaga

Ilustración: La Playa [Tomada de Fotoplatforma]





En qué tierra, Dios…





¿En qué tierra, Dios, las almas no sufren este escalofrío del vejamen,
El sueño sin cauce y la leña hecha ceniza —anhelo soterrado
De la esperanza, humanos gritos del agua, ardoroso rocío desvelado?
De qué lado estás, Dios, después de dos mil años de noches sordas
Y entrañas desgarradas; los pies del rayo feroz queman la sonrisa.
La avaricia se ha vuelto la luz del corazón y muerde la carne estremecida.
Hoy el hambre se hinca y galopa en cada cuerpo lacerado.
¿En qué tierra, Dios, estamos? Contra quien descargas tu amor, la furia
/de la justicia.

Hay niños por doquier que nacen y mueren. Su materia de huesos
Nos abraza, el tiempo universal arde con sus dientes de azufre,
—Arde este horno del viento, arde la oscuridad salobre de la brasa,
La ceniza de los rezos se esparce como un navío sin mar, sin olas, sin sal.
¿Dónde estás democracia que las estadísticas nos hablan de cadáveres?
¿Cuántas noches más nuestra ilusión será el incienso de las funerarias?
¿Qué sombrillas siderales nos protegerán del fragor de los espectros?
¡Ah, Dios, negados hemos sido de los grandes emporios, corridos
Hemos sido de tu templo, lapidados hemos presenciado el odio, la tristeza
Y los hangares del desagravio. La luz ahí en estáticos cirios, no en el altar,
Sino en la sal de la lágrima que fluye como un río de ceniza.

De qué lado estás, Dios, entre las etiquetas que los ideólogos inventan?
Somos seres indefensos ante el hambre, no a las ideas; los escapularios
Bajo sábanas no sirven, cuando a través de las ventanas se implora
Una moneda de viento para hacer respirable la brizna en las entrañas.
Si eres el mundo, Dios; si eres el Universo, Dios; si eres la misericordia, Dios,
¿Por qué no tomas en tus manos este firmamento de grotesca tiniebla?
¿En qué mercado de monstruos se venderán nuestros anhelos, qué
Hierros en pro de la democracia vaciarán nuestros ojos y los comerá
El harapo de la desesperanza y el vagón frío de las aceras donde sólo pasa
El ruido y el olor rancio del humo y los perros con su instinto caníbal?
¡Ah, mi Dios, dónde debemos estar después de cargar el karma de la cruz
Y haber viajado por estaciones resecas, sin dormir un instante
En el tren de las arenas, en las losas de los oasis como pupilas frenéticas!

Nada hay para otra vida que no sea ésta Dios. El mundo es aquí, Dios;
La felicidad es aquí, Dios. La neutralidad es como la inercia y tú, Dios,
No puedes ser neutral ante la madera arqueada de la carne, ni ante las sombras
De la congoja, ni ante el despeñadero de los días que arrecian en su torbellino.
¿Qué salmos invocaremos durante esta noche para encontrar los ecos
De la luz? —Esa luz tuya, Dios, en el alma de todos, esa luz que ilumine
Por dentro lo vital y suene a humanidad: Humanidad merecida. Humanidad…

Aquí ya muchas noches de pasión hemos tenido. El río de tus salmos
Fueron inoíbles; si tú, Dios, eres lo verdadero, la suave miel del cauce,
El aire y la tarde; la montaña y la esperanza del día a día,
Borra los quejidos y abre tus bodegas como la única bandera
De un follaje verde; hazte presente como el temblor centelleante
/de la lluvia…
Barataria, 29.VIII.2008.
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lunes, 1 de septiembre de 2008

Mil caminos, vagones de un tren desvencijado_André Cruchaga

André Cruchaga, Centro Español, El Salvador






Mil caminos, vagones de un tren desvencijado





He recorrido los mil caminos de las siete cabritas;
A lo lejos los vagones de un tren desvencijado
Con su herrumbre de delantales, llovizna en mis ojos.
La noche me despierta con su lengua oscura —he caminado
Tanto que en mis sueños los azacuanes mueren de sed.
Una lágrima demuele las pupilas de soledad;
Hace mucho tiempo que las ventanas no visten las tardes,
Ni las sillas soportan una taza de sombras en medio
De lacrimosos antifaces. Al caminar en la noche
Uno empieza a vivir la luz de la oscuridad de los senderos:
La luz densa que se apoya en el cuerpo con alma de arco iris.

He caminado —Hemos caminado en roídas mortajas
De silencios. A veces esas mortajas nos horadan el pecho,
Nos dejan la hojarasca y las raíces del ansia a flor de piel.
Bajo la noche rosario de grillos aturden las sienes,
Gota a gota la sangre resbala en los rieles de las venas:
La herida no es capaz de vivir al libre albedrío,
Ni a salpicar ese gran circo donde nos movemos todos.

Las ubres de los párpados arden en las pezuñas de lo oscuro.
No sé cómo desarroparme de este claustro de la memoria,
Sin dejar de transpirar en los poros los ojos que ven desde dentro.
Ahora la salmuera confabula junto a pálidos paraguas:
Las imágenes se rompen de miedo en cámaras letales;
Los relámpagos hieren los fantasmas de los objetos tirados
En las extrañas gaviotas de las manos —tirados, claro,
En las cuevas de irreales libélulas, en los naipes extraños de las persianas.

En los pájaros de la nostalgia late la historia, el viento premonitorio,
Los senos blancos de las sombrillas elevando caballos de fuego;
Mientras yo me quedo así, buscando postales de viejos puertos:
Muelles donde se precipita el futuro y se renuevan las palabras
Con la espuma o el vaivén verde de la niebla sobre el agua salada.
Aquí arden las tormentas con el pecho abierto. Arden y enmascaran
El día; su túnica alada ciega los ojos, deshilacha las pestañas,
Zumba la osamenta del sol sobre el escupitajo roto de las olas.
No en vano la madera se disuelve en los cielos del recuerdo,
No en vano los alfileres conjuran como relámpagos de un jardín remoto.
No en vano los trenes y los barcos dejan velámenes en las pupilas.
No en vano el fuego nos quema en cada poro del horizonte:
En cada nube repite relojes insomnes, zaguanes de un tapiz inseguro,
Aguaceros que abren la garra del pecho hasta crepitar en el aserrín
De los féretros: —machetes de hormigas en el cuenco vacío
Del resplandor dejado por la boca en su apenas murmullo de raíz.

He recorrido las llamas verdes de la lluvia desde siempre:
En la desnudez de la herrumbre conjuré la noche;
Siempre estuvo mi rostro frente a las ventanas por si acaso.
Y sin embardo cada día me toca palidecer frente a los armarios del azar.
Barataria, 26.VIII.2008
©André Cruchaga
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