jueves, 29 de septiembre de 2016

LUCES TARDÍAS

Imagen cogida de la red






LUCES TARDÍAS




Tan sólo quiero tener largos ojos, para ver estas luces tardías del sigilo.
Luces frías que arrasan con los brazos y atolondran los paraguas de la noche,
y las palabras que de tanta humedad se hacen coágulos.
Uno acaba de un tirón mordiendo todas las calles, o la servidumbre.
Nadie es inmune a estos taburetes que destilan tiempo en los ojos.
Aquí la memoria no tiene su mejor respuesta, sino suma de heridas.
En lo alto de las sienes, la aridez de la piedra y su matorral de agravios.
(Es bueno desabrocharse la camisa y morder los calcetines, pulverizar
la penumbra, reparar los témpanos de las lágrimas, envolver el hondo aliento
del silencio y su mirada de difusa cábala.
Siempre hay fonógrafos que suenan a deshora, a carnicerías o a tripas endemoniadas, 
o a perros de colérico aullido, o a bultos de agria peligrosidad.
Las costuras del silencio, son insuficientes para deshacer los barrotes del aliento.
Uno no puede fiarse de la limpieza de la ropa ajena. A la larga, las pestañas,
acaban mordiendo la penumbra, las altas y sólidas conciencias.
Sucede que a veces las sombras son sutiles para disputarse la claridad: avanza
la noche en la hora rota de la luz, queda el pómulo casi metálico del pretérito.
Yo nunca he sabido lidiar con todo este Paraíso de la Ciudad de Dios.
Nunca puedo disimular el frío en los muelles de la impaciencia, en ese filo
de desarraigo y fuga. En ese estado de fiebre del desfallecimiento.
En las afueras del sueño, de pronto, todo es sospecha y tropezón: jamás me fío
de la bruma y de su sed de noche cuando cruza el día.)
Barataria, 2016

martes, 27 de septiembre de 2016

JUEGO DE OLVIDOS

André Cruchaga





JUEGO DE OLVIDOS




La razón de este juego de olvidos es, justamente, para condensar el destino y el sentido del poema, en modo alguno para explicarlo: carezco de los atributos necesarios para la fosforescencia. Me limito a caminar a través de lo humano que soy, de lo imperfecta que es mi materia. A veces, solo me aquí, ⎼⎼entre la eternidad y el júbilo⎼⎼ a inventariar las funerarias de mi ser interior, la aglomeración de aullidos que hierven en la lejanía. Hay personas mucho más inteligentes y sabias que yo para alumbrar los misterios de la memoria. Infiero que existen profundas hondonadas y duelen; duelen, por cierto, hasta los tuétanos; Deduzco que mis ojos son incapaces de verlo todo; ya me he acostumbrado, en medio de la humedad del invierno, a vivir arrastrando engaños y desengaños. La oscuridad o la claridad en mis poemas son una acción premeditada, es decir, una acción política. Nombrar la desnudez hasta ensordecer también es una acción política. Pensar en el candor de los pájaros es una acción política: cuando hay un examen de conciencia, lo más probable es que tiemblen las cornisas del aliento y salgan a flote los pequeños demonios que reverberan en la conciencia. El que me lean o no me lean es también una acción política de la cual no tengo control. El decidir mi ruta y condición de hombre y poeta lejos de las argollas o círculos de poder también es una acción política. Quien sabe sabrá entender la dimensión de mis palabras sin que necesariamente deba explicarlas. Yo procuro adoptar las verdades terrestres, no el doblez de la lengua ni el plumaje. Escribo porque escribo más allá de mis opacidades. Escribo porque arde en mí la humedad del alfabeto. Yo solo sé que vivo en medio de innumerables incendios y no necesito de la vehemencia, mis desvelos aguantan todo el peso de mis fantasmas, toda la excomunión de los obispos grises de la ceniza. Acariciar el frío de las palabras en pleno trópico también es una acción política, lo es la distancia de la realidad y los sueños, lo es el candil de Dios embriagado de tierra. Ser mi propia voz es una convicción, una determinación radiante y de necesaria libertad. En todas partes hay caminos cerrados por adustos muros, pero también hay sombras talladas en humo. Mi relación con la palabra y la realidad también es un acto ideológico-político. Las personas de gran prosapia saben de esto. Escribir y renunciar a muchas acciones producto del acto de escribir es ciertamente un acto ideológico-político. Ser en cierto modo un eremita lo es también. Alrededor nuestro una inmensidad de torbellinos. Cada poema abre las posibilidades de nuevos ojos. Quien lee, lee a menudo, corazones contritos, ve relámpagos y estertores, intuye seguramente caminos luminosos o caballos de niebla o plenitudes rotas. Un poema siempre tiene un destino: el ser humano y sus posibilidades y orientaciones para avanzar. Yo escribo desde el escarlata del alfabeto. Escribir es lo único que me interesa: el poema siempre supone un acto de audacia, lo demás son artificios que la sociedad ha inventado para establecer el dominio de unos sobre otros. Es una especie de dominación y vasallaje. Uno puede aspirar a la luz y llegar a la montaña sin necesidad de súper héroes o semidioses. Uno puede remontar el alfabeto: yo no quiero las cúspides al ras del suelo. El poeta es más que esa vorágine del poder, efímero por cierto. Cada vez que escribo un poema me arremango la camisa y miro al fondo, ansioso, las sombras todas de la incandescencia. Abro un camino de orgías como aquella fragancia primera del sexo. 

domingo, 25 de septiembre de 2016

OJOS INMEMORABLES

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OJOS INMEMORABLES




Hasta hoy, no hay memoria. Quizá nunca la hubo. Han sido calles o puertas,
lo ignoro, pese al  presentimiento del ruido de la humedad en los pómulos.
Existen pensamientos debajo de la hojarasca, allí los agujeros invisibles
de las depredaciones, las cascaras de las sombras agitadas por el viento.
Nos muerde desde siempre el galope despolvoreado de las bestias,
las muertes profusas que oscurecen en los candelabros.
El aliento a veces se espesa en los sellos postales, uno le da crédito a los listones 
de saliva que le sirven de adorno a la opacidad de los ungüentos.
Al grito fervoroso de los cerillos, agitamos el largo espejo del mediodía,
pero no la memoria con sus metros de triciclos, no aquí, toda la obediencia
gastada en la danza de los anillos del sexo.
Cada día nos enlutan los aguaceros, usted de seguro no lo recuerda, ahora,
que se escuda en la amnesia y atardece husmeando, pese a los cansancios.
En la fuga de los ojos, las astillas de la otredad evaporan el disimulo.
Dan asco los óxidos del hastío y los ombligos putrefactos de la efervescencia;
ante las ramas esparcidas del aire,
siempre me resigno a las noches y al guacal confuso de los ojos donde el polvo
hace lo suyo, sin dejar espacio para la fuga. Mientras crece lo inmóvil,
aumenta la cárcava de sed y las manos pervertidas del moho,
prospera la usura como un trote de tinta en el grafiti de las paredes.
Quizá sea yo, el que desde siempre carece de memoria: supongo que es mejor
así, a perder la calma y a quedarme viendo los goterones de los trenes.
Barataria, 25.VII.2016

viernes, 23 de septiembre de 2016

MANOS JUNTAS

Imagen cogida de jperet.wordpress.com






MANOS JUNTAS




Como mis manos vacías, la última fotografía vista en el espejo.
En alguna tarde gris, los techos humean como mi aliento prostituido:
oigo los gritos quebrados que vienen desde fuera,
las bocas arrugadas de máscaras y esperma, el país en las frontera de alguna peluquería, lo errático del Estado frente a los alaridos de los horcones.
Mañana también habrá vallas a lo largo de toda la embriaguez.
En mis ojos juegan los prostíbulos a azahares.
Siempre que hablo de mi derecho a hablar,
alguien, alrededor, mastica periódicos, golpea las esquinas de su confusión
hasta volver rancia la conciencia.
A veces queremos morder el moño de la ceniza que habita en el pecho
y vaciar el ojo de las baratijas. Y escribir un poema disperso de tinta.
Las calles trepan con sus cerraduras hasta las pupilas, repiten el grafiti
de la boca, encorvan los sombreros del disimulo.
La lengua embruja cualquier carcajada, sobre todo en el largo pájaro
de las alcantarillas, en la lágrima y sus postreras estrías.
Con las manos juntas embozo las ventanas, por si acaso.   Ajusto la voz
al sobresalto desvelado de las sombras. Detrás de la ciudad, la noción
de mi boca y sus revoloteos de musgo.
En la funeraria de los cerrojos, soy otra fotografía sobreviviente del caos.
Ya veremos mañana, la pausa del viento antes de darnos una carnicería.
De nuevo el aguacero y las palabras junto al umbral sordo del camino.
Barataria, 23.VII.2016

miércoles, 21 de septiembre de 2016

ACERAS AGRIETADAS

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ACERAS AGRIETADAS




Como una lengua de aviesos cauces estas aceras agrietadas de la historia.
Sus párpados rotos no caben en los dientes, ni en la sombra furiosa
de la orina, cuya presencia húmeda rumia y vocifera en el olfato.
Allí, en la orilla del silencio, las palabras hechas añicos,  los cirios con sus pecados 
abisales, alguna hormiga debajo de los párpados.
De mi respiración, todos los transeúntes con sus hendiduras amontonadas;
esos espejismos que de pronto entenebrecen la saliva hasta dejarla sangrar.
Pocos saben lo mucho que se muere antes de borrar los caminos de las sombras
y lograr la absolución definitiva.
El peligro siempre está en los callejones sin salida de la conciencia.
¿Hacia dónde nos conduce el panal de dientes de la brisa?
¿Hacia qué subsuelo descienden los aleros de la congoja, el búho mordiendo
los confesionarios en medio de un tintineo de puertas?
Cada quien comparte, en cierto modo, el olvido con las estatuas y sus feligresías.
Más allá de estos delirios, uno se encuentra con calles oscuras y portentosos 
cascos y golpes a corazón abierto en los vacíos del Paraíso.
¿Qué hace uno, entonces, cuando el cántaro de lo amargo se abre junto al rocío,
cuando la baba de las peluquerías se incinera,
cuando una mano desconocida hace temblar las canillas?
Como en las fiebres de la memoria a la medianoche, los pensamientos superan 
al país: muerdo la campana del umbral sin decir palabra alguna.
Así sobrevivo a las migajas y a esa llaga bastante grande del conjuro.
Barataria, 21.VII.2016

lunes, 19 de septiembre de 2016

JUEGO DE OLVIDOS

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JUEGO DE OLVIDOS




La luz desata los cordeles de la claridad y desvanece el reguero de lo oscuro:
Relojes pervertidos por innumerables sueños, cavan en la viva cal
de los caminos, y desandan los quejidos molidos de los brazos,
y desmantelan de golpe las partituras del aliento. Y braman en la otra mejilla.
Uno siempre pretende ser huésped permanente de olvidos.
A veces demoran las ventanas en su calma: siempre la transparencia
es un ardid en un mundo invadido por las arrugas consuetudinarias del cadáver
de todos los días, por las muchas bocas y manos  circuncidadas.
Uno no sabe a qué se juega cuando el esmalte tiene pupilos fenecidos,
y la migaja no alcanza para llenar los guacales del viaje.
De pronto nos hacen creer en el ocote de los proverbios, en el galope
sin extravíos de la eternidad, en una boca elocuente de frondas.
Uno no se cura con todas las marcas que nos deja la embriaguez: en el ojo paliducho 
del prostíbulo, hay quien se retrata jugando a la buena suerte.
Dejé de creer en el aleteo y respiración de las dunas y el matorral.
A uno lo aturden todas las proezas de los candelabros y su genialidad.
(La domesticidad tiene algo de adiposo y curvatura, pienso mientras me abrigo
en algún desfiladero. Claro uno redondea la lascivia de las peluquerías y bueno,
la acción toca la herida hasta inclinar los ahoras.
Cada vez me escandalizo menos: soy un pequeño animal enrocado en viejas
fotografías, en medio de esa liebre de minutos donde el único orden posible
es el olvido. Cierre usted los ojos y verá)…
Barataria, 20.VII.2016

sábado, 17 de septiembre de 2016

VOZ PREMONITORIA

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VOZ PREMONITORIA




En ese juego que jugamos y nos deja en la deriva, quién sale ileso del puñal
que se adentra en el costado de los sueños.
Amarramos los hilos del polvo como si de eso se tratase: uno olvida
que la mudez tiene cerebro y que los techos son tan altos según la respiración.
Uno atisba las afonías del petate del prójimo, las heridas húmedas
de la conciencia, el verdoso endurecido de las cicatrices.
Pensamos la realidad desde los pies y los bolsillos en el aliento: ese orden
nos hace muecas, nos arroja de continuo a las alambradas.
(En esta saliva que no alcanza a deletrear mi boca, ya no sé quién soy.
Ignoro cuántas escaleras debo subir y bajar o si es mejor dejar que fluyan
los ultrajes, si agarro un poquito de luz o frío en las calles.
Desde los aullidos en la puerta empezó a renquear el aliento, las cataratas
de los dientes, toda esa jerga que uno quiere barrer en las aceras.
Desde la penitenciaria de mi infancia supe de esas noches apretadas
del ayuno, supe de ciertos códigos embalsamados en pocillos de miserable trajín:
la duda vino a  ser una lámpara tan prodigiosa como los zapatos.
Yo sé que mi orden no es el de los demás, nunca lo ha sido cuando yo vivo
en completa y franca desnudez: he aprendido de la memoria y el desprecio:
usted sabe que no vivo de simulacros y aunque mis raciones diarias
son el desaliento, no hay mejor tumba que el tiempo y la piedra sin saber
que oscurece según los lugares donde el aire avienta la ceniza.
Quizá mañana me hinque cuando haya cavado en mi propia boca.)
Barataria, 17.VII.2016

jueves, 15 de septiembre de 2016

TRASPIÉS DEL ABANDONO

Fotografía tomada por André Cruchaga





TRASPIÉS DEL ABANDONO




Por doquier el tropiezo de los nombres y la huella de las pupilas en el césped.
Abundan las monedas gastadas y arrancadas a los ojos.
Uno sabe de todas las alambradas que hay necesidad de saltar, o morder,
justo para alcanzar las lejanías sin reemplazo de zapatos y pestañas.
Sé que existen oscuridades tan profundas como una lágrima, tan ciertas
como los calcañales carcomidos por los guijarros, tan duros como los barrotes 
de la indiferencia: la hojarasca clava en mis lóbulos sus cuartones
de desfallecida tristeza, hasta el punto de hacer metálico el sonido y acalambrar 
mi aliento: bajo los dobleces de la penumbra hasta llegar al subsuelo.
Bajo braceando en medio de las agujas del crepúsculo.

Hay palabras que esperan a la noche para existir, dormitorios y párpados
en combustión, cruces, cuerpos, estados febriles, como el traspiés que hace 
desfallecer hasta el hambre y la boca y las mortajas.

Después de todo, un grito es solo un grito que no mata alacranes,
ni borra tatuajes, ni cambia el rumbo de las obscenidades y su olor amelcochado.

Un traspié y se despeinan las buenas palabras y se aprietan los ijares.
Pero hay abandonos de tal magnitud que rompen los pliegues de lo lúgubre,
y beben toda la sal silenciosa de los taburetes y los atriles,
y toda la ceniza que los pájaros trepan a las ramas,
y todas las mesas de las sombras y sus caballos enflaquecidos y sus ojos
de quejidos prolongados  y sus mudos relojes y sus apretados paraguas
de ataúdes y sus asadores de prostituidas arrugas, ennegrecidas en el extravío.

Después uno vuelve con boca propia a morder los letreros líquidos del agua.
Barataria, 16.VII.2016

martes, 13 de septiembre de 2016

REVELACIONES DEL OJO

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REVELACIONES DEL OJO




En algún lugar de la copiosidad de las puertas, el ojo revela los juegos
de la ebriedad, esos míseros candiles de la malignidad, ciegas alturas
donde a diario se enjutan las ventanas.
¿Cuánta hojarasca cubre o aguanta el sopor de las criptas del aliento,
y el amarillo puñal de los envejecimientos, y la oscura respiración
de los metales en el respiro decapitado de las ventanas?

Ando los ojos como los trocitos de noche del calendario. ¿Quién morderá
el umbral antes que desfallezcan los relojes y las aldabas cuelguen
de los meses dormidos? ¿Quién, ahora, después de los ahogos recostados
y tormentos que provocan las noticias, las estrellas desaparecidas
del muro del cielo? He visto todas las películas en blanco y negro y reconozco
los bostezos y las campanas agonizantes de los cerrojos.

No me busquen en otro sitio, siempre estoy en el lado de la indignación.
Entre el matorral uno amortigua los golpes.

Usté de seguro ha tiritado como yo sobre las baldosas de la intemperie.
Sí, usté que ahora tiene jardines y pájaros exóticos en su casa.
Y olvidó todas las congojas que provoca el hambre.
En el extravío de todas las promesas, el pañuelo silencioso de la salmuera.
El ojo acaba siendo esa cucharada de respiro entre los dedos.

Quitada la ropa ya no existe la tal lejanía, sino esta porción de ataúdes
colgando de los párpados: la duda es siempre un lugar donde palpita lo incierto…
Barataria, 14.VII.2016

domingo, 11 de septiembre de 2016

TITUBEOS

Fotografía de Rebecca Cairns, cogida de blogs.20minutos.es





TITUBEOS




Un taburete de heridas muerde el cielo falso de toda la desolación del manojo
de cementerios que viven con uno como interlocutores de un tiempo fenecido.
Cada quien vacila o se queda perplejo ante el humo que se desliza
a través de las sienes: supongo que siempre he andado  en las orillas
del vestigio, en la úlcera que cava en la carne y luego vive allí,
en la respiración de la ceniza, dentro del ojo negro de los cachivaches,
esos que guarda la memoria mientras la sospecha no desvela sus sombras.

Siempre resultan extrañas las ventanas frente a lo incierto.
A veces los umbrales sólo sirven para colgar los pájaros del más allá.
Cada vez subrayo mis propios letargos.

Siempre resultan irremediables los manifiestos de los ataúdes,
en medio de una luna de musgo irrefutable. (En el gastado diccionario 
de la niebla, los folios de la hojarasca, alborozan algunos azadones sumergidos
en los pétalos amarillos del crepúsculo.
A veces las palabras se vuelven redondas e imposibles. Ciénagas. Espinas.
A veces sólo salpicadas por el resfrío, o anémicas de tantas heridas.
Uno aprende a vivir justo en los linderos de la culpa: en los ojos el rigor del dolor
y la ceniza enmohecida de los golpes. Y la noche y sus férreos anillos.)

En mi infancia, el arco iris colgaba de las hojas y no habían tantos guacales
llenos de melancolía, ni ventanas cerradas durante el día.
Brincan las aldabas del ruido y el golpe de alas junto al de las carnicerías.
Barataria, 12.VII.2016

viernes, 9 de septiembre de 2016

VOZ ABAJO

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VOZ ABAJO




Estaré aquí mordiendo el susurro de la silla, esperando la contraorden
de la angustia: sí, mueren las horas como un chorrito de agua salido
de las fosas nasales, desde el golpe que trastabilla en el mechón de saliva
del grito, o en cada uno de los dientes que golpean la paciencia.
Desde la voz callada, el himen roto del desvelo y sus ojos de moneda curtida.
Después, el pellejito de la maledicencia haciendo lo suyo.
Después la voz quemada de las lejanías,
después el hilo roto del alfabeto y los negros fierros de la noche y sus ahogos.
Después el abanico de cuchillos sobre la ceniza rancia de los pájaros.

Después aquella gota de eternidad mordiendo el pantalón hasta desplazar
la concavidad de las aguas y la escalera que sirve de respaldo.
Voz abajo, el susto y todos los remordimientos en el guacal del firmamento.

Ante la pizca de luz de los albañales, uno hace reminiscencias infantiles;
con alguna generosidad se cede al oprobio,
a las ramificaciones que tienen los aturdimientos, a las páginas
de incertidumbre del abismo, o a las exclamaciones que provoca la barbarie: 
uno está expuesto a las flores sin aroma, a las muchachas dulcemente
afeitadas y a ciertas bocas oxidadas por el perenne abandono.

Voz abajo reclaman su necesaria presencia los espejos y su roja jaula de eclipse.
(Debajo de la cama uno cede a todas las noches, a la locura irrefrenable
de ladrarle al tiempo,  a veces a tararear la monotonía, o vaciar los brazos
hasta decirle ya no al crimen y a las lunas con telarañas.) 
Barataria, 10.VII.2016

miércoles, 7 de septiembre de 2016

CASA DE LA SOMBRA

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CASA DE LA SOMBRA




Un grito sordo se abre siempre en el pecho y petrifica los corredores
del aliento hasta que sangra el golpe de párpados de la oscuridad.
Un sombra rompe el juelgo y desenvaina sus relámpagos: la casa, el país,
que nos consume a fuerza de aceitosos abrigos y empréstitos.
(En el interior de mis sueños pienso en los caballitos de mar.
En el vértigo que produce la noción del sexo, en cada uno de los rostros invisibles 
que cierran puertas y manos, pero se persignan cada día.
Siempre camino reconociendo mis propios abismos: la calle y sus cadáveres
tóxicos, esta vida pública de cocinar esperanzas.
Siempre callo o rompo el silencio. Da igual un calabozo o la ciudad plena.
De niño conocí el laberinto de los olvidos y la altura y el corazón de los sueños.
Las esquinas con sus ojos gastados: aquí, las marcas de fuego y los olores
de la noche y los extraños deseos desafiando el infinito.
El país duele cuando es siempre metal fúnebre y los empedrados del tórax
socavan y hunden más la bóveda de la noche.
En el interior de mis sueños, uno tras otro, el pataleo y ese gusano visible
de los mimetismos: todo se oye que cae al vacío, los espejos, los tapices amarillos 
de las siluetas, los gatos que fingen ciertas obsesiones sobre el tejado.
Claro que al final, río, pues todo se explica por sí mismo.
Lo siento por usted que no mira el callejón de su descrédito.)
Cuando la lluvia cae, alucinan las vestiduras astrales del horizonte.
En el ojo de la ventana, ese inmenso umbral de madera diáfana y sagrada.
Dejo para después, la boca degollada de los sonidos y la noche gris de la voz.
Barataria, 09.VII.2016

lunes, 5 de septiembre de 2016

CARCOMA DE LA SALMUERA

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CARCOMA DE LA SALMUERA




Ante las arrugas marchitas del coro, uno aprende a vivir a pulmón abierto
y a la orilla de la comisura de la oscuridad, al borde la salmuera.
En la cornisa de la palpitación los crucifijos aquí y allá como pequeñas
parcelas de la historia: es todo. Una lágrima carcome los brazos y las calles
y las aceras.  A veces hay un silencio sepulcral en medio de la campana
de la noche, entre el amanecer y las marejadas grises de la sangre.
No sirve el papel para limpiar todas estas pestilencias.

Luego son las pulsiones las que vomitan sobre las bufandas de los atrios.
Después nos queda en el aliento esa sensación de desamparos.
La palidez nos muerde con sus guacales vacíos y su incondicional fetidez.
Hormiguea la piel en su adusta fisonomía, la saliva diluida haciendo posibles
las palabras, este a media voz mordiendo el pescuezo del alba.
¿Quién después de todo seca el güegüecho de salmuera que se hace nudo
en el silencio atroz de las pupilas?

Uno quiere caminar pero no en medio de tanto sueño perverso;
no con este tiempo que nos avergüenza, y nos desdibuja hasta el grito.
No en la conciliación con el engaño y el desaliento de ventanas.
De tantos alaridos se asoma desorientado el sollozo y el cóncavo declive
de tantas heridas, y la soga al cuello y las costillas rotas. Y la noche 
desgreñada asomándose a las cortinas de los parpados, y las palabras ahogadas
en los dientes postizos del desaliento: cuando se ha tocado fondo, uno cree
que ya nunca amanecerá. ¿Cómo arropar la luz, aquí, en medio del escombro,
si  ella es un delito, si el vuelo carece de generosidad hospitalaria?

Pienso, de pronto, en las obligaciones filiales de la intimidad…
Barataria, 06.VII.2016