martes, 29 de noviembre de 2016

CAMINOS HORIZONTALES

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CAMINOS HORIZONTALES




En el posterior cementerio del tiempo, todos los caminos de cipreses desaparecidos: 
los nombres, los zapatos, las cruces, el llanto de siempre
y su silencio, el viento rondando las fronteras esféricas de la saliva.
A veces es plomizo el último aliento de los caminos horizontales del contagio.
Uno siempre quiere desatornillar el sinfín de lo interminable, quitarle el luto
a la carcoma, morder el aguacero que cruza los párpados.
En el suburbio de polvo o el asfalto, los charcos de lápidas y fotografías,
parecen alambradas de inmóviles sonambulismos.
Por doquier la somnolencia avienta sus  desechos y una que otra idolatría.
Uno encuentra de todo en la fila india de las cornisas: allí se afeitan
los excrementos y esa eterna porfía de la navaja de barbero.
Sin ninguna Providencia llevamos el hígado a cuestas: no hay hondonadas, 
salvo las ausencias de pésames en las estanterías del calendario.
Después de todo, resulta macabra la sonrisa en medio de obituarios ilegibles.
Solo en la noche me siento a la orilla de mis fragmentos.
Hay ojos extendidos hasta donde el cuerpo batalla con los peces.
Nos golpea la linterna de las palabras, esa luz cumplida que nos sostiene.
Siempre resulta extraño el vaciadero de sonidos de las campanas.
El otro día quería tocar con la punta de los dedos cada uno de los estornudos
que se publicitan en los periódicos: ahora resulta que ya tienen alivio
mis ahogos y todos los próximos ayeres que circulan en el aire.
Nunca es fácil el camino sobre todo cuando está cerca. Indago. Me echo a reír.
Barataria, 2016

domingo, 27 de noviembre de 2016

SIMULACIONES

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SIMULACIONES




Un sombrero en el aire es un juego perenne de alas. Siempre jugamos
a transcribir los olvidos y en ese modo de ser, las tempestades no eludidas.
Andar solo y entre ausencias resulta difícil: algunos lo hacen con muletas.
Siempre voy errante. Ya hace bastante tiempo de esto.
Escribo mis extravíos con los brazos abiertos, si sólo hubiera brazos,
no rocas alrededor del aliento.
Si solo aire en vez de tantos murmullos agrietados.
Hay tantas fisonomías ennegrecidas por ese vacío de alas de los murciélagos.
Sobre los huesos de cada relámpago, la humedad tenue de las tumbas.
A menudo los espejos cuelgan sus simulaciones en un hilo de ceniza,
o en las bocas rotas de apretadas axilas.
(Lo cierto es que hoy o mañana todo se deshará, aun el silencio transformado 
en polvo o ceniza, aun la geometría de la espina en el ojo ajeno.
Mientras uno no muestre lo que es, será la ausencia la que nos golpee la cara,
o vuelva íngrima la falsa escritura de los muertos.
Únicamente la vida es fugaz, no así el dolor, la lágrima plegada a la desnudez.
Las aguas fingen superficies amarillas y castos sueños.
Yo me quedo aquí junto a la hoja de la intemperie: repaso cada uno de mis fríos;
me quedo con lo que el destino me ofrece.
Mi alma guarda desde dentro el necesario equilibrio.
Me resisto a comer lo que no trabajan mis manos: alguien festejará mi extravío.
Ningún  poema es suficiente para excavar la lucidez)…
Barataria, 25.IX.2016

viernes, 25 de noviembre de 2016

TINTINEO DEL GRANITO (MONÓLOGO)

André Cruchaga






TINTINEO DEL GRANITO
(MONÓLOGO)




Saltarás sobre el punto en que la garganta cede, huella invisible del desertor
y los idiomas parlamentan en la conjunción de la voz ahogada
y encontrarás palabras llenas de natural encanto
como poeta, catequista, político honrado, visión crepuscular
y te espantará el recrudecimiento de la gripe
en las estaciones abiertas a todos los impulsos
abiertas a medianoche con sus sonrisas de días templados
para llegar jadeando casi a la puerta de la izquierda
Aldo Pellegrini




Cuánto más aprieta la sintaxis, más se abren las tierras baldías, las bocas visibles de la desnudez, las sombras que uno lleva en cada hombro, “Nada es extraño a los ojos cuando ya el musgo es propio de los imposibles./ Nada más duro que caminan sobre la espina horizontal de los litorales./ Nada más cierto que el pájaro de granito abrasado por la boca”…en cada poema, por cierto, uno sortea alambradas ante la materia que se nos gasta en las manos. A veces sólo quiero esclarecer las totalidades que me rodean, a riesgo de desintegrarme. Es claro que el poema acaba por contaminarse con esos ruidos uy golpes del polvo, con la salmuera a la orilla de los párpados. Es claro que uno soporta múltiples desollamientos, justo es decir que hay una carga existencial enorme: y es que uno no puede sustraer de la memoria, de todo eso andado que en definitiva es lo que nutre la esencia del poema. Son mis emociones e intuiciones las que entrañan el poema, por eso a menudo se percibe personalísimo. Y no es, necesariamente, que tenga carácter confesional. También uno conversa con las otras palabras, no sólo las de uno. El mundo en todo caso está hecho de cotidianidades, tantas como le poesía al poeta capitalizarlas. Ignoro si en el imaginario la poesía es inofensiva, o hace movimientos de vez en cuando como una ardilla. Todo cuanto viene del tiempo lo recuerdo. La única ventaja que tengo es que juego con él. Juego en el remolino de cosquillas y parpadeos, a veces en la soltería estéril de las palabras, a veces en el santuario del musgo, torturando mis mojos y manos. A veces los dedos del páramo resultan inexpresivos, tortuosos, agrios, con esa lengua retorcida del desgano. Para no tartamudear estiro las palabras, otras veces se vuelven inasibles los umbrales de las ventanas, ese fondo crecido de las desviaciones de la conciencia. Todo es visible. Alguna vez se me tildó de hermético: toda poesía es expresión del alma del poeta y su psique. Yo dejo que las estrofas del aliento se unten de harapos, qué más da cuando el lenguaje está en las cosas, cuando el contrasentido, es justamente el sentido del pensamiento y a menudo de una moral. Yo me levanto y me olvido de las postrimerías. Solo escribo. Hacerlo es encontrarme cada día con mi persona, es platicar con mis demonios, es hacer vigente el poema como lo son las funerarias, los antros, las costurerías e inclusive las cantinas. Hay quien se ría de mí, hay quien diga que no estoy a su altura, hay quien diga y no diga e ignore las escaleras redondas de los manuales y los adoctrinamientos. El poeta busca. Busco platicar con mis orfandades, con mis labranzas y con las ponzoñas que están allí, aunque no sean visibles. El poeta se cuida del peligro que suscitan las muecas. Si acaso me gustan los absolutos, esos son los que acontecen en las funerarias. Si acaso alzo mi voz, es sólo para darle sentido a las ´silabas tónicas, o al tintineo del granito en mis sienes. Estoy consciente de que soy un poeta náufrago y que la angustia anquilosa mis tristes osamentas. Pese a todo, escribo. Estoy consciente de las limitaciones y posibilidades que encarna: en tierra de páramos, uno corre el riesgo de no segar la cosecha. Razonablemente el mundo es así, pero cada quien lo puede embadurnar a su antojo de sueños o sucias lágrimas. Yo me quedo, mientras tanto, en el hacinamiento de mis abstracciones. Si alguien lo duda que se acerque a los estiajes de la noche y ordene su propio coctel de desamparos. 

jueves, 24 de noviembre de 2016

SINTAXIS DEL SENTIMIENTO (MONÓLOGO)

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SINTAXIS DEL SENTIMIENTO
(MONÓLOGO)



Los paisajes de la saliva inmensos y con pequeños cañones de plumafuentes
El tornasol violento de la saliva
La palabra designando el objeto propuesto por su contrario
El árbol como una lamparilla mínima
La pérdida de las facultades y la adquisición de la demencia
El lenguaje afásico y sus perspectivas embriagadoras
La logoclonia el tic la rabia el bostezo interminable
La estereotipia el pensamiento prolijo
El estupor
El estupor de cuentas de cristal
El estupor de vaho de cristal de ramas de coral de bronquios y de plumas
César Moro




El poema, en sí, nos lleva por esos vericuetos en donde a riesgo de equívocos, plantea esa necesidad de integrar hombre y naturaleza, hombre y sociedad, querida Teresa. En el poema, entonces, destaca una visión cósmica. Por eso mis temas van desde el lirismo a la poesía narrativa. Más allá de esto, difícil para mí sustraerme de lo agónico. Mi defecto o virtud quizá sea ese. Y cómo no, si carecemos de un universo social en desarmonía. Tras esto uno busca senderos, trasluces, pequeños resquicios donde la angustia no encuentra más cabida a la necesaria. Todo lo que escribo forma parte del caudal de la experiencia, remota e inmediata: describo los delirios y las melancolías, la tortuosidad de las palabras, las estrofas de respiración que me envuelven en las aceras, o que diviso al levantarme de alguna ventana. Tal el poema en cuestión, “TIERRA VISIBLE”:  “Hay un punto de cipreses en que las alas quieren aferrarse a la arcilla./ Nada es extraño a los ojos cuando ya el musgo es propio de los imposibles./ Nada más duro que caminar sobre la espina horizontal de los litorales./ Nada más cierto que el pájaro de granito abrasado por la boca/ múltiple de los titubeos. Sueño interminables máscaras antes de bajar a la luz,/ antes de escribir el sigilo perenne de ciertas tempestades.” Sin bálsamo para mis frenéticos tiempos, me vienen los bostezos y los embudos y los dedales. Cada quien combate desde sus parpadeos, desde los contrarios desquebrajados de la noche o el día. Caminar, solo caminar en medio de la súplica, entre aguas hirvientes y hedores, entre lenguajes sumisos y corales. En mis pensamientos todas las interrogantes resultan dolorosas, las cunde el pánico y la catástrofe, aunque muchos la nieguen. Solo quienes se lucran validan la desolación. A veces queremos limpiar las culpas con vilanos, pero se transa a oscuras. El tiempo nos da su medida, las aguas eclipsadas de la salmuera, las bofetadas y el desprecio. Entre agujas y ahogos se hace el poema, resultan terribles los ijares corvos del aliento, el río imperturbable de los amuletos y los refranes. A cada paso me desconciertan las figuras perennes, casi puras de las estatuas, el musgo que protege las armaduras. Tartamudeo, pero avanzo en esta larga jornada. Tartamudeo junto al pulso con las palabras. El poema se somete a mi respiración, es la sintaxis del sentimiento la que acaba presenciando los ángeles o demonios que se desplazan a través del soplo del alfabeto. Debo decir que solo busco olvidos, no siempre el vasto mundo sepulcral, no siempre la ruina, ni el tiempo estático de la tristeza. No existen los pudores en la realidad, sino la continuación desnuda de la sintaxis social. Siempre intento un ala ávida de luz, unas semillas de empapado cierzo, unos gajos endulzados de candiles, un olor a lo humano, aunque transite a través de perennes vacíos. Algo me recuerdan los poemas: el dolor de la existencia, el grito, la moral aviesa de nuestro mundo. Desde mis años pasados he escrito con asidua perseverancia la sucesiva memoria de mi vida. Escribo según la gota de sudor que resbala de mis sienes: mi mundo es náufrago y caótico. Mi mundo es ese calendario continuo lleno de ansiedades, allí lo insólito y mis acumulaciones embrionarias. Junto a los raptos me colmo de erratas y de fuegos, todos ellos informes como mi escritura. 


miércoles, 23 de noviembre de 2016

REVELACIÓN DE LA VIGILIA

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REVELACIÓN DE LA VIGILIA




(Siempre el país con todos sus equívocos, negando la otra parte de la cara.
El tiempo nos desconsuela con su locuacidad ajena.
Frente al espejo, toda la escritura en coágulos o estrangulada.
Siempre resulta feroz la gota de sueño que resbala de las ojeras del poyetón
donde se arrinconan las uñas del infinito.
A lo largo de nuestra maltrecha geografía, todavía tiene eficacia el odio
y los juegos intrincados de los acusadores con sus ardides de virtual casuística.
Parece que en la memoria solo prevalece el cuchillo amarillo de la malignidad,
el disco rayado de los aullidos y la protesta con su tensión de gritos.
Casi como nada, únicamente la nostalgia y su lirismo a ultranza.
Toda la ferocidad de este tiempo se puede adivinar en ese rechinar de dientes
de la gente, en las abstracciones ambiguas que uno hace del lenguaje,
en los excrementos que horadan la sed la noche.
Tenemos un país rotundo de sofistas, un país pétreo, un país de fingida justicia.
Tenemos un país solamente con nombres obligados, con amantes sin delirio.
Algo es bastante para estar únicamente ciego. Siempre es atroz el amor sin atrio, inarticulado, el ultraje disfrazado de locura o metamorfosis.
Este país, un estrecho camino de máscaras: no hay lugar que no simule,
ni día y noche que tenga el mismo rostro, ni mentira que se canse.
Todo me obliga a creer que es necesario abrir otra ventana, de pronto con rostro
 diferente, donde la tirantez y la sombra dejen de ser puerta.)
Barataria, 22.IX.2016

martes, 22 de noviembre de 2016

AL FILO DEL DESPEÑADERO

André Cruchaga





AL FILO DEL DESPEÑADERO
(MONÓLOGO)




…por fi llegó el día, la hora de las palas y los cubos.
No esperaba la luz que se vinieran abajo los minutos
porque distraía en el mar la nostalgia terrestre de los ahogados.
Nadie esperaba que los cielos amanecieran de esparto
ni que los ángeles ahuyentaran sobre los hombres astros de cardenillo.
Rafael Alberti




En los lenguajes abisales del tiempo, ignoro si la diafanidad está a disposición de las personas. Ignoro, además, si un ciego debe apropiarse de su propia máscara o de otra.. Cada quien desde sus luces, o sus noches aquietadas o furibundas —suburbios metálicos del pensamiento—, construye los retumbos del sobresalto. Cada quien, a su manera, siente de seguro el martilleo del alfabeto y sus enraizados goznes de reverbero. Tal lo expresado en el texto poético: “Llevo años juntando el laberinto de los centavos, y gesticulando porfiadamente;/ ocurre que debo caminar todos los días a través de extrañas mareas de meados,/ entre aguas de fuego provocadas por la miopía. Debo cubrir de noche/  mis miedos para que no se vean, pensar que son inocentes las páginas/  de los periódicos, articular toda la hedentina del futuro.” Al menos a mí, me aturden los senderos equivocados de las conjeturas, las hojas de las ventanas atascadas de hojas secas, casi una realidad asfixiante de sombras. Da escalofrío la polilla del desquicio, las mochetas escalofriantes de la levedad, siempre el contraluz por todos lados, como forma para adorar los agravios, los secretos de ciertas hermandades siniestras.  Uno quiere ver siempre ciertas fosforescencias, en realidad se necesitan candiles para ver la oscuridad, se necesita otra humanidad, otro horizonte, pero hay que cerciorarse que los mismos no traigan muchos ruidos. “Debo caminar lejos, muy lejos de aquí. El tiempo también es piedra de calígrafos.” Quizá deba urdir otros abrevaderos, quizá quitarle lo pañoso a la realidad y luego ciertas arrugas, limpiar las manchas llovidas de los espejos. Quizá necesite de una nueva armadura para que las ficciones no me horroricen tanto, quizá deba quitarle los estreñimientos a las fábulas y a todas esas insolencias que nos dicen que son verdades. Menos mal ando vestido; babea el calor de las palabras, la gota de oscuridad reclama por su hollín, el modo de escribir mi poema es caminar por todos estos desvaríos, darle colorido a los declives del hedor, a todo lo maloliente. En mis pupilas cabildea el antaño de los poyetones. Entre la bruma y el fango, las lágrimas engusanadas del zumo. El poema no es sólo esteticismo tal el gusto de don Juan Ramón: el mismo está lleno de impurezas, de esa piel tiesa de las aceras, del deletreo encendido del zumo, de las almas tuertas y pensamientos verosímiles. Desde antes de existir supe de todas estas nostalgias, de las antigüedades que se agarran del pellejo para escuchar las interioridades. Hay voces infinitas que dejan sus huellas en mis oídos. Todo, menos aceptar la caries dental del alfabeto. Todo, menos una cruz de tierra en mis ojos. Todo, menos ese perro que se hinca todas las mañanas para hacer el bendito. Uno se multiplica de imágenes subiendo la escalera. Todo acontece en el ojo del presente. Me da vergüenza, pero la dignidad es la única máscara que yo tengo a disposición, en esta diafanidad de disfraces, por cierto. La dignidad como trinchera. Todos los días huyo de la maldad; mis pies no soportan el sinnúmero esas ondulaciones, los manifiestos destinados a la orfandad. En la travesía del poema, intuitivamente uno se hermana con la oscuridad y con todo aquello que eternamente nos conmueve. Cada quien se inunda de ello según le convenga. Siempre combato al filo del despeñadero, y de ello doy fe en cada poema. 

lunes, 21 de noviembre de 2016

SEÑALES DE LA AUSENCIA

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SEÑALES DE LA AUSENCIA




Cae la gota de silencio sobre la tos de los trenes invisibles.
Hundida la boca en el puño del granito, solo podemos esperar los juegos resignados 
de las hojas y cierta religiosidad borrosa de todo cuanto se fija
en el rostro: han muerto los ojos y hundida la altitud del horizonte.
Cuelgan de la oscuridad todas las manchas de luz, los colores impasibles
de lo inmóvil, los huecos descomunales de la identidad.
(A través de los caballos de la oquedad, la frenética vivencia
de lo incomprensible, o el disfraz aterrador de la soledad. Siempre descreo
del pajarito opaco que cuelga de las sienes, del fotógrafo siniestro
de ventanas, de los que tocan el reloj de la noche poseídos por la obscenidad
de las disoluciones.  Siempre salto de una mendicidad a otra. Siempre sigo como
el último animal detrás de unas cuantas monedas.
Son duros los pies trepando sobre árboles de granito, sobre todo cuando envejecen los prostíbulos y los diccionarios, las constelaciones y los miedos.
No me sirve el espantapájaros disperso de la saliva, ni siquiera este mundo
con la sombra de tu nombre: sigo aquí extendiendo esa sombra de la espera,
hecha opacidad mi dignidad, hundida en el vacío tantas madrugadas.
Cada vez me resulta inmensa y distante la estrella de la buena suerte.
Alrededor de la propia historia mueren los silencios o caen ensimismados
en la acequia suicida de los días. El reloj de la memoria, ah íngrimo aire.
En medio de mis imaginarios, los ecos del resuello sobre el respiro
de este trance de la espera: escribo sobre el camino ciego del ojo. Duele la piedra.)
Barataria, 2016

domingo, 20 de noviembre de 2016

HORA ÚLTIMA (MONÓLOGO)

André Cruchaga





HORA ÚLTIMA (MONÓLOGO)




¿Por qué soñando, al deslizarse con miedo,
Ese miedo imprevisto estremece al durmiente?
Mirad vencido olvido y miedo a tantas sombras blancas
Por las pálidas dunas de la vida,
No redonda ni azul, sino lunática,
Con sus blancas lagunas, con sus bosques
En donde el cazador si quiere da caza al terciopelo.
Luis Cernuda




A lo largo del sendero, poeta “lo único igual a entonces, a tantas veces luego… ¡Sinfín de tanto fin!”, tal don Juan Ramón Jiménez. El desvelo, abierto, muerde de continuo ese viaje que emprendemos todos los días. Hay visiones y aguas ocultas, analgésicos, pañuelos, improntas. A ras del esqueleto, los dedos del polvo, algunos zapatazos, ciertos energúmenos, los fetos de nuestras propias admisiones. “¿Qué diente posible muerde la roca allí en el respiradero de los sueños?/ Cada cobija va acumulando lo remoto, o la página atribulada de neblina./ Siento la ignorancia del polvo en mi olfato, el hollín insoportable del tiempo,/ el rojo conacaste entibiado en mis manos, el latido sepia de los chiriviscos. / (Nada hay. Nadie conmigo desde la emoción de caminar al pájaro.)” cuánto nos falta caminar sin convertirnos en fantoches, cuantos lenguajes lampiños poseen sobrenombre, cuantos tartamudean en la morfología de las viscosidades…En suspenso las veredas lampiñas de todo aquello que se cierne sobre las pupilas. Dicen que caminamos con una alforja de tristezas, entre desangrados calores y ramas de frenéticos bullicios, quemados en la deshora de la boca y los brazos. En el ciprés del camino, sólo la carreta y las cruces, el árbol, el caballo, la gota de oscuridad como pétalo negro colgando de las sienes. Nuestra sombra palidece en los espejos; la luz si acaso, es otro estratagema de la penumbra. “Adrede salta la brida”, refería Rubén Darío. Y agregarías: “oscuro el cielo infunde melancolía”. Uno sospecha de tantas cosas: del tormento que suscitan las equivocaciones, del embrujo de las tarjetas postales, de los detalles siniestros de las lisonjas. Hay gente que hace lobby para estar en primera fila de los acontecimientos, inventa ser el mejor y en consecuencia el primero, vende su alma en una especie de carnaval y grita y rechinan los dientes. Hay un desenfreno casi apocalíptico por ganar premios y se torna despiadado en el delirio. Hay aquí un juego de sombras: te niegan para afirmarse; parecen cogerse todas las calles enredados en su propio hormigueo. ¿Hasta dónde se debe fingir? ¿Hasta dónde la brutalidad seguirá disfrazándose de ilusiones? ¿Hasta dónde puede uno arrimarle los brazos a la ternura? Aunque uno no se de cuenta, cada momento está cavando el abismo propio. Ya he presenciado el grito despiadado de la noche, después de ser luz, oleaje, fúlgida tempestad. Andamos en los horrores de nuestras propias sombras. Aquí es fácil caer, pero no levantarse. Aquí es fácil ver el tiempo que transcurre, pero no el que nos queda. Ante la pared de luz, los eternos tizones de la fragua, los callejones ebrios del aliento. Yo me he quedado lejos de los alientos perfumados: sigo con mis propios sofocos, y no aspiro a otros capiteles que no tengan que ver con mi escritura diaria. Me niego entrar a la  moldura de ciertos relieves. Me niego a transitar y trabajar por el mercado. Sé que el mundo es teatro. Tampoco deseo hacer trueque con mis ventanas y puertas. Siempre el camino, siempre, nos da sus pócimas mientras transcurre, o llega la hora última. Las palabras las dicta el olvido y la intemperie. Me amarro a ellas como la piel al petate, como el pavor al verdugo. La vida toda cabe en una hoja de papel, aunque de pronto se quiera levitar entre ornamentos y condecoraciones. La vida es sólo un desenfreno de carcajadas: cada cual con sus propios dispositivos terrestres. De pronto los vértigos nos confirman el vacío. 

sábado, 19 de noviembre de 2016

REPETICIÓN DE TRAVESÍAS

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REPETICIÓN DE TRAVESÍAS




¿Quién es uno y no lo es al mismo tiempo?  Ahora, a quemarropa, las dóciles semanas junto a tantos merodeadores: se sobrellevan abundancias
de nostalgias y caminos de pulsantes manos.
Quiero caminar solamente cuando ya se haya extinguido el murmullo.
Se repite el mismo parpadeo de metales, el mismo bocado violento
de la sobremesa, las mismas disidencias en señal abierta.
Uno juega al hollín arrugado del tabanco y a las travesías que ha recorrido
el viento y a las tantas bocas inextinguibles de las tormentas.
Ahora vuelvo a deambular en el mismo territorio donde la muerte es diluvio;
no existen los contrapesos excepto las palabras desvanecidas del instante.
Antes ya había esbozado esta historia: fingir en el anonimato sin abrir
por un instante la boca, esperar quizá la intervención divina.
Lo único cierto es deshacer el remolino del aliento y entre líneas morder
los hiatos y las diéresis, golpear el desuso de los aprendizajes.
No cuesta mucho entender la rotación alucinante de los círculos.
En la memoria es la misma casa del recuerdo: las mismas noches y días.
Todo lo que se repite no son pájaros, ni puertas, ni ventanas.
Desde siempre es suficiente el frío y su equipaje sombrío: atraviesa la voz,
soledades infinitas, al punto de volver a incendiar el calendario.
⎼⎼Vos, podés entenderlo, porque seguís buscando trenes y puertos y muelles
aun en la deshora de los litorales rotos de la intemperie.
Otros lo hacen desintegrándose en su fuego interior hasta cruzar el umbral.
Barataria, 18.IX.2016

viernes, 18 de noviembre de 2016

OSCURIDADES COLMADAS (MONÓLOGO)

André Cruchaga






OSCURIDADES COLMADAS (MONÓLOGO)




Tiembla el mundo
gótico como el resto de una división inexacta
hubo un instante de almendra tan elocuente
él quería unir todas las ciudades en las letras de un nombre
sin tener en cuenta
que los imanes se encabritan sobre los ríos
sólo para que los ojos de las vírgenes pierdan su asombro vegetal
Juan Sierra




La poesía siempre supone, al menos desde mi modesta perspectiva, un viaje espectacular, para el que muchos constituyen la fábula, la metáfora del agua, del horizonte, del arrebato eterno del ser humano frente a su realidad. Este ser humano, a veces platónico, socrático, hegeliano, etc, acumula en su devenir toda la escarcha enjuta del horizonte. No siempre un nahual que lo ampare, ni esos absolutos en que se constituye la nada. A veces me declaro impotente escribiendo mis propias derrotas; hay atracos de penurias en el aliento. La hostilidad está vinculada al hambre. Me torturan las feligresías y devociones a ultranza, la boca acaracolada de los pantanos, las escaleras encharcadas y el eros incoloro de los dinteles. A menudo todo tiene forma de espina, sin que ello se convierta en absolutos. “Siempre habrá un estigma antes de lavarnos la piel,/ quizá el solo espejismo de lo estrictamente humano,/ quizá el descenso, aquí, irreconocible de los jirones del suplicio: siempre basal,/ el sordo escombro de los nombres,/ el instante donde se respira el abismo. Labra hasta abrir los desasosiegos.” Yo me confino a la jaula del calendario, a la humedad casi cenagosa de las sábanas, a desenterrar los amarillos de mis colmillos, quizá a derribar las intrincadas ramas que obstaculizan el camino. Muerdo los huesos de la desesperación, los ruidos grises próximos a los espejos, las espinas compactas de tantas miradas y el respiradero sumergido de las uñas. A estas alturas, abundan los míseros agujeros del ansia: sé que aunque me unte la esperanza en las sienes podré llegar al sinfín. Hay piedras y polvo y espinas; hay ixcanales tosiendo en la piel. De pronto ya me he olvidado de las causalidades, de la oscuridad que nos hace olvidar inútilmente, de los pañuelos de frío que nunca cubren los brazos. “Nunca desaparece el peligro, ni su trote de miedo./ Igual que la asfixia, denso humo en la garganta, desoída tormenta, o desvarío./ Sabe presentarse como una jauría, no hay ventanas que valgan para evitar / el desaliento, ni lengua que desdoble los agravios.” Nunca se deja de vivir decapitado. Sigo pensando en el costal de las ojeras, en lo incoloro de los afectos, en el páramo que por cierto zozobra en el alba junto a todos los pensamientos. En medio de las corrientes de aire, no estoy exento del actual peregrinaje, ni del descenso que me lleva a la deriva. Entre la piel y las distancias, los chiriviscos de aquella identidad perdida. Sólo puedo asir, ese pétalo roto de las palabras en mis pupilas. Sólo puedo morder la espina hecha para horadar la conciencia. Por si acaso, me quedo aquí, junto a la hinchazón de los tobillos. No tengo otra sombra para acampar más que mi propia sombra. Aquí no hay barbechos, ni botines infinitos. Los pulgares azotan mis anhelos. Con todo, guardo en mis bolsillos de labriego, el resuello de las constelaciones, esas horas de litoral en calma en mis sienes. El poema siempre es esta historia descalza de mis desiertos. Soy en cierto modo, un pez en tierra, una moneda en mi memoria maltratada. Peor, creo. Sigo pensando en la muerte y en la oscuridad explayada en mi lengua. Andar debo a todas las premuras del país, a las muchas oscuridades colmadas, a la tronazón de la desnudez. Sigo en este viaje y quiero ver…

jueves, 17 de noviembre de 2016

MUNDO DE LA PARADOJA

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MUNDO DE LA PARADOJA




Cuando la hoguera consume los nombres, me quedo en la oblicuidad
de los vacíos: solo mi sombra de breña en medio de la espera transparente.
Todo va en contra del rocío y las ventanas,
la intemperie se nutre de espesura, como el ojo húmedo de abrigos líquidos.
Nada está escrito aunque el olvido sea otra manera de recordar.
Uno solo puede constatar de cerca las huidas, nombrar las distancias desconocidas, caminar en el camino oscuro de la confusión.
De noche, no toques la desnudez de las ventanas porque no se miran;
ni pretendas limpiar con vehemencia los tragaluces de la garganta.
A más manos, poco el dividendo de las sábanas.
De los dominios de la tierra, la tierra petrificada en las ojeras.
En la escultura de piedra de la eternidad, imposible la herradura de polvo,
o el ala enmohecida en el último espejo del letargo.
Siempre quieres fugarte de los cataclismos, pero luego la quietud estorba,
como las palmaditas de manos sobre los hombros, o un agitado zodíaco
con sus predicciones, casi al punto del júbilo.
Todo ha de ser polvo en los anillos del absoluto, en la gota de sueño del suicida.
En los momentos más urgentes la luz suele ser ambigua.
El fuego nos implora después de tanto cuerpo quemado.
Después de la muerte un ramito de ruda hace la diferencia en el mapamundi.
Al margen de lo tangible, siempre crece el césped del sinfín en los párpados.
Luego de acariciar la luz, me quedo con la luz hundida en las sienes…
Barataria, 2016

miércoles, 16 de noviembre de 2016

“QUISIERA SER FELIZ DE BUENA GANA”

André Cruchaga





“QUISIERA SER FELIZ DE BUENA GANA” (MONÓLOGO)




Ese paisaje se hiela menos sobre el espejo
que sobre las uñas de los muertos
que han de resucitar
con los dedos convertidos en flres
en flres de agonía y de salvación
Luis Buñuel




Durante parte de esta tarde y por esas casualidades de la vida, me he encontrado con un hermoso texto  (inmensamente entrañable) de don Ciro Alegría, en el cual cuenta las impresiones que él tuvo de niño, teniendo de maestro a César Vallejo. La vida es sumamente reveladora. Cada día nos vierte imágenes de diversas naturalezas, como la de Vallejo, encantadoramente adusta. Yo tuve las mías entre calles y estaciones de ferrocarril, entre tempestades y locura, aprendí algunas cosas en la escuela: resulta que a veces la escuela enseña el luto del espíritu, y el miedo a las ventanas. “(Es duro afirmarnos en la sobrevivencia, sin que uno haya despejado las dudas,/ o ese martirio de los recuerdos que no abren en definitiva las mañanas./ En realidad, todo queda en ese sentimiento de fuga./ El sentimiento nos afirma o nos niega. ¿Qué de raro tiene la negación/  que nos arrastra? Este tiempo que nos baja con gritos de espinas. (...)” son demasiados los recuerdos, como el despojo del alma, los pensamientos, las alegrías, las tristezas. Nada queda después, aunque se quieran aprehender esos suspiros. A veces finjo puertas y ventanas y ese olor a habitación desordenada y esos espejos sordos y ciegos frente a la mirada ahorcada por el tiempo. Levita la memoria en sus campanadas de vuelo, qué nos sobrevive sino a menudo la nostalgia, las estrofas de bocas, versos luminosos del jadeo, sinalefas de tortuosa libación. Supongo que el tiempo es una enfermedad perenne en los ojos, concurren develaciones e inocencias. La vida es la primera y última altura que trepamos: luego todo es ventura y desventura. ¿Acaso alguien logra la plenitud? La vida es un tren de dolores, más allá de los espejismos que alguien pueda vivir. Hay todo un abismo de hastío y vigilias, de desfallecimientos, recuerdos y nostalgias. Uno se nutre de enjambres de salmuera y de realidad tan ciertas como el abandono, o la renuncia. ¿A qué altura diseccionamos las sábanas y liberamos las aguas del fragor, para que el pálpito eleve sus fuegos? Solo sé, ahora, de los desfallecimientos del alma y los silencios. La blasfemia, deleznable, quedó atrás como la rosa de barro inevitable en mis pesadillas. En el fondo, ya me he olvidado, también, de lo inevitable. Me acosan las dudas y los remordimientos, las semillas encorvadas sin dar fruto. Debajo del diente de luz, la bruma que agujerea mi aliento. Las semanas se tornan inalcanzables y oscuras. Ante el arrebato, únicamente las exhalaciones y los brazos yermos sin responder. Ante mi mirada absorta, el vídeo de cuanto ha pasado, la ternura tácita de lo transcurrido. “Debajo del escombro, las dualidades siempre existentes: /los setos y las válvulas de la memoria, el aire roto en el aliento”. No sé qué decir frente a lo que ya no florece. En el umbral quizá el sollozo, quizá la libertad. Todo acaba siendo ataúd, o coágulo manifiesto. Me queda, entonces, escuchar solo los latidos del viento y borrar la sordera del infinito, atreverme siempre a las alas. Fluye toda la sangre en lo corpóreo del poema, en esos ijares con preponderancia de puerto. Respiro bajo el peso del mundo. Pero sobre todo, como dice Vallejo, “Quisiera ser feliz de buena gana” y continuar aprendiendo los diversos nombres que tiene el designio.