sábado, 27 de agosto de 2011

PARECE REAL LA MARGEN AHOGADA DEL PÁLPITO


Todo parece real, aún el pálpito ahogado en los litorales,
la arena movediza de los pasos, los defensores de la verdad
también parecen reales, los fornicadores de puertas,
los que nunca palpitaron frente a un pubis, los que perdieron
la alegría de ver siendo videntes, parecen reales:
desde las venas rotas del pálpito, la pústula de las bocacalles,...
Imagen tomada de Miswallpapers.net






PARECE REAL LA MARGEN AHOGADA DEL PÁLPITO




Una estatua desnuda en la memoria
marca tu clara fuga, tu albo término.
JOAQUÍN PASOS




Todo parece real, aún el pálpito ahogado en los litorales,
la arena movediza de los pasos, los defensores de la verdad
también parecen reales, los fornicadores de puertas,
los que nunca palpitaron frente a un pubis, los que perdieron
la alegría de ver siendo videntes, parecen reales:
desde las venas rotas del pálpito, la pústula de las bocacalles,
las márgenes gelatinosas
del cielo, el trueno en el fondo de la sangre,
el puntapié de la ceniza en las alfombras,
la hiel sin pomada de los perros que merodean
el ombligo de la noche con cierto sigilo de goteras, parecen reales.

Pero sobrevivo a esta realidad de irrealidades:
es un desafío entender el mundo cuando uno aprendió a leer
y escribir, cuando los filósofos nos pierden en sus transgresiones,
—en sus digresiones, digo, poco convencionales—,
cuando la noche pestañea sin abrigo y hay que buscar
el alimento en las aceras del downtown y no en la Bolsa de Valores,
ni en el fósforo que cobra vida
cuando se pone en la superficie del espejo.
Parece real, hoy en día, el equilibrio; pero en realidad
es el pie acostumbrado a los malabarismos de la canela
o la hierbabuena, a los zapatos domesticados en medio del estiércol,
al cardo del ángelus domesticado por inciertos escapularios:
también los transeúntes parecen reales; huyo de las cebollas
y los tomates, del repollo lanzado al vuelo,
de los perfiles trazados por la Policía Nacional Civil, de la entrega
inmediata de los couriers,
de mi desenfrenado erotismo sobre la piedra pómez
de la penumbra. Siempre la realidad es irrealidad en el sexo absuelto
de la ensalada: camino en las altas horas de la noche,
queriendo apaciguar la tormenta de las banderas,
los ojos absurdos de las casas encaladas.

Vivo anclado en las playas de medianoche, sueño con los pañuelos
del equipaje; el no dormir también es síntoma de irrealidad,
la realidad ahogada en el vértigo de mi camisa, la mujer que arde
en mi boca también es irreal, salió de las aguas y se perdió
en las aguas que disolvió la conciencia. Recuerdo la piel y el olvido
que dejó huérfana el alma,
los días cuando el pálpito fue hondo mar,
hondas aguas deshaciendo los encajes. Después de todo,
estoy bien en esta suma de irrealidades; los días transcurren
como en los niños, abiertos al eco del ambiente.

Barataria, agosto de 2011

viernes, 26 de agosto de 2011

DELETREO DEL ALHELÍ


En los dedos del agua, la lluvia de siempre de los alhelíes,
cuerpos a la orilla del abismo quemando las ropas duplicadas
del tiempo, el deletreo amargo de los limones que trae consigo
es destello de los ojos cuando despunta la claridad de los gestos;...
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DELETREO DEL ALHELÍ




No creo haya sido inútil
Abrir los brazos a una tempestad.
IRINA OJEDA BECERRA




En los dedos del agua, la lluvia de siempre de los alhelíes,
cuerpos a la orilla del abismo quemando las ropas duplicadas
del tiempo, el deletreo amargo de los limones que trae consigo
es destello de los ojos cuando despunta la claridad de los gestos;
el miedo es una tormenta de palabras sin sentido: descubro
el aliento alrededor de la madrugada: hay tanta distancia
de aquí al poema que toda realidad me deja perplejo,
quizá porque siempre me pierdo en la duda habitada en el asfalto.
El polen termina siendo una ausencia de ventanas,
por más que me empeñe en deletrear el pecho; insomnes,
los cuchillos se clavan en mis sienes. No dejo de ser esa demencia
conforme lo dictan los preceptos de la soledad:
la cotidianidad me aburre, los manuscritos colgados de las paredes
me causan zozobra. Por eso a menudo prefiero hablar de los silencios
como una especie de sahumerio sin equívocos.

Ya he perdido, también, la brújula de los convencionalismos,
la certeza de la flor que acompañe mis ensimismamientos.
Ya nada es como fue antes, por más que las invocaciones lleguen
a feliz término. He descubierto tantas cosas a través
del cimiento de las aguas que prefiero no abrir otra caja de Pandora
para evitar calamidades mayores a lo ya vivido.
En derredor los rostros ajados de las sombras habitan las ventanas
y anticipan los sueños invertidos del anhelo; aprovecho los días
de lluvia para mojar los interiores de la mesa, y hasta cierta zozobra
que deambula en el ambiente
como un clamor de enredaderas. La trama de estos días
es mucho más compleja que el semoviviente que es llevado al matadero;
por suerte no le hago caso a las disonancias,
ni le pongo atención a los sumarios de los trenes, a los vagones
imposibles del sigilo, a esa extraña fronda de la yedra.

Todos los días camino entre faroles apagados: prefiero la certeza
de la oscuridad, al mar resplandeciente y con aldabas;
ya lo he dicho: cualquier marea ahoga las fotografías, el ojo pierde
su permanencia en las semanas,
la alquimia se nutre de esparadrapos. Aquí, así es la forma
del silabeo, extrañas lámparas encabritan los recuerdos, rostros
densos, como un pañuelo hecho de sollozos oscuros.
En definitiva, hay cierto narcisismo en las postales que veo en medio
de la escarcha del calendario; lluvias irreales con respiración
de calcetines, templos de no sé endurecida madera, emergen
de la marea y el fuego; después de todo, el pecho es una isla
en cuya creación deposito mis raíces, este deseo de ser siempre exiguo.

Barataria, agosto de 2011

jueves, 25 de agosto de 2011

CLARIDAD ABSUELTA


El libro de la claridad absuelta constituye la lección del desenfado,
cuando la geografía de la tinta, alrededor, deja de ser la flecha curva
del horizonte; el tiempo es un labriego de auténticos fragores,
el paraje casi litúrgico de la piel, cada pálpito que ronda mi presente,...
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CLARIDAD ABSUELTA




Es el pórtico donde la idea alza la frente
luminosa y el templo de sus ritos penetra.
RUBÉN DARÍO




El libro de la claridad absuelta constituye la lección del desenfado,
cuando la geografía de la tinta, alrededor, deja de ser la flecha curva
del horizonte; el tiempo es un labriego de auténticos fragores,
el paraje casi litúrgico de la piel, cada pálpito que ronda mi presente,
sin olvidar el tejido de los pretéritos: quedo libre, ahora,
para la búsqueda de los arcanos, el galope de la emoción es otro:
siempre el destino tiene resquicios y sandalias, tiene vértices
y flautas, afuera ha quedado el talud del cataclismo,
o al menos el zarpazo encabritado. Antes me rendí ante la sombra
y la oscuridad, hubiera preferido veranos e inviernos descomunales
y no el cauce de tantos aluviones.

Tal vez esta claridad liberada sólo sea, el paso hacia otras
eternidades más dúctiles, las palabras que tienen tiempo y olvido;
la columna vertebral de las raíces, el labio desnudo en el tránsito
del pájaro, espasmo súbito, acaso de la historia.
Entre esta claridad absuelta y yo, el juego diestro de los dedos
del aire, el destino de la lluvia como un dios vegetal de la memoria;
con cada mano trasiego el aire de todos los días:
cada residuo de tinta lo deshago en las paredes de adobe de la mesa,
donde soy un comensal más de los juguetes de la vida;
sobre el taburete dirimo mis propias querellas:
sucede que en la luz, también se dibuja la muerte, el pozo
de la noche, los colores calcinados de tantos adioses que han hecho
herrumbre el aliento.

Quizá esta claridad liberada sea, para que maduren en el poema
las palabras; para que vislumbre a tiempo cualquier caída,
el musgo sobre el techo, las calles de piedra en la sangre,
doda substancia impropia que se junte a los pensamientos, —callo
al llegar a las esquinas, muerdo la ausencia
de la ciudad, a veces la espuma que brota de la soledad.
Me cuesta entender el subsuelo de las vocales, quizá porque hacía
ratos, había perdido toda la noción de los altares;
ahora fluyo liberado de los epitafios. Al menos eso creo frente
a la flama, fuegos que alimentan páginas sin límites.
Tal vez dure la alegría. Tal vez sea efímera esta sensación de libertad;
en todo caso, debo aprender a vivir con mis fantasmas,
con el entrecejo deliberado del espejo, a sabiendas que el destiempo
se ha vuelto pústula en mi futuro.

Voy, pues, buscando el equilibrio del relámpago, enumerando
la saliva y el jadeo, los límites que me separan de las llaves hipotéticas,
de cuanto ya no cabe ni pertenece a mis brazos.
Al final, seguramente, las cerraduras se vuelven autónomos objetos
En el itinerario del horóscopo, en el aire redondo de las monedas.

Barataria, agosto de 2011

miércoles, 24 de agosto de 2011

HUNDIDA LA RESPIRACIÓN EN LA TORMENTA


Hundida la respiración en el metal sordo de los pasos, nos queda
sólo, la complicidad de los signos zodiacales, el tiempo
de cada palabra, la tarea de la sabiduría en el arpa
de las enredaderas; añadimos al ritmo, la limonada de las abejas,...
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HUNDIDA LA RESPIRACIÓN EN LA TORMENTA




When I do count the clock that tells the time
And see the brave day sunk in hideous night,…
WILLIAM SHAKESPEARE




Hundida la respiración en el metal sordo de los pasos, nos queda
sólo, la complicidad de los signos zodiacales, el tiempo
de cada palabra, la tarea de la sabiduría en el arpa
de las enredaderas; añadimos al ritmo, la limonada de las abejas,
quizá el hilo de la bruma con su rictus, el trazo sin reservas
de la sombra, —no sé si tras el fragor de la angustia,
podremos entender las paradojas del vendaval que nos hace desmorir
en cada relámpago, en cada diente suspendido en la noche.
En el afán, que también es respiración de la angustia, velamos
las manos, invocamos, las mariposas talladas en granito:
cada circunstancia muerde cabellos y recuerdos, el frío
en la garganta, el ojo todavía lastimado de tanta oscuridad, el largo
silencio que siempre es una tiza en el espejo.
Hago lo necesario para seguir guardando limpio e intacto el regazo:
sé que la jauría del viento no cesa; acechan también los sudarios,
el chirrido de la herrumbre en la conciencia;
surgen las astillas del miedo entre ventanas de cipreses,
el sobresalto de vivir entre los grises del patio cotidiano del país;
de pronto es inminente la oscuridad de las antorchas,
la materia del aliento sin ninguna sonrisa porque ésta fue robada
por el fogón del entresueño.

(De pronto me hundo en la acumulación de tantos recuerdos.
Me inunda el apogeo de las aguas, el cielo ardido del césped de la carne
que no cesa en su convocatoria conspirativa;
a veces quiero estrellar mi garganta en las laderas rotundas
de la ternura, en el redondo paisaje fugitivo del sonido;
pero la noche me retiene con piel húmeda, la noche de la tierra
en mi boca, la noche del rostro en las pupilas.
Aquella felicidad fue efímera en los labios; largo el destello del alma,
la tierra sola, cedida a la espera,
la cocción plena de los deseos, mezcla de noche y aurora,
estremecido litoral del polvo en el cuaderno del alma.
Aquel brillo duró, lo que dura el vuelo del pájaro mientras acomoda
su propio vértigo, mientras el pecho adivina lo entrevisto;
a menudo me hundo en la luz transitoria de las certezas:
siempre amanezco con peces en las manos, impregnado de barcos,
hacia el cuerpo de la esperanza y no a la espuma de las promesas.)

Con todo, debo caminar con claridad en zapatos y garganta;
debo hacerlo en virtud de mi propio cansancio:
hay piedras tangibles a la lucidez; pero también las hay, aquellas
que nos roban la tranquilidad, la piel nocturno de las bóvedas,
sobre la campana primera del arroyo.
Por ahora, debo caminar sin más, sumido en tantos pensamientos;
quizá la lucidez de mi altura sea de otro tiempo menos oscuro…

Barataria, agosto de 2011

martes, 23 de agosto de 2011

FOSFORESCENCIA DEL CIERZO


Entre los bejucos respiramos las aguas del cierzo, rascacielos
mordido por el badajo del crespón en vilo; entre la piedra
y la arena, la luz, la ignición del anís que invade la boca,
el cuerpo de las aguas en el cuerpo del poema, juego de peces
la proclamación de la piel, la emboscada de los encajes en el sueño.




FOSFORESCENCIA DEL CIERZO




Lo mismo que mis otros hermanos, sometido
—Giotto— al rigor del éxtasis geométrico.
RAFAEL ALBERTI




Entre los bejucos respiramos las aguas del cierzo, rascacielos
mordido por el badajo del crespón en vilo; entre la piedra
y la arena, la luz, la ignición del anís que invade la boca,
el cuerpo de las aguas en el cuerpo del poema, juego de peces
la proclamación de la piel, la emboscada de los encajes en el sueño.
Entre las ojeras de las nubes y el jadeo,
las rachas rojas de la acuarela, agosto de alelíes del viento,
rocas ante la blancura del vilano; cuando el pubis nieva en el cierzo,
cada labio esparce las páginas del quebranto,
cada goteo del élitro borda la herida de constelaciones.

—(Nos perdemos en las preguntas punzantes del silabario: desde
la pequeña ráfaga al imperativo del planeta, trato de encontrarme
a mí mismo, que es a fin de cuentas, el sentido del ser humano;
un libro no es suficiente para aprender toda la sabiduría de la aurora,
pero ayuda a entender nuestras debilidades, vuelve viable la soledad,
aunque se padezca de amnesia.
Siempre estamos rodeados por fantasmas. Fantasmas de todo tipo,
haciendo más pronunciado el frío de las sábanas,
el idioma subterráneo de la memoria,
la terquedad múltiple de la piedra sobre nuestra materia informe.
A menudo cada cual, se vuelve hosco ante la hojarasca:
negamos la fuerza primaria del fuego, negamos inclusive el cierzo
que nos hace palpitar en sonidos,
en un idioma que sólo vos y yo entendemos. Nadie puede apadrinar
nuestra tempestad, sólo nosotros, hijos del tiempo, o de esa cruz
de los versos de Quevedo.
Al final, cada quien es dueño de sus propios silencios. No hay más
labriegos en este ámbito que nosotros. Quizá nuestra vocación indemne
sea cargar el arca de la ausencia, y evocar la elocuencia de otros días.)

Mientras la lava nos consuma, hay ventanas y nidos en la aurora.
Yo me aferro a la altura de tu ombligo, al denso vértigo
que nos absuelve, a esta caldera desde dentro, a la patria de esos
espasmos que arrasan, como un cataclismo, la marea
de nuestros sentidos, los sexos líquidos como cereales azules
domesticándose en el cuenco de las manos.
No importa cuánto dure lo esperado. Unánime es el grito y la entereza,
toda el hambre de bosque e inviernos, toda la conquista de la Esperanza;
a cada cual lo invade, la fosforescencia del suspiro,
el tupido tablero del cierzo en los poros,
y este intenso cuaderno de azúcar, donde simiente y tempestad,
formar el árbol del zodíaco.
Mientras la respiración destelle en los poros, la claridad será
con nosotros, el hervor necesario para el desayuno…

Barataria, agosto de 2011

lunes, 22 de agosto de 2011

POROS DEL ESTÍO


Vuelve la estación del peregrino a sonar en el arca
de los sentidos, la canela en el olfato deja una luz perenne,
el olor amarra los cuerpos, la espiga florece renovada
del pétalo que se cierne, templada en las escalera de los poros;
el estío me deja subir a la llama del altar,...
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POROS DEL ESTÍO




y viendo los caminos que hemos hecho
somos nuestros desechos.
HOMERO ARIDJIS




Vuelve la estación del peregrino a sonar en el arca
de los sentidos, la canela en el olfato deja una luz perenne,
el olor amarra los cuerpos, la espiga florece renovada
del pétalo que se cierne, templada en las escalera de los poros;
el estío me deja subir a la llama del altar,
al afán agreste de respirarnos invisibles bajo el tronco
de los árboles. Todo nos pasa, ahora, por ojos y manos,
el horno de los poros en los que nunca atardece porque la sangre
es encendida flama; fluyen los sentidos como dos vientos
en la misma vértebra, como una boca suficiente en el arroyo.

A veces es implacable el bosque vuelto carroña,
el tiempo volcánico en el tránsito hecho humo, las vértebras
del chispazo, el tatuaje inútil de los meses,
inventarios falsos en el sopor,
puertas enloquecidas por la angustia que produce la conciencia,
en medio de sospechas y torturas similares a la muerte.
De pronto la hipocresía hace presencia, hace ademanes
de fraternidad, como vos, azogue sin fraternidad, letal penumbra
del tuétano que nos corroe,
a menudo contienda de dos sombras de contrarios;
hay abejas en derredor nuestro que lamen las esquinas del templo,
esta desnudez siempre quemada del estío,
la colmena a punto de ser telaraña.

Nos hace falta agua para humedecer el tarro de la misericordia,
reír al pie del pálpito de los eucaliptos, desbrozar el miedo,
y subir al pasamanos de los ríos, a la corola del júbilo,
al vientre del minuto donde hay lagos, amplios corredores de balcones
y vasos, sueños que aún no han sido rotos por la ceniza.

Siempre estamos tropezando torpemente en el trayecto de la espina;
el asma del declive nos arrastra,
nos envuelve en formas de desencanto, en nieblas de indecisa
páginas. Sé que la vida, por desgracia, es vertiginosa lección;
de pronto, no nos salva, nos hunde el riel oxidado de los meridianos,
la latitud del descarrilamiento, la antítesis del alarido,
el grito, por cierto, de algunas doctrinas que por su inconsistencia,
la historia ha convertido en falacias;
pese a todo, en la marcha, todavía hay correlación de pétalos,
bocas que me recuerdan un litoral preciso, puertas sin miedo,
estíos inefables donde el poro esgrime el azúcar de la sangre.
Todavía existen poros duplicados en el estío del cuaderno, en ese
otro caminar de las pupilas en el costado.
Ninguno deja de ser destino en la arteria de los días.
Ninguno deja de ser terca guarida en este espejo del quebranto.

Barataria, agosto de 2011

domingo, 21 de agosto de 2011

DE PRONTO, LA ESPERA


Por tu cuerpo, los brazos míos, poros ofrecidos, gajos de luz
como un rascacielos de fósforos en mi respiración; por tu cuerpo,
el gozo de las palabras jugando al camino, al puñado
de luciérnagas hechas sed, amaranto, búsqueda irremediable;
una voz muerde las sílabas con esa música que sabe a canela,...
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DE PRONTO, LA ESPERA




Se multiplica el día en los espejos
del gran escaparate, entre lunas altivas,
me llama la atención una figura…
MILAGROS SALVADOR




Por tu cuerpo, los brazos míos, poros ofrecidos, gajos de luz
como un rascacielos de fósforos en mi respiración; por tu cuerpo,
el gozo de las palabras jugando al camino, al puñado
de luciérnagas hechas sed, amaranto, búsqueda irremediable;
una voz muerde las sílabas con esa música que sabe a canela,
a mar, a lontananza. Por tu cuerpo en hemistiquios, sale el poema
sin Pie quebrado, entero como el rigor intenso y firme de la turbulencia;
hacia el nido, la sábana es un absurdo donde sólo el pulso nuestro
es permitido. Por esa agua de fuego que bebemos,
habremos de consumirnos en el ventarrón de los orgasmos
hasta que piedra sobre piedra sea un solo latido, un mortero
a quemarropa, en los tendones del badajo. Por tu cuerpo,
hecho de brasas y campanas, el rojo del latido enarbola
los metales; el juego es un ave rapaz, el mediodía del solsticio,
las lilas en espiral de la saliva. Cuando más es la espera,
sube solidario el mendrugo, el puñado de poesía que cimbra el aliento;
en el pan que abrasan las pupilas, la caricia derrite la levadura,
el navío donde las tildes se vuelven inagotables.

Por tu cuerpo he venido a beber tiempo y abejas,
racimos de miel en el azahar del sexo, alberca donde cava el desatino;
en el acecho quemamos la garganta,
esa espera que hace largo el vuelo, el barco terco de las caderas,
el fogón que nos de permanencia en el acantilado.
Por tu cuerpo pierdo las normas de urbanidad,
la claridad absoluta del cielo; y no importa esperar a que el quejido
brote deshojado, igual que un otoño de hojas húmedas en las manos,
igual que el deslizamiento del eclipse sobre la caleta del ombligo.

Por tu cuerpo, sitúo toda la flama en la hondonada y no importa
cuánto mundo tenga la lección que aprendemos
en las redes movedizas del desarraigo. Ante los ojos,
todo el pubis volcánico del laberinto:
nuestro tesoro que nos ancla en el arroyo. Siempre el cuerpo
se enciende con azúcar, digamos, esa azúcar cárdena del musgo
en el paladar de la penumbra.

Por tu cuerpo bebo a jarras el espejismo. Y no importa esperar
en el sereno, si los párpados sin brida, beben la vigilia del tatuaje,
la luz de la almohada, las raíces del vientre, la diadema de los lóbulos,
esta cobija de unidad que nos asiste.
Esperamos que playa y mar no angosten los litorales y que el tambor
de la fecundidad, haga lo suyo propio:
unir el eslabón del vuelo sin riesgo a que la tarde nos cunda,
sin riesgo a que lo próspero caiga en el vacío…

Barataria, 31.VIII.2011

sábado, 20 de agosto de 2011

CONSTRUCCIÓN DEL VÉRTIGO


Cielo hundido el vértigo del azar, cadáver volátil sin arco iris.
Estoy al borde para dibujar la propia caída del tiempo: en el pañuelo
del alba, brama la madrugada, también la noche con su desplome.
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CONSTRUCCIÓN DEL VÉRTIGO




arrimado a los muros,
a perecer en él, como acto único.
CÉSAR SIMÓN




Cielo hundido el vértigo del azar, cadáver volátil sin arco iris.
Estoy al borde para dibujar la propia caída del tiempo: en el pañuelo
del alba, brama la madrugada, también la noche con su desplome.
También el furor de la alborada, el paisaje de los mástiles,
también la leche negra de las cuevas,
las sastrerías de las sombras, la herrería de los fantasmas,
también los relojes derretidos en la piedra de afilar,
las monedas del amor en el cedazo del beso,
el orgasmo apócrifo de las floristerías, la lengua del cierzo en el chaleco
del horizonte, el papel crespón del carnaval del sexo,
con líneas rasgadas de esperma.

Me siento en el brocal de las lavanderías para desteñir el fuego
de los tendones; bebo la mordida del gemido en el tiesto errátil
de mis manos, construyo en la atalaya del muro,
el alud abrazador de la desnudez del alambique en las pupilas.
(Nunca le he temido a escaleras, ni ascensores por más grande
que sea el pubis donde el cigarrillo acuchilla el humo de las vigas;
ni a las caídas, por supuesto, donde el ansia acuesta las nubes.)
También el amarillo de las vísceras construye mi propio vértigo;
en los juegos de azar de lo humano,
quizá porque en lo humano se pone a prueba la fe,
el niño descalzo buscando la fragancia de la ventana,
luego caer en la ciénaga, cárcava compartida de puerta y asombro.

En realidad hay un sinnúmero de hechos gratificantes:
andar lentamente el hábito de la cruz, soportar el asedio de platos
y manteles, caminar entre cocinas desfloradas, penetrar el himen
con un aire de pétalos incendiarios,
lamer la vitrina velluda de la mañana, y después, escribir
tantos nombres azules como sea posible en el hueco del poema.
Gozo en la cintura del vértigo. En el nicho de la dentellada,
en el estallido del tuétano de la turbulencia:
hoy, siempre hoy, se multiplica el mediodía acústico del torrente,
el moho, a veces, sin evitarlo del páramo, la limonada en círculos
del fuego, en sello postal donde la carne es espejo.

Al final, nada amortigua la caída: el éter de las fotografías es otro
mundo, menos perceptible que las nubes;
el pulso de la brisa, carece de sortijas; toda lágrima es un absurdo
en la aureola de los altares: todo es así, un paisaje diferente
cada día, un filtro de espejos por donde pasea la memoria,
sus cápsulas de añil. Al final, sólo el dolor, la piedra acuñada
en el desván del silencio. Lo demás, es el ojo en el vacío.

Barataria, agosto de 2011

viernes, 19 de agosto de 2011

JARDIN ENTERRADO


Ya es inaudible el jardín de las palabras. Ha sido soterrado
hasta el cuello, la fragancia de las campánulas, el crisantemo
de la luz, el polen de la madera. Ahora es ráfaga la piedra
en el espasmo; la eterna ráfaga que vuelve yerto el camino.
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JARDIN ENTERRADO




La noche ya es de acero para siempre.
Frío cárdeno, el aire.
CÉSAR SIMÓN




Ya es inaudible el jardín de las palabras. Ha sido soterrado
hasta el cuello, la fragancia de las campánulas, el crisantemo
de la luz, el polen de la madera. Ahora es ráfaga la piedra
en el espasmo; la eterna ráfaga que vuelve yerto el camino.
He caminado hasta el fondo del aliento, en la inclemencia
de los cuchillos no hay hospedajes,
ni estaciones sosegadas, sino inclementes desajustes del paisaje,
afanes hundidos en la sombra,
indemnes pabilos repicando en los poros, gélidas agujas
de lo subterráneo.

Quiero alumbrar el silencio ante la penumbra, ante la piel
rota de las baratijas, ante la mirada rota y voraz de la tierra;
cada día el pergamino de la sed me agobia,
socava la carcoma, la cárcava donde ensaya la ignominia,
las preguntas del viento al amanecer.
En el jardín soterrado de la luz, sólo caben los gusanos, la bóveda
desnuda de la lengua,
los caballos que opacó el latido, el escombro anticipado,
del cuerpo que se pierde en el hoyo negro de la vigilia, en la dinastía
oscura del lecho, hija de la almohada trashumante.
En lo profundo, el frío arrecia y desvanece la claridad de los jardines,
el desasosiego brota de los relojes,
tempestad del pezón que martilla como una flecha de gotas:
mi pecho viaja hacia la propia ceniza de la garganta.

El entrecejo trastocado por la brújula del ojo
que busca los jardines enterrados, la nocturna ala de la noche
con esa querella de estacas hundidas en las ventanas.
—De pronto, todos hemos visto este calabozo del galope trastornado,
las aldabas sudorosas del hollín,
el germen de la polilla en el sudor, las pupilas acumuladas
en la demencia, el cuerpo fugaz del becerro en las manos, derretida
leña en el telón de la llama.
La respiración paraliza su solapa: el granito vuelve atroz,
este rostro en candelabros, este fuego encerrado en la respiración.
No tiene, hoy, nombre el lamento, salvo el vinagre que sustituye
al sollozo, la piedra pómez del pudor, lo inhóspito de los violines
en la lluvia de los ojos, ladera de la piel,
agónico derrumbe del semen en el hueco del despeñadero.
Nunca imaginé la tinta derramada en la caverna desandada;
ahora, desde luego, creo en las campanas del inframundo,
y en los dos hemisferios hundidos del rescoldo.
Ahora creo en la complicidad del subsuelo, en el páramo de la penumbra.

Barataria, agosto de 2011

jueves, 18 de agosto de 2011

AZUL NOCTURNO


Era de la noche este hervir de relojes; era de la noche el hilo
Azul de las lámparas, la intuición de un solo color del arco iris.
Afuera, en la densidad, las aceras lanzan flechas, crines
de envejecido zodíaco, días confinados sólo a imágenes patéticas.
Imagen tomada de Miswallpapers.net





AZUL NOCTURNO




Llevarán ramos aquellos cuyo aguante pueda desgastar la
noche nudosa que precede y sigue al relámpago.
RENÉ CHAR




Era de la noche este hervir de relojes; era de la noche el hilo
Azul de las lámparas, la intuición de un solo color del arco iris.
Afuera, en la densidad, las aceras lanzan flechas, crines
de envejecido zodíaco, días confinados sólo a imágenes patéticas.
Todo es así, hasta el tatuaje incrustado en el nido, la roca
multiforme de los días, el aire desvanecido en los pliegues
de la entraña, el hálito que salta con afán de agua.
Los barcos y los puertos son azules en mi cuerpo:
azul el libro de la ola, la cuenca del horóscopo,
el silencio trasegado en la asfixia del presentimiento.

Cada paraguas me afirma al cruzar las libélulas,
la pasión de la noche tiene brazos totales, afilados mordiscos de luz,
cuartos donde renace el pabilo, con caballos de ráfaga.
Mi vuelo siempre es más largo que un ferrocarril, que un pájaro
despojado de su claridad: la vastedad de los relojes camina
a pasos superiores al ala, a la noche que azulea en el párpado
de los zapatos, cruzando vértigos y pupilas, esencia de la nostalgia.

(Quizá deba pensar, ahora, en los almanaques del otoño;
y responderle con cometas a la lejanía,
defender la sombra de la amnesia,
olvidar las hojas del campanario, la zarza sonámbula del ayer,
la tiranía íntima de la saliva, las curvas de la porcelana,
las espinas que siempre vuelven particular los caminos:
me niego a guardar la alegría en el baúl de la noche;
hay en las lámparas transparencias íntimas, inviernos, alborozos,
que propician un paisaje diferente.
No sé si el desvelo es alivio o condena: los ojos cruzan la mesa
del fogón, los hervores del pulso en la ceguera total
de los contornos del hambre y el frío.
En la negación se fermenta el azul de las esfinges, la miel del balbuceo,
el sonido del musgo, el color, ebrio, azul de las lámparas.)

Muerdo cualquier ventana que tiene oficio de pájaros.
En el violín de lo azul, hay charcos y aguas, agónicos remolinos,
duermevela como una ciénaga incandescente.
En todos estos años, la piel rasgó las palabras: germinan las aspas
de la aurora, las ausencias yacentes del trueno,
también el laberinto con su oficio de trocar la parra del aliento.
Oscurece en el azul del colibrí, la nocturnidad nos empuja
a su orgía, al candil que muerde los acuarios.
Llueve en el azul oscuro revivido, sudan almácigos las palabras,
las sienes arden en su arraigo de alas.
Nada es ajeno al cuaderno del aliento, cuando se juega la alegría
en una mesa de billar, o en el ping pong de la mirada
que arrecia en el tejado cuando se ha saltado el muro del desván.

Barataria, agosto de 2011

miércoles, 17 de agosto de 2011

CAMINO DEL OTOÑO


Voy ciego a mi propio retorno. La voz como un paraje mustio,
nombres que perdí en la febrilidad del reloj,
rostros andados por el desgarramiento de la garganta.
Imagen tomada de Miswallpapers.net





CAMINO DEL OTOÑO




los presagios
lavados por la lluvia,
son una luz muy pura.
JOSÉ CORREDOR-MATHEOS




Voy ciego a mi propio retorno. La voz como un paraje mustio,
nombres que perdí en la febrilidad del reloj,
rostros andados por el desgarramiento de la garganta.
Existen hoy tantas distancias a lo que fue el trasiego de la trinchera:
ahora son días para cruzar el olvido, el devaneo de las gaviotas
en las pupilas, la tarde que viene a su capricho
por todo el amanecer que se va esfumando también de las palabras.
El pan de las campanas me hace recordar las distancias,
el rocío en peces azules, la primera risa del azúcar.

¿Hacia qué abismo o tedio me lleva tanta embriaguez?
—Hoy sosegada brisa sobre el taburete doméstico del sueño,
río a tientas con la ceniza en las sienes,
pecho que los dientes ha trizado en lo oscuro, sobre la hora
aferrada a la piedra. Camino a tientas y balbuciente.
La ceniza va llenando de abanicos mis sienes; lo sé ahora
que han crecido en demasía los cipreses, el enredo infame
del espejo, estampado en mi esqueleto.

(Han sido años de pulsar la noche desde mi ventana:
ver pasar sueños, domesticar el frío y el asombro,
con todos los goterones del alma. Días de cruzar calles y rincones,
fotografías deshilachadas del susurro,
puñales que yo mismo afilé con el tanteo de mis manos;
ahora dejo que mi respiración repose detrás de los recuerdos,
ajeno a la lava, al arrebato,
a todo lo que fueron las aguas de otro tiempo.
No me resisto a esta cercanía del crepúsculo, nicho de invisibles
respiraciones, adolescencia que me respiró en la saliva,
niñez antigua; ahora herrumbre, piel desclavada del jadeo.
Yo mismo busco la consumación de mi camino final:
buceo en la oscuridad a sabiendas que al final del túnel,
hay una luz de espigadas campanas, quizá otros faroles
con nuevas brújulas, con otras cartas para navegar en el infinito.)

En el fondo, ganan las aguas a los peces.
El ojo del pájaro encendido, todavía, se precipita
a jirones; exhalo la tinta de los relámpagos, la catástrofe
del pecho, los días de matorral del cuerpo buscándole nido al pabilo.
No sé dónde comienza la sal del sollozo, si en la redondez
de los viajes o los tropezones.
No sé hacia dónde van los caminos, ni los adioses que dejaron
su huella en mi pecho, ni el azul del semen en primavera.
No sé en fin, cuándo la memoria apaga las luciérnagas,
y el pañuelo cumple su función inacabable de relojes, piscucha
con el agua líquida de la historia.
Sé, sin embargo, que oscurezco según pasan los días…

Barataria, agosto de 2011

martes, 16 de agosto de 2011

ANAQUEL DE LOS MUELLES


Llaga es este tránsito sobre la madera de los muelles, viejo hálito
amarrado a la espera, anaquel arrimado a la medialuz
del minuto de la niebla; junto al agua,
el rostro incesante de las gaviotas, el jardín de sal
persiguiendo los ojos, la certeza de los cuchillos grises,...
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ANAQUEL DE LOS MUELLES




Más sólo soy un hombre en la ladera,…
VICENTE GAOS




Llaga es este tránsito sobre la madera de los muelles, viejo hálito
amarrado a la espera, anaquel arrimado a la medialuz
del minuto de la niebla; junto al agua,
el rostro incesante de las gaviotas, el jardín de sal
persiguiendo los ojos, la certeza de los cuchillos grises,
incesante dentro del cofre de la noche que se avecina.
Siempre me quedo aquí para pensar en el pretérito de las palabras,
en las palabras que nacieron de no sé qué afluentes, de no sé qué
espumas, del colibrí agudo del invierno.

No sé cómo nombrar la lluvia que cae en los muelles. El remanso
en la garganta, la taza de viento donde fuma el entreceño, el sueño
que se apaga, cuando el olfato pierde su lenguaje.
Pienso en el niño que hay dentro del olvido: en el horizonte arrasado
por los montes de la noche diurna, en el diente que ha extendido
el vacío alrededor de mis sienes. Llevo muelles de luctuoso camino.
Llevo destinos buscando calendarios sin lágrimas.
Llevo la voz sobre la llaga de la lumbre, sobre el desafío
que me impone el pavor, la ceniza en el laúd.

(Aquí hay un estertor de fuegos, un viaje de vahos y aguas;
cuando amanece, relevo el alborozo, el agua acumulada
en la madera, los ocultos vuelos que siempre están ahí en el afán,
porfía, quizá, de mi propia angustia.
De otro modo no podría el límite que inunda a mi mirada:
los muelles aquí con viruta de espuma, la luz ancha, aquietada
del ala sobre la superficie, el anzuelo de este viento del suspiro.
Me pregunto si todos los incendios tienen ventanas,
o es sólo la flama la que desnuda los párpados, la que a oscuras
cala en las algas del sexo, en la música que juega a hojarasca.
Me pregunto si aquí, el alma puede golpear los barcos,
o si sólo conserva sonrisas líquidas, miradas que se pierden
en el delgado hilo de los pájaros.)

Un día quizá ya no seremos y lo sabes. Viajo en cada dedal del tiempo.
Cada soledad es un barco acompañado de sueños donde soplan
los resquicios de la noche del alma,
los cuadernos que juegan a veleros, la puerta hacia el designio;
cada anaquel es un espejo que persigue su propia escalera,
la huella que la flama nos dejó en el pulso.
Un día quizá estemos totalmente dispersos en los muelles
como las gaviotas, como el surco silencioso esperan al espantapájaros.
Cada soledad ha ido formando su propia estatura:
la alacena cada vez, pierde su color de brújula, el blanco nítido,
que nos hizo árbol obstinado.
Cada soledad es un planeta donde la ternura perdió su regazo.

Barataria, agosto de 2011

lunes, 15 de agosto de 2011

VIVIR EN EL PÁRPADO DEL ÉLITRO


Vivo a la orilla del trino, entre el élitro y el desvarío del pecho,
un día y otro día y otro día, entregándome al cuerpo incendiado
de aguas, a veces al mechero que quema mis alas; otras, a la precisa
ciencia del tránsito, buscando el camino dulce, no el amargo;
azuzando mi propia cabalgadura de olvidos.
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VIVIR EN EL PÁRPADO DEL ÉLITRO





se eleva hacia las nubes el granito
dando a esta soledad de lo infinito
la entraña dura y la expresión serena.
REGINO E. BOTI




Vivo a la orilla del trino, entre el élitro y el desvarío del pecho,
un día y otro día y otro día, entregándome al cuerpo incendiado
de aguas, a veces al mechero que quema mis alas; otras, a la precisa
ciencia del tránsito, buscando el camino dulce, no el amargo;
azuzando mi propia cabalgadura de olvidos.
Y es que, a pesar de todo, —de ventanas y sentido—, algo me dice
que uno muda con el tiempo de follaje, nombres frágiles, acaso
rondando las fotografías, los pequeños infiernos agitados de las barcas.
Vivo así, quebrando los espejos del charco y la ventana,
el ojo no alcanza a arrullar todo el invierno,
ni a asir el zumo de la fragancia, la savia celeste de las luciérnagas
en posesión de mis sienes;
he pasado largo tiempo en este enredo de cuadernos, en este
vuelo amarrado con hilos de infancia,
acecho del agua sobre el párpado, mechón de la geografía
en mis zapatos de penitente milpa y sombrero de paja y sudor.

(Cuando quiero emprender el vuelo, la sangre se me hace Ícaro,
se me hace innumerable la batalla y la fatiga,
los días de rocío los muele la espuma acumulada en las manos,
cuando zumban las espigas,
la queja se hace tangible en mi taza de suspiros.
Cuando las calles me llaman con eternidad de piedra, pienso
en la luz medrosa de mis calcetines,
en el orgasmo prolongado de los sentidos, en el caudal del aire
que repta sobre el espasmo.
Siempre vuelo a deshora, con una piscucha de nostalgia, alas
de mi absurdo sobre el esqueleto del horizonte.
El alma me lleva siempre con tambor de pájaro, aunque después
me enrede en mis propias manos, en el vano intento de sellar
la herida, trajín del ardor en el páramo.)

Vivo así, leyendo los telegramas del viento, la carta ciega en la nube
de los azacuanes, mordiendo la sed rudimentaria de mis huesos.
Vivo así, sin el barbecho del calendario, esperando únicamente,
que la caída no duela más que el intento de volar;
y el rostro no pierda la persiana de los ojos y la piel siga confiada
al esqueleto, a esta forma acostumbrada a la estocada.

De nuevo busco las palabras tangibles para armar mi silabario:
y, aunque estoy acostumbrado a la acidez de los círculos,
me gusta ver cómo discurre la harina en el vacío, la ceniza como
una pluma, un niño en el espejo del alba.
—Claro, después vuelvo a mis trajines, al teatro moldeado
en cristales, a mi cuerpo de cerámica, a la piel que me susurra
livianos pájaros madurados en el recuerdo, a las aguas
que gotean, sigilosamente, de las campanas…

Barataria, agosto de 2011

domingo, 14 de agosto de 2011

EL FIRMAMENTO EXHALA RAÍCES


En la pira del firmamento, el cactus del desvarío, —raíz toda
de sed y abismo, en los brazos amarillos del ansia, la hondura
inagotable de la luz, el fermento que brota de la lengua y se esparce
por la aurora. Nada es fortuito cuando el búho, con sus armas,
interpreta la historia de la somnolencia y los cataclismos;...
Imagen tomada de Miswallpapers.net
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EL FIRMAMENTO EXHALA RAÍCES




Pongo otra copa dulce aquí en mi mesa
y rompo el vidrio gris de los recuerdos.
JUAN JOSÉ VÉLEZ OTERO




En la pira del firmamento, el cactus del desvarío, —raíz toda
de sed y abismo, en los brazos amarillos del ansia, la hondura
inagotable de la luz, el fermento que brota de la lengua y se esparce
por la aurora. Nada es fortuito cuando el búho, con sus armas,
interpreta la historia de la somnolencia y los cataclismos;
debo pensar en las pestañas mórbidas que se abren al trasluz
de mis pupilas, en la espuma de las velas ancladas en el nido
espectral de los pinos. Debo pensar en la roca del suplicio,
en cada escama alrededor del camino, noches, días, sin rostros,
ataúdes del viento cósmico,
absurdos dedos del infinito sobre la mancha descalza del páramo;
días de raíces inciertas brotados de la arcilla del pabilo,
del chupamiel tosco del tránsito, —ardidas regiones del aliento,
donde el firmamento sólo existe en el sollozo, en el regazo de azúcar
del seno prohibido, en la ansiedad que venció a los muertos para siempre.

(Debo pensar en tantas cosas a la luz del firmamento:
en los candados que le puse a la caligrafía, en los brazos
que vencieron mi orfandad, en toda la harina de los pretéritos,
brasas que despejaron mi silencio;
estas y otras cosas, han hecho de mi viaje, ese ungir de sal las manos
y asir el ojo de las palabras hacia mi pecho.
He viajado sobre la rima del ala, a veces subterráneo como un riel
oscuro de mutismos y lo hondo de la flama que a menudo
al expandirse, desborda en quemadura.
Huyo de la superficialidad del aceite; a menudo me agobia la racha
del desvelo, el viaje de la espuma haciéndose suspiro vehemente.
Huyo de la orilla de la noche cuando cambia de rumbo,
de la sombra que algunas veces inventarean las caricias;
huyo de las lecciones de caries de la noche, del pecho roto, de la arteria
que dejó de ser bosque en el viento
y ahora es simple remedo de aguas y mudos huertos.)

Para ver lo indefinido de este firmamento me sirven los espejos:
la negación al desamparo, el desdén que produce la orfandad.
Al final, me río de la negaciones de las agujas; me río del asedio
de las raíces, de ciertas aguas que van a parar al plato de la indigencia.
Me harta el eco de los muertos, el rezo hacia los vencidos;
callo con mis propias cicatrices, las que he ido acumulando
como un paciente coleccionista de objetos viejos;
la piedad es una sombra a deshoras, es nada en la leche del tejado.
Por eso no me fío de las palabras transparentes: debo llorar
frente a la inconstancia de los brazos,
—cada crepúsculo quema la ternura; y si no lo hace, es tardía
su presencia, para alzar los relojes del eco y quitar la aldaba a la voz.

Barataria, agosto de 2011

sábado, 13 de agosto de 2011

OJOS SEPULCRALES, LA PUPILA EN EL FERÉTRO


En la calle, el ojo labra sus propias negaciones. Está presente
el féretro que conduce nuestro cuerpo; bajo la noche fría
el promontorio del desvelo, el río desvencijado de las sombras,
la continua posibilidad de no ser,
de convertirnos en el centavo del malhechor.
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OJOS SEPULCRALES, LA PUPILA EN EL FERÉTRO





Subterráneo, un león,
parecido al verano,
cierra su azar filoso,…
FERNANDO PEREDA




En la calle, el ojo labra sus propias negaciones. Está presente
el féretro que conduce nuestro cuerpo; bajo la noche fría
el promontorio del desvelo, el río desvencijado de las sombras,
la continua posibilidad de no ser,
de convertirnos en el centavo del malhechor.
En presencia de la medianoche, la sombra de la respiración
es lenta, mínimo taburete del día; sobre la tierra que desmorona
los arrullos, aquel vaso de césped de la felicidad;
en el ojo afilado, el vislumbre de la voracidad,
las cucharas entregadas a la sombra, el sexo amargo en la limonada,
el trapecio desarticulado, en el puñado de hollín del pabilo;
cabalga el ojo sepulcral,
la ráfaga de féretros en las pupilas, los trenes mortuorios del zumo
del último amor que sacudió las costillas e hizo del ijar oscura ceniza.

De todas formas, el petate de la polilla se ha vuelto combustión,
oscuras islas sostenidas con pernos,
toboganes de relojerías siniestras, vuelos al ras de la piel,
encajes de dudosa blonda con orlas de saliva a punto de saltar
del paraguas, de la herida ancestral de los armarios,
del tanto por ciento de los rieles del resplandor, alacenas cuesta
abajo del desfiladero de la lengua.

(Cuesta entender el susurro y quedar ileso. Hay días siniestros
como el zopilote que voraz, ronda las sienes; hay días donde desfilan
ventanas con ojos transparentes;
hay días a media asta, y aceras hundidas en los zapatos: días
resplandecientes como las brasas,
días arrugados sobre la piedra erosionada por las aguas;
hay días como tú o como yo, puertas sin atuendo para la extrañeza,
hay días como yo o tu, preámbulos de la noche, carcomas de nuestra
integridad, silencios apetecidos de la noche.
Hay días como ambos, dibujos cada vez, abriéndose a la caricatura,
a la angustia vegetal del césped bajo el zapato voraz de la desnudez.)

Atardece en el charco de las sienes: la pupila en el féretro,
sobre el copo de ceniza de las pestañas;
atardece en la llanura de la incógnita, en los cabellos blancos del agua,
en el orgasmo vertical del bisturí sobre la víscera,
en la convulsión del vómito cuando la mecedora se ha vuelto sombría;
atardece la incandescencia,
la obstinación del azúcar licuada en los poros, el disparo en cascada
de los encajes, el rapto del aliento,
las campanas que en un momento asaltaron las sienes, el desván
con la agonía onírica del fuego, el tejado andado como una trompeta.
La tarde es ya, el ojo sepulcral del vendaval, féretro en la pupila.

Barataria, agosto de 2011

viernes, 12 de agosto de 2011

LABOR DEL ALBA


Adoro la trastienda del alba y el armario desnudo del tambor
del pecho, los sorbos de luz primeriza que palpan las pupilas:
cada latido me devuelve a mi origen, el paladar en la liturgia
de los meses, las sienes estallan en el reverbero,...
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LABOR DEL ALBA





Hace tiempo
sabíamos reír
en una edad sin sombras
apretados
bajo el olor incandescente del cielo.
SAÚL IBARGOYEN ISLAS




Adoro la trastienda del alba y el armario desnudo del tambor
del pecho, los sorbos de luz primeriza que palpan las pupilas:
cada latido me devuelve a mi origen, el paladar en la liturgia
de los meses, las sienes estallan en el reverbero,
en ese ir clarificando las sienes, de pronto también, los poros
que deletrean el alfabeto del cuerpo.
La labor de todo poeta es caminar y adueñarse de los días que emergen
como un puñado de planetarios pezones, sin apagarse en presencia
del aroma, sin dejar de ser la madura luz que arrastra el labriego.

Ahora el alba respira en el horizonte con el más puro cuaderno
de ese vientecillo que enfría los ojales,
el agua ocular de los pilares,
la polifonía del pecho en la plataforma del fuego,
la tinta del badajo en la antesala de la caligrafía del balcón del día.
Celebro sin merecimiento la labor del alba, esta tierra afable
con la cual convivo en la diversidad de las semillas, —sitio desde
el cual, aspiro la ventana que abre el eco,
los sueños, las dudas, esta náusea de siglos y peñascos;
a menudo equivoco el sombrero de los sueños, tropiezo en el peñasco,
olvido también esa prisión de los contrarios (las categoría dialécticas
que para la poesía son trágicos sembradíos);
camino sobre el murmullo del césped que amanece y de cierto,
es reconfortante respirar barcos y trenes, ver germinar la respiración,
saltar la barda del ensimismamiento,
y acompañar con azúcar, este reloj de aguas donde beben
las mariposas la resurrección de la ceniza.

Cada mañana se abre un nuevo capítulo en las ventanas: me pongo
el lienzo del cierzo sobre los hombros, la magia del polvo,
líquido de los árboles sobre las hojas. El cuaderno de pájaros
de la caligrafía del murmullo,
la pedagogía de los árboles que remozan el trajín del entusiasmo.
No es casualidad que quiera emular la labor del alba:
el misterio de la vida consiste en entender en rompecabezas del sueño,
el Prometeo vivo del espejo, la taxonomía del aliento,
la flecha encendida de la claridad, el pétalo con todo su esplendor
de alforja, aun la sombra que avizora el espejo.

Lo demás está vedado por mis ojos: quiero nacer cada día, aferrado,
a la hogaza que me da el alba como una tortilla resplandeciente,
como una escalera de albahacas, como una mata de claridad
donde giren sin demora, la siempreviva del agua y la fragua.
De esta forma, inagotable, quiero la alcoba de un ombligo,
el pecho entregado a la tinta, la página como puñado de espigas.
Que nunca me falte el alba hasta que muera…

Barataria, agosto de 2011

jueves, 11 de agosto de 2011

TELAR DE LA MEMORIA


Cada instante la ventana de la memoria teje esta voz ardida
de oscuridades: las esquinas del cielo cuajadas en las gavetas
de viejos armarios que he ido acumulando
en las solapas del viento; de cerca las enredaderas pulsan
el hilo del rito en la sombra, la luz que evapora cada palabra...





TELAR DE LA MEMORIA




Canto tu talle besado por el día
Luminoso tobogán que va de la razón hasta el delirio…
EFRAÍN BARTOLOMÉ




Cada instante la ventana de la memoria teje esta voz ardida
de oscuridades: las esquinas del cielo cuajadas en las gavetas
de viejos armarios que he ido acumulando
en las solapas del viento; de cerca las enredaderas pulsan
el hilo del rito en la sombra, la luz que evapora cada palabra
como si se tratara de la transpiración de aguas termales.
He visto tantos horcones sosteniendo mi memoria
que difícilmente puede derribarse y caer en el cielo,
salvo que sea el preludio de otra sombra mayor la que combata
con la desnudez de mis ojos. Hoy renuevo en el crepitar
de los brazos —tus brazos y mis brazos juntos—,
como dos banderas en la altamar de la albura:
tenemos en abundancia el hábito de la Esperanza, la geometría ritual
del jadeo, los cuerpos enlazados en su respiración,
la hoguera obstinada en la brasa que anida el cuerpo.

En nuestro telar, el arco iris de las sienes, el agua azucarada
del hambre, la música del estallido, sin más multiplicidades
que la patria reverberante del calendario.
Tejemos los días quebrando el éter de la saliva, las vasijas del pecho
con el quinqué de los peces braceando en la alberca; no sé si atardece
en el desván de las aceras, porque aquí,
las aguas resplandecen en la risa como estrellas donde sonido
y luz forman alboradas. Ya se alzarán, de seguro, más recuerdos
donde el pulso se convierta en sortija invulnerable,
epifanías de un pubis encarnado.

(Desde luego, polvo seremos un día, aún así,
el polvo edificará espigas, destino de otros navegantes de espejos;
la memoria es en sí misma un mundo donde guardamos
y filtramos los caminos que se quedaron, los que se fueron
irremediablemente. La memoria es ese religioso sacramento
de los pretéritos donde el azogue se volvió ombligo, luz entibiada
en las venas, puentes colgantes que trascendieron los labios. )

Juntos desafiamos el horno de los poros
y los apaciguamos en el viento, encerrados en la casa de adobe
del calendario; juntos cosimos nuestras propias vestimentas,
hicimos los ojales del pétalo,
juntos desbrozamos el pergamino oscuro de la noche,
el ombligo que dio paso a la capilla, el azor líquido de la sal
que brotó de todo el cuerpo, los gestos a tientas de la navegación.
Juntos, —estuve, estuviste, estuvimos—, en la secreta compañía
del sendero. En el telar no hay epitafios,
sino la sortija indispensable del sueño, la fragancia sin cesar
de la aurora, la convicción de que siempre andaremos esta quemadura.

Barataria, agosto de 2011

miércoles, 10 de agosto de 2011

ESTE DOLOR, SIN EMBARGO, EN EL CUADERNO


Quien inventó el cuaderno, inventó la oscuridad de la tinta,
el sonido de las esquinas, las palabras sigilosas de la lluvia,
esta herida de cristales donde los bolsillos se llenan
de arenas movedizas. A veces, en medio de la congoja de la caligrafía,...
Imagen tomada de Miswallpapers.net






ESTE DOLOR, SIN EMBARGO, EN EL CUADERNO




Pero aquí está el dolor —ancho como el destino—
de no haber dicho nunca la palabra veraz;…
HUGO LINDO




Quien inventó el cuaderno, inventó la oscuridad de la tinta,
el sonido de las esquinas, las palabras sigilosas de la lluvia,
esta herida de cristales donde los bolsillos se llenan
de arenas movedizas. A veces, en medio de la congoja de la caligrafía,
suicido calles y ventanas, paraguas que duermen en las aceras,
cometas y tabernas en la persiana de las pupilas.
Debo suponer que la tristeza es un espacio baldío donde hubo
tejados y, ahora, crecen enredaderas de silencio, cuadernos
de pronto castrados, derrotas asumidas por el cansancio, aguas
apagadas de otoño, jardines perdidos en la niebla.
De pronto, este cuaderno se ha vuelto un paredón insostenible:
el resplandor sólo es posible verlo en el torrente del prepucio,
en el tabanco que la paciencia ha construido con migajas.

(El frío ha hecho visible las pulgas;
las moscas pululan alrededor de los horcones, esclava carne
de la sangre. Hay palabras como una tarde de muertos, como un barco
sin relojes en todo el astillero del pegamento.
Me abriga un invierno de traumatismos, dramas que enreda
la bufanda desoída del aliento, papel secante del delirio en la escarcha
de un nido abandonado por el latido.
El sabor de la tinta se hizo para endulzar la tristeza;
hay maniquíes colgados de las paredes de la tristeza: perros
que ladran entre los muebles del entresueño: en la garganta reposan
cansados relojes, caminos que borró el designio.)

Existen dolores más humanos que el frío del tiempo. Lo sé desde
que un blues, calló en mis oídos, desde que las calles murieron
mustias, y fueron consumidas por el miedo.
Lo sé ahora que en las ventanas cuelgan juguetes cansados; cuelgan
largos silencios, muerde el tumor del sigilo, las varices de la tinta,
este dolor, sin embargo, de confetis,
a la usanza del clown colgado de las ramas del eucalipto.
Me dejo callar por el invierno de las paredes, días iguales o diferentes
al sacacorchos que muerde la lengua, al diente áspero del lápiz
que horada la hoja del cuaderno.

(Ya sé que son más ciertas las dudas que las certezas;
una vez el insomnio penetra la carne, emerge herido el talón
del suspiro, la niebla donde se refugian las palabras, las aguas
del destino que buscan su propio cauce: la página del cuaderno,
el barro que las manos convierten en cristales.
Ya sé que, como la piedra, la luz es sombra; el cuaderno, la vasija
que guarda los vestigios; el dolor, el libro más adusto que leo
sobre la mesa con goteras, vitrina del tiempo ante mis ojos.
Lo demás, sigue siendo un páramo de bocas,
la hierba que sostiene la nostalgia en el tafetán del viento de la tarde.)

Barataria, agosto de 2011

martes, 9 de agosto de 2011

ESCENARIO DE LA SOMBRA


Ante el respiro, el escenario de la sombra, las gradas del aliento
en asunción hacia el momento que se adueña de la vida;
alrededor, los crepúsculos alargados del sueño, las palabras
que nunca faltan a la ceremonia de rendirle culto a los senderos:
me quedo siempre a la espera...
Imagen tomada de Miswallpapers.net





ESCENARIO DE LA SOMBRA




Abrimos el telón de las ideas
y un sueño resplandece por los ojos.
JUAN JOSÉ VELEZ OTERO




Ante el respiro, el escenario de la sombra, las gradas del aliento
en asunción hacia el momento que se adueña de la vida;
alrededor, los crepúsculos alargados del sueño, las palabras
que nunca faltan a la ceremonia de rendirle culto a los senderos:
me quedo siempre a la espera
de los meses más benignos, a todo lo que los brazos puedan contemplar.
Lo demás es siempre producto del hondo caminar. Las idas y regresos
de lo que permanece o se va, hacia las gradas de la ausencia.
Por cierto que aquí, suena el filo del viento: la pupila del ahora
en las palabras graves, las telarañas que fueron poblando el pecho.

(A estas alturas, me igual que las sombras sean de la noche,
o que emerjan de las lunas menguantes de mis venas,
o quesea la navaja de las aceras, la que abre la tumba, la caja
donde el labriego guarda las semillas,
o pudre las semillas verdes de lo imperdurable.
Hay un algo que siempre me introduce al matorral de la noche:
Cada camino es insaciable para los zapatos, cada estribación desafía
Mis sentidos, el grano de brizna en mis pupilas, la moldura
De los sueños que a menudo nos oculta la realidad.
Deo apartar las piedras que trituran los cuadernos del alba:
La fragancia por extraña que sea siempre tiende a imponerse.)

¿Acaso el espejo tiene siempre las mismas aguas mansas,
el suspiro que nos envuelve en la brasa dulce del aleteo, ceja
del umbral en el reloj de fondo del calendario del pecho?
Sobre mí, el picahielo del tráfico, el guardabosque y pasamontañas,
el picapedrero de las arrugas,
El prensapapel sobre las albardas, la cerradura indagando llaves,
las porciones de la sombra en el mantel, las cucharas y tenedores.
Con tanto escenario reconstruyendo a diario mis alas, debo hacer
ejercicios de respiración para evitar el ahogo,
cada imagen puede confundir las cortinas, la presencia de la luz,
tan necesaria en estos días: estoy en las aguas ensimismadas
de las piedras. Todo es ropa copiosa,
largo musgo del viento sobre las sienes, sobre Lázaro en el ojo
soterrado, en el Erebo de la palpitación del hombre.

No puede ser de otra manera mi labor, sino esta de ir acumulando
noches, sombras, ciegos pétalos donde palpita la noche;
no sé si debajo de la noche, el ciego palpita de consuelo, o si es,
otra manera de atisbar los escenarios donde piedra y raíz son densas
realidades acumuladas por el aliento.
—Después de todo, alguien descifrará la transparencia soterrada;
este mundo con simulados azacuanes, permanencia sublevada
del hollín, caries temprana del amor…

Barataria, agosto de 2011

lunes, 8 de agosto de 2011

PAREDES CON PALABRAS


A la vuelta de la esquina, leo en sombras las palabras, igual que el día
se hace sombra en el tiesto del calendario; son otras metáforas
en medio de la maleza, el desplome de la carcajada, la risa hirsuta,
el meteoro de todo lo irreal puesto en mis ojos, el aserrín de la sal
puesta en colores y formas diversas.
Imagen tomada de Miswallpapers.net





PAREDES CON PALABRAS






Sobre el polvo pasará el labio del tiempo
y en tus huesos cantará sin fin la primavera.
ALEX PAUSIDES




A la vuelta de la esquina, leo en sombras las palabras, igual que el día
se hace sombra en el tiesto del calendario; son otras metáforas
en medio de la maleza, el desplome de la carcajada, la risa hirsuta,
el meteoro de todo lo irreal puesto en mis ojos, el aserrín de la sal
puesta en colores y formas diversas. Hay territorios donde nadie
camina, sino la aguja y la carreta del cadalso, el aire viciado del tiempo,
la juventud ambigua que se deshace en despeinados pañuelos,
en marcas donde cuelgan máscaras sin ningún futuro, salvo, claro,
la arcilla hecha pólvora en el cuerpo. Lo demás es incierto.

En estas paredes viciadas, encuentran los periódicos sus titulares,
las parras de tinta desgajada en las palabras: amanece el recelo
con caras de oscuridad, acechantes fríos de penumbra.
Sé que hay manos ocultas en esta porfía del caos, manos con cieno,
invisibles caballerías que articulan la muerte, negras claridades
del alma, pinceles de manufactura nocturna.
A menudo me alegro de que no sea cierta tanta crueldad:
odio la inclemencia que crece en medio de tanta ola de tristeza;
oigo el susurro de las mañanas que se alejan, las ramas
de las caricias que no juegan, pero allí las palabras alteran el aliento,
oscuras sábanas donde se retrata el dolor y crece junto a la lluvia,
cierta neblina como realidad del hombre.

Todo es confuso aquí. Y toda claridad es negada. Uno cede, sueños,
calles; se colma el cuerpo de tristezas y miedos,
la luz crepuscular alarga sus brazos, se contagia de odio y fanatismo,
de emociones vacilantes y gimientes: tenemos por cárcel esta forma
de seducción maligna, los cuatro ángulos cerrados de la puerta,
la casa detenida en el quejido,
y la oscuridad sin menguar en la hamaca de la noche.
(Nos pasa de todo después que perdimos la brida de las ventanas,
el amor se ha vuelto funeral permanente, perdimos el sosiego,
y el parpadeo nos vuelve más oscuros.
hoy es difícil transcurrir entre matorrales, la hiena del vertedero
nos consume, hasta volvernos el disimulo de la piedra.
Las paredes se han vuelto implacables, hay una hora cero en cada reloj
que se abre al silencio; hay auroras destruidas, niebla, cortinas
Ensanchándose por todas las aguas de la angustia,
ropas sin resucitar, callados pálpitos del firmamento.
No sé hasta dónde, el vendaval consumirá los balcones del vuelo,
aun los portales donde la vida es mansa. De seguro correrán
la misma suerte: envejecer o quedar por siempre soterrados por el magma
de estas palabras que nada tienen de follaje, ni de Esperanza.)
¿Hasta cuándo, allí, seremos la carnada del suicida, hasta cuándo?
¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo?

Barataria, agosto de 2011

domingo, 7 de agosto de 2011

ESPEJO REPARTIDO


Me pregunto si, en el espejo, también las bocas quedan
repartidas o es sólo la sensación de otra sombra en el camino;
crecen los recuerdos, palpita indulgente la memoria;
debo esconderme del viento para que no borre mi semblante,
ni malogre este entusiasmo mío de verme en el espejo.
Cobblestone Bridge Mount Desert Island, Maine
Imagen tomada de Miswallpapers.net





ESPEJO REPARTIDO




La muerte que me espanta
no es la que pudre el cuerpo,
es la que pudre el alma.
JOSÉ BERGAMÍN




Me pregunto si, en el espejo, también las bocas quedan
repartidas o es sólo la sensación de otra sombra en el camino;
crecen los recuerdos, palpita indulgente la memoria;
debo esconderme del viento para que no borre mi semblante,
ni malogre este entusiasmo mío de verme en el espejo.
Al otro lado, quizá haya muerte y dolor, días sembrados en el pánico,
palabras destruidas a quemarropa de la lengua,
sustancias que borran la tinta de los meses, eucaliptos con oscuro
vaivén, desordenada lluvia de armónicas.
Después de la tormenta, el fuego de las imágenes,
el nudo de las manos, yerto en las sienes.

(No sé si puedo vivir con este espejo divido en dos sombras:
el gusano de mi envoltura se aproxima a las andadas de la ceniza,
al horizonte que desde aquí parece espantapájros,
herida donde la ternura es una incertidumbre.
Después de todo, estoy sumergido en esta doble boca que sangra;
el extravío es cierto, no hay brújula, ni certeza en el pabilo
que arrecia su propio hollín,
el del frío y la orfandad, la ruda que contenga lo inefable.
Sin duda es honda la imagen que cava en la imagen: el ataúd
que sin duda, es otra forma de derramar aquellas aventuras
que ardieron en los poros, el estío ensimismado en el ceño.
Vivo, entonces, a medias, el duelo, el pecho y el fuego propagado.
Crece en mí la duda. No voy hacia ninguna parte. Estoy deshabitado,
amarrado a otras llaves, a otro tiempo, a otras cerraduras.)

Es seguro que en la oscuridad jamás encuentre respuestas.
Existen. Arden. El crepúsculo lame a la aurora,
con sus extrañas pupilas grises. Cada vez es brusca la otra
luz que se va haciendo en el entrecejo; cada vez hacia la noche
la figura, la distancia, leve, pequeña del juego.
Luego, no puedo ver los pormenores del umbral, los dedos,
la puerta de mi materia, la carcoma que va quedando en los relojes.

(Me he fiado de los ojos que engañan, del corazón que indaga
la tristeza, la reconstrucción vívida del suspiro:
me devano en toda esta realidad destruida; la luz que fue entonces
y me deja, la diminuta alegría de los colores en el rocío,
las aguas que han corrido, anchas, sobre la ropa de mis poros.
He llegado a esta imagen sorda de mi sangre.
Toco mis hombros impalpables, el cielo de un firmamento
que me bebe, levantando los párpados. Desde este dolor envejecido,
quiero rehacer la fragancia del aire antes que anochezca
por completo; quiero apresar el último nombre, antes de que
la garganta quede destrozada: en el espejo, las dos sombras,
el enigma como un jarro de profunda meditación.)

Barataria, agosto de 2011