martes, 31 de octubre de 2017

TRASIEGO

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TRASIEGO




El día está lleno de sortilegios.
Ítalo Lópes Vallecillos




Me aferro, cada vez, al trasiego que la memoria hace de las azoteas, acaso porque vengo de refundar la luz en el alambique del bosque, junto a la respiración  sacudida por  el desvarío, el día que nos pone en diferentes caminos para atravesar los límites de la garganta. —A veces trasegamos nuestras propias acechanzas; escapamos de la nostalgia antes de pervertirnos e incendiamos el sobresalto junto a las sombras que nos disparan los sentidos, el ojo encadenado a la gota de salmuera, el pleno párpado derramado en las palabras. Ante la hondonada que nos produce el vacío, nos convertimos en simularos del tiempo, engañoso afán, —lo reconozco— del arroyo en la breña de la garganta; no siempre es suficiente la luz para invalidar sombras, ni ganar batallas en la oscuridad, ni pegarse golpecitos en el pecho para abolir o asumir la desfachatez del pecado, ni cambiar de calle con el mismo pañuelo y los mismos zapatos: hay algo más esperanzador que salir de las propias turbulencias, de los estragos del moho en el pan, de la pugna entre el bien y el mal, de los rescoldos del maleficio si nos faltan llaves. Vivimos días de estériles maderas; a menudo la impotencia nos vuelve proscritos en nuestro patio; el tiempo simplemente nos reduce a crédulas cenizas, a roncos martirios de ropa sucia, a la turbulencia alimentada en el harapo. Cada vez tenemos a las funerarias como estandarte, es nuestro número de identidad propagado; sobre el muro cándido de los alquimistas, —hoy en día, nos llenamos de ese aguacero de las alegorías, de tantas y tantas alucinaciones, que le restamos importancia a las palabras y elevamos a púlpito la indigencia, —hacemos de la espuma, una gesta heroica, y santuario el crepón de la queja. Ante la hora muerta, sólo deben existir los pretéritos sin más derivaciones; la ambigüedad siempre es un arma de doble filo para quienes creen en las suplantaciones del zodíaco, para quienes activan la saliva de los oráculos, sin tomar en cuenta los residuos del desvelo. Me resisto a la incineración de mis propias ausencias: trasiego, por si acaso, la duda en almácigo, los juguetes y el olvido en caracoles, el sueño, en trabajo constante irremediable; al final del día, sin sobresaltos, acudo al espejo: el ojo busca el asombro, no la bruma del paraguas en la herida. Procuro salvar la ternura que todavía queda al final de la jornada, así queda escrito en el envés de mi cuaderno de apuntes: del estiércol se encarga la noche, supongo…
Del libro “MOTEL”, 2012 (Inédito)
© André Cruchaga
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lunes, 30 de octubre de 2017

DESQUICIOS DE LA NOSTALGIA

Desquicios de la nostalgia





DESQUICIOS DE LA NOSTALGIA




Toda la minuciosidad del alma la hemos recorrido.
Sí, somos los amantes que nos quisiéramos una tarde.
Vicente Aleixandre




La nostalgia y su memoria entregada al mísero ojo del clavo que muerde los calcañales en el desnivel sutil de los encajes. Al lado de los sombreros, el borde púbico de la noche en las manos, la lona del paraguas como una colilla gastada, en el pequeño follaje donde el abismo es posible; las ramas del deseo desangran solitarios meteoros, muerden la prolongada tormenta de gotas que sale de los poros, el paisaje de la ráfaga de saliva al punto de encender los fósforos del arco iris, todas las muecas del cielo a medianoche de la sangre invernal, del fuego que robamos para encender los portales, las dos sombras rebeldes del pecho, cargadas de ojos de agua. En el nido del follaje el planeta gira a fondo, loco el juego de la ropa y los sueños en la respiración, el juego diario del búho que no escapa de la cueva, ni al pozo donde hay sed de espejos, brazos, manos, hacia esos labios donde el incienso se convierte en ventana. En la punta solar de la  piel, se ve el puente invernal de los poros, las sienes del azúcar cernidas en el nido, los aretes salvajes de la chimenea, sobre la diadema del balcón que sostiene el horizonte, la leña del fogón del trópico, la  conciencia  a fondo del reloj que gira alrededor de nosotros con dosis de nicotina y ceniceros. Cada quien, desde el fondo de su propio sonambulismo, vuela colgado del bastón de los vapores, lámparas casi agonizando de liebres, begonias recién enceguecidas por el tarot de la cosecha prolongada de objetos extraviados en el taburete de la semana convertida en sábana, enormes alacenas al lado de mesa: cargamos el alimento en nosotros, las veinticuatro horas del cordero en el pecho, la construcción de la escalera hacia el sueño, hacia la brisa inolvidable del musgo, días de grandes sostenes líquidos, diurno estero en la danza de la cama, nombres olvidados, —sólo las huellas de la constancia, la velocidad prodigiosa del trasmallo, desafiando los ensimismamientos recorridos por el alma, el cristal lácteo en las manos, las especias hexagonales del olor, el agua pura, desnuda mordiendo las libélulas, las horas de respiración sin encallar. Al final, la cópula diluida en los claveles blancos del petate, sobre la aliteración imantada, giratoria del alambique, donde el paisaje se vuelve cíclico, otro pan recién horneado del invierno, mundo cerrado en los sentidos, petrificado fósforo en los costados. En algún lugar de estos desquicios de la desnudez, la mesa de la ternura.  Nunca concluye el invierno, mucho menos cuando se oye adentro el columpio encarnado de los recuerdos. Colmado el sueño, acaban los dobleces de la noche. (Por si acaso, tengo tu desvestimiento ardido en mis costados y el ojo agrandado para pintar la historia de mi respiración en tu vientre. Ahí, todas las torpezas de mi sonambulismo.)
Del libro “MOTEL”, 2012 (Inédito) 170pp
© André Cruchaga
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domingo, 29 de octubre de 2017

REHÉN DEL FUEGO

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REHÉN DEL FUEGO




¿No seremos de su misma sensatez
Aunque el amor no viva sino un día?
James Joyce




He vuelto la Mirada al mar y las gaviotas. Al jardín construido en el tejado, al helecho de soles cárdenos en mis pupilas, siempre a velocidades desvaneciéndose, o bien de relámpagos a manos llenas,  horizontes del tamaño del fuego en mi calendario de juegos ensimismados: edad, sed, espejos, me acompañan: estás aquí a través de los muslos, pese al peligro de la violencia; a donde vamos, el agua inmune del rostro; la caída de los paisajes en el trajín; a dónde nos volvemos uno sólo: en la estación de los brazos del día, en el aserradero de la saliva, en el trapecio de la lengua que atraviesa la garganta. La llave del poema rompe con la cáscara de huevo o del granizo en el precipicio del jadeo, o del taburete inclinado de la flama en pleno concierto de guitarra, o el ansia que reina en la hondura del precipicio del lóbulo, o la caverna que nos guarda de los ecos, nos aparta y pastorea nuestras manos hasta alcanzar plenitud de antorcha. Después de todo, los pasos que damos son de la sangre: son todo lo que nuestro espacio permite, sed, arena, botánica subterránea para nuestras caras en transición perpetua; la carreta y los bueyes nos acostumbran a la acústica de pueblo, gira el lápiz loco del sol de mediodía alrededor de las ventanas de aire que promulgan los ijares, el acecho de las tizas, los diferentes pasadizos del sueño, a veces inexactos para nuestros molinos de viento, ciertos con el ruidito de las llaves en la cerradura, en poniente donde la noche se agiganta, a momentos posibles en el rostro. De lo oscuro pasamos a las horas terribles de la sed: a la limonada pervertida del vaivén de las hamacas, al guacal cosmopolita del pecado, al cadáver, de las calles con sus diversas versiones de realidad, cuyos dientes quiebran los espejos, el vaso derramado del volcán, el cambio de fuego de los caballos, las siete flores blancas del cielo. A veces arde Troya en los poros del cuerpo, aun aquéllos dibujados en el petate, absortos senos del alba sin sostén, hechos para el café espeso de la noche, sin voz ni forma, líquido con todos los posibles vagones del ferrocarril de mi infancia, al punto de gritar hasta alcanzar  la luz, la semilla cocida en nuestro irremediable fuego. (Soy rehén, ya lo he dicho, de este relámpago abierto en mis pupilas; me nutro del polen de los girasoles y para ello tengo paraguas y las aguas de la lámpara de tu ombligo; por todo, me quito la ropa de los solsticios, parto hacia la alucinación de las linternas, construyo, así, mi propia palpitación: la piel hasta los pies de la poesía. El azúcar del sinfín en tu intimidad plena.) Sialgo nos embelesa es el obsceno tiempo de rodillas, o la garganta desgreñada del fragor.
del libro “MOTEL”, 2012 (Inédito) 170pp
© André Cruchaga
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sábado, 28 de octubre de 2017

LINDERO DEL ENCAJE

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LINDERO DEL ENCAJE




Evoco junto a mis fatalidades el lindero del encaje de  la tierra de labranza y me quedo a dilucidar las márgenes que el ojo ignora en lo real y mágico de la homilía que yace ahí en su esencia sustantiva acaso porque es notoria cualquier teoría del absurdo y la contraparte de lo absorbente al ámbito histórico de la colonización allí el centro estructural de nuestra hibridez el incendio salvaje en la desembocadura del soplo justo en la ofrenda de la diadema implacable donde el fuelle es una alucinación heroica del tamaño de un anochecer iluminado casi al punto extrañamente de la desesperación del gesto igualmente parecido al espejo esa primera vez del tanteo en la humedad del candil de las paredes sobre la mañana que rasga la tela invadida de los helechos velados del abismo quitado el velo de las palabras éstas alargan el hundimiento la desmesura de la tormenta desde la arcilla que nos habita y no es para menos morder los bordes para que el badajo haga sonar las campanas y los trenes y crepiten los ijares de la sastrería con toda la furia del ojal y la aguja en la noche el tiempo nos devora no sé si siempre fue así después de sentarnos a la mesa del umbral con la puerta de los párpados abiertos a la profecía: antes nunca estuve a prueba de diluvios ni a esas vastas aguas pintadas de tinta donde retumba el ritual de las semillas y hasta el inocente brebaje del río que habita el estanque del alma nada de raro hay pues en esta calle curva donde el vértigo es sólo otra bandera de la hoguera otra literatura esencialmente exploradora al punto de transformarse en pizarra cuando salen del cuerpo avanza el rostro en el tatuaje mano a  mano vuelven al descenso del romance o el epitalamio a la décima escrita o al madrigal de la ventana entonces suben las aguas de los espejos hay sobre el petate un presagio de ceniza: quizá la muerte que nos vendrá sin ataúdes quizá el animal que soy en medio del follaje  esferas migratorias tiemblan en el bostezo el viento traduce los sentidos el bordado que respiran los dedos de las manos (la ebriedad crece en toda la desnudez que nos recuerda: nos sacude el pájaro ávido del ascua y la fruición de los poros de las luciérnagas siempre ahí deambulan de puntillas mis ojos)
Del libro “MOTEL”, 2012 (inédito), 170 pp
© André Cruchaga
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viernes, 27 de octubre de 2017

MAGULLADURAS EN EL ALIENTO

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MAGULLADURAS EN EL ALIENTO




…te hicieron dar un paso, incierto pero necesario, en medio
de la noche, y el amor que guió ese paso te salva.
Roberto Bolaño




La herida también está en el aliento con sus variaciones de piedra y ahogo: —Hicimos todo lo que se pudo para tratar de salvar, salir del centro de la sombra, la luz en los hombros con un fardo de palabras; alguien, sin duda, nos mutiló la sonrisa, mordió las axilas, derribó nuestros dientes acostumbrados a masticar los brebajes del horizonte. Después, el aire se nos ha tornado incoherente, enraizado en el nudo ciego de la noche, perdido en las ciegas bocas del aliento: ganamos la luz, pero perdimos las frondas del silencio, el respiro sencillo por las cosas, —hoy son dos penas: la tuya y la mía. Dos senos rasgados por la polilla, espejos o aguas sin ternura. ¿Qué hago después de todo, tendido en el césped de las reminiscencias, perpetuando la deshora de las sábanas vacías, buscando la calle donde la herida no sea su remanso, esa pútrida ventana hundida en el barro, descalzo frente a la osamenta del cierzo, convencido de la orfandad de mis brazos? —La noche descalza de tus pezones me alcanza, me hundo incapaz de gritar en tu ombligo, de respirar libre sin trenes degollados, ni ardillas deshechas por la garganta; me hundo, a menudo, en la ponzoña que me humedeció de cadáveres, en los hisopos desvencijados de los relojes, en los cuadernos lamidos por el viento, insólita germinación de la ceniza, aquí, cerca de los caballos de la lluvia, cerca de los ríos de la muerte. Esta herida se hizo de furias, de nocturnos parajes y atroces relámpagos, de sedientos hervores en la hamaca de los poros. Nada se aleja por más que quiera silenciar campanas: vos, en el polen de la noche, en las vocales confusas del nido, murmullos como la brasa que de tanto arder resuella. Pero amo el eco del follaje de tu nombre, el árbol esparcido de tus ojos, el sollozo que queda en la lengua de los peces, sal cierta como la transpiración de los caracoles en la espuma de los ríos. Nada escapa al fuego o a la ceniza. De pronto cantamos a los huesos para seguir muriendo, para seguir en la cruz de los candiles, o en ese tabanco absurdo donde se guarda el poema. Lo demás, bien lo sabes: el abandono corroe la esperanza, sin pócimas, hasta hundir la almohada en lejanía, noches lentas como ceniza en la garganta, como la mesa no servida. Por eso, la herida está también en aliento: dejamos de arder, ardiendo con nuestras bocas cerradas, sin apagar el ardor del frio, espectros de una ráfaga inefable. En los altibajos de la lengua, las altitudes prolongadas del bosque, el blanco piano de tus muslos que me habitan. Siempre es mi costumbre apretar tu mundo con las pausas que demanda la sed y la cordura.
Del libro “MOTEL”, 2012 (Inédito), 170pp
© André Cruchaga
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jueves, 26 de octubre de 2017

SIN DUDA, TAMBIÉN HAY DÍAS SIN PÁJAROS

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SIN DUDA, TAMBIÉN HAY DÍAS SIN PÁJAROS




Me interrogó en voz baja por qué morí.
—Por la belleza —repliqué—
I Died for Beauty, Emily Dickinson




sin duda también hay días sin pájaros  y columnas de humo erguidas en la boca y brazos invertidos hacia la oscuridad total de las puertas: irrumpen las escaleras en descenso hacia la tarde muda que extingue las sillas del poniente yerran las sienes en el fierro de las disonancias es claro que hay ecos a punto de horadar la piedra cuesta sostener el aliento en los ataúdes impensables del desdén: quizás sea la hora cero la del resumen o la síntesis la hora fatal del prisma que fenece en el pedazo de bambú del calendario hecho agonías nunca se sabe hacia dónde van las espinas del agua y la lengua traspasada por la ceniza nunca se sabe si es hueco o vacío este dolor real de guitarra fragmentada  hoy he vuelto a caminar entre la multitud ¿dónde está el alba?  hay gemidos de sangre y relojes oscuros me muerde la degradación de mi propia materia es grande el desamparo de las espigas y putrefacta la desesperanza de los crisantemos frente a qué paisaje pueden sobrevivir mis palabras sin que los cuchillos tiriten en mis dientes sin que la saliva niegue mis violines mientras grito en la prisión del fuego me doy cuenta que la perennidad es un concepto efímero que solo tiene cabida quizás en las cosas microcósmicas gimen los trenes amarrados a mis ansias agonizo en la escupida de los taladros montañas de lejanías para mis dilatados pies jardines deshabitados en el mendrugo de la alforja de la esperanza qué me queda sino sangrar en tantas interrogaciones allí en el polvo desmedido que soy en el pañuelo que auxilia cuando la ausencia es señal de otro filo indefinible si existe alguna analogía debo decir que es más benévolo un disparo a esta suerte de páramos y colillas y mientras los zapatos se desgastan en el viento también el matorral se acerca a mi boca volé he volado nunca alcancé sin embargo el fruto de mi muerte caen las palabras en la bruma como todo lo que aletea en la memoria la ardiente brasa del frío el poniente del espejo como un muro negro a la orden de no sé qué designio de pronto vuelvo a mis candiles y al compás de la entraña ciega del pálpito al final creo que sólo es un día sin pájaros en esta sed amarga de la espera sea pues al final la piedra silenciosa que oscurezca junto a mis alas
Del libro “BLUES”, 2012 (Inédito)
© André Cruchaga
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miércoles, 25 de octubre de 2017

CAMPAMENTO

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CAMPAMENTO




Quiero llegar a un bosque apenas sensitivo,
hasta la maquinaria del corazón sin saldo.
Luis Garcĺa Montero




En los bosques amarillos, los peces se hacen inolvidables como las pupilas al trasluz derretido de los carruajes que nos llevan al cuerpo de los espejos, bebemos la memoria en sorbo de bosques, cielo azul en el armiño, los pies en el mito del resplandor del tallo gutural de la balanza, las palabras útiles encerradas en el sostén del suspiro. Estamos sitiados por el palpitar de las piedras, de pronto las ramas levantadas del alfabeto, el tren del éxtasis de los senos, el atajo de las campanas en la contraventana del azogue: todo nos es dado en cada pulgada de camino recorrido, el árbol que murmura en el arrecife; la voz se hace enigma en los lóbulos, intermitente roca en el torrente de los muebles: llegamos hasta aquí con el sueño hasta en los calcañales, ay el placer de los vilanos en el calor del cuerpo, de los cuerpos frente al desasosiego de los ojos, convertidos en esfinge, cielo en la pira del aliento, miel cristalizada en la albahaca del cuaderno; nos baña esta suite de murmullos: el brasero en la sábana del césped, los días de pájaros colgados de los aleros de la lengua, la saliva a punto de ser anillo al dedo del gozo, por encima de la nieve que traslucen las ventanas del horizonte; nos volvemos a la sangre del pan diurno, a las sombras domesticadas por los zapatos, la lámpara negra de los cabellos, dispersa en la sabana. El tiempo nos mira con su follaje de cántaros, a manos llenas el diluvio de las pupilas, los ojos desplomados en la luz, quizás el pubis trastornado en su propio vitral cárdeno. Nos hemos acostado sobre el mimbre de cada pálpito, sobre la bandeja de la tierra, en la sed bestial de las colinas que llegan a la boca. Vos suspirás junto al muérdago que se eleva hasta las sienes, entreabierta, casi inconsciente disfrazada de barcos seminales. —Vos y yo, aquí, quemando los calores del bosque, llenos de mundo e islas aladas; vos, tatuada, frontal al tren de las gaviotas, con la fuerza ilimitada de los relámpagos, con jadeos que pulverizan los sentidos, viento oblicuo como el suspiro del tumulto de la ráfaga, cumbre donde la luz se vuelve éter. Nunca fue en vano el tapiz de la canela bajo los poros, el furor permanente de los sentidos, la enumeración de las aguas mientras nos entregamos, mientras sangra la luz del sueño. Después de todo, volvemos soluble la noche petrificada, salpicados de rieles, desvelados en el desvelo de lo prodigo; hemos ganado el vencimiento a la muerte, despiertos caminamos sobre el océano precipitado en las venas: en el trayecto quizá volvamos a la noche, pero hemos caminado sin reparar en la luz y en el frio, en la respiración de los durmientes, en los pinares de peces, sin enloquecer de incendios forestales. Yo sólo quiero subir a lo escarpado de tu ropa y saberme ahí, rociado de tu cierzo.
Del libro “MOTEL”, 2012, (Inédito) 170pp
© André Cruchaga

martes, 24 de octubre de 2017

TALA

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TALA




…el que no se recuerda, ardió sin un motivo
porque, según parece, no se avenía a ser talado de unos árboles sí
y de otros no.
Vicente Molina Foix




Bosques donde nos deslizamos cada día: al oído nos desgarra la lectura de la zarza, los brazos que nos devuelven a la noche, solos, la ausencia y el hambre, vos embriagada de miedos, ojos de amargas hamacas, el silencio que nos quema en la piel, fosas donde la esperanza guarda sus heridas. Diré que fui rehén en la idolatría de tus poros: al pie del dintel, la dentadura, la melancolía del vigía que fue pájaro, el tropel duro sobre los muertos en el alba. A veces sollozar, madura la nostalgia, la porfía de ciertas flautas al trepar en los parpados: supongo que es triste el agua de los ojos al filo de las aceras, en la trompeta desnuda de las sombras; tras el escombro hay nudos ciegos de sed que no sacia la tormenta, en el fuego reinvento el valor de las palabras, el seno o el labio tiritante, la audacia que persiste en las espinas. Siempre espero que el eco de tus poros germine en mis manos, (y subvierta las calladas palabras que nos habitan) sin fronteras, hasta que armonía y ternura sean afables entre nosotros, vos y yo en la tierra de lo posible, sitiados solo por la quemazón d del aleteo de la lluvia, ardidos en el aroma del deseo, sin preguntas, sin muertos, únicamente el vértigo natural del jadeo, arraigados a la alegría y no a tanta grieta, acequia oscura del féretro, no a esos meses encerrados en alambradas. Duele lo inerme y el submundo del granito, las ventanas disueltas en los dientes, el alambique roto de los zapatos, las telarañas o la casa cerrada de tus muslos, los espejos que somos en este ahogo que también es el del país, aunque nos niegue con sus desvelos de tanto estrujar la esperanza. Vos me dolés entre tantos chiriviscos, alimentados acaso por la respiración de las tumbas, por tanta criminalidad sobre nuestras sienes. Vos me dolés, no lo niego, cuando beso tu vientre de rodillas. Me dolés como los armarios convulsos, la aurora en desatino del tabanco, el pulso a la suerte del zodiaco, con las vocales colgadas de los aleros; me dolés como la neblina posesa en las ventanas: me hundo en la herrumbre dejada en cada poema, —a menudo es así, sencillamente. Está desteñido el pulso de los desodorantes, todo aquel óxido inconfeso de la polilla, algún almanaque sin misterio, cruzando la antigüedad de las brasas, la llama que nos consume en la transparencia o la oscuridad, lengua inseparable en el ámbito de la almohada. Después de todo, lo vivido contrasta con el pañuelo filtrado en el espejo, con las palabras secretas que nos fueron consumiendo: ansiedades, rostros húmedos en las sombras, laberintos habitados por fantasmas. No sé si por fin un día acampamos: perdí cualquier noción del tiempo. Por hoy, solo recuerdo la desnudez ciega que nos mira en la memoria y el vacío a oscuras como la habitación que dejamos.
Del libro “MOTEL”, 2012 (Inédito), 170pp
© André Cruchaga

lunes, 23 de octubre de 2017

MANCHA DE TINTA

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MANCHA DE TINTA




Escribir un poema se parece a un orgasmo:
mancha la tinta tanto como el semen,
empreña también más en ocasiones.
Ángel González




El invierno aquí,  nos cunde de palabras extrañas, la vigilia es atroz entre vértigos insondables y ungüentos, días de respirar insomnios y espejos que al soñarnos, nos acechan, como los meses grises en el cuerpo,  —el tuyo y el mío que, nunca antes, supieron sino de sábanas y constelaciones en equilibrio. Dejo tantas cosas: la madera del cuerpo, el disturbio compacto de la saliva, La humareda del aliento, la perpetuidad de tu presencia a quemarropa. (Siempre nos resultó extraña esta suerte de paraíso: el aire etéreo de las gaviotas en las pupilas, los verbos impregnados de estatutos, los poros cabalgando en lo pulsante de la nieve. Pienso, desde luego, en los caballos desmesurados del ansia, en todas las hormigas arrastrando el semen de los relojes, aquel horizonte húmedo atravesado por el frio. Vos, una constelación a semejanza de mi rostro: subidas y caídas en la noche.) Quizás debimos tener otro alfabeto sin mayores carencias, otra escalera empinada hacia los ojos, sin arrugas ni ardores; —quizás, digo, pero es sólo un simple decir, al trasluz del fuego de las ventanas que nos dieron otros silencios hasta tocar los pies. Desde aquí, oigo tu cuerpo, madura la piel al roce del deseo; desde aquí, el incendio quema las cobijas, se hunde la almohada en el cuello, drenan las axilas su propio rio, hacia dentro, ahondo mi boca en tu ombligo, curvas y lengua en la brasa de la cerradura, —puerta diferente al aullido de los perros, tierra ávida donde bebe agua el zodiaco, la sed donde se talaron las ansias y los jadeos, calles donde ambos cuerpos se volvieron invisibles entre la gente y su ir y venir sin rumbo, como la neblina ensimismada del ojo sobre la copula del vestigio. Desde aquí, siempre, tus palabras con un invierno de hostias sin fatiga: sumiso el sonambulismo de los espejos, los días feriados del calendario, el labio detenido a contraviento de las mareas, y los trenes, por supuesto, que ascienden hasta nuestras sienes, hasta llevarnos al mar de lo invencible, hasta el eclipse de las luciérnagas dentro de las pupilas. Hasta el árbol plantado del cierzo. Así me permaneces en la vendimia del cuerpo, así me sudas y me confundo con las aguas del invierno, con estos grises que para mí, sólo son tiempo, materia de nuestro propios sueños, —los tuyos y los míos, el pájaro desnudo del asombro, en la pupila que se rompe en la luz, en la imagen que pestañea sobre el fruto, mariposa o campana en la redondez crecida de la aurora. Siempre nos salimos de todo infinito; así pudimos habitar los diluvios y las cópulas furtivas del apremio. Y jugamos al brebaje de tu cuerpo sin agravio alguno. Ahí descubrimos la cajita del invierno y las consabidas aguas en los sentidos.
Del libro “MOTEL”, 2012 (Inédito) 170pp
© André Cruchaga

martes, 10 de octubre de 2017

AGOLPAMIENTO

Pintura de Dorothy Ganek, cogida de Pinterest





AGOLPAMIENTO 




Todo es diferente cuando la fiebre exorciza las entrañas y nos rompen las pupilas los manotazos del viento las respiraciones desbocadas de los objetos o nos fastidian los minutos pastosos de las simulaciones hay sombras desparramadas en las puertas  y convulsos relámpagos en la garganta: alrededor nos arrebatan las contradicciones y el torso de los patios de la resina las palabras y sus pezuñas ecuestres siempre a mi lado las paredes de bahareque como débiles bocas de un matorral huellas fatigadas de dientes y cráneos cabeceando su desdicha no sé cuántas veces hemos regresado de los sueños perdidos de habitaciones y relecturas supurando relojes de saliva en el filo retorcido de las aguas (siempre es así cuando uno piensa en los peces que bracean insepultos en las sienes adentro muerden extrañas lontananzas cartografías de axilas y velámenes inhóspitos en plena embriaguez soy una hormiga en el eclipse de la garganta de repente hay que deletrear ventanales y fuegos de viejas fotografías) a este lado donde los calendarios se llevan en los pies el pájaro desencajado en la pila bautismal del silencio da risa después de todo el cerco de púas que data desde muchos inviernos temo perder mis ojos entre las osamentas en los tantos escondrijos donde impera el grito silba el escombro del asco en medio de gemidos guturales entre esos fetiches de todos los días lavo la ponzoña estrangulada de las verjas y su escultura de bóvedas y todo el fosforo de las furias quemando los brazos y todas las esperas que desnudan mis infiernos a veces sólo me aproximo a las palabras para sabotear todos los ahorcamientos y con ello los tumbos que atraviesan mis ojos más allá soy inexperto para los crímenes aunque dé picotazos el poniente y los desenlaces no sean como uno los desea ahora extraño la desnudez que me golpeaba como una llovizna esos rincones donde cabían mis manos la mirada verdosa de los movimientos y la blandura confundida en mi sequía (en aquella locura eran previsibles los ataúdes y los insomnios indemnes en el plano del desatino nada de lo osado era inoportuno: siempre había una danza que carraspeaba en los ijares esa turbia orillita de la noche y los círculos)
Barataria, 2017

lunes, 9 de octubre de 2017

PIEDRA DE LO INMÓVIL

Pintura de Erin Ashley, cogida de Pinterest





PIEDRA DE LO INMÓVIL





Has vuelto aunque ya no existes: de un modo u otro mis manos están cortadas como esos fantasmas demolidos por la devoción están vencidas las horas y sólo queda la melancolía o esa suerte del más adentro de la niebla de las cuentas de soledad existentes (a tientas desando el rastro de mi imagen igual que lo hago con la piedra de lo inmóvil por cierto ya se han marchado todos los trenes) sobre las fauces del granito los oráculos errantes en los andenes y el filo a ciegas en mis pies a veces sólo es cuestión de deletrear las ruinas de la locura y quitarle el pasamontañas a la ceniza morder el torbellino de la ráfaga y que alcance la velocidad de una locomotora cayendo al vacío los umbrales siempre están hechos de los tiempos amarillos que deja la noche: uno transpira esos sueños de animal mojado y devora los miedos de las líneas que hacen los pájaros todas las destrucciones son la misma cosa: cambian los abismos pero no su esencia uno sueña con navíos o sorpresas mientras se derraman bocanadas de noches mientras el deletreo de las axilas jamás puede ser siempreviva jamás uno desanda los calendarios: es la misma piedra amotinada en nombres sucesivos la que pervive en el conjuro de las estrangulaciones en la boca del granito mi garganta ensangrentada la sinfonía monocorde de la tráquea roto el fósforo que alumbra las monedas tiembla en su ancla la leche de los incendios el pulgar amaestrado del silencio cuesta caminan sabiéndose humano: hay bajamares filosos como un acantilado y enjambres de pétrea niebla seguro que ya he cortado el infinito y quiero vestirme a veces estorban las cucharas y la crucifixión el sexo d entonces por contrato el chillido oscuro de una llovizna o aquellas caricias burbujeantes de las estatuas (a cada quien le corresponde conspirar a su manera los antifaces son un buen relevo para explorar la blandura de la luz o respirar el dolor de las catástrofes después de todo la noche es apenas un rumor agolpado en mi boca un alma sin hidratarse un paraíso de cópula fosilizada) ante la piedra lo más seguro es que nos encante o irrite la espina estática del agobio después de rodo mi lengua se enreda es una nube de arañas (usted no lo cree) pero una hebra de moscas habita la cigarra de mi ventana…
Barataria, 2017

sábado, 7 de octubre de 2017

CÍRCULO DE SALMUERA

Pintura de Ben Nicholson, cogida de pinterest





CÍRCULO DE SALMUERA




Cada vez morimos torpes y absortos domesticados por el brillo de espejos entre una guacaladita de lluvia o en el filo de cuchillos amarillos la tierra huracanada y pantanosa nos aflige la migaja de alhelíes que se cuela en la cobija o ese bendito rumor de la mañana que nunca llega a rocío: en la gota que se adhiere a la cara el reverso de los pájaros desaparecidos y la pared incesante obsesa de museo es incomprensible la almohada ante la sombra del ojo que va muriendo resulta extraña la oscura carroña de los meses y la seducción de la arcilla seca como las tantas conciencias que pululan y aletean y embelesan toda la jornada se ha llenado de injurias tal la residencia de nadie del abandono (yo ya no sé si ha muerto mi país con todo y sus victorias contra los males de este mundo he advertido sin embargo cataratas en las rosticerías del mercado en los índices de la sordera y hasta en la basura que nos es indiferente a la hora de caminar la patria) a la boca acude la vieja consigna de los minutos y los jirones de huesos del relámpago y los túmulos rodeados de indolencia o de demencia por aquello de pagar el tránsito sin duda en la dimensión de la ventana mienten las distancias: entre las tantas estampillas cortadas por el fuego el deseo férreo de ser efímero ser destello grito de gusano maltrecho ahí donde se acumula el polvo el espumarajo hurta las palabras las tutela insidiosamente las muerde como es la costumbre durante el ruido de los falsos ponientes el harapo comido del viento alguien destartala el ataúd de la respiración y sueña su propia ceniza (he ido apartando las manchas del frío en mis brazos los ruidos mortecinos en las rodillas la humedad del dolor en cada turbulencia: a ratos la piel es otro disimulo en mis brazos otro cuadro de la noche y sus demasías otro buitre dibujado en mis sienes el bebedero alrededor de mis ronquidos de bestia) a ratos sueño una montaña de ecos cárdenos aunque aclarada la noche todo queda en suspiro: en este oficio de círculos la salmuera es otra moneda definitiva en la farsa del último orgasmo nunca dejaremos de sorprendernos frente al sueño de nube que inventa la carne claro que es extraño y monótono el musgo acumulado en el tejado un grito se abre en forma de silencio y en lugar la resignación de los resfriados tu pecho alargado o visto desde lejos…
Barataria, 2017

viernes, 6 de octubre de 2017

IMPOSIBLE OLVIDO

Pintura cogida de Pinterest






IMPOSIBLE OLVIDO





¿En qué orilla de la rosa el olvido imposible del pájaro o los guijarros? ¿Es acaso sólo espejismo? En el reverso del columpio siempre estoy recogiendo los pedacitos de infancia y las aguas maternales para el cauterio hay una parva de ceniza desangrada en la oscuridad olvidos suciedades soportando la traición recurrente de las tapicerías no es posible enterrar los pulmones en la hojarasca ni saberme distante de mi viejo petate de los tiempos indemnes en la memoria se me escapan de las manos las fotografías desasidas en este aquietar los límites del umbral nada tiene sentido cuando uno ha dejado de revisar los adioses ni reconstruir el paraguas de saliva de lo insondable siempre queda aquí el interior de los poros y los discursos luctuosos del sollozo no siempre una sola palabra anticipa la oscuridad es la boca la que abrasa esos días de crepúsculo entre las manos son las mutilaciones las que rompen los relojes seminales de la sombra la ausencia en el tórax proscrita en la horqueta de la medianoche (ignoro por cierto qué abrigo tiene la piedad si es únicamente una mancha en el cuerpo un narcótico un altar para los paroxismos sé de la tiranía del harapo del perro de piedra en mis desvalijamientos también de las reliquias que me dejan las pesadillas y su plegaria de grito en el pocillo del alba siempre pervive la sangre en el manicomio de mis siempre o nunca silencios oigo caer los pasos de la noche y el vacío de los mapas y los diversos rostros del viento sin itinerario) en medio del andrajo toda la deriva de mi domicilio se jerarquizan las castraciones y las vísceras el sofoco que propicia la huella de los latigazos o el estrago del ave muerta entre los dedos de las manos: pertenezco a esos depósitos con la soga al cuello a lo apenas muerto de palidez y al frío sordo en medio de sumergidos lupanares siempre he querido disolver o borrar cada una de las miradas que me juzgan ahora enloquecido de nudos ilimitados ahora cuando las moscas tensan la tarde en los parques y mi respiración atardece en la hoja seca siempre digo que olvidaré pero siempre hay palabras abiertas como heridas ensartadas en el aliento en el fondo uno siempre tutela el refajo de la desnudez y el sesgo que golpea las rodillas y el abrazo mortecino del suspiro en mi humedad de ciénaga todo aquello que uno es capaz de soportar en los hombros o la espalda: detrás del bebedero de los candados las ásperas madrigueras del desvelo y la piel creciente con sus agujeros
Barataria, 23.IX.2017

jueves, 5 de octubre de 2017

INFINITUD DEL FUEGO

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INFINITUD DEL FUEGO




En el ojo que desclava el fuego los pormenores irremediables de la infinitud: esas otras determinaciones que no caben en el bostezo ni en las estaciones del tintero ni en el bosque que acumulan las ojeras siempre hay algo más allá de la angustia de la muerte y su belleza de constelaciones fatigado de tantos rostros y nombres reacomodo mis zancadas hasta alcanzar un estado de aplomo todo tiene sesgo aun el goteo del sexo mortecino las servilletas roncas de la mesa el enviste del remojón en ayunas el fermento que se acrecienta debajo de las cobijas después uno quiere retroceder ante lo extraño del tiempo que oprime a cielorraso después no sé las tablas de la fe y esta vocación anímica del agnosticismo y la facultad del filo que roza uñas y galope ahí donde leo los leños del sacrificio y la ceniza fruncida de los pájaros derruidos y la espuma inusitada de la ebriedad y el riesgo a los hilvanes de la oscuridad nadie por cierto inventarea todas las muertes que ha padecido junto con el martirio quemado de los jardines frente a los pedacitos de tristeza repaso cada una de las estampillas y postales el destello aun mojado de las palabras y su destino: nunca hubo tutelaje salvo el polvo y las rodillas degastadas y la boca seca en el fondo del agua —ocurre que siempre debo descender más allá de húmeda ráfaga del humo y abrir los cuatro costados de la inmolación o resbalar en mi propia escupidera luego callar los extravíos de la resignación quemar las espinas de los puntos cardinales acurrucarme donde nadie me mire quitarle el rostro a la extrañeza de lo fugaz (por supuesto que nunca es fácil entender la ternura ni retomar con urgencia todas las enseñanzas de los pezones despedir al invierno con asperezas dejar de recordar el pajarillo de la primavera o dejar de lavar los ronquidos de la desmemoria lo cierto es que llegamos al borde del agujero de la otredad ahora se repite la sal en la garganta la sal que nunca dejó de estar en la herida juro que todavía siento la lengua atrapada en la expectación en la torpe ventana de la niebla) cualquiera puede desdecirme después de todo: escribir sólo es una excusa para atenuar el abandono todo es extraño después de todo cuando la lluvia ha pasado: las moscas en la herida las arrugas que se pliegan en la garganta y hasta los muertos en cuclillas sobre el césped la soledad nos quiebra la angustia y arrastra el caldo del resoplido y cava en la nada hasta abrir los gemidos de la noche ahora solo me queda quemar las hernias de la turbación y recoger las esquirlas de tu sexo y gozar la arbitrariedad del disfraz con todas las manos suicidas del fuego ya fenecido hacerle cosquillas al alba y enmudecer de oruga debajo de las raíces de los cipreses…
Barataria, 2017

miércoles, 4 de octubre de 2017

LECTURAS INFINITAS

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LECTURAS INFINITAS




En el pedaleo de los imaginarios el imposible de las lecturas infinitas en el ojo los viejos evangelios de la tragedia humana el congénito escenario del caos: en alguna puerta olvidada las ojeras póstumas del abandono con su secuela de antros o el irrefrenado sopor de los apóstoles los tormentos eróticos del absoluto las introspecciones inmediatas de los manifiestos siempre hay apremios a la hora de exaltar los artificios de la demencia la reuma obligada de ciertas escrituras (siempre obedezco a las formas premonitorias de la escritura y a esas noches desiertas que invocan al unísono las obscenidades de la tierra con ello el torbellino de las antenas parabólicas del sexo y su brecha de disertaciones en la oscuridad nacida de Lautréamont se corta el vello púbico de la herida mientras las aguas llegan al grial del muelle donde el rocío nos da su ración turgente después salta la liebre sobre la centella gótica del semen) ante la rosa líquida de la ventana se apolilla el infinito y su carne de cocina de leña seguro que cada quien va a la deriva de sus propias claridades de sus demonios salobres de oscuridad de sus viejas manías de sillas abandonadas a través de los posibles absolutos nunca faltan los tropezones en ayunas ni las palabras carentes de plusvalía ni las ideas autónomas a la letra cada quien agita sus propios silencios a la hora abisal de los retretes a los gemidos ciertos que hay en cada página no escrita siempre existe un modo de platicar con la noche o el búho con el misterio descreído de los techos o con los monumentos inacabados que nos atisba el umbral del aliento por cierto bebemos en astillas de luz la mudanza doméstica de los candiles el panadero en desuso pedaleando la harina del estupro la cajita prestada de la intimidad enmudezco frente a la orina duplicada y sus ronquidos de calle siniestra en el argot del pájaro el espejo inoportuno de las oscuridades y la maloliente congoja de los cementerios cuando ya hayan acabado los arrebatos la desnudez asimétrica del mundo vaciaremos las tuberías que encierran la alegría y desharemos las costuras de las paredes y los adustos broches de cerradura (duele la lectura destornillada del polvo y esos rincones de mesa curtida y esas cobijas oxidadas del desuso: descubrimos en las patologías del incienso los sueños de soledad del extravío y la antesala aguda de los ruidos en la punta de la aguja del viento la olvidada ceniza del fuego)...
Barataria, 2017