lunes, 30 de octubre de 2017

DESQUICIOS DE LA NOSTALGIA

Desquicios de la nostalgia





DESQUICIOS DE LA NOSTALGIA




Toda la minuciosidad del alma la hemos recorrido.
Sí, somos los amantes que nos quisiéramos una tarde.
Vicente Aleixandre




La nostalgia y su memoria entregada al mísero ojo del clavo que muerde los calcañales en el desnivel sutil de los encajes. Al lado de los sombreros, el borde púbico de la noche en las manos, la lona del paraguas como una colilla gastada, en el pequeño follaje donde el abismo es posible; las ramas del deseo desangran solitarios meteoros, muerden la prolongada tormenta de gotas que sale de los poros, el paisaje de la ráfaga de saliva al punto de encender los fósforos del arco iris, todas las muecas del cielo a medianoche de la sangre invernal, del fuego que robamos para encender los portales, las dos sombras rebeldes del pecho, cargadas de ojos de agua. En el nido del follaje el planeta gira a fondo, loco el juego de la ropa y los sueños en la respiración, el juego diario del búho que no escapa de la cueva, ni al pozo donde hay sed de espejos, brazos, manos, hacia esos labios donde el incienso se convierte en ventana. En la punta solar de la  piel, se ve el puente invernal de los poros, las sienes del azúcar cernidas en el nido, los aretes salvajes de la chimenea, sobre la diadema del balcón que sostiene el horizonte, la leña del fogón del trópico, la  conciencia  a fondo del reloj que gira alrededor de nosotros con dosis de nicotina y ceniceros. Cada quien, desde el fondo de su propio sonambulismo, vuela colgado del bastón de los vapores, lámparas casi agonizando de liebres, begonias recién enceguecidas por el tarot de la cosecha prolongada de objetos extraviados en el taburete de la semana convertida en sábana, enormes alacenas al lado de mesa: cargamos el alimento en nosotros, las veinticuatro horas del cordero en el pecho, la construcción de la escalera hacia el sueño, hacia la brisa inolvidable del musgo, días de grandes sostenes líquidos, diurno estero en la danza de la cama, nombres olvidados, —sólo las huellas de la constancia, la velocidad prodigiosa del trasmallo, desafiando los ensimismamientos recorridos por el alma, el cristal lácteo en las manos, las especias hexagonales del olor, el agua pura, desnuda mordiendo las libélulas, las horas de respiración sin encallar. Al final, la cópula diluida en los claveles blancos del petate, sobre la aliteración imantada, giratoria del alambique, donde el paisaje se vuelve cíclico, otro pan recién horneado del invierno, mundo cerrado en los sentidos, petrificado fósforo en los costados. En algún lugar de estos desquicios de la desnudez, la mesa de la ternura.  Nunca concluye el invierno, mucho menos cuando se oye adentro el columpio encarnado de los recuerdos. Colmado el sueño, acaban los dobleces de la noche. (Por si acaso, tengo tu desvestimiento ardido en mis costados y el ojo agrandado para pintar la historia de mi respiración en tu vientre. Ahí, todas las torpezas de mi sonambulismo.)
Del libro “MOTEL”, 2012 (Inédito) 170pp
© André Cruchaga
Imagen cogida de Pinterest


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