lunes, 23 de octubre de 2017

MANCHA DE TINTA

Imagen cogida de Pinterest





MANCHA DE TINTA




Escribir un poema se parece a un orgasmo:
mancha la tinta tanto como el semen,
empreña también más en ocasiones.
Ángel González




El invierno aquí,  nos cunde de palabras extrañas, la vigilia es atroz entre vértigos insondables y ungüentos, días de respirar insomnios y espejos que al soñarnos, nos acechan, como los meses grises en el cuerpo,  —el tuyo y el mío que, nunca antes, supieron sino de sábanas y constelaciones en equilibrio. Dejo tantas cosas: la madera del cuerpo, el disturbio compacto de la saliva, La humareda del aliento, la perpetuidad de tu presencia a quemarropa. (Siempre nos resultó extraña esta suerte de paraíso: el aire etéreo de las gaviotas en las pupilas, los verbos impregnados de estatutos, los poros cabalgando en lo pulsante de la nieve. Pienso, desde luego, en los caballos desmesurados del ansia, en todas las hormigas arrastrando el semen de los relojes, aquel horizonte húmedo atravesado por el frio. Vos, una constelación a semejanza de mi rostro: subidas y caídas en la noche.) Quizás debimos tener otro alfabeto sin mayores carencias, otra escalera empinada hacia los ojos, sin arrugas ni ardores; —quizás, digo, pero es sólo un simple decir, al trasluz del fuego de las ventanas que nos dieron otros silencios hasta tocar los pies. Desde aquí, oigo tu cuerpo, madura la piel al roce del deseo; desde aquí, el incendio quema las cobijas, se hunde la almohada en el cuello, drenan las axilas su propio rio, hacia dentro, ahondo mi boca en tu ombligo, curvas y lengua en la brasa de la cerradura, —puerta diferente al aullido de los perros, tierra ávida donde bebe agua el zodiaco, la sed donde se talaron las ansias y los jadeos, calles donde ambos cuerpos se volvieron invisibles entre la gente y su ir y venir sin rumbo, como la neblina ensimismada del ojo sobre la copula del vestigio. Desde aquí, siempre, tus palabras con un invierno de hostias sin fatiga: sumiso el sonambulismo de los espejos, los días feriados del calendario, el labio detenido a contraviento de las mareas, y los trenes, por supuesto, que ascienden hasta nuestras sienes, hasta llevarnos al mar de lo invencible, hasta el eclipse de las luciérnagas dentro de las pupilas. Hasta el árbol plantado del cierzo. Así me permaneces en la vendimia del cuerpo, así me sudas y me confundo con las aguas del invierno, con estos grises que para mí, sólo son tiempo, materia de nuestro propios sueños, —los tuyos y los míos, el pájaro desnudo del asombro, en la pupila que se rompe en la luz, en la imagen que pestañea sobre el fruto, mariposa o campana en la redondez crecida de la aurora. Siempre nos salimos de todo infinito; así pudimos habitar los diluvios y las cópulas furtivas del apremio. Y jugamos al brebaje de tu cuerpo sin agravio alguno. Ahí descubrimos la cajita del invierno y las consabidas aguas en los sentidos.
Del libro “MOTEL”, 2012 (Inédito) 170pp
© André Cruchaga

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