martes, 31 de octubre de 2017

TRASIEGO

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TRASIEGO




El día está lleno de sortilegios.
Ítalo Lópes Vallecillos




Me aferro, cada vez, al trasiego que la memoria hace de las azoteas, acaso porque vengo de refundar la luz en el alambique del bosque, junto a la respiración  sacudida por  el desvarío, el día que nos pone en diferentes caminos para atravesar los límites de la garganta. —A veces trasegamos nuestras propias acechanzas; escapamos de la nostalgia antes de pervertirnos e incendiamos el sobresalto junto a las sombras que nos disparan los sentidos, el ojo encadenado a la gota de salmuera, el pleno párpado derramado en las palabras. Ante la hondonada que nos produce el vacío, nos convertimos en simularos del tiempo, engañoso afán, —lo reconozco— del arroyo en la breña de la garganta; no siempre es suficiente la luz para invalidar sombras, ni ganar batallas en la oscuridad, ni pegarse golpecitos en el pecho para abolir o asumir la desfachatez del pecado, ni cambiar de calle con el mismo pañuelo y los mismos zapatos: hay algo más esperanzador que salir de las propias turbulencias, de los estragos del moho en el pan, de la pugna entre el bien y el mal, de los rescoldos del maleficio si nos faltan llaves. Vivimos días de estériles maderas; a menudo la impotencia nos vuelve proscritos en nuestro patio; el tiempo simplemente nos reduce a crédulas cenizas, a roncos martirios de ropa sucia, a la turbulencia alimentada en el harapo. Cada vez tenemos a las funerarias como estandarte, es nuestro número de identidad propagado; sobre el muro cándido de los alquimistas, —hoy en día, nos llenamos de ese aguacero de las alegorías, de tantas y tantas alucinaciones, que le restamos importancia a las palabras y elevamos a púlpito la indigencia, —hacemos de la espuma, una gesta heroica, y santuario el crepón de la queja. Ante la hora muerta, sólo deben existir los pretéritos sin más derivaciones; la ambigüedad siempre es un arma de doble filo para quienes creen en las suplantaciones del zodíaco, para quienes activan la saliva de los oráculos, sin tomar en cuenta los residuos del desvelo. Me resisto a la incineración de mis propias ausencias: trasiego, por si acaso, la duda en almácigo, los juguetes y el olvido en caracoles, el sueño, en trabajo constante irremediable; al final del día, sin sobresaltos, acudo al espejo: el ojo busca el asombro, no la bruma del paraguas en la herida. Procuro salvar la ternura que todavía queda al final de la jornada, así queda escrito en el envés de mi cuaderno de apuntes: del estiércol se encarga la noche, supongo…
Del libro “MOTEL”, 2012 (Inédito)
© André Cruchaga
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