LAVABO
Después de
todo los lavabos Aquiles y la Tortuga el camino la existencia o no de los
relojes la claridad invisible que se convierte en ángel es profunda la intimidad de no llegar nunca
al ojo del sueño donde la noche pigmea el pelaje de la luna y el pecho salta
como una rana en brama sobre las hojas y bejucos de la intemperie aúllo en
presencia de los rastrojos aguzo el olfato mitológico de los espejos la manada
de escopetas de la clarividencia cuando muero y no muero muero irascible loco
sin jubilar las aceras gruño ante la contemporaneidad de los juramentos: lo
único que me mantiene en pie es la dirección del cataclismo el nosotros como
chatarra aparcada en el predio de las sombras ( «si
alguno pasare por este puente de una parte a otra, ha de jurar primero adónde y
a qué va; y si jurare verdad, déjenle pasar; y si dijere mentira, muera por
ello ahorcado en la horca que allí se muestra, sin remisión alguna» [...]
Sucedió, pues, que tomando juramento a un hombre, juró y dijo que para el
juramento que hacía, que iba a morir en aquella horca que allí estaba, y no a
otra cosa. Repararon los jueces en el juramento, y dijeron: si a este hombre le
dejamos pasar libremente, mintió en su juramento, y, conforme a la ley, debe
morir; y si le ahorcamos, él juró que iba a morir en aquella horca, y, habiendo
jurado verdad, por la misma ley debe ser libre») a menudo
es solo cuestión de esperar los días bisiestos para acortar el calendario
contar menos colgar los años en las paredes beber al revés la tormenta el agua
llovida el chorrito húmedo del grafito de la noche: todo es como parece ninguna
montaña se petrifica en los ojos salvo la caducidad que la encontramos en
cualquier parte ahí donde los sistemas políticos ahogan el follaje y acaban de
romper los platos rotos ¿a quién beatificamos después de las estrellas? ¿a
quién erigimos en estatua sin haber alcanzado a Rimbaud a San Francisco
de Asís sin haber culminado el estatus de cerrajero? siempre lo irresoluble es
una cosmovisión de la falta de cobija o el hambre de la piel nublada en una
cocina de leña no hay por qué echarle la culpa al espejo de la mala escritura
toda escritura es aviesa perversa malvada como una tortilla con queso pero
dejada ahí días enteros hasta que se endura debo confesarlo: hay palabras que
me dan mala indigestión una ventana es un taxi o un tren un árbol de pronto
invita al supermercado ciego espléndidamente ciego entre tantos espectadores
del Hades mudo del circo de las rifas y las rebajas del amor de la infancia que
juega con telarañas muy cerquita convaleciente de los hospitales delante de mis
zapatos la planicie de las ruinas el confín de la ciudad con levita William
Blake en la locomoción de las hormigas y otro que sin nombrarlo existe en
muchas escrituras ajenas para entender los altares debo encenderle candelitas
de todos los colores posibles a San Antonio de niño yo era el niño de Atocha
después solo me convertí en figura animada de ciertas ebriedades ahora ya para
qué no necesito vírgenes por cuestiones de practicidad y economía prefiero el zumbido
de la sábana degollada de la intemperie aunque cada día deba quitar las larvas
que suben a las sienes sucede que el desvelo tiene su propia epistemología vos
mi materia ascendiendo las ingles vos
enroscada en el árbol de mis gemidos.
Del libro: «Sintaxis
de la fuga», Barataria, 2014
©André Cruchaga
Imagen Jock Macdonald
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