Imagen cogida de la red
OSCURIDADES DESÉRTICAS
En el fondo de la brasa, las
etimologías oscuras de la ceniza y su disfraz
de solapa anarquista: en cada
época fulguran, supongo, las migajas
de la sobremesa, y esa costumbre
de hacerle ojitos —sin cerrar la puerta—,
a la sordidez y a las falsas
disidencias. (Uno sabe que ningún rezo es
inocente.)
De pronto, erramos en la cópula
póstuma de los horcones y la indignidad.
Allí, no importa la eternidad ni
este horror redondo como un círculo de atrios
y mendigos, de pañuelos, brazos y
viajes sin equipaje.
Un muerto nos aqueja infectado de
tiempo: el delirio salta sobre esta locura,
de cosidos cadáveres. ¿Quién
sobrevive a esta retorcida miseria del tiempo?
¿Quién nos salva de este diario
goteo de albas y calles con pañuelos?
Una esquirla ladra en el dolor y
la muerte.
En todas esas oscuridades
desérticas la modorra de las sombras en las pupilas,
y el recuerdo envejecido de las
horquetas y los ahogos con el consecuente cansancio
de promesas. Duele la
oscuridad al filo del aliento.
En el desierto de los conjuros,
alguien lanza dunas al lagrimal del cielo.
Ignoro si toda la vida tendremos
este pantano de ignominias, si la deriva
es una arista de la solemnidad, o
las tumbas otro planeta de pájaros en desuso.
Uno se consuela por costumbre con
las migajitas del más allá; aunque uno esté lejos
de la luz, o fuera de nuestro
alcance: uno ríe y llora y reza la rosa
irrreparable del escapulario.
Tanta soledad es ya armadura.
Tanta oscuridad escapa de las
mortajas. También el ijillo disfrazado de alma.
Barataria, 2016
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