miércoles, 14 de diciembre de 2016

ETERNA IDA Y RETORNO (MONÖLOGO)

André Cruchaga





ETERNA IDA Y RETORNO
(MONÖLOGO)



El sueño de anoche triple cuádruple pleno plano Plinio
plinii secundi leo Leobardo Leopardi lee de cabo a rabo
de cabotaje sabotaje salvaje sálvame sargento argento agente
gente gentil genil genital genuflxa general genérico genético
frenético sin freno sin fresno sin fresco sin frasco sin asco
sintasco sintáctico sintético simétrico similibus liber libri
la pobre mujer se inventaba aventuras matutinas
que la dejaban exhausta para cuando los demás llegaban…
Salvador Novo




Parece que en poesía como en otras áreas de la literatura o el arte, uno se decanta por ciertos temas. Digamos que sin caer en el mismo, uno está continuamente haciendo alusiones o reiteraciones, en el caso mío, a la muerte. Desde luego no como fenómeno trágico de la vida, sino como cambio, toma de conciencia. Nada espeluznante, entonces. De todas maneras, el poeta cava en la vida bajo ciertos rituales, acalla la voz, o la sodomiza. Yo deletreo en cada uno de los púrpuras del gozo. Camino alado en este mundo, o me condeno a vivir junto a los retretes. De cierto que hay momentos en que la hoja de papel en blanco simula una cárcel. De qué sirve morir sin Patria, sin país, sin cobija. De qué sirve un orgasmo agnóstico, o uno que no apunte a una nueva gramática y en cuyo caso a una fonética distinta. Uno huye como huyen los imposibles, las fuerzas ebrias de las horas, el escondrijo del trino, las ventanas desde las cuales nos gustaría morder los pensamientos. Nací en un tiempo donde todo estaba concluyendo: había, sin saberlo, eso que llaman acumulación histórica. Por suerte, aprendí a desabotonarme la bragueta, y a no usar antifaces, pues siempre he sido un comensal común que deambula por viejas calles y tejados de inevitable musgo. “Hacia el espinazo del azogue, el fondo caprichoso de las oblicuidades./ Dilatadas las pupilas, uno trastoca también con desmesura las lejanías / que perciben las pupilas, los remolinos en círculos que hacen las hojas / cuando caen, los trenes descarrilados del antes./ —En cierto modo, somos fieles testigos del tiempo, / del otrora rojizo de las herraduras y de los flujos aleatorios del tizne./ Debemos pensar si existe un estanque de patetismos en cada rostro último / de los dardos oscuros del aliento.” Mis poemas, aparte de adolecer de otros defectos, sufren de agonía. Es inevitable la pelambre del alma en mi aliento; o la muerte esperando que me rinda; es justamente el fuego el que siempre me mantiene despierto, la brasa, sea brasa de madera, o colilla, o alguna estrella, o el magma de la curiosidad. Para mi satisfacción miro sin lágrimas las estatuas, las fotografías en blanco y negro de una lágrima cayendo en el asfalto. Nunca el poema es una autolimitación, sino un desbordamiento poco usual: quizás el único absurdo en este momento es pensar en lo desagradable, proveer de descrédito una cabuya, faltar a la moral desobedeciendo a la lluvia que refresca los embates del sexo. Yo adoro a los pájaros y a las mariposas: porque son esa no muerte del poema y de mis anhelos. Adoro los jadeos como un canto gongorino. En cada luz hay un camino de oscuridades; en cada insomnio una vereda pervertida de osamentas, de trasiegos fallidos. Dios lo sabe. Oh, Dios, lo sabes. Las distancias son siempre tan inasibles como los espejos. El universo no es adánico y armónico. No, Dios, no lo es. No es cierta la ironía socrática, ni fácil la brisa perenne frente a las concavidades. Uno sólo es imbécil como yo, buscando la eternidad. Olvido que junto a mi existen vísceras putrefactas y un poder al que no debo rebelarme. Claro uno debe tener dominio de cierta semiconciencia, para entrar a las aguas ilimitadas de eso que se propaga y nos extasía. El rocío y la claridad a menudo se sienten en la garganta: la luz trazada en la carne que conduce a la posta ciega, última, donde el hombre hunde su estertor. Después la muerte y su delicada forma de azúcar; después el vacío y las vacilaciones, ese eterno huir y regresar, de la danza al sosiego y viceversa. Mi imagen, debo aceptarlo, es de vaguedades. Lo es mi poesía y ese vuelo perseguido por lo subterráneo. 

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