Los cuartos oscuros como todos los cuartos oscuros tienen en su interior,
Esa lengua húmeda de las cárceles: Regazos de aniquilante deshora;
La luz no llega con sus infinitos vilanos, la miseria se precipita, lo hostil,
Tampoco la trementina con su olfato de pájaros. La guadaña se adentra.
Cada cierto tiempo, alisto mi equipaje como si fuese al azar de una guerra:
Lo único posible que guarda la memoria —palabras benignas al desnudo
Esa lengua húmeda de las cárceles: Regazos de aniquilante deshora;
La luz no llega con sus infinitos vilanos, la miseria se precipita, lo hostil,
Tampoco la trementina con su olfato de pájaros. La guadaña se adentra.
Cada cierto tiempo, alisto mi equipaje como si fuese al azar de una guerra:
Lo único posible que guarda la memoria —palabras benignas al desnudo
En los tabancos de su propia alacena.
Imagen tomada de la red
TRAGALUZ DEL RESPIRO
Los cuartos oscuros como todos los cuartos oscuros tienen en su interior,
Esa lengua húmeda de las cárceles: Regazos de aniquilante deshora;
La luz no llega con sus infinitos vilanos, la miseria se precipita, lo hostil,
Tampoco la trementina con su olfato de pájaros. La guadaña se adentra.
Cada cierto tiempo, alisto mi equipaje como si fuese al azar de una guerra:
Lo único posible que guarda la memoria —palabras benignas al desnudo
En los tabancos de su propia alacena. [—párpados ciegos peregrinan.
Voy de aquí para allá y, por desgracia, —espolea la oquedad de la noche;
Es el mismo sitio: el tragaluz como una pupila diminuta, —derroche vívido.
Las cejas verticales de los barrotes, —eclipse total del desvelo y su asedio;
Los zapatos de antes, gastados por los andenes, —lengua pesada de la lágrima—
Deformes como colillas arrugadas, —presencia breve del ansia—
Pasadas por la boca de muchos fumadores: —sombra honda en su esencia.
Atisbo las ventanas, —en mi mente, por supuesto— el mar embota de hambre;
Supongo que cabe la posibilidad de ver los pájaros, la orilla de lo deseado,
O una araucaria montada en el lomo de las estribaciones, en un reloj de sal
Que el horizonte permea con azul de desvanecidas banderas —ajado amor
Donde la herida dibuja insolencias, oprobios y castraciones…
Hay un par de libros apilados a la par de mis costillas. —Libros de alborozo.
Libros de viajes para no viajar nunca. —libros donde nace y muere la vida.
Libros de aventuras chirriando en su aceite de frenéticas fucsinas,
Nómadas destellos de caótico estibor, — campanas de yerto quebranto,
Espolones de babor escribiendo sobre la salmuera de las aguas,
Búhos comiéndose la noche, la lluvia pálida sobre la espuma;
Costumbre de lavar el rostro entre la hojarasca.
Esto es, a solas, la vastedad de la vida. —el propio frío del día y su oficio.
Vastedad de vapores en medio de la mudanza, —muebles para el cuerpo
Y los gusanos, espejos manchados, desfigurados por la noche: fuego de la ceniza,
Universo en fuga girando en la entraña del grito, —en la forma ruina del ser,
En el miedo de los ojos, mordiendo lejanas lámparas de alegría…
Aquí, hacia dónde me lleva el alambre de los sueños. —¿Sueños?
Quién me llama o espera con este hastío de crepúsculos: —sin su espejo,
Casa mía torcida por la noche, —casa donde no estoy a flote, ni seguro;
Sombra que andando, despide ávida lengua de relojes…
Quién me llama o espera, fuera de este cierzo oscuro. —oscuro trajinar del alma.
Quién me llama o espera, fuera de estos cirios. —cirios de alevoso olfato.
Quién me llama o espera, sobre las sílabas de la hierba. —hierba sepia.
Quién me llama o espera, sin esconder la música del viento. —viento a cuestas.
Quién me llama o espera, fuera del tejado de la tristeza. —necesaria fosa.
Quien me llama o espera, hoy, con gajos de alegría. —alegría sin aliento.
Quién me llama o espera, sobre la leche derretida de la luna.
Quién me llama o espera, quitada la maleza de los brazos. —brazos endebles.
Quién me llama o espera, en el patio de los alelíes. —alelíes sin indigencia.
Quien me llama o espera, con el cántaro fresco de las pupilas.
Quien me llama o espera, —con afable semblante de poema y arco iris.
Quién me llama o espera, sencillamente, con el suave seno de lo humano,
Con el palpitar propio de la vida,
—vida y pálpito en el fluir diáfano de las pupilas…
Barataria, 19.IV.2008.
De: Avidez del espejismo, 2008.
TRAGALUZ DEL RESPIRO
Los cuartos oscuros como todos los cuartos oscuros tienen en su interior,
Esa lengua húmeda de las cárceles: Regazos de aniquilante deshora;
La luz no llega con sus infinitos vilanos, la miseria se precipita, lo hostil,
Tampoco la trementina con su olfato de pájaros. La guadaña se adentra.
Cada cierto tiempo, alisto mi equipaje como si fuese al azar de una guerra:
Lo único posible que guarda la memoria —palabras benignas al desnudo
En los tabancos de su propia alacena. [—párpados ciegos peregrinan.
Voy de aquí para allá y, por desgracia, —espolea la oquedad de la noche;
Es el mismo sitio: el tragaluz como una pupila diminuta, —derroche vívido.
Las cejas verticales de los barrotes, —eclipse total del desvelo y su asedio;
Los zapatos de antes, gastados por los andenes, —lengua pesada de la lágrima—
Deformes como colillas arrugadas, —presencia breve del ansia—
Pasadas por la boca de muchos fumadores: —sombra honda en su esencia.
Atisbo las ventanas, —en mi mente, por supuesto— el mar embota de hambre;
Supongo que cabe la posibilidad de ver los pájaros, la orilla de lo deseado,
O una araucaria montada en el lomo de las estribaciones, en un reloj de sal
Que el horizonte permea con azul de desvanecidas banderas —ajado amor
Donde la herida dibuja insolencias, oprobios y castraciones…
Hay un par de libros apilados a la par de mis costillas. —Libros de alborozo.
Libros de viajes para no viajar nunca. —libros donde nace y muere la vida.
Libros de aventuras chirriando en su aceite de frenéticas fucsinas,
Nómadas destellos de caótico estibor, — campanas de yerto quebranto,
Espolones de babor escribiendo sobre la salmuera de las aguas,
Búhos comiéndose la noche, la lluvia pálida sobre la espuma;
Costumbre de lavar el rostro entre la hojarasca.
Esto es, a solas, la vastedad de la vida. —el propio frío del día y su oficio.
Vastedad de vapores en medio de la mudanza, —muebles para el cuerpo
Y los gusanos, espejos manchados, desfigurados por la noche: fuego de la ceniza,
Universo en fuga girando en la entraña del grito, —en la forma ruina del ser,
En el miedo de los ojos, mordiendo lejanas lámparas de alegría…
Aquí, hacia dónde me lleva el alambre de los sueños. —¿Sueños?
Quién me llama o espera con este hastío de crepúsculos: —sin su espejo,
Casa mía torcida por la noche, —casa donde no estoy a flote, ni seguro;
Sombra que andando, despide ávida lengua de relojes…
Quién me llama o espera, fuera de este cierzo oscuro. —oscuro trajinar del alma.
Quién me llama o espera, fuera de estos cirios. —cirios de alevoso olfato.
Quién me llama o espera, sobre las sílabas de la hierba. —hierba sepia.
Quién me llama o espera, sin esconder la música del viento. —viento a cuestas.
Quién me llama o espera, fuera del tejado de la tristeza. —necesaria fosa.
Quien me llama o espera, hoy, con gajos de alegría. —alegría sin aliento.
Quién me llama o espera, sobre la leche derretida de la luna.
Quién me llama o espera, quitada la maleza de los brazos. —brazos endebles.
Quién me llama o espera, en el patio de los alelíes. —alelíes sin indigencia.
Quien me llama o espera, con el cántaro fresco de las pupilas.
Quien me llama o espera, —con afable semblante de poema y arco iris.
Quién me llama o espera, sencillamente, con el suave seno de lo humano,
Con el palpitar propio de la vida,
—vida y pálpito en el fluir diáfano de las pupilas…
Barataria, 19.IV.2008.
De: Avidez del espejismo, 2008.
4 comentarios:
Qué tienes en el medio del pecho -André- que me eclipsa los ojos. Qué tus uñas, qué tus dedos, cuando aligeras el paso por el tiempo. Qué tus labios cuando aprietas al beso. Qué tu piel cuando se eriza al viento. Qué tu frío. Qué tu olor. Qué tu cascada. Qué tu silencio. Yo no sé que le das a mi maldad, yo no sé que le das a la generosidad de este aislamiento que me he impuesto. Pero vengo con los ojos en órbita y las manos vacías y salgo de tu espacio cargada de relámpagos, saturada de incienso....yo no sé...
Marina Centeno.
Sólo es esa magia del redescubrimiento de lo recóndito. Somos seres alados por la sinfonía del tiempo.
Un abrazo...fortísimo
André Cruchaga
Algo será -que no he descubierto- algo que tiene velos y danza sobre mí...
Recibo el abrazo.
Marina Centeno.
Sin duda ese algo es el aroma recóndito del sueño; el despertar audaz del ala.
André Cruchaga
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