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ANTIHUÉSPED
En el
tugurio de la deriva, los cristales del frío se funden con el grito.
Cuando
uno es huésped permanente de ciertas calles como el gato del vecino,
o el chucho
acostumbrado a los desperdicios tirados a los andenes,
el plato lo
constituye cualquier vacío enraizado en las aceras sin ningún pudor.
En la
boca las arrugas sordas de la nubes.
Alrededor
de mis bolsillos los tiliches de la tormenta: una sonrisa imaginaria.
En los
zapatos muerdo los jardines yuxtapuestos de las palabras caídas:
en este
infierno del pavimento, los ápices de nariz del payaso con lengua
de
trampolín y bajorrelieve de almohadas.
Sin duda,
el tintineo de algún tatuaje como follaje de bacinicas curtidas.
En el
tabanco de la madurez, los toldos transfigurados de la historia, hirsutas
llaves de
páramo y tedio, desahuciados los ecos de la levitación.
Juego a
quien juega a la dicción de los funerales en ciertos suburbios.
Caen
senos encalados a manera de zigzag en el chorro de saliva de los caracoles,
vos y la
afición de bragas negras en el ápice de mi lengua: viva el delirio
en el pez
oxidado con pubis de un cuadrilátero.
De pronto
bebo mi propia orina como el vino de consagrar: me seduce el cáliz
donde
beben los buhoneros sus puchitos de letanías a favor de la patria.
Ante la
fiereza de lo recóndito, el placer de un orgasmo sin que el semen caiga
en los
tobillos: (al final la apuesta es quien de todos lanza a mayor
distancia
dicho escupitajo, no importa si cae sobre
piedra, o en el agua.)
Líquidamente
uno puede quedar castrado y oler el galope de un verso
en la
boca de una muchacha hermosa en cuya altivez uno se asfixia.
Barataria,
25.III.2016
1 comentario:
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