lunes, 26 de febrero de 2018

INTERIORES

Imagen: Pinterest





INTERIORES




Desde los interiores de la mesa, la tela amarilla del candil,
los objetos alrededor de mis ojos, las manos todavía
en la aldaba de la puerta,
—hacia el fondo, el día avanza en mi cabeza,
como cualquier despojo en el albedrío de la sal.

Consumidas las semanas, nadie se acuerda del calendario;
algunos dolores son demasiadas tumbas para el alma;
las alegrías,
vienen acompañadas de lápidas o almohadas,
toda fosforescencia siempre tiene fronteras imaginarias:
la noche es lo más visible cuando nos quema las sienes,
lo invisible es el hilo de la racionalidad
que anhelamos juntos.

Cada vez el infinito desemboca en lluvias:
hay relámpagos
que atraviesan el infinito con ojos de vértigo;
en cada viento afilado en el cuerpo,
el universo zozobra
con sus paraguas rotos,
la palpitación se convierte en cuchillo;
al borde, las vísceras,
la antesala de espejos distorsionados.

De cada precipicio brotan espejos incendiados,
un trozo de sábana alimenta los poros,
cada movimiento que nace
de la campana de la saliva,
los días impares de la semana,
el báculo del ciego alrededor de los barrotes de la niebla.

Cada objeto tiene su propio laberinto:
la lluvia que emerge sin aniquilarse,
la angustia en el absoluto
de la memoria: viajamos desde la cópula del vuelo,
desde los nudos del pájaro del posible desvarío
de la sombras enquistadas
en el rompeolas de la ebriedad,
hasta el lugar donde terminan los brazos.

Somos el incendio de nuestra propia alma,
el todo y la nada
asidos de las manos,
la furia del torrente en los ojos,
los estrechos caminos de la clavícula de la Esperanza,
la infinitud
de las paredes a la hora del sueño,
a caligrafía escarlata
de la catástrofe,
quizá la melódica purificada en la ceniza.

No cabe tanta erosión en las colillas de la respiración,
—hoy, todos los caminos son inciertos,
los cubre el humo,
el desfile de los pensamientos calcinados,
el establo del cielo,
envuelto en harapos,
el hilo de la garganta en el paladar duro
de las viejas consignas.
Sí, todos los caminos son inciertos:
recorremos el pozo hondo de las estrellas endurecidas,
del precipicio de las lanzas de la incineración;
en la espalda llevamos
porciones de azufre,
sortijas que la noche nos avienta a los ojos.

A veces las axilas derriten abismos de sal:
entonces, nos volvemos alucinadas ebulliciones,
viscosos laberintos,
ácidas persianas de la piedad,
baúles de cementerios,
cadáveres impuros renegando del fuego.

Siempre que vemos desde dentro de la alacena,
sabemos que nos falta todo,
y en cambio acuden a nosotros los sepultureros,
con sus manos de azadones.

No obstante persistimos
en el cántaro inasible del agua que chorrea en los ojos.
Sólo nos queda descoser el aliento
y aruñar la brasa de la sed.

Barataria, 2013
Del libro “CUERVO IMPOSIBLE”, 2013(inédito). 138 pp
© André Cruchaga

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