viernes, 16 de febrero de 2018

MADRUGADA DISPERSA

Imagen: Pinterest






MADRUGADA DISPERSA




En la aldaba de la puerta, el cuerpo amurallado del cierzo,
las mañanas incontables,
la historia movediza de los ojos de todos los días.

El cielo como un alambique de estanterías difusas:
a veces se asoma la escarcha
de los recuerdos, el fondo de los objetos con apetito de brazos;
cualquier avidez es parecida al éxtasis,
al yeso disperso de la madrugada,
a la hoja que naufraga
en los párpados y allana las sienes con trabajosa complicidad.

(Siempre es recrear el titubeo en el ojo de los mástiles,
en la franela
frenética del cierzo desvivido en la madrugada,
casi como una camisa fugitivos delirios,
con la justa desproporción que producen las antorchas desbocadas,
sobre el punto apretado de las estrellas del planisferio.
Hay caminos remotos que olvidan las distancias
y pájaros soterrados en el ciprés del aliento.)

Hacia el camino llevo caballos de sueños,
bitácora de apóstol, gritos de sal en los ojos,
humo denso en la sombra del costado:
es parte del equipaje —me digo, sin titubeos—
asido por mis manos para andar mis tristezas obedientes,
todo el vapor del horizonte en el rapto del arco
de la mariposa que desviste
las curvas del vuelo hasta la entrega.

(Velo aquel muro de silencio a mitad del ojo
que contiene las corrientes,
las aguas del río crecidas de las estatuas,
los meses diurnos del hallazgo de la lámpara,
la lluvia atrapada en el cuaderno del pecho:
nacen auroras al punto de hacer
crecer el aliento,
la servilleta de la nube sobre la mesa de los juegos
de la altamar de los desheredados,
la raíz vertical del espejo
que cae como un disparo en el pavimento.)

—Me paro en algún resquicio de los puentes por aquello de la sed
y las oscilaciones,
sed de invariable omnipotencia,
aquel espacio de sonidos en torno a los lóbulos,
altas yerbas en la telepatía que la hoguera avienta cargada
de presagios,
pensamientos,
sombras,
pedazos de miradas.

En los cuatro puntos cardinales,
la imagen del éter,
el prisma secular de los pétalos,
el plano cartesiano montado en las montañas,
el hangar de las axilas en la intemperie:
nos lame el tiempo y sus varices oxidadas;
con su fondo pervertido,
las aguas a la altura del ceño,
cuaderno líquido suspendido
en las manos de los ecos:
hay tantas madrugadas dispersas y sin llaves,
voces indefinidas,
cifras colgadas en alacenas como trofeos de trementina,
como hambre siniestra
en la autopista de las enredaderas.

A la hora del búho,
lanzo mis respiraciones despojado de techos,
sólo me quedo con los abanicos de la neblina,
con el pie derecho puesto en ala de los hemisferios,
con el aire y su proeza de párpados,
con ese picoteo del seno diluyéndose en mi garganta,
como un jardín de begonias.

(Al pie de la abeja de las semanas,
las espigas inclinadas de este asedio eterno.
Una herida siempre
pronuncia lo que nos ha dejado el camino.)

Barataria, 2012
Del libro “EN ALGÚN LUGAR INEXISTENTE”, 2011-12 (inédito). 130 pp
© André Cruchaga

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