jueves, 9 de noviembre de 2017

PÁJARO DE LA AUSENCIA

Fotografía: Pinterest






PÁJARO DE LA AUSENCIA




La palabra es el único pájaro
que puede ser igual a su ausencia.
Roberto Juarroz




Para sostener los relámpagos, es indispensable domesticarlos en la almohada de los imanes; a más sombras, el alma termina envenenada, la ceniza hija de los huesos, espectro caníbal del reptil que soy; en los labios disidentes de las abejas,  bocas crecidas de la ciudad. Hay candiles de dispersas calcinaciones, candelas de sedentarios ríos, puertas cerradas como los perros devorados por el frío, extraños alfileres mordiendo el silencio, el pájaro de rodillas en el nido, caballos estériles en la garganta, al punto de dormitar en la cobija del cansancio, ―ay, aquel beso temblando en la viscosidad de los encajes, la memoria destrozada por el olvido, junto a la cuchara febril del azogue. Ay, la fogata de pájaros de la ausencia y su boca de ahogados disturbios. (Nunca es suficiente el tiempo para extraviarse en la ternura, ni el ardimiento para vaciar todos los burdeles. Tu sexo en mi pecho aligera los caudales del estremecimiento y destraba el candado tibio de la ventana para el ministerio que la reclama.) Cada día tiene sus propios miedos: al oído el estrépito de las emanaciones, la leche de los senos a dos manos, el relámpago en la libélula del desvelo, paredes donde crece la yedra de los labios, el sedimento de las vértebras, en el dedo de la pena mordiendo las aguas negras del ángel repentino del espejo, de la ola en desorden del colibrí. Por cierto que del imán cuelga también la llama del desorden, los nombres rotos del sillón de la soledad, la sangre desmenuzada de los lamentos en la feligresía de las uñas del anhelo;  luego las lámparas primarias del instinto, con su trinidad mercenaria, este corazón en fuga de trenes y ventanas, el párpado desnudado en los muslos, los tristes estados de la materia en el suelo, pegado al ojo pervertido de la muerte. A diario, en la vigilia, soplan los vientos de la muerte, tiemblan las retinas en la noche endurecida, ―tantos minutos de crimen como espectros de rodillas, huesos calcinados en la boca, increíbles larvas en la respiración del sueño; algún día dejaré de descender a los infiernos, reiré de la noche degollada  de la podredumbre, saldré del galope del ruido como un rostro fuera del manicomio de las palabras. ¿Veré, después de todo, relámpagos diferentes al chasquido de errajes, labios como litorales de escalofrío, vocales enfurecidas en mi lengua, tiernas de cogollos? ―Uno nunca lo sabe. Son terribles las veredas cuando son devoradas por los dientes, cuando la obscenidad no tiene el poder de redención, ni el apacible olor de las hortalizas. Uno siempre está a merced de caminos inciertos: antes fuimos vientos proporcionales al magnetismo del ansia, flor de los ojos del tiempo más gratificante; ahora es como una tortura andar a cuestas los líquidos oscuros del cuerpo, el rencor convertido en ira, la visión de un viento casi maldito…
Del libro “MOTEL”, 2012 (Inédito)
© André Cruchaga

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