miércoles, 22 de noviembre de 2017

INVASIÓN DE LAS COSAS

Imagen: Pinterest






INVASIÓN DE LAS COSAS




El espejo, de pronto, y su obscenidad;  la imagen lasciva, perversa
del rostro cotidiano: (la memoria no me deja escapar de tanto parto
genocida, de la ficción doliente que nos destruye con absoluta
frivolidad; toda la oscuridad cierne sus dientes: la noche fija
de los muebles arrebatados, el rapto de la felicidad, el éter de la sangre
sobre el césped sin ningún indicio de erotismo;
palpita la obsesión por los Ángeles: la sábana aletea en todas
sus transpiraciones sinuosas.)

Nadie escapa al fogonazo de la orina en las calles.  A la estrechez
del plato de comida de la semana, al fuego inflexible de los difuntos
en la ventana, a tantos días de zozobra.

Nos harta el diario trajín de las cantinas, la axila del aullido
sobre los alelíes, el escenario de las calles sin escrúpulos, ni escaleras,
para salvar los pies de la fanfarria del cieno.

Las ventanas se miran con la pestaña postiza del ojo artificial;
esto incluye cierta dosis de trompetas,
y fósforos de éxtasis para ver a medias y de rodillas el abismo.
Nos inventamos los racionamientos de energía para que prevalezca
la pusilanimidad de los zapatos;
desnudamos las palabras para desacralizar los prostíbulos.

Me come la lágrima en este tórrido alfabeto: me come la diafanidad
de los peces, la alfombra carcelaria de la desnudez, la herida
de los crucifijos, el orgasmo a quemarropa del sigilo y la hilaridad.

Me come la falta de antisépticos bucales y la modorra del humo
en los relojes, la sequías en los escondrijos de la piel, las décadas
de tristeza en mi almohada,
el petate roto de las sílabas, la espina dorsal torcida en los tobillos,
el agua al cuello de las campanas,
las verjas dolientes de los muelles sin resuello ni alicientes:

(me embriago de sombras y habitantes extraños cada vez que la calle
me reclama, —cada vez el cuerpo y la mente son posesas
contradicciones en un olfato de asfixias; cada vez Heráclito se equivoca
en la bienaventuranza, y en cambio emerge el destello
de la arbitrariedad, el cuentagotas del viacrucis,
los focos oscuros de las moscas,
el tacto a falta de  ventilación en el claustro de los cosméticos,
la prehistoria de los artificios en los candiles,
la canela convertida en falso olor, los huesos de las clavículas,
los meses gordos del pus,
la alacena voraz de las vacas flacas, la pesadilla de las ignominias.
Cada vez soy menos cierto en esta turbiedad del desenfreno;
cada vez me falta azúcar en la oscuridad,
cada vez es mejor haber dicho anticipadamente todos los adioses
para no esperar la última hora perturbadora del carbón.
Hoy me invade, desde su claustro de intemperie, la liturgia
                                                               [de mi propio   matadero…)
Del libro “TRASTIENDA”, 2011 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga

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