lunes, 27 de noviembre de 2017

DESTINO

Fotografía: Pinterest





DESTINO




Entonces, asomado a los ojos por dentro,
encuentras nueva paz y asumes la derrota.
Juan José Vélez Otero




Somos, después de todo, la luz disuelta del grifo entre la sombra:
todo eco calla. Aún la carcoma masticada en los laberintos,
la jaula cubierta de sabias palabras,
los juegos redondos de los circos, los dilemas de la llave y la puerta.

A decir verdad, no sólo es sombra el cuerpo, sino también las palabras,
la pequeñez de cuanto se es en el fondo del abismo,
el mar o la sangre ahogada en el regazo,
la hora esperada que siempre nos mantuvo en mutismo ensimismado:
consciente o no, es leve el puente entre la soledad y el silencio,
entre la lengua y las palabras,
entre los poros y la sábana,
entre la hojarasca y la breña,
entre el papel y la tinta, entre lamer los pasmos y el bostezo,
entre las verjas y los balcones, entre las aguas del mar, la arena
o la espuma que horada las hambres del pensamiento.

Los retratos también tienen un destino de sombras;
el tacto deja de ser memoria en el ansia,
la sed pasa a ser vieja historia;
la taza de café, nido circular de lo oscuro.

Un día la vida se vuelve luciérnaga apagada:
balastos apretados en la noche, muros cerrados de playas,
días y años caídos en la negación, noche de escalofríos
sin el amparo de túnicas: la misma ropa del rostro en el harapo.

(La noche nos muerde con su inacabado umbral de guijarros:
somos la sombra articulada en la garganta,
exhausta sombra como el agujero de la boca, fondo del cansancio
en este trajín de caminar sobre el agujero de los charcos,
a espaldas de la luz desfallecida,
agrias mordazas en la lengua, limos con el miedo de hundir los dedos
y los zapatos, oscuros animales en la raíz de las palabras.)

—Ignoro por qué flotan los cuerpos en el pozo de la muerte:

no los muertos, los ahogos que acechan,
los huesos que muerden la herrumbre, los manteles
que pervierten la boca, los sueños que se gastan cuando se amasa
la Esperanza, las calles que callan, duras, en el alma.

Somos sombras y recuerdos, eso explica todo:
sombras como la soledad del perro que cae sobre la hoja
de la bruma, como el bozal de los andamios,
duras hambres de morder cuando la lluvia juega a río,
cuando todo está hecho de lutos,
de cigarros para espantar los zancudos,
de zopilotes, de azacuanes y de suspiros.

Somos el severo peso de la soledad desbordado en los balcones.
Nuestro destino es ir navegando en medio de la tormenta
y sobrevivir a los burdeles descuadernados de las semanas.

Del libro “TRASTIENDA”, 2011 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga

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