martes, 21 de noviembre de 2017

INFINITUD DE LA ESPUMA

Fotografía: Pinterest





INFINITUD DE LA ESPUMA




Sobre las aguas, la lengua amarilla de la espuma, el olor de los peces,
los cuchillos del azogue, el ombligo blanco de la luna sobre
el papel de los cabellos dispersos de la brisa.

(Ahora me viene a la memoria, “El lugar sin límites” de José Donoso,
el aserrín de incienso en la boca, los sollozos abiertos
como una montaña cayendo en el ocaso, la claridad amarga
de los meses subiendo en forma desmedida hasta las aspas de las pupilas.)

Nos hemos acostumbrado al sostén de los litorales desiertos,
a todo lo efímero que nos nombra,
a ese destierro diario al que nos avienta el filo de la muerte;
a ratos nos conmueve la sal derruida de las sepulturas,
el infierno de las preguntas, la bocina del eco,
el camión despoblado del reloj,
la respiración temprana de las cebollas y los ajos,
los sobacos entumecidos en la invocación,
todos los dientes postizos del calendario guardados en la fosa nasal
de la Esperanza, el carburo apolillado del desayuno.

En este ir y venir sobre la espuma, —las aguas nos quitan los pasos
mientras los perros ladran en senderos de ceniza,
las semanas de humo enrolladas en las pupilas, en el tabanco
de las cejas, en el bolsillo barrido de monedas, en la caja de pandora
de las bocinas, donde desmaya el mar sus esquinas azules.

La infinitud, a menudo, nos roba el gozo y los días postreros
de los peces; nos roba el azúcar asoleada de las gaviotas,
la espiga de la ola, el muelle levantado por los despojos del mar;
nos roba la sábana: sangra como viento de caballos,
muerde con sus anillos de grietas.

(Ahora me vienen tantas fragancias inútiles:
los sueños que se perdieron en las palabras, en el zumbido
de los atrios, en la oscuridad ceñida al sabor de las frutas agrias.
De hecho, en cada rama de agua florece la sal adusta de la noche,
la puerta rota de la voz,
el ruido que hacen los labios extendidos en el pálpito:
siempre es así, después de todo, cuando el dolor se vuelve sordo,
cuando los clavos perforan la garganta,
y hay un nudo de dientes en la oscuridad cotidiana. Siempre es así,
cuando los deseos se convierten en brazaletes de guijarros,
y el juicio es capaz de enterrar las raíces.
En la infinitud de la espuma, rememoro el pie de la madrugada
y los estornudos del calendario con todo el eco salpicado de juguetes
y caricias, con el relincho de las páginas en blanco.
Con toda esta vigilia es difícil conciliar el sueño: salpica el desamparo
con sus alambradas, azota el golpe envolviendo las ventanas,
la almohada desdibujada por los fangos del suspiro,
el alma rota, sin brazos como un mendrugo en los vertederos.)

Del libro “TRASTIENDA”, 2011 (Inédito) 120 pp

© André Cruchaga

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