viernes, 10 de noviembre de 2017

AIRE IMPRECISO

Fotografía: Pinterest





AIRE IMPRECISO




Cuando subo a la rama del árbol, el aire no es del todo preciso, la electricidad del viento rompe las alas, de noche espero el telar de la luna, la linterna encantada del arado, o las Siete cabritas, el cazador de fuego de las pupilas en plena cúspide del estertor. Cuando bajo del hemisferio de las hojas, sin embargo, hay candiles furtivos en el respiro del perro que ladra y aúlla en pleno concierto de grillos, de gatos lascivos en el tejado; cuando el pie está firme sobre la tierra, sangran los cardos, los cálculos renales de las miradas, la falta de calcio en la elocuencia de la saliva, este mal mío de caminar siempre a deshoras de la noche, a destiempo buscando con lámpara de mano el cuaderno del olvido, el fuego eterno de los campos donde las telarañas se cristalizan en el cierzo. Entre el vaso del grito y la alegría, caen fotografías de los últimos colores del arcoíris, el mecate del grito, el yute del canario perdido en el follaje, la jaula del espejo sin puerta, el alambique quebrado en la lengua del petate; en el primer orgasmo de la balanza sin reposo, hay calles donde los cuervos beben con seriedad la luz gastada de los poros, el litoral ajado de los peces a media asta de la ola, piedrecillas como encajes sobre el uso horario del guijarro, en el cautiverio de las ventanas, sin salida al horizonte o la playa abierta de las pupilas, así perpetúo los pájaros muertos del alma, la renuncia a la risa cuando existen en el aliento manchas de sangre del granito adusto que rompió el himen del primer sueño; alrededor, siempre las misma rutina de las abejas, el mismo vals del calendario, salvo el sueño entre las moscas, los días sin tarjeta de débito, el sueño roto para la próxima estación que espera sin boletos. —Tantas palabras, después de todo, para estos aires imprecisos que muerden la altura del pálpito. Existe el ala rota del itinerario, el muro de la sombra sin protesta, la verja de uñas espaciada en lo siniestro: existís en la baranda del reloj que resbala en la punta del pie que resbala en la piedra, en la escalera de abanicos; existís en la opacidad del ascensor de madera tan oscura como una taza de mi propia muerte, tan persistente como una hondonada. De tanto caminar como un desconocido, me río de mis llagas, del filo de la luz en mis manos, una sombra de ceniza precede a mis zapatos, aunque todavía corren alas en mi pecho; ante cada negación logro la exactitud precisa, sin muletas. Contra todos los vientos adversos, todavía puedo leer los periódicos, y deshacer el trenzado absurdo de los cauces que recorre el vértigo, La oscuridad también tiene defensores, quien lo pueda leer que lo haga en las calles de tizne del cielo, en las emboscadas del deseo, en la miseria elevada a himno. Al fondo, ríe la fertilidad del caos. Al cabo en las corrientes de la noche, el aliento es impreciso, los pensamientos, las solapas clandestinas del aire: nunca me dijiste que los acertijos son insólito granito y que cerrada la puerta, viene el vaho y el despojo. Aislado del mundo he aprendido a soportar mis asedios y a quedarme desnudo en las palabras.
Del libro “MOTEL”, 2012 (Inédito)
© André Cruchaga

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