jueves, 2 de noviembre de 2017

FERMENTO DEL MÉDANO

Fotografía Sergej Jensen (Cogida de Pinterest)





FERMENTO DEL MÉDANO




Más borroso que un velo tramado por la lluvia sobre
los ojos de la lejanía, confuso como un fardo,
errante como un médano indeciso en la tierra de nadie…
Olga Orozco




Todo el día se obstina en hervir los fermentos del ramo de polen dentro del suspiro. Todos los días un fuego diferente, el mismo fuego. Al parecer la levadura crepita en la delicia de la espuma, impregnada de labios y ojos, donde se presiente la vida; en el barril confiado del pecho, el secreto destino convoca a la dulce embriaguez de las sienes, en medio de los peces que flotan, el fluir del aliento desde lo íntimo, desde el ojo que se impregna en la tierra. (La ficción nos acecha con sus propias catástrofes: la ficción total, artificio como la luz en la soledad, rendijas en la noche, en la página del insomnio, repartida en el rincón de la vigilia. Arrastramos tiempo y deseo en la memoria; nos perdemos en las vocales del sendero. Enfrente de nosotros el muro de la otredad. Mientras tanto, permanecemos sumisos a la irrealidad de la verdad, resueltos a la desnudez crecida de las sombras.) Desde luego, durante las semanas, transcurren gastadas hambres, disfraces que no siempre pueden desahuciar el olvido, ni la vida en solitario, en retiro de la intemperie; los ojos arrebatan la piel de la desnudez, ese telar de raíces, sueños y piel, la consumación hilvanada por el fermento del traje hecho a la medida de la memoria. Siempre está presente la panela de dulce y la canela, el anís, con todas sus letras unidas y contiguas, frutas con humedad, adjetivos y cópulas, hasta responder al poro callado. Cabalgan los trenes sobre la piel, mientras ésta enmudece en los rieles que la unen, en la bebida furtiva del péndulo que sube junto al poro del ardimiento: aprendemos que también los nombres se dilatan en las palabras, igual que la sed saciada en los toneles del vértigo, en cada poro habitado por el aire, en cada corriente insaciable de estertor. Siempre estamos junto a las cortinas de la obstinación; el deseo pervive aún en la orfandad, en la mutación del paisaje liberado, —está ahí, como una fiebre sin fronteras, sin agazaparse en los espejos del día, porque a fin de cuentas, tiempo y espejo, son partes de este ritual: cuerpos con sus propias esencias. Sustancias que se hacen una en la fundación de la batalla, debajo de sí mismos, validados por el sueño, acaso la misma ceguera inexorable tatuada en los poros. Adentro, en lo profundo, el oleaje es fuerte: al final, resulta arrasada la materia a raíz del vértigo; siempre es así cuando la bebida se encarna en el tiesto de la bebida, cuando la corriente del fermento ahonda en el vaso, cuando la mano pugna por el caracol, cuando la sed, en su ebriedad mutua, hace caso omiso de los límites, cuando al fin, la bebida retumba como un relámpago, y muerde los ijares del laberinto…
Del libro “MOTEL”, 2012 (Inédito) 170 pp
© André Cruchaga
Fotografía Sergej Jensen 


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