jueves, 25 de octubre de 2012

EL TIEMPO

Imagen tomada de la red





EL TIEMPO




¡La hora, por favor, dígame, dígame el tiempo
para rodar cantando,!…
MIGUEL ARTECHE




Alguien inventó el tiempo en sobres de azúcar. Alguien lo cristalizó
en las estatuas. En la garganta de las ventanas aparece la ciudad:
el espejo que el reloj trata de lamer en distintos rostros.
Alguien se encarga de deshumanizar la conciencia arrinconándola
en las alcantarillas donde los roedores levantan paraguas
con residuos de cunetas y aguas lluvia de lo indefinible.
En las aguas de los sueños flota lo vivido, golpea su campana anclada
en los ojos: aquí la sangre moja los pasos, los pájaros
que se apoyan en los balcones, los árboles oscuros del vino tinto
                                                                                        disgregados en las venas…
El tiempo sin empleo para masticar el hambre está aquí. Alguien
lo desenreda y lo hace errante;  la aurora aparece en los límites del cardo;
el fuego con sandalias deshila los calcañales, convierte la tristeza
en ciego arado y no en delantales de ternura.

Los días son esos ojos espiando la noche donde los escudos del sueño
pierden sus pies y las cejas se convierten en una rara palmera;
cada minuto perpetúa su deshora, —rehenes de un cielo sin dinteles;
el cosmos arrastra los minutos en una agonía de alfileres.
Y por más que alguien niegue su leche de espejos y fructifiquen imágenes
inútiles, el tiempo está ahí herido en la ceniza de su tumba.
Aunque su rostro nos parezca una silla con veraneras,
cada quien lo desea para convertirlo en un suspiro del escombro. 

En la lluvia los ojos clavan su epifanía. En la tierra se abre el asombro.
¿Quién recobra en él los litorales finales del pan repartiéndose
en pesebre de caminos? ¿Quién hace un puente de miel en las heridas?
¿Quién interpreta los faroles de la lluvia con su derroche de violines
en cada gota de incendio? El tiempo con sus alfileres punza en el corazón
hasta nublar el ansia de pequeños agujeros
                                                                            [—sangrante fuga de los sueños
que la luz no detiene en su desvelo, sino en perpetuo duelo.

Alguien lo inventó desterrando los secretos de los labios. Alguien
lo hizo crepitar y desató caminos de incierto trino; rompió la hierba
y convirtió el júbilo en un poyetón de extraña locura.

“El tiempo de aprender a vivir ya ha pasado”… El dolor impregna
los pies del viento; el hambre es como el amor que no encuentra sosiego
en este extraño siglo del suspiro global.

¿Quién puede pintar trenes que no sean grises, —tormenta avasalladora
de la deriva, si el planeta inicia la semana con escritura siniestra?
Alrededor de las sienes giran guantes de metálica garganta;
el olor de los crisantemos parece un sombrero solitario,
las piedras florecen de espalda a los jardines, el vaho traspasa
las sábanas de lo indecible con la impunidad que caracteriza a la basura.
¿En qué lugar los indefensos cultivaremos raíces
para despertar intactos al día siguiente? Por suerte los ángeles
carecen de manuales, cada quien elabora su propia profecía,
cada quien palpita a su manera en este viaje de la conciencia…

Barataria, 05.X.2008

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