martes, 30 de octubre de 2012

ARDUA LA NOCHE. ARDUO EL AMANECER

Imagen tomada de ziza.es





ARDUA LA NOCHE. ARDUO EL AMANECER




Era ardua la noche. Era arduo el amanecer. —Amargo ceño.
Era fiero el granito frente alba. Era el fin donde moría todo anhelo.
Toda la vida de entonces. Todo el día en la porcelana del tacto.
Eras tú terriblemente inclinada, oscura, despojada del viento,
—transparente barco, sin serlo ya. Rostro sin inocente sonrisa.
Era el fantasma de nosotros vuelto ficción. Era la calamidad
del amor como una dura piedra Enmascarada en la fragilidad
 de las mejillas. Era la película irreal a la que jugamos —horribles
sombras en el dolor de ambos —matorrales de fatiga, pálida sal
 respirada en los ojos,  o magma quizá, acumulado en tanta deshora
cansada de espera. La oscuridad a borbotones como un tren
en marcha sobre  rieles de olvido y carbón…—ansiedad de precipicios.

Era ardua la noche. Era arduo el amanecer. —La respiración presa.

El entresueño se enredó en el crepúsculo. Absolutos, plenos,
no pudimos oponernos a su augusta realidad. Siempre nos movió
la contrariedad de lo invisible: Siempre ahí el destino sin manteles
en la mesa, siempre ahí agolpado el invierno de los contrarios.
Siempre triunfante la pena, absorbente el sumo de la duda.
De tanta rotación y tránsito se nos hizo el abismo: —la edad
desgarrada del latido, la herrumbre inaudita del calendario,
la palabra vuelta grito, y los sueños como ardorosa brisa de hormigas.
Alrededor,  de pronto, calles difusas, calles dispuestas al caos:
—heridas donde los pájaros morían de enfermedad, árboles ajados
donde la noche pegaba sus ladrillos, sin posibilidad de escupir
sobre las sombras, sobre ese espectro que simula nuestros pasos.

Era ardua la noche. Era arduo el amanecer. —Jardín perdido.

Nunca entre mis manos fue más posible la luz. Nunca el ala fue
tan profética en mi camino y, sin embargo, aguja se hizo;
una especie de tortura o simple albañal de un artificio. Nunca
la lluvia o el fuego fueron otra cosa, sino ceniza —ceniza, amiga,
donde los ojos sepultaban el arco iris del viento…
Hay una cruz en las pupilas que encalla en los ojos. —Adustas
páginas como paredes se leen en la memoria. Días sin narices,
emergen de cuartos oscuros, —días de feroces labios agonizando.
Aquí el silencio se cierne como orina de cadáveres: debajo
de ellos, —de esos espejos cristianos, cadáveres—  mi voz
seguramente dirá tu nombre, mi voz morderá el subsuelo
y las estrellas. Dirá tu nombre en el jardín de la noche, velará
tu nombre y hurgará en la saliva fría del calendario…

Era ardua la noche. Era arduo el amanecer. Ambos lo supimos,
y sin embargo, los sueños inundaron la sangre…

Barataria, 08.IV.2009



2 comentarios:

http://salvadorpliego.wordpress.com/ dijo...

Excelente escrito. Me gustó. Te felicito.

Salvador Pliego

http://salvadorpliego.wordpress.com/

André Cruchaga dijo...

Gracias, poeta Salvador Pliego. Leo a menudo su trabajo incesante. Un fortísimo abrazo, de su amigo,
André Cruchaga