jueves, 7 de diciembre de 2017

CONCIENCIA DEL INSTANTE

Fotografía: Pinterest





CONCIENCIA DEL INSTANTE




Sube la conciencia, plena, en el conocimiento del instante:
siempre hemos sido seres efímeros,
seres con los tobillos devorados por las espinas del aliento.

De pronto nos encontramos con la ponzoña invadiendo la almohada,
con un almácigo de candados en la respiración,
la ruina y el túnel en las paredes del espejo,
(proclive la lluvia y el moho de las estatuas,
la imagen doble de las palabras)
la colmena arrebatando la piel con los párpados cerrados,
la habitación oscura de las alacenas.

En un instante, minúsculos, aviesos, los disimulos del mundo,
los cerrojos hasta el cuello,
mientras los cuervos muerden las postales.

El homicida en nuestras palabras, (los mundos fecales,
las calles y sus urinarios históricos)
las mismas sombras de siempre, incluso el sufrimiento,
las sombras agridulces en la boca,
la flama tropezando con la sed. O la imprecisión en el equilibrio.

El fango suelta sus axilas, ahí, en la desnudez del pecho;
mete sus graznidos en el olfato, empuña el destino,
con sus huesos de odio.

A cada instante nos llega el horror hasta el cuello:
a menudo con saco y corbata;
otras veces, hundido en los pies descalzos,
en la rama crispada por el viento,
en los nombres comunes y corrientes:
juro que uno pelea con múltiples telarañas.

Los alfileres están a la orden del día,
como los muertos hinchados
en el féretro con sus pañuelos desvanecidos;
juro que la barbarie a menudo es disfrazada de árbol,
juro que la esperanza no es terciopelo,
sino el disfraz de los deseos.

(Después de tener abundancia de campanas:
en cada susurro nos dan a tomar cucharadas de miedo;
en cada aspirina, crucifijos de feroz arrullo;
y cuerpos degollados por la nicotina,
y peces con ijares de asfixia. Y circo donde se desvanece el crimen.
Ya nada nos es extraño en esta polución  de soledades.
Devorada imagen de los relámpagos en el aguacero de la cara.
Ahora tenemos conciencia de los páramos:
de los ventarrones compartidos,
de la media luz de las sábanas,
de los corderos del tamaño del alfabeto que son devorados
por la oscuridad de las telarañas.)

Nunca hubo tanta claridad en este instante de apologías:
Manteles sin comensales cuyo origen se desconoce,
castradas tortillas del cierzo,
espejos de incrédulas camándulas,
noches sin tregua y ceñidas a la asfixia perenne de los ascos.

Hoy es más clara la caricatura de la alegría:
la jaula degollada del día y su reiterada monstruosidad,
el hallazgo de pañuelos en promontorios de guacales rotos,
el cuero raído de los meses, la lectura oscura de los brazos,
el amén interrumpido de la preñez,
el hollín en los vasos con agua que beben los niños,
la danza macabra de las heridas a flor de piel,
la desnudez del pulso
y esta fatiga de horas que no encuentra resquicio.

Hasta hoy tenemos, conciencia de este fétido instante:
el insomnio es absoluto en los ojos de la noche.

Alguien anuda su alma, por si acaso, en las sagradas escrituras.

Del libro “TRASTIENDA”, 2011 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga

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