viernes, 1 de diciembre de 2017

HISTORIA DE LA OSCURIDAD

Fotografía: Pinterest






HISTORIA DE LA  OSCURIDAD




…como si, en ella, el largo tiempo oscuro de los hombres
No hubiera sido más que clara eternidad.
Juan Ramón Jiménez




Es la misma historia que nos descubre los días de la semana:
ojos, manos, trazados al esbozo de los grises, oscuros pájaros
en las rodillas, estribaciones de polvo en los dientes,
dientes del humo, desgastados en la hoja desprendida de la respiración.

De la oscuridad somos, veneno en los costados,
pasmos que sustentan
la escalera del tiempo con sus monedas gastadas;
bajo el martillo disfrazado del hisopo, las estatuas calladas
de las armónicas, la nada al filo del ahogo,
dios en el frío de la danza del césped, largo cielo de horizontes
falsos, moho sobre la sal de los abrojos.

Sobre las palabras nos fue dado este purgante de cuchillos.
La historia reiterada en los obituarios de la respiración.

Siempre le pregunto a mi sombra por la oscuridad que emerge
de los candiles, por la boca que duele en el hollín de los párpados:

(nos hemos gastado desde las sienes a los pies
y sólo tenemos grises noches sin seguro de vida.
Nada hubiese sido mejor que hundirnos, arder en el sarcasmo,
a fin de cuentas es igual a estar purgando pena en el infierno:
duele el verde apagado del destello,
la falta de manos y mesa y abundancia de noches.
Duelen las mañanas sin el canto del cierzo, minutos oscuros
del pecho, cuerpos para estar en la dureza de la avaricia:
siempre es así cuando la aurora amanece con los zapatos cansados,
cuando las mañanas muertas no oyen los cadáveres,
ni repica el agua del tejado.)

Todo cuanto llega a las manos, es promesa de oscuridad:
los sueños en el taburete impreciso del asombro,
el pan tosco de las piedras, el taburete de la sombra,
olvidado en el traspatio de la luz,
a media luz de la respiración y el frío.

Siempre la misma oscuridad en la lápida de los cementerios;
el mismo resoplido, salvo el pan que cambia de levadura,
la hoguera convertida en escoria,
la piedra súbita del reloj, y el pudor que se convirtió
en catecismo, y en manual, el espejismo.

Esta nuestra historia madura los guijarros:
la oscuridad impuesta como una semilla de rugoso santuario,
nudos de ceniza iguales a la belleza de una rosa ciega,
nubes de retorcida luz, gotas de sangrantes palabras,
ahí donde el pubis oscurece los días de la esperma
y los días se vuelven herramientas irreconocibles.

El porvenir también tiene oscuridades, aún más densas 
que los guantes o el granito: tempestades propias de la noche,
árboles de súbito, permeados, por la sal de la ola.

¿Alcanzaremos un día el sudor blanco de los pétalos,
el fósforo infinito del vuelo?
—En esta historia, la oscuridad es terrestre
y como tal, las esquinas de la noche nos corroen hasta el delirio
de los peces en las aguas profundas de la memoria.

Desde el primer paso o lápida, asoma su cuerpo de desvarío.
Agrias pocilgas fluyen en la conciencia.
(No hay asilo ni jubilación para toda la inmundicia consumada.)

Del libro “TRASTIENDA”, 2011 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga

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