miércoles, 20 de marzo de 2013

CASA POSTRERA

Foto de Slice of Life, cogida del FB de Mirela Ciortan




CASA POSTRERA




La historia se reescribe en el hospedaje de los ojos, en cada prólogo
que antecede a la noche y a los ataúdes.
Iré, allí donde la voz se refunde en la tierra del surco diestro de la corbata
del ojo descuajado de su cosmos, de los brazos del cementerio de la ternura:
(si subo o bajo, no lo sé, después de echarle cilantro a las horas.)
—Es inútil este juego, —pienso, mientras veo la lógica del racimo en el charco, 
el suplicio abajo del perro amaestrado—,
(o la puesta del sol con su equipaje indescifrable, el quitamanchas
en la punta del alfiler, los zapatos refrescando su propio puerto insomne.)
Iré y partiré en pedacitos el séptimo día de la utopía: mientras me decido
por la bruma, el fermento ensangrentado de los trenes:
(los ojos a punto de deshacer los puntos cardinales, las hélices de las ojeras
las piernas dilapidadas de la zozobra,
la hamaca de la solapa sobre la cerveza negra del invierno.)

—Cada tramo del hipo se suicida en el horizonte, cada confín del polen,
sordomudo, sobre la escarcha de la madera, patina en los neumáticos
de mi casa postrera, en el territorio que un día pensé cosmopolita.
De los bolsillos se escapan los suspiros como aves migratorias. Siempre
desde la ventana, la hoja que pía en el umbral del otoño, las palabras
vencidas por el hambre,
los eructos cansados de los epitafios, tarde subyugada al tintero. Niebla
arrancada a la respiración de esa otredad de las escalinatas de la ruleta
de las semanas, ingles desbocadas en el tropezón en ayunas del aliento.
(Uno siempre va, finalmente, como mar obediente a la noche.
¿Reside aquí la plenitud, el mar inconsciente en los costados?)

—En el sonambulismo de la pecera de los balcones, el atril donde los vahos
son protagonistas y el deseo calla sus paraguas de puerto,
el velero que no demora su desbandada,
la mirada inescrutable de mi mismo en la escena intemporalizada.
(Luego de andar, —¿pienso todavía en mis miedos?—, los recuerdos vienen
en mástiles sin pararrayos, el candil irracional del presentimiento,
las altitudes impalpables del ardor, lo errátil que fue el ojo en el estanque.)
Ya superadas las paranoias y echado hacia adentro el aliento,
la lluvia del olvido se encarga de deshojar el cielo raso de la locura:
no hay mejor forma de morir que vestirse con los propios harapos.
Atrás quedan las sábanas y los pañuelos. Tengo ansias. Me devuelvo
a la luz postrera: hay campanas cercanas a mi propia torpeza humana.
—Mírame. Están leves mis ojos y el alma apacible…

Barataria, 15.III.2013 


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