domingo, 3 de marzo de 2013

CARTA

Foto de LA BOTTEGA DI MARGOT, 
cogida del FB de Hedes Andrea 




CARTA




El mundo nos ha cambiado la piel de antiguos habitantes, lustros,
ecos, risas de no sé qué ciega vigilia, miedos a vitrales oscuros;
en las cartas me vienen diluvios de hambres,
—ninguna mueca puede ser memorable sobre el papel, ni benigno
el confeti tirado sobre el pavimento.
Contra toda nostalgia, los lirios muertos de los jardines,
el cine mudo de Charles Chaplin, las palmeras degolladas del espíritu.
De pronto las monedas de sal en los ojos, las esquinas de los huesos
en la dentadura amarilla del tabaco,
exactamente como trocitos de herrumbre en el cofre del aliento.
Ya no creo en los santos patronos, ni en el pecado que zarandea el bocio
de la culpa: dejé hace tiempos de limpiar mi propia imagen, pese
a la sábana hervida del escombro, pese a esta suave muerte de naipes.
Sudo todos los rescoldos desde el fondo de la tinta (el reloj fenecido
y sin adjetivos) hasta que las hormigas dejen de aparecer en mis sueños,
desciendo ya sin armaduras
desde las profundidades del deseo: los recuerdos son como una ventanita
líquida que se cuela entre los poros y sacude los eucaliptus,
(ya no sé si glorificar el poderío que tienen los sueños y las alas)
Contemplo el sobre manila de la perennidad y todo lo efímero que contiene;
es natural, —supongo— morder el tabanco, abrir la puerta,
oler el aserrín de la lluvia desde el atril iluminado del desatino,
recordar toda la mecedora llovida del resuello, el filme mudo del espejo,
todos los meses, quizás rodeados de ceniza.
(Nunca entendí el juego del grafito en el papel cebolla del aliento)
¿Puedo oler cada centavo de calendario, las calles  de entonces con sus grietas,
la suciedad que dejan nuestros deudos?
En el fondo, leer entre líneas es desvivirse. Siempre respiro la música
de los muertos y ese zumbido de los peritos con binoculares.
Ya he envejecido entre los muebles de las telarañas:
ahora me toca debatir contra la transparencia del viento, y hasta brindar
si es posible, con el balcón que está allí, junto a la sombra
del himen roto de las ventanas, en todo caso, del tiempo andado.

Barataria, 18.II.2013



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