domingo, 9 de mayo de 2010

BRASA DEL PRESAGIO

Primero es la memoria el precio que pagamos para abrir un instante
Las puertas, —el presagio que nos depara la calle incierta,
El pasto de la ebriedad y los sonidos oxidados del peltre.
Amamos habituados al odio;
Sacudimos los grillos de la música, y luego, como los perros domésticos,
Metemos las narices en el desecho de las aceras.
Autor de la fotografía: Sergio Ferreiro Cid








BRASA DEL PRESAGIO









…asilo bajo mis huellas todo este día
sus sordas francachelas mientras la carne cae
hendiendo sin temor
SAMUEL BECKETT









Primero es la memoria el precio que pagamos para abrir un instante
Las puertas, —el presagio que nos depara la calle incierta,
El pasto de la ebriedad y los sonidos oxidados del peltre.
Amamos habituados al odio;
Sacudimos los grillos de la música, y luego, como los perros domésticos,
Metemos las narices en el desecho de las aceras.
Engordan los gusanos en el hospedaje de los capulines. Lo hacen,
También, los tacuazines velludos del artificio humano. La valija
De forastero bajo la luz del foco del cielo.
—Rompimos la ternura con machetes de hollín. El cigarro húmedo
De los cerros, la herida lacia, visible desde la camisa rota.
La caja de Pandora en frenético alcohol en la hinchazón de la ropa.
—Alguien sugiere darle un plus a la carreta con bueyes, morder los colores
De las hamacas, abrir los ojos frente al chupamiel
De los colibríes cuando golpean las paredes del polen.
Desde luego, no siempre la aurora es color de rosa: los racimos
De cierzo empañan los anteojos, las manos ciegas se llenan de sortijas
De cobre como adivinos de un bosque de matapalos.
La brasa está aquí en el horno de mis párpados.
En los pedazos de tortilla que recogen con ahínco las hormigas.
En los baldes apachados de las ubres, en el establo del mugido
De las nubes, en el agua dulce, soberana, de los pañales.
A menudo nos zurcen los ojos como a los ojales en las costurerías.
¿Dónde están las verjas puras de lo inagotable?
Dónde las paredes sin pliegues de horrorífica pintura? ¿Dónde acampamos
—vos y yo—, mientras los baldíos juegan a su patetismo?
—Cierta es esta yegua de fachadas con listones ambiguos, el agua rancia
De los nances en los álbumes, el olor a lejanos comedores sin manteles.
Vos y yo en un País de tristeza galopante,
Deslumbrados por la risa de los naipes,
Sin otros toldos más que el estiércol carcomido del aullido.
Es una pena que la polilla de los libros se convierta en bestiario.
Sé que estorbamos como el alambre de púas en la noche.
Nos contagia el pulso siniestro del ojo ajeno. —Nos muerden
Los esparadrapos de los abrazos, las esquinas del viejo sedimento
De la orina, el paludismo atroz de las avalanchas, la boca irrestañable
Del papel cuadriculado, el pito de los barcos,
Las palabras completas de las ventanas, el aire sin escarabajos.
Ardemos, —vos y yo—, en esta isla sin tesoros de la tristeza.
La insolación nos gastará, como al metal, la intemperie…
Barataria, 02.V.2010

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