martes, 29 de diciembre de 2009

Traspatio

En estos días se multiplica el traspatio del cielo con toda
Su bisutería. Aunque el amanecer es frío, no hay amantes,
Sólo la nostalgia que respira de hambre.
Autor de la fortografía: David Avilés Hidalgo







Traspatio









En estos días se multiplica el traspatio del cielo con toda
Su bisutería. Aunque el amanecer es frío, no hay amantes,
Sólo la nostalgia que respira de hambre.
Sólo este dolor acendrado de las ausencias,
Sólo este envejecido candil de las sustancias.
—Y pese a ello, no hay olvido.
No hallo el olvido aun con la puerta abierta. Aun con la puerta
Cerrada salvando el naufragio.
—¿En qué adoquines respira la lágrima su entrecejo?
¿En qué días feriados el huerto puede ser un hábito?
¿En qué albergue hay espacio para dos latidos?
[El fuego tiene siempre un rito vital de despedida;
La fragilidad es anuente al trasiego de los desvaríos:
No hay claridad sin la propia luz del sigilo].
Muerdo el ojo de los sueños. Y ahí únicamente encuentro,
Esa sensación de tierra indigente. Esa losa sin sábanas.
Un laberinto que revive lo inverosímil.
Un mundo de oscuros Magallanes, Marco Polos, y Pizarros.
Me persigno en la almohada imaginaria del viaje;
Ahí la facha del búho en su atalaya,
La profecía de los bienaventurados —que nunca adivino quiénes son.
La estrella zodiacal de los tejados,
El azúcar de la neblina en el establo, los reyes conquistadores
De las promesas, la alberca de poderes en los pétalos,
La mesa de estiércol como una porcelana profunda.
Siempre el marketing horada las ventanas; los diversos aceites
Y aromas; las encumbradas hamacas de la metafísica.
[Me pregunto si en la caravana no hay estanques de plastilina.
Nubes como telarañas de embriaguez,
Osados ultramares para cruzarlos en triciclos;
Mañanas bíblicas como la hospitalidad del incienso.
De seguro caminás como Santa Claus por Sunnyvale,
Por el Hyde Park, desvelada, con el humo del mundo
En el ciego interior del horizonte].
Una nube de petardos se vuelve la cena de los niños, donde
El olvido cobra fuerza y el destino desnuda su perplejidad.
Me quedo pensando en esos fuegos inminentes del azar:
—En la escueta alegría que imanta al aliento,
En los tres mil años de subir la escalera de la nostalgia,
En la alacena reseca de la mezquindad, en esa memoria, remembranza
Del viaje, en esa promesa irreverente de los puntos cardinales.
Al final, somos un rebaño de lo fatuo. [Al final, nadie derrama
Su mesa en mis manos. Ni vos que ardés en el pesebre
De mi sangre. Ni vos que te alzás como la levadura].
En estos días, la armonía es un derroche oceánico. En estos días.
En tos días, —por lo demás—, no dejo de ver pañales y sepulturas,
Cabalgando como los antiguos templarios…
Barataria, 24.XII.2009

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