domingo, 6 de diciembre de 2009

Tacto derramado

De la cueva más inhóspita de las aguas, hacia la posta
De los girasoles —Vincent van Gogh ardía en las páginas del aire,


Fotogrfía: "Ojodigital"








Tacto derramado







Escribo -alucinado- por constancia
y por una mujer que aquí se nombra.
WASHINGTON BENAVIDES

Se acerca el cementerio con los ojos
inundados de lágrimas.
JUAN EDUARDO CIRLOT








Desde el cuello a los pies, el tacto derramado de los cielos.
Desde hace mil años vivo en los pantanos de las tumbas. Salí
De la cueva más inhóspita de las aguas, hacia la posta
De los girasoles —Vincent van Gogh ardía en las páginas del aire,
El firmamento tenía la súplica de los desvanes.
Un día como hoy descubrí las siete cabritas del aliento,
La música del aire, los dedos desmenuzados de las espigas,
Y la partitura floral de los diccionarios.
Sobre la lengua yacen los pecados de las brasas.
La boca de los cristales, y la ermita de la hojarasca sobre el gris
De los sentidos.
—En un día cabe todo el cieno de la luna y sus vestidos de niebla.
Aún me queda tiempo para persignar las estatuas de la noche:
Y disputarle a la hoguera el cristal de mis ojos.
El incendio de las palabras se pierde en las aceras.
El firmamento es un incensario de puertas con fósforos letales.
En lo posible toco los santuarios de los arrecifes: ahí roncan
Las fragancias repartidas, los venados azules de Luzbel,
Y la estrella erguida de los puñales golpeando el humo en las manos.
[Un día desnudaré los fantasmas de las esquinas.
Ya no serás sólo asfalto en mi vaho, ni párpado en la orfandad.
Un día oirás mi respiración en las mamposterías, y escribirás
Palabras sobre el papel de china de las semillas.
Abriré la sal petrificada en el pecho para convertirla en azúcar.
Abriré los círculos del calendario y haré begonias de fuego infinito].
Después de todo nos aquietamos en las hostias del tacto in situ,
De comulgar con los poros y resucitar en la luz viva de la sed.
El tacto a menudo madura en los peces de las raíces,
En los óleos de las escaleras, en el cuarto oscuro del suspiro.
Siempre ha sido así desde que se empezó a nombrar la agonía.
Siempre esta fiebre por el monólogo de los alambiques. —Siempre
Los paraguas de lasa arañas en el dintel de los huesos,
Las partituras del rostro en los espejos, el sollozo doliente
E incierto en las manos como un mediodía de alfileres.
Lo áspero se desvela en la obstinación del pan, en el poyetón
De barro del cuerpo, en los barrotes masticados de las arrugas.
A través de los guijarros desaparecen los violines y las melódicas.
Los devoran los dientes de los grillos, y esa suerte rechinante
De los hierros en plena herrería.
Nunca sabré si al tercer día desaparecerán las cicatrices; o si,
Por el contrario, habré de masticar litros de ceniza
En este nuevo milenio de espinas y no precisamente de arcanos.
Barataria, 04.XII.2009

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