sábado, 20 de abril de 2024

HORIZONTE DE DEFUNCIONES

 

©Pintura -Oswaldo Guayasamín


HORIZONTE DE DEFUNCIONES

 

En la línea del horizonte tiembla la defunción de mis ojos

con su iris tocando los relámpagos que trastornan mis sentidos.

El orden de las cosas es el desorden de los ojos: alfileres por doquier,

las siete cabritas del sonambulismo,

la imprenta de los pájaros tras la herida huracanada de cohetes.

En el sombrero de los claveles, amarra el sol su hamaca de destellos.

Arde el relieve de los zapatos cuando busca el horizonte,

la sola imagen de los epitafios en el poniente.

Llevamos el «lastre de un fósil loto amóvil entre remansos»,

de bostezos y muertes estancadas en la modorra de la obscenidad.

Todo resulta trivial y deficitario cuyo horizonte está hecho

de redundancias hazañas que nos cuentan historias apócrifas,

bisagras en perífrasis sin engrase, poca aproximación a la empatía,

falsos mundos que deforman la memoria.

En detrimento de los derechos civiles, la rancia apostema del empeño

vano de ser solo conjetura, rostros sin destino social,

no para la oligarquía que contrala a su antojo los negocios

del hambre y propicia el control del pensamiento.

Mientras arrullan su fastuosa riqueza, otros su propio fósil.

 

Del libro: «Final de espantapájaros», 2013

©Pintura -Oswaldo Guayasamín

©André Cruchaga



martes, 16 de abril de 2024

OFICIO MATUTINO

 

André Cruchaga


OFICIO MATUTINO

 

 

En la hora del rocío, el poema abre las puertas de mi pecho, abre

de par en par los onomásticos del invierno,

abre la hazaña a través del filón de multitudes, huellas de sombras

de cuando era niño, aperos que uno quiere reivindicar en el fuego

de las palabras, palabras que se acomodan en los zapatos.

Abre la contradicción presunta de la luz, hasta el desvelamiento.

Abre los mingitorios erráticos de la historia, la mirada abigarrada

del anciano, los escrutinios de la caverna en la que vivimos.

Abre la jaula terrosa del país, el orgullo nacional bañándose en tiesto

de ceniza, charco de heredades omnipotentes.

Abre este calvario de frac y burocracias, de pestañeos inmortales

en una tierra de marginados, sin casa, tierra, comida.

Es fácil advertirlo, mi oficio comienza desde la flecha que dispara

el sol luego limpio las manchas dejadas por la noche anterior,

los ojos frescos se empeñan en el ala del pájaro y en el amor crecido

de los perros que me acompañan,

de lo remoto de un mar que no conozco surge el poema a orillas

del petate de los muchos muertos que llevamos.

Nunca es trabajo este yunque lleno de sueños y acantilados.

 

Del libro: «Final de espantapájaros», 2013

©Fotografía André Cruchaga

©André Cruchaga


lunes, 8 de abril de 2024

DESNUDEZ DEL HOMBRE CENTINELA

 

©Pintura -Oswaldo Guayasamín


DESNUDEZ DEL HOMBRE CENTINELA

 

Escrito está en el poema, el infinito de los poros, el universo corporal

de las palabras: allá donde amanece el mar con sus fuegos líquidos.

(En medio de los días derramados, las ínsulas disueltas del vigía

en la habitación del vacío.)

Quizás los vértigos en exceso de alfabeto, quizás la piedra fría

de la muerte abrazando anticipadamente, los últimos trapos rotos

que el lenguaje muerde en su exorcismo.

—Por si acaso, me quedo ciego frente al conocimiento de los pinos.

Ciego de divagar en pastizales húmedos, erizo de rimas inútiles,

Al borde de la cerradura el hombre, los cronómetros de ceniza,

el deletreo de la mirada hacia esquinas de crines donde se enreda

el absoluto, el violín del ciego talado de su esperanza, un día

y otro día, la desnudez que arde de olvidos.

Un día y otro día mirar pájaros en verjas con candados oxidados,

un día y otro día el hombre ahí, centinela de sus propios demonios,

marcado por un tiempo que le gime en los hombros,

devorado por el alambre de sus propias ansias.

Un día y otro día bodega de horror penitente el hombre se entrega

a su propia herida y muere como rata sobre las aceras.

 

Del libro: «Final de espantapájaros», 2013

©Pintura -Oswaldo Guayasamín

©André Cruchaga


martes, 2 de abril de 2024

RELECTURA

 

Imagen ©Pintura -Oswaldo Guayasamín


RELECTURA

 

Después de tantos psicoanálisis, el complejo de Edipo cava abismos

en el laberinto matriarcal de las abejas.

Por suerte, las relecturas cambian el rumbo de las cárcavas históricas

nunca despreciables en el montepío de una sociedad capitalista.

Si me quedo en este mundo atropellado, muero arrastrado

por tentaciones, por eso prefiero abrirle el camino al viejo alquimista

que supera la tragedia humana, la inacción es una tragedia maléfica;

siempre pienso en Goethe tirado sobre el pasto de Wetzlar leyendo

a Homero, y a la sombra, Lota, extensión concedida del tiempo.

Entre tanto las pupilas se desfiguran en el lenguaje ensombrecido

de alguna elít que mama la leche del crepúsculo junto a los difuntos

del nuevo orden que vivimos.

Por convicción prefiero la lluvia para lavar todas las asperezas

del aborto decadente que soy, de la máquina-hombre y los mercados

embrionarios del futuro tan desiguales como el país en donde vivo.

En la aureola de algún santo seguro habitan comerciantes

de fármacos, boticarios del viejo orden para curar diarreas sin el uso

de plantas medicinales, claro que Virgilio se reiría de estas cosas.

Aquí por cierto no se construye otra Troya ni ha nacido otro Eneas.

 

Del libro: «Final de espantapájaros», 2013

© André Cruchaga

Imagen ©Pintura -Oswaldo Guayasamín


jueves, 28 de marzo de 2024

BALANCE DEL FRÍO CUANDO ANOCHECE

 

©Pintura -Oswaldo Guayasamín | LOS PRISIONEROS


BALANCE DEL FRÍO CUANDO ANOCHECE

 

 

A medianoche el balance de nuestros haberes envejecidos fragmentos

de almas, centinelas verdes que avanzan en la calle: — ¿duermo? No.

Los gajos de oscuridad pululan en el firmamento de criaturas temerosas

de la noche, igual que la historia con sus golpes de sangre; desde luego,

el ojo sigue abierto en proporción al relato convincente de la memoria,

—caminos de torrenciales espectros contra los horrores y el dolor,

nada de olvido en el pecho que a ratos hierve: lentas horas de simetrías

copan el rastrojo del pecho.

Cada hombre llega al límite de su melancolía cuando el frío habita, vilano

de la madrugada y la almohada confunde los acantilados.

 

El ceño absorbe toda la oscuridad de los relojes baldíos de las esferas;

son tantos los abandonos que todo se vuelve laberinto, las vigas cavilan

en este torpe taladro que rompe la saliva, la figura de clavos en ataúdes

vacíos, la desesperación desplomada en el pecho con forma de abismo,

ijares amargos del sobresalto, la boca menguada en el asfalto.

Barbas jorobadas y embadurnadas de dolor, un barullo de rosas sobre

la piedra lejana de un aparador.

 

El planeta de los muertos reparte sus osamentas y se consuma el horror,

la reverberación del insulto a los mandamientos; todo parece maquinaria

subterránea, ahora con murmuraciones de cangrejos, la medianoche hurta

el uso de las sastrerías, los seres desaparecidos debajo de las piedras,

asoman las poleas del pulso y encima del pecho,

rasgan las aristas del espejo.

—¿duermo? No. Cada sueño es una fosa de fotografías.

 

El azadón lame la modorra que deja la vigilia, cava en el torrente

del aliento con voz de ahogada piedra, de muelle desasido por relámpagos;

aun en la deshora maduran los muertos, sin la fatiga de enhebrar el ojo

de la guja, la balanza que tiene senderos de desequilibrio.

En la sábana telúrica de los pañuelos, un montón de bocacalles negras,

el haz de alfileres buscando la mesa;

cuando las persianas del horizonte se abren, el pinar siempre oscuro

de la luz y la oscuridad al fondo de las tabernas.

Ante la luz mortecina de grúas oxidadas, la tala de la voz en los lagrimales.

 

De todas formas, el horizonte sólo es espejismo de un fuego que no existe,

ventana donde se amalgaman otras penumbras, tan ciertas como un viaje

al interior de la memoria de un montón de objetos desparramados,

tan oscuras como la locura incesante que uno sufre a voluntad del tiempo

y el frío alrededor de los ojos violados del sueño.

Anochece en el capitel de los tímpanos el vuelo de los extremos del llanto.

 

Desde mi desesperación, muerdo los vástagos de mis asesinos pisándome

los talones, las calles empedradas de la humillación, este cadáver de vivir

el vía crucis sin el soplo del féretro.

En los extremos de la emboscada de los ojos, nadie regresa a la vida, nadie.

Con los brazos sobre la barra, agarro otro vaso maldito de oscuridad.

Bebo las lágrimas de las familias aterradas,

el llanto último, latifundio del luto, miedo amotinado en el terror.

 

Barataria, 2012

 

Del libro: «Insane Asylum y otros poemas para Koko Taylor», 2012

©Pintura -Oswaldo Guayasamín | LOS PRISIONEROS

©André Cruchaga