Imagen pintura de
Roberto Matta, Chile.
HUELLA DE LOS DÍAS ANÓNIMOS
Esto de andar, multiplica
las sombras, crece simplemente la avidez,
los submundos de muchos días
anónimos, hambre y frío virulentos
—hambre y frío de una tinta
imantada de espesura, larvas de trapos
y repulsivas cabildeando en
el vientre hecho destrozo.
Es como si el infinito
alumbrara las profundidades, el granito a veces
arrastrado por los ojos,
huellas delatoras que se cruzan
por la memoria, a veces como
una rendija de orfanatos o burdeles.
(También
lo efímero impregna de horizonte los íntimos predominios
del
tráfico), los zapatos que apagan los cirios, la sangre en la
ventana
de la escritura con la
sospecha de algunas reverberaciones.
Cada semana fue la tormenta
devaluada, la gota estriada de la carne;
cada fruto hizo rieles de
soledades,
(siempre
el país me ha resultado un dilema, el peñasco de la otredad
en
los labios, la hechicería que dejan los pies descalzos; inhóspito
y
horrible con su múltiple vasallaje).
El país cada día nos
anticipa su resquebrajamiento, la ignominia,
los sicarios, todo coexiste
en la pedagogía del zarpazo.
A lo largo del camino van
quedando sedimentos, iconografías
de tantos días abatidos, de
tantos días de brutalidad: el ojo en llamas
y la puerta difusa de las
distancias.
Del libro: «Sintaxis
de la fuga», Barataria, 2014
©André Cruchaga
Imagen pintura de
Roberto Matta, Chile.
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