sábado, 10 de marzo de 2018

DESTRUCCIÓN DE LA PACIENCIA

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DESTRUCCIÓN DE LA PACIENCIA





Todo es posible: esperar que desaparezcan los inviernos de casa.
Cada inclemencia me roba la claridad de la vista.
Cada risa pestañea en la lengua con un tambor de cuero
curtido en el alfabeto náufrago de las sombras,
en las ruinosas bicicletas de la niebla,
—piedras pesadas en la boca y sobre el féretro
donde la lágrima brota de los cadáveres como para humedecer
la madera de los días muertos en el torrente del espejismo.

La cola de cascabel destruye mi paciencia,
—vos, que nunca llegaste, sino en el postrero acantilado
del final de la desnudez sin remuneración alguna,
precipitada en el semen irrefrenable
creado en la semana mayor de la crepitación,
meses en el taburete esperando escaleras de azúcar,
cercano a la piedra pómez de la leche afiebrada,
entre la muchedumbre del espejismo
galopante del surtidor invernal,
empinado en el candado migratorio
de mi propio mundo de nichos:
debo decir que todo lo ha rebasado el tiempo:
dejo la paciencia para atesorar tiliches, para la especulación
cartesiana del volcán de callar sobre la roca
encerrada en mis prioridades.

—Vos, destruiste los roperos y la alacena,
la poca fortaleza que me quedaba en el paladar duro
del temblor del ojo,
estío derramado en los dedos de los peces;
desgastados los amuletos,
la taza de café azul de los pájaros;
me pregunto si valió la pena tanta espera,
si el paisaje a pesar de todo
es posible con los ojos ciegos,
si la negación es parte de los aserraderos,
dolido en la butaca mientras pienso en cada uno de los absurdos:
la inclemencia sobre la mesa,
el pelo desteñido de la historia,
el silencio obligado,
impetuoso en medio del hollín del tabanco
sin que los geranios del traspatio me tiren monedas,
el olor del desenfreno diluido en los andamios de la saliva.

Debo suponer que no es suficiente el delirio,
ni tener los dientes largos de lobo,
ni buenos pedernales de próstata,
ni apetitos indoblegables,
por el promontorio de asedios, pesadumbres, dolores,
erratas de equilibrista de crepúsculos:
—de pronto, todo fastidia.  (Mueca el sexo vendado
de los embudos, la sospecha.)

La paciencia cansa en todas sus pluralidades,
aunque uno aprenda a levitar;
cansa ese invierno lento de latidos y la mordida en los párpados,
cuando uno se hunde
a medida suben las aguas y rebasan el cuello;
cansa la pelambre de los chiriviscos en la cara,
el código del devenir
mientras las hormigas alteran techo y aldabas,
la órbita de la esperanza, en fin,
la casa indescriptible del aliento y su rama de caldera.
Por eso, he empezado a olvidar nombres:
todos aquellos que me horadaron,
los que me hundieron de bruces en el pavimento;
los que me miraron con insolencia y desdén,
dañinos a mi condición de eremita.

Ahora con precisión de francotirador,
aviento al brasero
de lo devastado toda la paciencia que tuve.

Toda la bisutería circense en mis costados.

Barataria, 2013
Del libro “CUERVO IMPOSIBLE”, 2013(inédito). 138 pp
© André Cruchaga

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